A pesar de los más de cincuenta años de continuas sorpresas tecnológicas, las sociedades más altamente tecnificadas siguen albergando en su seno un pequeño porcentaje de ciudadanos que se siguen oponiendo al devastador cambio social y espiritual que esa tecnología ha provocado en ellas. Los responsable políticos, militares y científicos de la producción de todos esos artilugios tecnológicos se defienden, en incluso exigen un claro reconocimiento, recordándoles los enormes beneficios de los que disfrutan cada día sin que hayan tenido que dedicar un solo minuto de su tiempo en diseñarlos: “¿Quién de vosotros no lleva un móvil en el bolsillo de su pantalón, tiene una cuenta en Facebook y en decenas de otras plataformas sociales? ¿Quién de vosotros no ha utilizado un avión comercial para viajar por todo el mundo en unas cuantas horas? ¿Quién de vosotros no se sirve de Internet para recorrer el mundo del conocimiento, para comunicarse con los otros, estén donde estén, o para visualizar territorios a los que de otra manera sería imposible llegar?”
Parecen argumentos de peso en favor de una sociedad cada vez más tecnológica. La magia de estos artilugios ha generado una cierta esquizofrenia a nivel social. Mientras unos hablan de volver a los bosques, otros se preparan para viajar a Marte. Sin embargo, esta aparente contradicción es debida a un falso planteamiento del problema. Hace doscientos años nadie sentía la menor necesidad de tener un móvil, ni siquiera un teléfono fijo. No hace ni cincuenta años que para expresar el concepto de velocidad máxima en el lenguaje popular se hacía referencia a 90 km/h. “¡Lárgate de aquí a 90 por hora!” Ante las continuas quejas de Sigmund Freud con respecto a los aspectos negativos de la modernidad una de sus pacientes trató de argüirle diciendo: “No estoy de acuerdo con su rechazo a los avances de la ciencia. Mi hijo, por ejemplo, vive en los Estados Unidos y gracias al invento del teléfono me puedo comunicar con él cada semana.” Freud le contestó: “Créame señora que si no existiese el teléfono, su hijo no viviría en América, y podría hablar con él personalmente cada día.”
La tecnología sigue avanzando ajena a las consecuencias sociales
El argumento que presentan los partidarios de un mundo en continua transformación tecnológica es contrario a la realidad. Nadie pidió hace algo más de un siglo que se cambiasen los medios de transporte tradicionales. De hecho, el tren fue visto durante un tiempo como algo satánico, antinatural, en contraste con los animales de tiro, entidades vivas, con las que el hombre siempre ha mantenido una relación vital. Primero, pues, fue la sorpresa tecnológica, después su imposición –desaparece el transporte animal– para terminar en un escenario de hechos consumados, en el que los elementos más activos de esa sociedad tendrán que adaptarse a las exigencias del nuevo capricho tecnológico.
Nadie pidió el teléfono, ni volar, ni el grifo –con el complicado y costoso sistema de tuberías que conlleva… todo ha sido impuesto por los grandes consorcios de la súper-producción –producción, consumición, stocks y tercer mundo como almacén final.
Primero, ha sido la tecnología, después el cambio radical de las sociedades que ésta ha provocado y por último –su necesidad.
No tenemos nada que agradecer a la NASA, a Microsoft, a Facebook, a Boeing, a Airbus, a Benz, a Bell, a Marconi, a Edison, a Einstein… Nuestro entero agradecimiento es para el Creador de los Cielos y de la Tierra, para Quien nos ha sometido los animales de carga y de transporte, y nos ha sometido a los vientos que hacen mover a las naves que surcan los mares; para Quien hace que caiga agua del cielo que da vida a una tierra que estaba muerta y hace que de ella broten plantas y árboles que dan frutos de variados y exquisitos sabores. Todo eso es lo que la tecnología ha destruido para beneficio de los grandes consorcios, esos que añaden más y más oro al becerro que muge.
¿Hay alguna estrategia a seguir para salvarnos de tan devastadora realidad? Quizás no haya una estrategia en el sentido más amplio del término, pero sí hay un lema fácil de retener y de aplicar:
Analiza tus necesidades. Después utiliza únicamente la tecnología que te sea inevitable.