¿De quién es nuestra historia?

La historia es el relato del devenir humano, del flujo secuencial de acontecimientos como el flujo heraclíteo del agua de un río, siempre en movimiento y, sin embargo, siempre presente –hecho éste que cautivó la atención de su, en apariencia, adversario Parménides. También ha cautivado nuestra atención. Y esta paradoja podría ayudarnos a comprender quiénes somos y de quién es lo que de forma inapropiada hemos dado en llamar «nuestra historia».

Hay un agua en continua transformación; un agua en continuo cambio molecular, diferente a cada segundo que pasa. Mas algo de ese agua permanece más allá de su configuración atómica. Es lo mismo que sucede con el hombre:

“Juro por la admonición y quien la escucha, por la noche y su carga, por la Luna y por cómo se ha ordenado su trayectoria, que no habéis cesado de pasar de una condición a otra. (Corán, sura 84, aleyas 16-19)

Desde el desarrollo celular en las matrices maternas hasta llegar a la tumba, no hay un solo instante en el que no hayamos modificado nuestro estado, nuestra condición de existir, nuestra configuración molecular, nuestra psicología, nuestra comprensión…

En el momento en el que cogemos con la mano agua de ese río, ya ha dejado de ser la misma que fluía y, sin embargo, siempre es agua; de la misma forma que a pesar de esas continuas transformaciones, siempre somos nosotros; siempre hay un «yo» que permanece, una identidad que nada tiene que ver con esos cambios. Alguien los observa u observa la imposibilidad de observarlos, ya que ese observador está fuera de los acontecimientos y, por lo tanto, del tiempo.

No es, pues, de ese observador lo que llamamos «nuestra historia». Lo que cambia, lo que constantemente se modifica y pasa de un estado a otro no puede ser la esencia del agua, no puede ser ese «yo», esa identidad siempre presente en todos esos estados por los que hemos ido pasando. Ello nos hace concluir que lo que se transforma es el cuerpo sobre el que momentáneamente va montada esa identidad, ese observador, ese «yo»… la consciencia.

Nuestra historia, la historia, es el flujo de los estados por los que van pasando los cuerpos de hombres, sus caracteres, sus cualidades, sus idiosincrasias. Y todo ello en continua interacción de unos con otros.

Obviamente, «nosotros» no podemos ser ese devenir constante, esa continua modificación de estados. Nuestra verdadera identidad no puede cambiar. El agua que está en mi mano, algo que hay en ella, participa de la misma naturaleza que el agua que fluye en el río.

Nuestra naturaleza, pues, no cambia, sino que observa los cambios del soporte que la transporta.

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