El punto de partida

Comencemos a vivir el Islam a partir del tercer día tras la muerte del Profeta Muhammad. Alejémonos de las disputas por el poder, del califato y de la lógica imperial que predominaba en la comprensión de la mayoría de los musulmanes de aquel tiempo, musulmanes que -quizás- ni siquiera tenían una clara consciencia de serlo. Comencemos aquí, después de lavar el cuerpo del Profeta y de enterrarle, manteniendo una clara visión de la tremenda responsabilidad que se abre ante nosotros al presenciar el final del periodo profético.

En verdad que no ha quedado nadie del pasado que pueda acompañarnos… solamente una aleya del Corán como una brújula que constantemente nos indica la dirección a seguir, rectificando cualquier desviación que pudiera sacarnos del camino. Y ello porque todo el Corán apoya y refuerza el significado de esta aleya:

No encontraréis a nadie que creyendo en Allah y en el Último Día (Ájirah) sienta afecto por quien se opone a Allah y a Su Mensajero, aunque se trate de sus padres, sus hijos, sus hermanos o los de su tribu. Ha grabado la creencia en sus corazones, les apoya con un Ruh que emana de Él y les hará entrar en Jardines por cuyo suelo fluirán ríos. En ellos morarán para siempre. Allah estará satisfecho de ellos y ellos lo estarán de Él. Esos son los del Partido de Allah (Hizbu Allah). ¿Acaso no son los del Partido de Allah (Hizbu Allah) los que saldrán victoriosos? (Corán, sura 58, aleya 22)

El texto coránico que acabamos de citar comienza con una advertencia basada en una premisa que, si se cumple, todo lo demás se cumplirá; por el contrario, si no se cumpliera, quedaríamos amputados de la Rahma de Allah -fuera de la Órbita Divina. Esta premisa nos advierte que no puede haber nadie que creyendo en Allah y en Ájirah, sienta afecto por quien se oponga a Allah y a Su mensajero -es decir, mostrase rechazo o escepticismo hacia el sistema profético. La misma advertencia, la misma idea, que encontramos en la siguiente aleya:

Creen en lo que se hace descargar sobre ti y en lo que se hizo descargar antes de ti, y de Ajirah tienen certeza. (Corán, sura 2, aleya 4)

Y ello porque creer en cualquier mensajero o profeta implica creer en Muhammad como el último enviado de Allah; de la misma forma que creer en Muhammad implica creer en todos los demás mensajeros y profetas, como así nos advierte otra aleya coránica:

El mensajero, y con él los creyentes, cree en lo que de su Señor se ha descargado sobre él. Todos creen en Allah, en Sus malaikah, en Sus Kutub y en Sus Mensajeros. No hacemos ninguna diferencia entre ellos. (Corán, sura 2, aleya 285)

Por lo tanto, creer en el mensajero de Allah significa creer en todo el sistema profético. Se acabaron pues las disputas, las discordias. Nada de eso puede entrar en nuestro camino. Debemos pues sentirnos libres de recorrer toda la historia desde la perspectiva profética.

Y es aquí, con esta premisa, donde comienza nuestro camino, y se nos promete que recibiremos el imán, que será grabado directamente un nuestro corazón. Mas para que este camino se extienda a nuestros pies y se alargue a cada paso que demos hará falta cumplir con la condición que conlleva la premisa de la aleya que va a ser nuestra guía hasta el final de ese camino. Y ello implica que no deberíamos sentir afecto, complacencia, amistad… con aquellos que se opongan a Allah y a Su mensajero, a Ájirah y al sistema profético, incluso si se tratase de las personas más queridas, hacia las que más apego sentimos -padres, hijos, hermanos… y nuestra gente, la gente de nuestra comunidad, nuestra “tribu”. Si lo hiciéramos, nos saldríamos del camino que acabamos de iniciar. No habría camino, solo un espeso bosque por el que deambular sin guía ni dirección.

