Todos están engañados, incluso los que habían preparado el engaño.

Cada día mueren horrorizados millones de individuos, y ello porque estaban convencidos de que nunca morirían. Y aun los hay que han puesto sus esperanzas en una presumible inmortalidad. Han leído en algún sitio o les ha parecido entender –pues la cautelosa ciencia utiliza la ambigüedad para encubrir sus fracasos– que están a punto de descubrir la causa de la muerte celular.

“Ningún enigma, por muy molecular que sea, podrá nunca detener el progreso científico,” piensa mientras casi acaricia la eternidad. Mas ¿en qué punto de esa nueva vida inmortal dejaremos de envejecer?

El asunto se complica de forma irreductible según nos vamos imaginando las consecuencias que supondría para el hombre el hecho de no morir. El desgaste, el deterioro, la enfermedad, el acabamiento… la muerte, son fenómenos intrínsecos a la existencia, a la vida. Hay un proceso dialéctico incuestionable que experimentamos a cada instante en todo lo que vemos y en nosotros mismos. La inspiración es inherente a la expiración, de la misma forma que de la sístole surge la diástole. La noche lleva en su seno al día, como el día alberga en su claridad la oscuridad de la noche. Ninguno de estos movimientos se adelanta a su opuesto.

Es la danza de la quietud; de la inmovilidad en continua agitación. Así se presenta la creación, en forma de paradoja, para aquellos ojos detenidos en una inquietante momificación.

Todos están engañados –esos que se imaginan un universo en expansión sin situar en ese espacio que presumen casi infinito un punto fijo, un punto estable y permanente que nos sirva de referencia a la hora de entender y situar todo aquello que se mueve. El movimiento debe desplegarse en un escenario inmóvil, de forma que la inmovilidad describa el movimiento. La metralla que se expande al explotar una granada lo hace a partir de un punto fijo –el de la carcasa que contenía esa metralla.

La Luna se mueve formando casas y esa movilidad es observable para cualquier individuo que se mantenga inmóvil sobre una Tierra que actúa como punto fijo, como referencia de todos los movimientos que tienen lugar en el firmamento. Si la Luna se mueve; y se mueve la Tierra y los individuos que hay en ella; y se mueven las estrellas: y giran los árboles y giran las montañas… ¿qué es lo que en realidad se mueve? ¿Según qué referencia? ¿Qué es lo que está fijo y que es lo que nos indica que todo lo demás se mueva?

Todos están engañados. Incluso los que habían preparado el engaño –esos que intentan convencernos de que la utilidad más apropiada a una sofisticada cámara de fotos es la de servir de pisapapeles. Todos están engañados –esos que lo han aceptado; que han aceptado este altercado contra la lógica y la racionalidad; contra toda evidencia, pues cuando observamos un complicado mecanismo, debemos explicar su existencia en base a su funcionalidad.

¿Acaso sería coherente calificar de casualidad el portentoso hecho de que el Sol y la Luna constituyan un perfecto calendario para ese hombre inmóvil que los observa desde la Tierra? ¿O es que los que así piensan nunca han logrado situarse en un punto imaginario desde el cual solo pudieran observar la agitación de las aguas cubiertas de oscuridad? ¿Dónde estaría en ese escenario el concepto “calendario”, el concepto “Sol y Luna”, el paso del tiempo, el cálculo de las estaciones, la necesidad de una guía que permitiera navegar en la noche? ¿Son ellos los que han originado esos conceptos y después los han manifestado en esta creación? ¿Podría quien es incapaz de originar una simple célula llevar a cabo tan asombrosa tarea?

Todos están engañados, desesperados mientras intentan encontrar la salida del laberinto infinito por el que deambulan.

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