Los dinosaurios, antes de extinguirse, habrían enseñado a los trogloditas a fabricarse herramientas líticas.

Cualquier técnica que imaginemos no podrá desarrollarse antes de que el hombre la necesite; y no la necesitará hasta que no vea a otros hombres utilizarla; y esos otros hombres no podrán servirse de ella hasta que alguna entidad se la enseñe. ¿Podemos acaso imaginar a un humano de hace 2 millones de años caminando por la Tierra y buscando vetas de hierro para hacerse una espada y poder así dominar a sus enemigos? Este humano no buscará ninguna veta de hierro, pues no tiene el concepto “espada”.

Imaginemos ahora otro escenario. Los humanos que supuestamente habitaban la Tierra durante la edad de piedra han cazado un animal y se preguntan: “¿Cómo vamos a quitarle la piel a este animal? Si tuviéramos herramientas adecuadas, podríamos hacerlo. Mas no tenemos raspadores, cuchillas, hachas y, por lo tanto, deberíamos fabricárnoslas. Mas para hacer un hacha o un raspador necesitaríamos, a su vez, herramientas. Mejor nos atiborramos de moras.”

IMAGEN 1

Muestras de los utensilios encontrados en la isla de Creta por el equipo dirigido por Thomas F. Strasser (profesor de historia del arte en Providence College en Rhode Island) y Eleni Panagopoulou (asesora del Ministerio de Cultura griego).

La edad de piedra es otra fantasía arqueológica con dataciones contradictorias y disparatadas y supuestas herramientas que nada tienen de reales. En la Imagen1 se nos presentan 4 piedras que podríamos calificar de “vulgaris”, como preciados utensilios de los hombres de la edad de piedra. Los guijarros A y C no tienen, a todas luces, nada de utensilios. Son piedras que podemos encontrar en cualquier montaña, camino pedregoso o ribera de un río. Cualquier pedrusco nos podrá servir para lo mismo que estas “herramientas” –machacar algo y, con su parte más cortante, rasgar o cortar o astillar algo. No necesitaba, pues, el hombre “pre-humano” molestarse en tallarlas –este tipo de piedras está por todas partes y en muchos casos con laterales más cortantes que los que se presume en estas dos piedras de la foto. Tampoco la B y D parecen ser obra del hombre. ¿Para qué perdería el tiempo en trabajarlas cuando a poco que buscase por los alrededores de su hábitat encontraría decenas de estas piedras e incluso más puntiagudas?

En las siguientes imágenes tenemos muestras de piedras encontradas en la naturaleza que pueden cumplir con las mismas funciones que las llamadas “herramientas líticas” atribuidas al hombre primitivo de hace 2.5 millones de años:

A continuación, ofrecemos un pequeño reportaje de una aficionada a las piedras de sílex en el que nos presenta una gran variedad de este mineral encontrado en una playa alicantina.

Para no hacer demasiado largo el tema voy a poner aquí unas cuantas fotos improvisadas de algunos de los sílex que tengo, o al menos así los tengo clasificados. Están recogidos en su totalidad en una playa alicantina de piedras y grava gruesa, y aunque tengo entendido que el origen del sílex es mayoritariamente marino (sedimentario), no sé si estos míos pueden haber sido arrastrados desde el interior o bien el oleaje los ha arrojado a la orilla (o hay de todo); muchos están muy erosionados, presentando aristas suaves tras haberse roto y pulido. Los he encontrado en una gran variedad de colores, algunos con la típica costra blanquecina porosa y la mayoría sin ella, con frecuencia en forma de nódulos redondeados o casi esféricos, aunque también los hay rotos e incluso en lascas, algunas de las cuales presentan fracturas muy similares a las de origen antrópico. Muy característico también es el relieve o dibujo que presentan las piezas que todavía tienen intacta su superficie original, que hace reconocibles ‘de visu’ los nódulos sin que sea necesario partirlos.

En las Imágenes 15-16-17 y 18 vemos perfectas hachas y piezas con afiladas aristas cortantes que se producen de forma natural por toda la corteza terrestre, incluidas las montañas.