Mas la actitud que nos obliga a tomar esta premisa no proviene de una idea sin fundamento. Antes bien, el propio Corán nos explica la ruina que nos espera cuando nos dejamos envolver por la engañosa protección de nuestra dinastía familiar. Nos sentimos obligados a honrar a nuestra estirpe manteniendo sus principios y valores aunque se opongan a Allah y al concepto mismo de Ájirah:

Cuando se les dice: “Seguid lo que Allah ha hecho descender,” dicen: “¡No haremos tal cosa! Seguiremos lo que seguían nuestros padres.” ¿Incluso si sus padres no razonaban sobre aquello que adoraban ni estaban guiados? (Corán, sura 2, aleya 170)

Los padres -como las esposas, los hijos- son medios. Y cuando los tomamos por fines, nos deslizamos hacia la perdición.

¡Vosotros que creéis! Entre vuestras esposas e hijos los hay que son vuestros enemigos. Guardaos de ellos. (Corán, sura 64, aleya 14)

Por lo tanto, no dejarse llevar por los apegos familiares y “tribales” es una condición sine qua non, no optativa, sino -antes bien- obligatoria, necesaria. De nuevo, el Corán apoya a nuestra aleya-brújula:

Tenéis un hermoso ejemplo en Ibrahim y en los que se mantenían firmes con él, cuando le dijeron a su gente: “Nada tenemos que ver con vuestra forma de actuar ni con lo que adoráis fuera de Allah. Renegamos de vosotros. Habrá enemistad y odio entre nosotros hasta que no creáis en otro que en Allah.” (Corán, sura 60, aleya 4)

Ibrahim no compromete la verdad que está descubriendo para complacer a su gente, a su padre -un constructor de ídolos. Y por ello, como nos promete la aleya, recibe el imán y un Ruh de su Señor -un programa que se inserta en su Fuad, otorgándole conocimiento y determinación para seguir la guía del imán que ha sido grabado en su corazón. Y lo recibe él y los creyentes que están con él, esos que han tomado la misma posición y se han enfrentado a su gente y a sus familias.

Y esta misma actitud que encontramos en el resto de los profetas y de los creyentes el Corán la denomina Mil-lah de Ibrahim. Es decir, que no renunciar a la verdad, sino antes bien seguir la guía del imán nos lleva a un tipo de vida, nos lleva a esa Mil-lah de la que habla el Corán: la Mil-lah de Ibrahim. Y salirnos de esa forma de vida, que es consecuencia de haber cumplido con la premisa que nos propone la aleya, nos llevará a la Mil-lah judía, devolviéndonos a la fiesta de Samirí y a la adoración del becerro. De esta forma, habremos cambiado Ájirah por Dunia; la vida del Más Allá, el Jardín, por el engañoso disfrute que nos ofrece la vida de este mundo. Y en esta Mil-lah judía se encuentran todas las demás opciones, las numerosas formas de chamanismo:

Son los que han vendido la guía a cambio del extravío; mas su comercio no les ha reportado ningún beneficio ni están guiados. (Corán, sura 2, aleya 16)

Y ¿quién son esos que han cambiado la guía por el extravío? Precisamente esos que no han cumplido con la condición de la premisa, de la advertencia, que nos hace el Altísimo. No han seguido el ejemplo de Ibrahim, el ejemplo de los profetas y de los creyentes, y han preferido seguir la Mil-lah judía. Han preferido Dunia a Ájirah; el poder terrenal a la morada junto al Altísimo.

