Nada parece más accesible para un pueblo que alcanzar la soberanía, pues según la propia lógica de libertad y de poder que anida en el corazón de todos los miembros de una sociedad, ser dueños de su destino debería considerarse su objetivo prioritario y unánime. Sin embargo, hay dos factores que lo impiden, actuando como pesados lastres que paralizan todo movimiento en esa dirección.
Uno de estos factores es la traición, ya sea por ideología o como un medio de adquirir importantes sumas de dinero. Y esta traición puede venir tanto de los miembros de esa sociedad, de ese país, como de elementos externos que actúan como aliados o como instituciones internacionales de carácter neutral.
Lo hemos visto en el caso de la guerra que inició Israel atacando a Irán. El ejército israelita poseía una detallada información sobre personas relevantes del gobierno iraní y de la clase científica, así como de instalaciones militares y de centros de tecnología nuclear. Numerosos ciudadanos iraníes fueron detenidos por espiar para el Mossad y los servicios secretos británicos. Ésta era una traición desde dentro del país, de sus propios ciudadanos, presumiblemente por dinero.
Mas no menos devastadora fue la traidora actitud de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) que durante años había estado inspeccionando los centros de enriquecimiento de uranio en Irán y pasando esta información ilegalmente, traidoramente, a diversos servicios de inteligencia occidentales, el Mossad incluido. Aquello supuso un duro golpe para la población iraní que veían con asombro cómo la aviación israelita dirigía sus ataques a puntos cruciales bien determinados. Sus rostros parecían preguntarse: cómo saben todo eso; quién nos ha traicionado. La sospecha podía haber alcanzado al propio gobierno iraní, a los altos cargos de la Guardia Revolucionaria o a los servicios de inteligencia del país. Afortunadamente, se mantuvo una ejemplar cohesión social, pero numerosos científicos y expertos fueron asesinados.
Y vemos estas mismas traiciones en la organización de Hizbulá y de Hamás. Todos sus líderes han sido asesinados. Israel sabía perfectamente dónde se reunían en secreto y cuáles eran sus refugios. Ambas organizaciones se apresuraron a nombrar a los nuevos líderes que substituyeran a los que habían muerto. Mas también estos fueron víctimas de traiciones y corrieron su misma suerte.
Recordemos el ataque ucraniano a una base aérea en el lejano este de Rusia. Se utilizaron para ello drones que fueron transportados cientos de kilómetros por suelo ruso. ¿Cómo pudo llegar hasta allí este convoy sin ser detectado por el ejército o por los servicios de inteligencia del país? Sin duda que tuvo que haber connivencia -traición- por parte de individuos rusos que podían, incluso, haber pertenecido al ejército. Este ataque supuso un duro golpe a la credibilidad de las defensas rusas.
La traición socava los cimientos de la soberanía, los debilita y los hace vulnerables a cualquier contratiempo. Mas todavía hay otro factor, no menos crucial, a la hora de entender por qué incluso las grandes potencias carecen de soberanía.
Nos estamos refiriendo a la pusilanimidad, que suele manifestarse en forma de negociaciones. Se habla de diálogo y de ley internacional para convencer a la otra parte de que se trata de algo totalmente legal y respaldado por las Naciones Unidas o por cualquier otro organismo internacional. Mientras negociaban un nuevo acuerdo nuclear entre Irán y Estados Unidos, Israel lanzó un ataque sorpresa contra nación persa. ¿Por qué aceptó Irán sentarse a la mesa de negociaciones con la misma administración, la administración Trump, que unos años antes había roto unilateralmente el acuerdo alcanzado con la anterior administración norteamericana, Francia, Reino Unido, Alemania, China y Rusia? Se sentó a negociar para evitar un enfrentamiento armado contra Israel. Y eso es pusilanimidad, pues ese enfrentamiento era inevitable y sigue siendo inevitable. Irán, las naciones, no pueden estar siempre a la espera de ser atacadas para responder o para negociar. Siria se ha quedado sin ejército, sin armamento y el país está a merced de la aviación israelita. Las negociaciones, los acuerdos de paz, son síntomas de pusilanimidad, sin otro resultado que la guerra y la destrucción.
Putin no cesa de reunirse con Erdogan, con el presidente iraní, con Trump y con sus enviados especiales para el tema de Ucrania. Siempre que le llaman por teléfono los líderes europeos, Putin descuelga los auriculares y habla con ellos. Todo eso es pusilanimidad. Pronto hará tres años que Rusia está en guerra con Ucrania. Ya ha muerto un millón de soldados rusos, y Putin sigue aceptando negociaciones de paz.
Traición y pusilanimidad son los dos factores que impiden la soberanía, incluso a las llamadas super potencias.
