Es posible que lo sea e incluso que sea él quien lo dirige. No olvidemos que el cambio estructural de Europa se lleva a cabo a través de una trasvasación de valores desde la Rusia soviética. Es la revolución rusa la que des-feudaliza a Occidente. Cuando aparece el Manifiesto Comunista en 1848, Europa no solo es un territorio feudal, sino que a esa tiranía se añade la brutalidad de una emergente burguesía industrial, sobre todo en el Reino Unido, Francia y Alemania. Frente a esta situación socio-laboral, en la que todavía pervive el derecho de pernada, al otro lado del continente europeo se está fraguando un cambio socio-económico tan drástico que la revolución rusa se convertirá en el otro lado de la moneda.
Sin embargo, ni el feudalismo europeo ni el esclavismo norteamericano podían formar parte de esa moneda. Cuando en 1917 triunfa la revolución rusa tras el primer intento fallido de 1905, la dictadura del proletariado se convierte en la referencia ideológica para todas las naciones. El derecho de la mujer al trabajo y a formar parte de la vida social y política, los derechos inalienables de la clase trabajadora, la eliminación del poder aristocrático y burgués –los explotadores del hombre, los tiranos– el concepto de hermandad entre todos los pueblos de la Tierra, todos estos valores no van a poder ser minimizados ni encubiertos por el capitalismo occidental que intenta camuflar con su maquinaria propagandística la discriminación social, racial y de género, el imperialismo y un feudalismo mitigado por la influencia soviética y el miedo a que de forma efectiva el proletariado del mundo entero se una para acabar con la opresión de las clases dominantes.
No debemos olvidar que durante decenios la política europea ha estado dominada por la izquierda y sus sindicatos. Los partidos socialistas y comunistas tomaban el poder en la mayoría de las naciones europeas o se convertían en el principal partido de la oposición. En Estados Unidos la caza de brujas intentaba por la fuerza acabar con la ideología socialista que empezaba impregnar todo el tejido social estadounidense.
La Unión Soviética no solo constituía el mayor territorio del mundo, sino que además su influencia se extendía como aceite por toda la Tierra. Las principales naciones de Oriente Medio –Egipto, Siria, Turquía– absorbían la ideología socialista. Y lo mismo hacían la mayor parte de las naciones africanas. Y si esto era poco para el vapuleado Occidente, todo el Pacífico era dominado por la revolución maoísta, que en términos generales no distaba mucho de la rusa. Frente a la igualdad de todos los hombres y mujeres de la Tierra que preconizaba la ideología marxista encarnada en la Unión Soviética y en la China de Mao, Occidente solo podía oponer su marginación y discriminación.
Hoy, el sistema de poder occidental, representado por Europa y Estados Unidos, no pude mantener por más tiempo su hipocresía y su fracaso –económico, social, político y militar. Y no tiene más remedio que intentar establecer un sistema de poder global con Rusia y desde Rusia; con China y desde China. La libertad como coartada para justificar la pobreza, la miseria y la explotación ya no puede sostenerse. El cacareado eslogan de que en América todos los ciudadanos tienen las mismas oportunidades de triunfar ya no se lo cree nadie, pues si buscamos un ejemplo de justo todo lo contrario; un ejemplo de cómo unos grupos sociales privilegiados, herederos de los esclavistas, se han hecho con todos los medios de producción, con todos los resortes financieros y económicos, no encontraremos uno mejor que Occidente.
Es Putin quien lleva la batuta, pues es el heredero de aquellos ideólogos judíos que desde Marx hasta Stalin, pasando por Trotski, planearon el asalto al poder establecido, erigiendo a los parias en los señores del mundo –una inversión de valores en la que la mayoría numérica acabaría por desbancar a la minoría cualitativa.
En los prolegómenos de la Agenda 2030 se habla de un sistema en el que no poseeremos nada, pero seremos muy felices. Podría ser una frase acuñada por Putin, mas Putin sabe que esa fue una de las causas de que colapsara la Unión Soviética, pues el hombre necesita ser dueño de algo, ya que no ser dueño de nada implica un tipo de esclavitud. El esclavo duerme en una casa que no es suya, ara una tierra que no le pertenece o utiliza una maquinaria alquilada. El hombre libre, en cambio, es dueño de su casa, dueño de su tierra, de sus herramientas… y eso es lo que le hace ser libre. Son esas posesiones las que le dan el título de “señor”.
Sin embargo, todavía hay una frase más devastadora: “Vivo sin una creencia transcendental, pero soy muy feliz.” Ésta ha sido la segunda causa del colapso soviético, pues para salir del absurdo existencial, hace falta que la vida continúe más allá de la muerte. Solo el Más Allá puede dar sentido a la vida de este mundo. Por ello Putin de vez en cuando hace referencia a la religión, a Dios, a la Otra Vida, así como al derecho inalienable del hombre a la propiedad privada.
Mas tampoco esta globalización podrá salir triunfante, pues ni un capitalismo socialista ni un socialismo capitalizado pueden existir, ya que exigiría un equilibrio que no es propio de este mundo.
¿Cuántas caras, pues, tendría la moneda? Todos sabemos que solo puede tener dos. En una cara está la creencia de que no hay otra vida que la de este mundo, la creencia en que morimos y nos convertimos en polvo. Es la cara que una vez más vuelve a dominar la vida de la mayoría de los hombres. Y nadie es feliz con esta creencia. En la otra cara domina, aunque no de forma exclusiva, la creencia en una vida y en una geografía más allá de la muerte, sin olvidar que durante unos años viviremos en este bajo mundo.
La moneda ha comenzado a rodar y no caerá sobre la cara que elija la suerte, sino sobre aquella por la que nosotros, cada uno de nosotros, hayamos optado.