Una casa de subastas de Nueva York vende por 6.000 euros uno de los tres capítulos eliminados por «incendiarios» y nunca antes vistos de la autobiografía del dirigente musulmán. Este capítulo tiene como título “The Negro”, término éste que siempre es peyorativo y que podríamos traducir como –El Negreta. Ya las primeras líneas demuestran que el activista sostenía una posición más radical sobre el racismo de lo que el libro, firmado por Alex Haley, deja entrever:
El mundo occidental está enfermo. La sociedad americana –con el canto del cristianismo otorgando al hombre blanco la ilusión de que lo que le ha hecho al hombre negro es “correcto”– está tan enferma como Babilonia. Y el hombre negro, el llamado “Negrata”, aquí, en esta tierra salvaje, es el más enfermo de todos.
Somos como los desiertos occidentales; como plantas que ruedan hacia donde el viento blanco las lleve. Y el hombre blanco es como el cactus, con raíces firmes, con púas que nos mantienen alejados.
Malcolm X conocía bien los complicados entramados que las sociedades occidentales (en este caso concreto de la estadounidense) habían construido con el objetivo de encubrir la esclavitud en la que seguían viviendo las comunidades negras. También descubrió que es una peligrosa pérdida de tiempo tratar de dialogar o de buscar una solución con los dirigentes blancos anglosajones, parte del deep state, quienes sólo pretenden continuar con el mismo estado de cosas, aunque tengan que cambiar la narrativa racista y alguna que otra ley, de forma que la nueva imagen que proyecten al mundo sea conciliadora con una cierta dosis de cínico arrepentimiento. En la página 41 del primer capítulo se describe el deterioro de la salud mental de su madre:
Finalmente, se firmaron los mandatos judiciales. Llevaron a mi madre al Hospital Psiquiátrico de Kalamazoo… Un juez llamado McClellan, al que llamaban un “juez testamentario”, lo que sea que eso signifique, tenía autoridad sobre mí y sobre todos mis hermanos y hermanas. Éramos “niños del Estado”, tutelados de la corte; él tenía la última palabra con respecto a nosotros. ¡Un hombre blanco a cargo de los hijos de un hombre negro! No es otra cosa que esclavitud legal y moderna.
Malcolm X se dio cuenta del peligro que corrían las comunidades negras al tratar de imitar la forma de vida de las comunidades blancas anglosajonas, ya que se trataba de sociedades enfermas cuyos parámetros existenciales les estaban llevando al suicidio, a la drogadicción, a la depresión, al autismo, a la psicopatía, a la esquizofrenia… sin posible retorno a una apacible normalidad. Desde su tiempo, Malcolm X no pudo siquiera imaginar lo que se avecinaba –homosexualidad y lesbianismo generalizados, transgenerismo, un incremento alarmante de la prostitución de menores… Todo ello, condiciones de vida que malograrían una clara consciencia de la lucha que las comunidades negras debían llevar a cabo para lograr la independencia, la libertad, la separación.
Y, sin embargo, es el mismo peligro que corren las sociedades blancas no-anglosajonas. Han sustituido la vecindad, la generosidad, la interacción con el otro, la transcendencia… por la eficacia –lo que es rentable, es bueno; lo que no da pingues beneficios, debe ser rechazado.
Tampoco la transcendencia es lucrativa –hay que poner los pies en la tierra y dejarse de metafísicas. La idea que se trasluce de su escala de valores, y que en numerosas ocasiones han manifestado de forma explícita, es –el hombre blanco anglosajón debe dominar sobre todas las demás razas, porque ha sido elegido por Dios para civilizar al resto de naciones.
Y esa ha sido la gran tragedia de los países europeos mediterráneos. Hemos cambiado nuestra forma de vida y la hemos sustituido por la del hombre blanco-anglosajón, abocándonos en el más estricto materialismo, en el más necio ateísmo, y ello nos ha llevado a perder el sentido de la vida, a deprimirnos, como lo ha sacado a la luz del día el covid19 –desesperación, angustia, absurdo… drogas y suicidio. ¿Qué había sido nuestra vida durante la “normalidad”? Vacaciones en la playa, cervezas en alguna cafetería por la noche, restaurante y discos los fines de semana… y vuelta al trabajo de lunes a viernes. Trabajar para consumir –un patético circuito en el que malgastar nuestra vida.
Ahora, muchos ideólogos incitan a la gente a volver al trabajo, a las oficinas, a las fábricas: ¡Vamos, chicos! El covid19 sólo mata a viejos y enfermos. Hay que trabajar. Trabajar ¿en qué? Lo que el hombre necesita es tiempo, es el tiempo lo que realmente es oro, y es el tiempo lo que nos han arrebatado –hay que pagar la hipoteca, los créditos… Hay que trabajar, todos, el hombre y la mujer. Lo importante es la producción, la súper producción.
Debemos volver a recuperar nuestros valores, debemos cambiar el sistema económico, salirnos de la rueda trituradora de la globalización. Debemos arrojar por algún acantilado de Escocia la eficacia del hombre blanco-anglosajón.