Y si no hubiera muerto…

Todo sistema do conocimiento necesita una base… unos cimientos sobre los que levantar el edificio que en cada momento se quiera proponer a los hombres -sedientos de guía, abrasados por la incertidumbre, demolidos por el absurdo. Y eso es lo que ha venido haciendo la religión, que a su vez ha ido expresando sus prolegómenos en una epistemología capaz de sustentar una visión coherente de la existencia.

Sin embargo, este camino llano, fácil de recorrer, se ha ido retorciendo hasta hacerse prácticamente intransitable por culpa de dos insidiosas desviaciones. A esa religión profética, la única, se le añadió el principio chamánico que se expresa a través del plural -religiones. Y el hombre comenzó a caminar por senderos de olvido y desvarío, alejándose -así- de la guía.

Mas también ha tenido parte de culpa la degradación que ha sufrido la filosofía al caer en manos de profesores y no de filósofos. Recordemos cómo tras sesudas tesis doctorales sobre, por ejemplo, Espinoza -el judío portugués del que ya nos advirtiera Unamuno que se trataba de un filósofo de mesa camilla y brasero y no de un aguerrido jinete abriendo horizontes con la pluma y la espada; y -como decimos- tras estas embarulladas tesis, estos estudiantes convertidos en profesores se dedicaron a escribir novelas, pasando la filosofía a ser psicología, sociología o psiquiatría. Se habían retirado los cimientos y el edificio religioso-filosófico colapsaba y se derrumbada.

La dinamita la había colocado la Akademia con un nuevo conejo que salía de la chistera -la ciencia; el método científico. Dios había muerto, lo habían asesinado por incompetente y ahora sería el hombre -surgido evolutivamente del chimpancé, llegando su origen a las cucarachas y sanguijuelas- quien asumiría la dirección ejecutiva del universo. Fueron momentos de una celebrada apoteosis. Un silencio atronador estallaba en el universo sin que nadie oyese las quejas divinas a tal teocidio. Estamos solos. De esta forma sucumbía cualquier tipo de oposición al adefesio teológico que la ciencia, llena de orgullo, presentaba a los hombres.

Mas la epistemología científica, los cimientos de la nueva edificación descansaban sobre una idea extremadamente frágil y contradictoria. Aquella cimentación proponía un universo sin finalidad, al mismo tiempo que se sentía heredera de una línea milenaria de investigación que daba cuenta de la irreductible complejidad que aparecía con sobrecogedora humildad allí donde mirásemos. ¿Cómo un mecanismo tan sofisticado e intrincado como el que cada día observábamos, analizábamos, escudriñábamos… pudo haber surgido de una sucesión de felices casualidades?

Ya entonces hubo quienes empezaron a echar de menos a Dios. Hoy esa ciencia se pregunta si no habremos desechado la filosofía, e incluso la religión, con desafortunada premura. No parece que sea relevante contestar a esta inquietante pregunta. Antes bien, lo que más interesa ahora es rehacer los cimientos sobre los que recolocar la estructura inamovible sobre la que reconstruir el edificio epistemológico de siempre, una y otra vez demolido o camuflado por un ropaje cultural de plumas y harapos.

El primer principio epistemológico será pues el restablecimiento de un universo dimanado en niveles sucesivos de un Diseñador-Creador, según una dialéctica oscilante entre lo que puede llegar a ser y su actualización. Otro pilar de la estructura epistemológica nos llevará a un escenario existencial en el que todos sus elementos tendrán como función apoyar y sostener a una criatura dotada de reflexión y de consciencia; poseedora de un lenguaje conceptual que le permitirá representarse una imagen funcional de la creación, obviando -mas no ignorando- la parte operativa de este mecanismo. Y esta representación podrá llevarse a cabo gracias a otro principio epistemológico que nos indicará que todo cuanto el hombre pueda desarrollar y organizar será reflejo del funcionamiento que rige en los otros cielos; y ello de forma infranqueable, cerrada. Ante un aparente espacio infinito en el que flotan los astros se han establecido barreras indetectables que no se pueden traspasar, puertas que solo se abrirán tras la muerte y las etapas sucesivas postmortem.

Y llegamos así al principio central, nuclear, alrededor del cual gira todo lo demás -Ájira, la última fase del viaje existencial, en la que el hombre vivirá con otra configuración y en la que se activarán otras facultades que le permitirán atravesar las barreras que en este mundo le impedían un conocimiento más cercano a su condición.

El restablecimiento de la vida en Ájira, con todo lo que ello conlleva, abroga los conceptos de evolución, progreso y reencarnación. Son estos conceptos que derivan de una mala interpretación del funcionamiento de la existencia, como es errónea la idea misma del eterno retorno con la que los filósofos trataban de justificar la acción dentro de la eternidad. Todos estos conceptos no pueden actualizarse en la vida de este mundo, pues el hombre vive durante un tiempo predeterminado, breve, efímero… en condiciones inconsistentes, cambiantes e impermanentes, y por lo tanto el progreso al que teóricamente podría llegar estaría fuera de su tiempo vital. Y tan inconsistente como el progreso es el concepto de evolución, ya que en su propia definición exige un espacio y un tiempo infinitos. No tiene sentido evolucionar si al final este universo involuciona hasta desaparecer; y con él todo cuanto existe. Sería éste un movimiento inútil, fallido.

Sin embargo, si a esta raquítica epistemología materialista añadimos el principio de la vida en Ájira, entonces podremos intuir un escenario desarrollándose en etapas ascendentes hasta completar una creación, uno de los movimientos oscilantes en preparación para la siguiente oscilación. Y este principio lo vemos manifestado incluso en la vida de este mundo. Tras la expiración, viene -necesariamente- la inspiración; tras la sístole, la diástole; tras el sueño, la vigilia; tras la noche, el día…

Ájira es pues el principio epistemológico por excelencia, pues es este principio el que da sentido y finalidad al universo, a la vida de este mundo y al hombre. Es aquí donde diseñamos y proyectamos las etapas de nuestro viaje existencial -hacia la aniquilación o hacia la vida cada vez más luminosa. Y este conceto de Ájira se vuelve hacia nosotros y nos enseña que todos los ideales, los objetivos, los sueños que hemos ido forjando en la vida de este mundo… no son, sino medios, pues el fin -el sentido de esta vida- está en Ájira. La realidad disipa la ficción.

Es Allah Quien ha elevado los Cielos sin columnas que pudierais ver. Luego ha tomado el control de Su creación desde el Arsh. Ha sojuzgado al Sol y a la Luna según Su plan. Todo en el universo sigue su curso hasta un plazo fijado. Rige la creación y clarifica con detalle el significado de las aleyas para que tengáis certeza del encuentro con vuestro Señor. (Corán, sura 13, aleya 2)

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