Ante este hecho y la gran similitud entre las rocas o minerales no trabajados por el hombre y las herramientas líticas propiamente dichas, se acuñó el término “geofactos”, con el que se pretende salir del paso cuando un utensilio lítico es finalmente descartado como producto de la mano del hombre. Un geofacto es una formación de piedra formada por procesos naturales y que es difícil de distinguir de un artefacto hecho por el hombre. Los geofactos podrían ser reelaborados fluvialmente y ser mal interpretados como artefactos.

Los geofactos son uno de los grandes escollos que los arqueólogos atraviesan al excavar un yacimiento. En el artículo, «Análisis artefacto-geofacto del material lítico de la cueva Susiluola», de Hans-Peter Schulz (2007), se explica que los geofactos son rocas de formas múltiples que se pueden encontrar en los mismos lugares en los que los arqueólogos buscan verdaderos artefactos de los periodos de la última glaciación.

Hay que tener en cuenta que la desglaciación produjo un tremendo desplazamiento de rocas de sus áreas originales mientras arrastraban, raspaban y rayaban todo lo que encontraban a su alrededor. El movimiento de las rocas originó piedras que parecen lanzas obtenidas de rocas más pequeñas muy similares a los artefactos, pero son solo un producto del derretimiento de los glaciares.

Otro elemento que Schulz explica es la mezcla de agua natural y salada durante las glaciaciones:

Ello originó un cambió en la ubicación de los sedimentos dentro de las rocas, como la cueva Susiluola ubicada en Finlandia. Una vez que el hielo se derritió, el sedimento y el hielo crearon algunas marcas artificiales en las rocas del tamaño de un guijarro.

Los geofactos se interpretan como artefactos con tanta frecuencia que hay cientos de artículos dedicados a corregir la mayoría de las excavaciones. El geólogo y arqueológico Paul V. Henrich (2002) corrige al periodista Graham Hancock en el artículo «¿Artefactos o geofactos?”. Presuntos artefactos encontrados en el Golfo de Cambay, India, son geofactos. Henrich ilustra en imágenes que estos “artefactos” eran una combinación de cemento, arena estratificada y arena laminada finamente apilada de sedimentos del lago con suficiente porosidad que parecen diseños humanos. Otras correcciones que Henrich hizo fueron los colgantes «Cambay» de Hancock, grandes objetos de roca plana con un agujero en el centro asumidos como joyas, pero que en realidad son agujeros formados por organismos marinos. Henrich sugiere que durante las excavaciones los equipos de arqueólogos deberían tener un geólogo en el yacimiento porque son expertos en formaciones rocosas y pueden ayudar a distinguir entre un artefacto y un geofacto.

Los artefactos mezclados con restos humanos ciertamente pueden contener mezclas de geofactos. En el artículo, «Los supuestos artefactos del Paleolítico temprano son en realidad geofactos: una revisión del yacimiento de Konczyce Wielkie 4 en la Puerta de Moravia, Polonia del Sur», Wisniewski (2014) explica que cuando los geofactos se mezclan con artefactos en un fondo de grava fluvial, se hace muy difícil distinguirlos. Otro tema que Wisniewski cuestiona es si el yacimiento estaba habitado durante el período Paleolítico, porque los artefactos son móviles y, por lo tanto, no se encontrarían in situ. Sin embargo, las rocas que son nativas del área generalmente serán geofactos.

Una sugerencia útil para decidir si un objeto es un artefacto o geofacto es si hay rocas múltiples que tienen bordes y formas similares y este tipo de roca se encuentra en su entorno natural, entonces lo más probable es que sea un geofacto. Un argumento que los excavadores esgrimieron fue que algunas rocas se encontraron a más de 140 metros de su entorno original, lo que significaría que podrían haber sido artefactos movidos por humanos. Sin embargo, esto fue inmediatamente refutado porque la evidencia en morrenas glaciares y depósitos fluviales-glaciares hizo que muchas rocas se movieran a una distancia similar de su entorno original. Lo que parece incuestionable es que distinguir claramente los geofactos de los artefactos no es una tarea fácil.

A continuación, reproducimos la crítica que el geólogo y arqueológico Paul V. Henrich (2002) dirige al periodista Graham Hancock en el artículo «¿Artefactos o geofactos?”.

