Abandonas la sala de proyecciones con el mismo sabor amargo con el que entraste. Nada ha cambiado tras dos horas de una trepidante sucesión de imágenes. Parecía que el director tenía la respuesta a todas las preguntas que se hacían los personajes de la película, tú mismo. Mas el desastroso final nos lleva al angustioso principio -algo me pasa, pero no sé lo que me pasa; y eso es lo que me pasa. Nadie tiene las respuestas a esas preguntas en el mundo que te circunda.
La sala estaba llena. Entraron con una sonrisa esperanzadora y salieron con una agria mueca de decepción; y ello porque es ahora, en el final, cuando debería empezar la verdadera filmación, transportadora del mensaje que contendría esas respuestas. Todas esas películas que se han proyectado en las mejores salas de cine de Occidente durante el periodo que acosó al comienzo del tercer milenio se decidieron por fin a sugerir el problema básico existencial y para ello expusieron los síntomas de la enfermedad, de ese “algo” que nos pasa. Mas se olvidaron de resolver la ecuación planteada.
La habitación en la que te encuentras tiene una hermosa ventana con grandes cristales engastados en preciosos bastidores de madera, pero alguien se ha llevado el tirador que permitía abrirla, y tú has concluido que fuera de la habitación no hay nada ni nadie. Y ello te lleva a buscar los exuberantes paisajes que podrías divisar desde la ventana en el interior de la habitación. Mas al igual que los directores de esas exitosas películas no los vas a encontrar ahí.
Hollywood es -fundamentalmente- un kartel ateo, mas no en el sentido de negar a Dios, sino antes bien, como rebeldía, como enfrentamiento con la divinidad. Se trata de ver quién -Él o Hollywood- es mejor creando universos, mundos, criaturas… Sus creaciones, sus efectos especiales, son aterradoramente mediocres. Solo pueden imitar lo que ya existe sin lograr mejorarlo, pues, como nos recuerda el Corán, todo ha sido creado de la mejor manera.
Mas no queda aquí el problema. Esa incapacidad inherente al hombre le impide incluso imaginar una vida postmortem, una existencia más allá de los parámetros que delimitan la vida en este mundo. Y, por lo tanto, la niegan, cierran la ventana y se llevan el tirador.
Truman ha sido la estrella de un show, de una exitosa serie, que ha estado en antena durante años, 24 horas al día, ininterrumpidamente. Mas ahora Truman ha descubierto la trama. Una poderosa productora había construido una bóveda gigantesca y le había adoptado al nacer. Durante años ese espacio ha sido su mundo, su realidad. Ha ido a la escuela, tiene un buen amigo, se ha casado, vive en una bonita casa y trabaja en una prestigiosa compañía de seguros. Sin embargo, ha habido errores por parte del director del show y Truman ha terminado por entender que se trata de una filmación. Incluso ha descubierto la puerta de SALIDA.
Según el director de la película, ese ha sido el problema de Truman -esa extraña e inquietante sensación de no saber si lo que vive cada día es real o ficticio. Ahora ha encontrado la GRAN SALIDA. Sin embargo, el director del show le advierte, antes de que abra la puerta, que afuera la vida es exactamente igual que dentro de la bóveda, pero con muchas más dificultades. “Allí no tendrás nadie que te ayude, que te provea con todo lo que necesitas y deseas.”
Mas Truman abre la puerta y sale. Sale de una ficción a otra ficción, pues mientras no entienda que hay una vida postmortem, todo lo que haga, allí donde viva, lo que piense… será irreal, ya que a esa ecuación le faltará el factor fundamental -Ájira, el Más Allá. Y es ahí, en ese punto, en esa escena en la que Truman abre la puerta donde debería comenzar la verdadera película; una película en la que Truman poco a poco fuera descubriendo que la puerta que nos permite salir a la realidad es la muerte; y tras ella el gran viaje existencial a través de una portentosa geografía.
Ahora Truman puede volver a esa bóveda, a ese escenario fabricado por la productora o permanecer fuera de él, pues ahora sabe con certeza que el tiempo que viva en este mundo, dentro o fuera de la bóveda, será efímero y preparatorio para la verdadera y GRAN SALIDA.
