Parece una sabia máxima acuñada por los cínicos o por el senado romano, pero no lo es, aunque pudiera acarrear grandes beneficios crematísticos o resultase una perfecta estrategia para hacerse con el poder, con cualquier poder.
El hombre, como el universo, está construido con solidez. Es una estructura indestructible, que logra mantenerse en pie contra los más adversos acontecimientos. No en vano ha sido creado por EL MEJOR de los creadores. Sin embargo, la ingerencia continua de sustancias venenosas va iniciando en los individuos humanos un proceso de intoxicación que les impide ver la realidad con un alto grado de objetividad. Estas sustancias nocivas, tóxicas, penetran en nuestra estructura cognitiva en forma de conceptos expresados con palabras, con términos hábilmente elegidos para provocar el efecto deseado.
La expresión “Dios ha muerto” no desencadena la misma cascada de ideas, sentimientos, interacciones… que la expresión “Dios no existe”. Esta última locución hace referencia a un grupo humano cuya ideología le hace considerar improbable o imposible la existencia de una entidad investida de los atributos con los que, de forma general, se define a Dios. Por otra parte, este grupo, esta ideología, se enfrenta a otro que defiende la existencia de esta entidad creadora y omnipotente.
Sin embargo, la declaración “Dios ha muerto” incluye a ambas partes, a ambas ideologías, a todas. En realidad, lo que se está expresando aquí es: “Dios no existe, nunca ha existido, y si existía, ha muerto; más aún, lo hemos matado nosotros. No era tan poderoso como creíamos.” Es, pues, una expresión que incluye el ateísmo y la rebeldía.
Y es esta coincidencia de conceptos la que vemos en la ideología globalista –el capitalismo ha llegado a las mismas conclusiones que el comunismo.
La religión es el opio del pueblo. Es decir, es el impulso que le infiere una verdadera libertad con respecto a los regímenes totalitarios, opresores y tiránicos. La religión, entendida como transcendencia, nos separa de la acción y nos permite llevar a cabo una toma de consciencia capaz de contrastar la subjetividad humana, la que sea, con la objetividad divina. Y, por lo tanto, nada hay más peligroso para estos regímenes que la religión, que la transcendencia, que el establecimiento del sentido de la vida, de su objetivo, en una realidad post-mortem. De esta forma, el hombre deja de seguir a la liebre mecánica o a la zanahoria.
Mas en la ideología globalista también el nacionalismo es opio, pues lo que ellos buscan no es la hermandad de todos los pueblos, sino aislar al hombre de cualquier concepto de solidaridad, de asociación, de pertenencia.
De la misma forma, la familia es opio, pues esta célula indestructible protege a sus miembros de las sustancias venenosas que se inoculan en las instituciones educativas globalistas. Cuando los niños son arrancados del hogar por decreto ley, se les priva del sentimiento de seguridad, de ternura y del amor familiar, para metalizarles y robotizarles y despojarles de los sentimientos propios del ser humano. Incluso se les despoja de la evidencia incuestionable de ser niño o niña: “A lo mejor prefieres ser niña. Olvídate de los genitales, esos órganos se pueden intercambiar por otros.”
El globalismo es el punto de convergencia del capitalismo y del comunismo…
El globalismo es el punto de convergencia del capitalismo y del comunismo –despojar al hombre de su destino transcendental, sacarle de la célula familiar, borrar su idiosincrasia nacional, y eliminar cualquier afinidad biológica con el género y el sexo. Sin olvidar que otro opio de los que hay que librar al hombre es la “propiedad privada”; para el 2030 el Foro Económico Mundial espera que hayamos superado el concepto de “esto es mío, solo mío” con el objetivo de crear sociedades en las que todo sea de todos y todo sea utilizado por todos. Incluso nuestro apartamento puede tener múltiples funciones de las que se pueden beneficiar los demás –cuando no estoy en casa, ¿por qué no celebrar una reunión de negocios en mi salón?
¿Por qué estas ideologías tan aparentemente dispares coinciden en los mismos objetivos? Porque ambas desean alcanzar el máximo control sobre las masas, sobre los ciudadanos que se creen con derecho a elegir su destino. Ambas ideologías divisan un mismo escenario paradisiaco en el que unas elites amorales disfrutan del bienestar de tener bajo su mando a un nutrido ejército de esclavos felices, trabajando para ellos.
Sin embargo, este escenario nunca llegará a materializarse. Fracasó con el comunismo soviético y maoísta, y ha fracasado con el capitalismo americano y europeo. Son estructuras tan frágiles, que la menor brisa las hace tambalearse y, finalmente, colapsar.
Esos opios que la globalización quiere confiscar son inherentes a la naturaleza humana. Se pueden neutralizar por un tiempo, pero al final se rebelarán contra sus sepultureros y les arrancarán la yugular con las manos, pues no estaban muertos, sino vivos y dispuestos a cualquier sacrificio para seguir viviendo y desarrollándose hacia la luz.
Habrá individuos que sucumban en las tinieblas, quizás muchos, quizás la mayoría; mas no todos…
Habrá individuos que sucumban en las tinieblas, quizás muchos, quizás la mayoría. Mas no todos, pues hay una globalización que sí es posible. Una globalización que se armoniza con la naturaleza humana –la unión de diversidades. La unión de naciones soberanas e independientes en las que desarrollar diferentes idiosincrasias, pero con unos valores básicos comunes, ajustados a la esencia de la condición humana.
El hombre no ha dejado de ser el mismo desde sus orígenes hasta hoy. Modificar su comportamiento más allá de los márgenes que permite su naturaleza es destruirlo como tal, como ser humano. Un homosexual, una lesbiana, un transgénero… son individuos destruidos, alejados de la sustancia específica humana que constituye al hombre. Sin embargo, para implantar la agenda del nuevo orden mundial hacen falta individuos que se sientan felices en la esclavitud, en el dirigismo más absoluto, en el despiadado gregarismo que anula nuestra consciencia. Y nada más efectivo para ello que promover a los grupos LGBT+Z (zoofilia). Negarles su derecho a corromperse y a corromper las sociedades es oponerse a la verdad, la justicia, la igualdad y la libertad. Es ser un terrorista, es ser un país que va en contra de estos grandes principios.
Ahí está la UE acusando a Hungría y a Polonia de ir en contra de los valores sobre los que se construyó Europa. Que revisen estos burócratas cómo eran vistos los homosexuales y las lesbianas en la Europa de 1954 –los transgéneros ni siquiera existían como grupo social.
En vano trataremos de encontrar lógica y coherencia en todo este barullo ideológico. No las hay. Se trata de volver al viejo esquema, el esquema de siempre –elites-esclavos. Esta vez, sin látigo, con tecnología proyectando mundos virtuales desde fuera, y con sustancias controladoras desde dentro.
Un proyecto que fracasará como han fracasado todos los órdenes mundiales anteriores, pero que se llevará por delante a generaciones enteras.