Sin el beneficio de una revisión detallada o de publicaciones en revistas científicas, se ha dado mucha importancia a estos presuntos artefactos hallados en el fondo del Golfo de Cambay, al noroeste de la India. El problema con los comunicados de prensa y las páginas web que describen estos elementos es que proporcionan pocos datos, cuando los hay, que autentifiquen la identificación de estos elementos como artefactos o huesos válidos. No basta con excitantes reivindicaciones de una pretendida civilización india perdida en un pasado remoto o tal y como se describe en la literatura védica –es necesario que las diversas partes actuantes tomen precauciones al emitir resultados sobre estos objetos.

Dada la importancia de las afirmaciones que se hacen sobre los artefactos recuperados en el Golfo de Cambay, sorprende lo poco que se ha publicado sobre el caso. Desde el momento en que apareció este artículo no se ha vuelto a publicar nada más en ninguna revista científica sobre estos objetos. En este momento, la única fuente conocida de las imágenes son artículos de periódicos, libros de divulgación (Hancock 2002a) y páginas web (Hancock 2002b). Al ser un geólogo y arqueólogo experimentado, familiarizado con los materiales líticos provenientes de los procesos pedogénicos y marinos, y utilizados para preparar artefactos y concreciones, estos objetos atrajeron naturalmente mi atención. Sin embargo, un examen de los artefactos ilustrados por Hancock (Imágenes 21, 22 y 23) (2002b en su nomenclatura) generó un considerable escepticismo por mi parte en cuanto a si muchos de estos llamados «artefactos» lo eran realmente.

El artículo 5 de Hancock consiste principalmente en objetos, a menudo con forma irregular, que se caracterizan por un agujero central. Tales objetos, llamados «colgantes de Cambay» por un amigo arqueólogo, no son objetos hechos por el hombre. La variedad e irregularidad de estos elementos se deben a concreciones naturales. Incluso los agujeros circulares que tienen estos objetos planos se encuentran en concreciones formadas de forma natural. En el caso de los que han sido perforados por organismos marinos o formados alrededor de lugares cubiertos o con raíces, los agujeros pueden ser notablemente redondos como se ilustra en la imagen 21 (Fig. 3d de Sen – 2002: 387).

Objetos prácticamente idénticos, con agujeros y formas ilustrados por Hancock (2002b) y Sen (2002), se pueden encontrar en muchos lugares a lo largo de las costas de Texas y Louisiana y en otros lugares, Imagen 22 (Fig. 7). A lo largo de McFaddin Beach, cerca de High Island, Texas, se pueden encontrar concreciones prácticamente idénticas a los » colgantes de Cambay» como se ve en la Imagen 23 (Fig. 7). Los «colgantes de Cambay» se encuentran diseminados por doquier en lugares muy separados entre sí, como el lago Texoma, Texas, y el valle del río Ottawa en Ontario. Debido a los nódulos (pequeño bulto redondeado de materia distinta a la de su entorno) en los objetos encontrados en High Island, Texas, producidos por la cementación del sedimento de grano fino, incluida la arcilla y la arcilla limosa, a menudo estos objetos pueden ser indistinguibles de la cerámica, hasta el punto de confundir al arqueólogo más experto.

Al mirar las imágenes que Hancock ha publicado en la URL anterior, se ve claramente que exagera en gran medida la regularidad de la superficie. Aunque surcado, el perfil de este objeto ondula con bastante irregularidad. Además, las crestas no son tan continuas ni formadas como debería ser un objeto mecanizado.

Por otra parte, Hancock (2002b) parece desconocer que las concreciones que se sabe que son naturales, no hechas por el hombre, muestran el mismo «efecto estriado o girado» que describió anteriormente. Por ejemplo, la Imagen 24 (Fig. 1) ilustra concreciones del Pleistoceno que ocurren en depósitos de lagos glaciares a lo largo del río Fraser cerca de Endako y Quesel, Canadá, y que exhiben un efecto idéntico, si no mejor formado, «surcado y girado», que los que Hancock (2002b) presume como indicativo de haber sido hecho por la mano del hombre (Imagen 25). Además, estas concreciones exhiben una simetría superior a cualquiera de los objetos que ilustra con los primeros tres elementos. Innumerables concreciones de carbonatos, como las que se ilustran en la imagen 24 (Fig. 1), ocurren en exposiciones de laminados glaciares del lago Pleistoceno dentro de la Columbia Británica Central. Una de las mejores localidades para encontrar estas concreciones es el BigSlide, un gran deslizamiento de tierra que expone limos laminados de lago a pocos kilómetros al norte de Quesel, Columbia Británica (Clague 2002). Clague (1987) describió en detalle los sedimentos estratificados en los que se producen estas concreciones.