Así hablan los musulmanes después de 1.400 años de estar absorbiendo la Mil-lah judía:

Entró en su jardín con arrogancia y dijo: “Nada de todo esto podrá perecer jamás.” Y seguro estoy de que no llegará la Hora, pero si fuera devuelto a mi Señor, sin duda que encontraría a cambio de esto algo mejor.” (Corán, sura 18, aleyas 35-36)

Así hablan los musulmanes y así habla la Gente del Kitab, pues siguen la misma Mil-lah: la Mil-lah de la opulencia, de la riqueza, del poder. Es la gente que ha establecido reinados e imperios, como ya antes lo hicieran los Ad y los Zamud. Allah el Altísimo los destruyó uno a uno para alertarles de la errónea forma de entender la creencia, de entender el sistema profético y la creación del Altísimo. Mas ellos los han reconstruido de nuevo una y otra vez.

Hay pues una irreconciliable diferencia entre el creyente y el musulmán. “Musulmán” es un nombre que hace referencia a una primera etapa del camino. En esa etapa se aceptan los principios básicos del Islam. Mas no hay ruptura con el tiempo de Yahiliyya -la familia, la “tribu”, las costumbres… son más importantes que Allah y Su mensajero. Se sigue prefiriendo Dunia a Ájirah, pues Ájirah es un concepto mientras que Dunia es su realidad.

Dicen los beduinos: “Creemos.” Diles que no, que no creen. Que digan más bien que se han sometido (musulmanes), pues aún no ha entrado en sus corazones el imán. (Corán, sura 49, aleya 14)

Mas ahora ya sabemos cómo se puede pasar de un estado a otro, de una estación a otra, de musulmanes a creyentes -no sintiendo afecto ni complacencia ni amistad por aquellos que se oponen, que rechazan, que ignoran a Allah y a Su mensajero, sin importar quiénes sean; incluso si fueran nuestros seres más queridos, nuestra “tribu”. Al cumplir con esta condición, al respetar esta premisa, Allah graba en nuestros corazones el imán y nos apoya con un Ruh proveniente de Él, dándonos comprensión, conocimiento y determinación.

Mas las consecuencias de haber cumplido con la premisa que nos propone la aleya coránica transportan buenas nuevas, pues haber tomado esa posición, haber seguido la Mil-lah de Ibrahim, nos hace miembros del Partido de Allah. Y ¿qué significa en la práctica haber recibido tal honor? Significa ser de los victoriosos, de la Gente del Jardín por cuyo suelo fluyen ríos y en el que morarán mientras duren los Cielos y la Tierra.

Éste es el camino que nos propone el Corán -el camino del Islam, el camino de rectitud; un camino que a cada paso que damos se bifurca y se multiplican sus senderos. Y seguir cualquiera de ellos, saliéndonos del camino coránico, implica caer en la confusión, pues habremos perdido la guía, el imán. Y si continuamos por cualquiera de esos senderos, llegaremos a un punto de no retorno -al extravío lejano. Y ello porque nunca se grabó en nuestro corazón el imán. Es el camino que han seguido los musulmanes que nunca lograron alcanzar la estación de creyentes:

Allah es el protector de los creyentes. Los saca de las tinieblas y los lleva a la luz, pero los protectores de los encubridores son los taghut. Los sacan de la luz y los llevan a las tinieblas. (Corán, sura 2, aleya 257)

El creyente nunca cae en el lejano extravío, pues Allah el Altísimo ha grabado el imán en su corazón; ha grabado la guía, la comprensión y le apoya con un Ruh proveniente de Él, lo que implica que hay una constante rectificación para mantenerle en el camino de rectitud. ¿Cómo entonces podrían esos creyentes, que caminan por el sendero de la rectitud, de la guía, con la imagen de Ájirah siempre delante de ellos, involucrarse en la construcción de reinos, de imperios; dividirse en taifas; aliarse con los que se oponen a Allah y a Su mensajero para arrebatarles a otras taifas su riqueza o sus territorios?

Los creyentes están fuera de ese substrato de la historia. Se mueven por otra red existencial. Recordemos el mensaje que Allah transmite a los discípulos de Isa (Juan 15:18-19)

Si el mundo os aborrece, sabed que ya antes me aborreció a mí. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría, pues el mundo ama lo que es suyo. Mas porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.

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