Grupos feministas atacaron la propuesta de ley de la ministra de igualdad, Irene Montero, que pretende que el género de un individuo lo elija él sin necesidad de someterse a ninguna operación, tratamiento o cambio de sexo.
Estos colectivos se olvidan, no obstante, de que el feminismo está en la raíz de todos los demás movimientos que no han dejado de atentar contra la integridad humana –homosexualidad, lesbianismo, transgenerismo… y quién sabe qué más vendrá en un futuro cercano.
Una cosa ha llevado a la otra, y todas juntas han provocado la destrucción de la familia, de la autoridad… pero sólo la del esposo, la del padre, pues el director de una empresa o de una fábrica mantiene su estatus de jefe, y estas feministas le obedecen sumisas y se suben la falda y se bajan el escote para agradarle y agarrarse a algún tipo de promoción.
Hay teóricas del feminismo que lo utilizan para medrar en la política, pero la gran mayoría sigue las reglas impuestas por el hombre para su placer y satisfacción –cada día hay más adolescentes dedicadas a la prostitución y la esclavitud sexual (en Estados Unidos se han contabilizado unas 300.000; en total podría haber más de un millón); cada día hay más mujeres que denuncian malos tratos, acaso sexual, violaciones… cada día la mujer es utilizada como reclamo en la publicidad. Constantemente se le asocia a un objeto de deseo, de placer, por el que hay pagar o simplemente coger, robar, asaltar.
Las cosas no van bien para la mujer…
Las cosas no van bien para la mujer. No le ha quedado ningún ámbito en el que pueda estar protegida –cada vez hay más casos de incesto, y tampoco en la policía o el ejército les va mucho mejor que en casa o en el trabajo.
La base de sus reivindicaciones es totalmente paradójica –se trata de ser como el hombre, vestir como él, realizar sus mismos trabajos, sus mismas actividades… pero el hombre no pretende ser como la mujer; antes bien, intenta por todos los medios diferenciarse de ella. Por lo tanto, es una batalla perdida, pues lo que reivindican las feministas es caer en la misma humillación en la que han caído los hombres –realizar, mayoritariamente, trabajos indignos de un ser humano. ¿Qué gran logro hay en trabajar en un banco y dedicarse a desahuciar a la gente por impago de la hipoteca o dar créditos usureros o trabajar 40 horas a la semana en una cadena de montaje o metiendo pescado en una bolsa?
La mujer se ha unido así, al mecanismo capitalista de producción en el que el hombre es solo una pieza más del engranaje, un peón, un robot, un siervo que ha visto, día a día, morir sus más genuinas aspiraciones.
Suena la sirena y ahora Amanda ya no corre bajo la lluvia para encontrarse con su amado. También ella está en la misma fábrica, luchando por mejoras salariales, contra los despidos arbitrarios… ¿Dónde está la gran liberación de la mujer? En vez de sacar al hombre del sistema de producción capitalista; en vez de convencerle para que abandone una rutina malsana y devastadora que le obliga a pasar toda su vida haciendo lo que no le incumbe, malgastando sus días enriqueciendo a otros… arrima el hombro para que no pare la máquina trituradora, y abandona a sus hijos y los entrega a un estado que les enseñará el camino que han seguido sus padres y los preparará para que se sientan felices apretando botones y gastándose el salario en el vicio los fines de semana.
“¡No importa!” Se dicen unas a otras: “Es el precio de la libertad”, pero no es el precio de ninguna libertad, sino el resultado de un engañó, de una trampa hábilmente colocada en el camino. Se le prometió a la mujer, como antes se le había prometido al hombre, la libertad de elegir –puedes ser ama de casa o trabajar como los hombres; alguien cuidará de tus hijos. Ahora entiende que esa elección era falsa, pues ninguna de las dos opciones le proporcionará felicidad –ya no hay casa ni familia de la que ser ama. El hombre camina cabizbajo aplastado por la humillación de ser una entidad legalmente libre que vive en la más abyecta esclavitud.
¿Qué harán ahora cuando la escuela sea online? “La mejor solución es no tener hijos. Nosotros nos encargaremos de eso; los produciremos en fábricas especiales, genéticamente programados y únicamente los que sean necesarios.”
Este es el mundo que, sin darse cuenta, han ayudado a construir las feministas. Un mundo que se desmorona ante sus ojos y muestra los materiales de deshecho con el que se había levantado. Muestra a dónde les ha llevado la libertad de elección, la misma libertad, la misma trampa que han utilizado con ellas –homosexualidad, lesbianismo, transgenerismo, libertad de género, manipulación genética…
Hace 150 años era difícil imaginar las consecuencias de aquellos incipientes movimientos feministas. Se hablaba de libertad de elección y se quemaban sujetadores, se renegaba de la maternidad y se mostraba la papeleta del voto –lo habían conseguido. De esa manera, ayudaron a apuntalar la dictadura de partidos y, ellas mismas, comenzaron a participar en la carrera política, en la farsa y en la demagogia. Ahora eran dos, en casi todas las familias, los que tenían que soportar aquella humillación –mujeres uniformadas protegiendo una política imperialista y colonialista, una política racista e inhumana. ¿Qué le dijo a su mujer el piloto que lanzó la bomba atómica en Hiroshima cuando salió de casa para dirigirse a la base? ¿Qué le dijo su mujer cuando regresó después de haber realizado semejante hazaña?
La mujer ha dejado de salvaguardar los valores que le permiten al hombre caminar erguido con la cabeza en alto. Se ha prostituido como él. Ha vendido la dignidad humana por una falsa elección.
Ya no hay vuelta atrás. La ministra Montero sigue avanzando por el camino de la degradación, proponiendo leyes que incluso a las feministas escandalizan, sin caer éstas en la cuenta de que han sido ellas las que han preparado el terreno para que puedan promulgarse tales leyes –no hay libertad de elección cuando se trata de elegir entre lo que es propio del ser humano y sus anomalías. No puede haber libertad de elección cuando de lo que se trata es de que nuestros hijos se amputen los genitales y se abran una vagina. Esa posibilidad no es real, es un atentado contra nuestra integridad, contra nuestra dignidad.
Que no se escandalicen, pues, las feministas de las propuestas Montero, pues han sido ellas las que han abierto la indeseable puerta de la libertad de elección indiscriminada. Ya no podrá cerrarse y el mal dirigirá, a partir de ahora, nuestras vidas.
Las cosas no van bien para la mujer.
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