El artículo 9 de Hancock (2002b), imágenes 26, 27 y 28, no es convincente como artefacto, ya que carece de claras «marcas de corte o herramienta» que se afirma estar presentes en esta pieza de madera. En cambio, la pieza exhibe una ruptura irregular que carece de uniformidad o estrías que es lo que aparecería en caso de haber sido cortada. De hecho, las crestas tienden a formar una base, a menudo perpendicular a la base de la ruptura, algo que no ocurriría si se hubiera cortado. Estas crestas son demasiado irregulares como para evidenciar que hayan sido hechas con algún tipo de herramienta, como cinceles o cuñas.

Hay varias conclusiones que podemos extraer de este pequeño estudio sobre la supuesta edad de piedra.

En primer lugar, hemos visto cómo los “científicos” de todas las áreas del saber están demasiado interesados en la gloria personal y sacrifican el rigor e incluso la honestidad con tal de publicar los primeros, aunque sepan que sus “descubrimientos” puedan no ser tales. Esto hace que en arqueología haya siempre el mismo proceso –se anuncia un hallazgo (yacimiento con restos humanos, herramientas o cualquier otro tipo de manifestación cultural) sin que su procedencia y datación pueda ponerse en duda; se vuelven a analizar todos los elementos hallados y comienza la discusión entre “sabios”, las acusaciones y el intento de desprestigiar a los otros; finalmente se olvida el asunto y no vuelven a aparecer más artículos en ninguna revista especializada. Si intentamos seguir cualquier hallazgo arqueológico, veremos que enseguida de haber comenzado lo que podría considerarse una tarea fácil y cómoda, nos encontraremos en un bosque en el que han desaparecido todos los caminos y todas las señales –concluimos que será mejor volver y ocupar nuestro tiempo en otros menesteres más rentables. Ellos lo saben, y saben que el hastío de la gente juega a su favor.

En el periódico “La Vanguardia”, en la sección “ciencia y cultura”, apareció el 29/04/2018 un artículo titulado: “Los grandes tramposos de la ciencia: fraudes, chantajes y suicidios”.

Entre los científicos ha existido siempre una tremenda rivalidad en su afán por ascender hasta el último peldaño en la escala del chamanismo –verdadero nombre que se debería dar a la ciencia. Un ejemplo de ello fue la lucha que protagonizaron los paleontólogos estadounidenses Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh en la famosa “Guerra de los Huesos” en el siglo XIX. Calumnias, destrucción de yacimientos, hurtos, mentiras y un sinfín de barrabasadas enredaron la labor científica de los descubridores de especies de dinosaurios tan populares como el diplodocus, el alosauro, el estegosaurio o el triceratops. Su enemistad les empujó a describir entre los dos un total de 142 nuevas especies de animales extintos.

En los años 20, un grupo de sapos parteros –una especie que vive y se reproduce en tierra– fue obligado a vivir en el agua. Según el artífice del experimento, las crías se acostumbraron al medio acuático, donde se aparearon. El resultado fue una tercera generación de estos anfibios que ya estaban empezando a desarrollar unas almohadillas negras en sus patas delanteras, un rasgo típico de especies acuáticas.

Hasta aquí todo podría parecer un exitoso capítulo de la historia de la ciencia, si no fuera porque el artífice de los experimentos, el biólogo austriaco Paul Kammerer, fue acusado de falsear los resultados inyectando tinta negra a los sapos para simular las almohadillas. Incapaz de defender sus resultados, Kammerer se suicidó en septiembre de 1926.

