Recorren indolentes las nubes
el espacio que separa el cielo de la tierra,
sin alterar el paisaje.
Así repta por los acontecimientos la voluntad del hombre.
Mas no logra modificar su destino.
Algo nos mueve y nos sitúa en el espacio elegido.
Algo nos piensa.
No tiene rostro ni cabe en el universo.
¿Podrá ser otro que tú cuando te hundes en el sueño?
Todos los caminos que toma la muerte conducen al suicidio.
A él nos llevan las apetencias.
Y nos rodean los excesos con una soga el cuello.
Lo primero que llega a nuestra consciencia es el absurdo;
Después la angustia.
Y tras esta, la desesperación.
Ya estamos listos para el disparo o el salto.
O quizás nos convenga algo más lánguido.
La enfermedad premeditada o la desidia.
El hombre levanta edificios como montañas
que el tiempo derrumba hasta convertirlos en tierra sobre la que cae agua,
originando barro, hombres que construyen ciudades.
Las hubo que parecían surgir del paisaje;
Tan esplendidas como selvas de arcilla,
altivas como bosques de piedra.
¿A dónde se habrán ido sus habitantes?
¿Oyes sus voces?
La Tierra se sacude y tiembla y tiemblan y se desmoronan las obras de los hombres.
Hombres como apariencias que transitan entre alucinaciones.
No cojas, pues, esa flor ni esa mano,
ni esa agua que fluye siguiendo intrincados desagües
hasta unir el fondo de los océanos con la hierba antigua de los prados.
Pasaron 40.000 años y llegó el tren a Egipto.
No se conoce mayor tragedia entre los sucesos del pasado.
Se conmovieron los pilares de la fe.
Aquel dragón incendiaba la historia.
Todas sus páginas quedaron borradas por el susurro de los instructores del fuego.
Las diligencias detuvieron su venturosa marcha.
Cubrían telas de araña sus contorneadas formas.
Y las guardaron en museos de infamia.
Los caminos de barro se transmutaron en pistas de hierro.
La nueva alquimia.
Hoy, nadie recuerda el diluvio.
Estamos atrapados.
Mas no te atormentes por este detalle existencial.
Vendrán días mejores, días de obnubilación.
Cuando te creas inmortal en esta Tierra
y atesores interminables riquezas,
tesoros que la herrumbre corroerá.
Recuerda aquel joven que no siguió al Profeta,
pues rebosaba de lujo toda su hacienda,
nada en realidad,
un átomo del Jardín.
Tras años de indagación entre tiempos de olvido,
has descifrado el enigmático símbolo de la existencia -la decepción.
Y ello te ha entristecido,
pues dabas por seguro que encontrarías en este mundo
el sentido de la vida.
Mas no has hallado, sino futilidad e impermanencia.
No te decepciones.
Te has posicionado en el ángulo correcto.
Has aprendido a distinguir el engaño.
Ahora concéntrate en lo más alto del universo.
Allí hay una esquina levantada;
Tira de ella.
Es la tramoya.
Ahora ya conoces los dos sistemas.
Y a la derecha hay un camino que serpentea hasta llegar al infinito.
Es la transcendencia.
Tómalo.
Él te sacará del estupor de verte encerrado y sin salida.