Es la misma trama que encontramos en “Matrix”. Neo, un joven informático que trabaja en una prestigiosa compañía de software, descubre un día que el mundo en el que vive es virtual, fabricado por unas máquinas que han adquirido consciencia y han vencido al hombre. Ahora tiene que SALIR de esa virtualidad, de ese Matrix para llegar a la realidad. Mas, ¿qué es lo que le ofrece ese mundo real? Como en el caso de Truman, lo mismo que la virtualidad, pero con mucha más fatiga y pesantez. Allí todo son inconvenientes, malfuncionamientos y un futuro que, como en Matrix, acaba en la muerte -una ventana cerrada y sin tirador.
Cypher les traiciona y planea volver al Matrix. Es el único personaje lógico. Tras diez años de una azarosa vida en la realidad y tras entender (como todos los demás) que no hay, sino esa habitación con una ventana imposible de abrir, no acepta vivir entre penalidades para al cabo ser devorado por los gusanos. Es el traidor, pero también es el único personaje coherente. ¿De qué sirve el heroísmo y el sacrificio si todo se desarrolla en esa habitación cerrada? Mejor será vivir en el más absoluto hedonismo, disfrutar -incluso en el absurdo- de los placeres mundanos.
Mas Neo, como Truman, busca la GRAN SALIDA, que le llevará al mismo tipo de vida que ha llevado en Matrix. No hay escapatoria, no hay salida. La bóveda de Truman está dentro de otra bóveda, tan infranqueable como ella. El mismo planteamiento de la serie “From”. Hemos llegado a un pueblo del que nadie puede salir y el que lo intenta muere en el bosque o vuelve -irremisiblemente- a él, una y otra vez. Se trata de una metáfora, de una alegoría que, como en los casos anteriores que hemos visto, expone los síntomas, pero no la cura, pues el propio director se encuentra prisionero en el mismo pueblo. Tampoco él sabe qué hacer -salir o aceptar que así es la vida.
Mas ambas opciones nos llevan a la desesperación. La única salida que existe para abandonar cualquier escenario que podamos imaginar en la vida de este mundo, todos ellos ficticios, es la muerte, y con ella el inicio, la continuación, del viaje existencial. Ni dentro ni fuera de ese pueblo encontrarás las respuestas. La solución a las situaciones angustiosas oníricas solo podemos encontrarla al despertar. Y es ese GRAN DESPERTAR la VERDADERA SALIDA.
El concepto mismo de la “GRAN SALIDA” es algo que atormenta al hombre, pues las apariencias -siempre engañosas- le llevan a pensar que el malestar que siente, la angustia, la depresión… las penalidades… son inherentes al lugar en el que se encuentra, y que es en “el afuera” donde podrá hallar una plena satisfacción. Y se prepara para salir. Ahí están si no, esos neuróticos proyectos espaciales. Cada día nos hablan de bases permanentes en la Luna, en Marte, en Júpiter… en otras galaxias. Nos fascina imaginarnos en ellas aún sabiendo que no hay en esos lugares atmósfera respirable para el hombre, que no hay agua ni vegetación ni animales; y que el Sol y la Luna han dejado de actuar como gigantescos calendarios colgados del cielo. ¿Por qué entonces querríamos vivir en esos inhóspitos parajes? Porque hay que salir, hay que abandonar la Tierra si queremos encontrar la felicidad. La Tierra es el Matrix, es la bóveda de Truman, el pueblo de “From”. Hay que salir de ahí, alejarse de esos territorios en los que cada día sufro penalidades, aburrimiento, decepción, angustia. Debemos atravesar el espacio, llegar a otras Tierras, empezar de nuevo… para construir el mismo mundo que hemos abandonado, la misma bóveda, el mismo Matrix.
Es la base emocional de toda aventura. Millones de seres humanos sueñas con ir al Antártida, aunque saben que es una inmensa muralla de hielo. Mas se trata de salir, de abandonar el lugar en el que sufro, en el que me angustio, me deprimo. La solución es salir cuando, en realidad, la solución es comprender, caer en la cuenta de que hay otra vida tras la muerte, otros escenarios, sin las restricciones propias de la vida de este mundo.