En 2002 se desveló que uno de los científicos más prometedores del siglo, el físico alemán Jan Hendrik Schön, había inventado la mayoría de sus resultados. “Lo más asombroso de Hendrik era que cada cosa que tocaba parecía funcionar”, decía Paul McEuen, de la Cornell University, en un documental que emitió la cadena británica BBC. Esto se tradujo en un prolífico número de publicaciones. El físico, que fue contratado en 2010 por los prestigiosos Laboratorios Bell en EE UU, cuna de once premios Nobel, llegó a producir de media un estudio cada ocho días. Muchos de ellos se publicaron en revistas como Nature o Science. Dos de ellos tuvieron un importante impacto entre la comunidad científica, ya que se demostró la creación de transistores a partir de moléculas individuales. Fue aquí donde empezaron las dudas. Cuando Lydia Sohn, ahora investigadora de Ingeniería Mecánica en la Universidad de California en Berkeley, los analizó detenidamente, notó que los resultados de los experimentos eran idénticos y pensó que Hendrik pudo haber cometido algún error. Al consultarlo con McEuen, los científicos encontraron un tercer experimento en el que se empleaban los mismos datos. Ya no podía tratarse de una equivocación.

Sohn y McEuen, junto con otros científicos que se unieron a ellos, pronto hallaron más resultados duplicados. Tras una investigación de cuatro meses, se concluyó que el físico alemán usó de manera imprudente datos que había inventado deliberadamente. Además, ninguno de sus colegas había presenciado los experimentos y la información original para llegar a sus resultados había sido eliminada por Hendrik, según dijo, porque no contaba con suficiente memoria en su ordenador personal.

El niño de oro de la física, cuyo nombre sonaba incluso para el Premio Nobel, fue despedido después de ser acusado de 16 cargos de mala conducta científica. Dos años más tarde, la Universidad de Constance (Alemania), donde se había doctorado, le retiró el título, a pesar de no haber encontrado indicios de haber manipulado su propia tesis. En octubre de 2002, la revista Science retiró ocho artículos escritos por Hendrik. La revista Nature hizo lo mismo en marzo de 2003 con otros siete.

En segundo lugar, hay una inexplicable insistencia en hacer retroceder en el tiempo la presencia de los homínidos, el grupo de primates que comenzó a evolucionar hasta llegar al homosapiens. Esta evolución tuvo necesariamente que ser muy larga para que tuviera una cierta lógica el paso del australopitecus (australopitecus afarensis, australopitecus africanus, australopitecus robustus), homo habilis, homo erectus, homo neandertal al hombre moderno de hoy. Por ello, si no encontramos ninguna prueba física de su existencia durante una franja de tiempo de unos 2.8 millones de años, significaría que esa separación se habría producido no hace más de 40.000 años, lo cual significaría a su vez que no ha habido evolución. Silencio sepulcral. Reconocer este hecho ocasionaría una hecatombe mayor que una tercera guerra mundial. En este sentido, la arqueología juega un papel fundamental a la hora de mantener este ridículo supuesto evolutivo. De hecho, son los departamentos que más presupuesto tienen en todas las universidades del mundo.

Sin embargo, como hemos podido comprobar a lo largo de este artículo, las pruebas que ofrece la arqueología moderna sobre la existencia de homínidos hace 2.5 millones de años, es inconsistente con un análisis serio de las mismas. Todas esas herramientas y utensilios que presentan como fabricados por esos homínidos no son, sino geofactos, rocas y minerales que a lo largo de su dilatada historia se han ido transformando hasta dar con formas y texturas que se asemejan incluso a piezas de alfarería.

Antes del 40.000 – 50.000 a.E. no hay control del fuego, no hay agricultura ni ganadería (no hay animales de rebaño), no hay navegación (no hay calafateado), no hay curtido de pieles, no hay armas propiamente dichas, no hay producción textil, no hay espiritualidad consciente no-chamánica ni lenguaje conceptual abstracto. Todas estas técnicas y capacidades se desarrollarán en el tiempo del insan.

En tercer lugar, el análisis de si esos objetos encontrados en diferentes lugares de la Tierra son artefactos o geofactos, no sólo incumbe a los arqueólogos y geólogos, sino también a la racionalidad de las consecuencias que la fabricación de dichos artefactos supondría en la estructura social de aquellos hombres o pre-humanos.

