Hay una constante interrupción en los proyectos que diseñan los hombres, las naciones, las grandes potencias -como les gusta autodenominarse a sí mismas. Una y otra vez se ven obligados a rectificar sus estrategias. Antes de empezar cualquier operación, cualquier proceso, cualquier cambio geopolítico… resulta evidente que ya es un fracaso anunciado. Una y otra vez algo les impide avanzar en su neurótica necesidad de ampliar sus territorios, aumentar su riqueza, ejercer su hegemonía sobre los más débiles -como se denomina a los países que no ven el mundo como un campo de batalla, sino como una red de interacciones por cuyos nudos fluye libre la energía en forma de ideas y creencias. Algo se interpone en su camino. Aparecen súbitamente obstáculos, murallas, cortinas electromagnéticas que recorren el espacio entre el Cielo y la Tierra.
Deben, pues, rectificar; abandonar sus planes, cambiar sus objetivos… hasta el punto de que la historia se asemeja al garabato que realiza distraídamente un niño aburrido. Y ello a pesar de que esos hombres, esas naciones, esas grandes potencias, poseen los medios previsiblemente necesarios para implementar sus estratagemas de dominación.
No hay, pues, ninguna razón objetiva que les obligue una y otra vez a cambiar el rumbo de sus ejércitos, de sus planes económicos, de sus sistemas financieros. No se trata de malas gestiones, de cálculos fallidos. La razón de estas constantes y devastadoras rectificaciones debemos encontrarla en las diabólicas maquinaciones de Iblis -esa entidad de fuego que se rebeló contra el mandato de su Señor que le ordenaba apoyar Su proyecto de producir una criatura inteligente y dotada de consciencia -el hombre, el Insan.
Este Yin no tiene ningún plan preciso para el mundo. No tiene ningún interés específico en que haya buenas cosechas, abundante lluvia o aniquiladores incendios, demoledores terremotos. Le tiene sin cuidado si aumentan los casos de cáncer o si estalla un volcán. Su único deseo es el de llevar a los hombres a la ruina, tenerles entretenidos en futilidades que él las disfraza de sublimes proyectos.
Fijémonos cómo describe el Corán esta actitud de Iblis:
Como el shaytan cuando le dice al hombre: “Encubre la verdad,” y cuando la ha encubierto, le dice: “Soy inocente de lo que encubres. Yo temo a Allah, el Señor de Todos los Dominios.” (Corán, sura 59, aleya 16)
Por lo tanto, la característica que mejor define a este Yin y a todos los que le siguen, es el cinismo. Y es este cinismo el que empuja a los hombres, a las naciones, a las grandes potencias… a involucrarse en planes disparatados, criminales. Y cuando se encuentran en medio del fragor de la batalla, Iblis se aleja de ellos sin acabar de revelarles el plan completo, los medios y las estrategias para llevarlo a buen fin. Es aquí, en este desconcertante escenario, en el que tienen que echar mano de otras estrategias, cambiar de planes, rectificar, interrumpir sus avances… retirarse.
Es lo que vemos hoy en todos los frentes en los que Iblis les ha involucrado -América contra América, Europa autodestruyéndose, países colapsando, alianzas traicionadas de la noche a la mañana… Y ahí están los analistas geopolíticos tratando de entender y de explicar qué es lo que ha pasado, cómo, por qué. Mas en sus análisis, en la imagen que estos proyectan, no está Iblis. Bien, al contrario. Nos parece que es este presidente o aquel general, aquellos lobbies, estos billonarios… los que han fallado a la hora de implementar sus planes.
Sin embargo, lo que podemos entender al observar detenidamente ese garabato es el hecho de que los hombres, las naciones, las grandes potencias, no tienen planes. Simplemente ejecutan los que les dicta Iblis. De ahí que el creyente, el que se ha salido de las filas de este maléfico Yin, sea de alguna forma ahistórico y apolítico. El creyente ve los dos caminos de forma clara, inequívoca -el camino que ha trazado a medias Iblis y el camino profético, un camino ininterrumpido. Y solo hay estos dos caminos: el camino del fracaso y el camino del éxito.
