Una vez les dijimos que el futuro no es para todos, pero el eco de esas palabras se perdió en el vientre del gran becerro samaritano… o lo escucharon como quien oye un anuncio de rebajas de fin de verano: un ruido inútil. El pueblo no comprendió que se ha convertido en parte del pasado, y que hoy vive como una momia arqueológica embalsamada, exhibida en un museo olvidado cuyo nombre ni siquiera conoce. Y aun así, insiste en que sus derechos arrebatados volverán, quizá por correo urgente, o mediante un milagro que descienda del cielo.
El pueblo sigue luchando contra sus esperanzas miserables, persiguiendo sueños que no dejan de huir de él, y su confianza se desvanece ante la dura verdad de que el nuevo sistema ya se ha formado, y su tren ha partido sin esperarlo, entrando en el paraíso del impostor que aún espera salir. Y el año 2030, que creían la fecha de la transformación, puede llegar antes de lo que imaginan, quizás antes de que algunos abran los ojos para ver dónde se encuentra su lugar hoy.
En medio de esta ceguera, el pueblo trata a las fuerzas que han declarado su tutela sobre su tierra como si fueran ángeles descendidos de un cielo sagrado, bendecidos por los santos y protegidos por lo oculto. Los ve puros más allá de la capacidad humana, y les concede una inmunidad que nadie posee, justificando cada acción que realizan como parte de una sabiduría suprema, una sabiduría que la mente humana no puede comprender, y que nadie tiene derecho a cuestionar.
Así, toda injusticia que ocurrió o ocurrirá; todo error, toda grieta, toda herida… se carga únicamente al pasado, a un sistema desaparecido y a sus hombres que ya se desvanecieron, convirtiéndose en un perpetuo colgadero donde se cuelga todo lo que sucede, como si el tiempo no produjera su propia injusticia, y como si el presente fuera inocente e intachable.
¿Qué mente ha sido robada así? ¿Cómo se convirtió la conciencia del pueblo en piedra?
¿Y qué vacuna han tomado para volverse sordos ante la verdad, mudos ante los gritos y ciegos ante las heridas?
No fue creada en un laboratorio, sino de miedo, necesidad, larga espera y repetición de mentiras, hasta que el ser humano comenzó a parecer más su sombra que a sí mismo, moviéndose sin voluntad, viviendo sin preguntas, y creyendo lo que se le dice sin abrir una ventana a su mente. Se acumulan justificaciones sobre justificaciones, hasta convertirse en un muro grueso que impide la entrada de la luz, y la propia convicción se convierte en una jaula, adornada desde fuera para no ver su óxido interior.
La ignorancia no es destino, y la ceguera no es el final, y aún algo en lo profundo resiste, se niega a que el espíritu se asfixie en su estrechez, buscando un espacio desde el cual asomarse a la verdad, por dolorosa que sea. Entre un pasado que se niega a partir y un futuro que no espera a nadie, el pueblo permanece frente a los espejos, sin saber cuál es su verdadera imagen.
Pero lo que realmente provoca risa —y llanto al mismo tiempo— es que todos preguntan:
¿De dónde viene esta ceguera colectiva?
Como si buscáramos una conspiración cósmica, cuando la verdad es más simple que un pan: proviene de personas que
cambiaron el pensamiento por la obediencia ciega, el profeta por el tonto, y la duda y la pregunta por la contemplación silenciosa.
Y el salvador que esperan desde tiempos remotos no vendrá; quien huye de su responsabilidad no recibe salvación, y quien cuelga sus dolores sobre el hombro del otro prolonga su sufrimiento. Mientras el pueblo espere ser salvado, nadie lo salvará.
Cuando alguien lo comprenda, quizás por accidente, abrirá sus ojos a la verdad que mi abuela conoció y me enseñó, pese a no saber leer ni escribir, sin haber estudiado en una escuela religiosa y solo memorizando las súplicas que mi madre le enseñó: una sola verdad que basta para el ser humano: que existe el más allá, y que la vida solo puede repararse cuando uno enfrenta esa verdad, y comprende que lo perdido no puede recuperarse, y que cada alma debe asumir por sí misma la responsabilidad de su vida y de su salvación.
Solo entonces, cada uno de nosotros se convierte en el salvador esperado… no desde el cielo, ni de los hombres, ni del destino, sino desde la conciencia verdadera de cada uno, y entonces todas las ilusiones de espera se rompen, y comienza el verdadero enfrentamiento con la realidad que no perdona.
Aquí hay una traducción del texto al español, conservando el estilo literario y filosófico:
Por el tiempo (1): ¡Ciertamente, el ser humano está en pérdida (2),
excepto aquellos que creen y realizan buenas obras,
y se aconsejan mutuamente en la verdad y la paciencia! (3)