En la actualidad, una de las prácticas más habituales por parte de los arqueólogos es la de crear un escenario similar al del hombre prehistórico y producir sus mismos artefactos y pigmentos. Ni un solo equipo lo ha logrado hasta ahora. Todos ellos han tenido que servirse de productos modernos manufacturados. En este artículo: “Los pigmentos en la prehistoria, proyecto de experimentación térmica con óxidos e hidróxidos de hierro” de Carla Álvarez Romero aparecido en el boletín de arqueología experimental ― número 9, 2012, leemos el siguiente comentario:

Los tres minerales usados para llevar a cabo la experimentación son la hematites, la goethita y la limonita, óxidos e hidróxidos de hierro, que como ya se ha comentado antes, diversas analíticas de pinturas paleolíticas han mostrado su utilización para fabricar pigmentos y con ellos realizar representaciones.

Cada uno de ellos tiene unas características mineralógicas singulares, las cuales, en mayor o menor medida han afectado a la realización del trabajo, como puede ser, por ejemplo, la dureza, en este caso a la hora de reducirlos a polvo.

Los minerales son de origen comercial, obtenidos en diferentes tiendas especializadas y ferias de minerales, debido a la imposibilidad de poder buscarlos en la naturaleza por la falta de conocimientos geológicos, tanto el hecho de no saber la localización de menas de estos minerales en las proximidades, como no reconocerlos.

Suponemos que después de aparecer este artículo la habrán echado de la Complutense de Madrid. O quizás, no. Se trata de hacernos creer a todos que esos hombres prehistóricos eran mucho más sapiens que nosotros, ya que ellos sí sabían reconocer y extraer los minerales para fabricar pigmentos.

En cuarto lugar, la lógica también debe jugar su papel, ya que es una excelente guía que nos impide delirar o desarrollar teorías que repugnen a la razón.

Suponemos que estos arqueólogos nunca han tirado con arco. Si hubieran practicado esta noble actividad, habrían descartado la posibilidad de que esos pre-humanos fabricasen flechas con punta de piedra. Las puntas de flecha deben ser menos pesadas que las propias flechas, excepto si el arco tiene la potencia de propulsarlas a una enorme velocidad, cosa que sólo pueden hacer los modernos arcos de poleas. Aun suponiendo que esos pre-humanos hubiesen logrado fabricar arcos de esa potencia, una flecha de piedra nunca podría atravesar la piel de un venado, mucho menos la de un mamut.

Cuando observamos las tribus que de forma más aislada viven hoy en el mundo, manteniendo sus formas de vida tradicionales, vemos que sus armas –mayoritariamente arcos y lanzas– no están provistas de puntas de piedra, sino que son las propias varas de bambú o palos las que ofrecen sus puntas que de forma natural se producen o las originan ellos mismos machacando o raspando uno de los extremos de dichas varas.

Sin embargo, esa “tecnología” la han adquirido en sus esporádicos contactos con los insan. El hecho de que algunas de estas tribus utilicen machetes de hoja de hierro muy larga, significa una constante relación con occidentales o con los propios gobiernos, que son quienes se los proporcionan. El bashar no caza; recolecta alimentos.

Fijémonos en esta ingenua imagen:

IMAGEN 29

¿Qué se supone que están amarrando esas cuerdas? Si las puntas de piedra están metidas en palos, obviamente las cuerdas no sujetan nada atándose alrededor de la piedra, ya que la piedra es rígida. Si el palo está situado detrás de las puntas, ese amarre no duraría ni el primer impacto, ya que una simple cuerda vegetal o de cualquier otro material, no puede sujetar esa formación. Además, cuánto tiempo durarían esas lianas alrededor de aristas tan cortantes. ¿De dónde consiguieron esas cuerdas, pongamos, los pre-humanos de Creta?

Nunca ha habido edad de piedra. Nunca ha habido pre-humanos –los primeros humanos surgieron de la tierra en su forma bashar y después se llevó a cabo su actualización (insan). Todo lo anterior a los bashar son animales, primates, monos, orangutanes o los nombres que quieran darles. Esta realidad está en todas las revelaciones y es transportada en mitos y leyendas de todos los pueblos de la Tierra.

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