No hay mente –un inquietante suceso que de alguna forma el hombre siempre ha intuido y lo ha expresado en el propio lenguaje, utilizando locuciones del tipo: se me ha ocurrido una idea, me ha venido una idea… Las ideas nos «llegan», pues el hombre no podría generarlas a partir de él mismo. Sería un proceso demasiado complicado, tan complicado como tratar de controlar y dirigir el hígado.
Dice, sin en realidad darse cuenta de lo que dice, «mi páncreas» –mas no sabría situarlo con exactitud en el cuerpo ni describir su forma, sus funciones… Y la imagen que algunos tienen de los órganos que conforman el cuerpo humano, la han adquirido en la escuela. Nunca se habrían imaginado que el control del azúcar en sangre lo lleva a cabo la insulina –una substancia que segrega el páncreas. Como diría Almudena Zaragoza: «Muy práctico.»
Mas ¿no han encontrado estos biólogos, aparte de su practicidad, algo más substancial? Por ejemplo, una clara indicación de que este universo está montado sobre un sistema portentoso, de una irreductible complejidad, y que, por lo tanto, el hombre –como el resto de los seres vivos– solo puede actuar en cuanto que programa. Y «programa», ante todo, significa aquí un sistema cerrado, un campo vallado, un texto escrito y publicado al que ya no se puede añadir ni quitar una sola tilde.
Y esta «practicidad» existencial nos lleva a entender que la carcasa de este programa –del programa «hombre»– envuelve un conjunto de dispositivos decodificadores que no solo traducen en ideas, sensaciones o sentimientos la información que penetra en el programa, sino también en el funcionamiento de todos sus órganos –el dispositivo «páncreas» decodifica un complicado proceso en producción de insulina.
¡Cómo podrían los riñones realizar la diálisis a partir de una clara comprensión de este complejísimo proceso! Más aún, ¿cómo es posible que el ser humano, utilizando todo su «conocimiento» y sofisticados aparatos y ordenadores, no pueda llevar a cabo la diálisis con la perfección y la durabilidad con la que lo hacen los riñones? ¿Significa ello que estos diminutos órganos son más inteligentes que el hombre?
Supongamos por un momento que la inteligencia de un ser humano reside en el cerebro, un cerebro «productor» de pensamiento, de análisis, de reflexión… de cognición. ¿Cómo, entonces, explicaríamos esta contradictoria situación en la que el cerebro desconoce cómo los riñones llevan a cabo la diálisis? Mas si el cerebro carece de este conocimiento, ¿de quién o de qué lo han adquirido los riñones?
Para despejar esta paradójica interacción deberemos eliminar de nuestro análisis la idea de un cerebro cuyo órgano «productor» sería la mente. No hay mente porque no hay producción. Todos los dispositivos emplazados dentro de la carcasa del programa «hombre» son decodificadores, no productores. Realizan funciones según órdenes precisas que reciben del exterior –del Estudio de Producción. El hombre, todo él, es un dispositivo receptor y decodificador.
Mas a esta entidad se le ha asignado consciencia y, consecuentemente, un conector –el fuad– que interrelaciona los elementos cognitivos necesarios para llevar a cabo un constante proceso de reflexión. Alguien observa; alguien sabe que observa. No muy práctico, pero necesario para lograr una completa individualización en la que poder expresarse la «nafs» divina a través de una irrepetible combinación porcentual de valores. Hay bondad en eso que se expresa en actos de compasión y sacrificio. Hay gestos que lo indican. Hay egoísmo. Hay fobias, miedos. Eso parece admirar. Ama. Siente ternura. Y hay crueldad en eso. Y todo ello se expresa en un arriesgado y sutil equilibrio, hasta conformar un carácter –un carácter único, una individualidad consciente de sí misma.
El programa «hombre» es el locus en el que se ha integrado un organismo receptor y decodificador que actúa y se relaciona con el exterior según órdenes que recibe del Centro Productor, reflejándose esta complejísima interacción en la consciencia.
