
I-EL ORIGEN DE LA VIDA
“Dios ha muerto. Lo hemos matado. ¿Cómo podremos consolarnos a nosotros mismos, a nosotros, los mayores asesinos de todos los asesinos? Lo que era más sagrado y más poderoso de todo lo que el mundo aún posee, se desangró bajo nuestros cuchillos: ¿quién nos limpiará esta sangre? ¿Qué agua podrá limpiarnos? ¿Qué festivales de expiación, qué juegos sagrados deberemos inventar? ¿No será la grandeza de esta acción demasiado grande para nosotros? ¿No deberíamos nosotros mismos convertirnos en dioses simplemente para parecer dignos de ello?”
Así reflexionaba Friedrich Nietzsche en su Die fröhliche Wissenschaft (La gaya ciencia). Antes habló de ello Hegel e incluso Dostoievski después de que D. Quijote no encontrase fuerzas para seguir luchando. En realidad, mucho antes, ya hubo quien habló de ello, aunque no con estas inquietantes palabras.
Muy probablemente se refiriera Nietzsche a que se había producido el triunfo de la racionalidad científica sobre la revelación sagrada, seguido por el surgimiento del materialismo filosófico y del naturalismo radical. En consecuencia, la creencia en Dios como factor decisivo en los asuntos humanos y el destino del universo había llegado a su fin. En una palabra, hemos matado a Dios porque se había entrometido demasiado en nuestra búsqueda del sentido de la vida. No obstante, y dado que el hombre no puede vivir sin algo a lo que adorar, de este nefasto teocidio ha surgido un sustituto –lo que Nietzsche parece haber previsto al preguntarse si no deberíamos nosotros mismos convertirnos en dioses. La pregunta, a todas luces retórica, se tomó al pie de la letra hasta convertirla hoy en nuestra realidad.
El nuevo dios, el de la racionalidad científica, la ciencia para ser más exactos, se asienta sobre una roca –la akademia– inamovible, también llamada “comunidad científica”, establecida en 1660 por Robert Boyle y sus amigos bajo el nombre The Royal Society of London, más tarde expandida por los cinco continentes. La idea era reunir en un solo organismo a toda la elite intelectual y científica del momento con el fin de estudiar y entender el funcionamiento de la existencia. No obstante, fue de esa fragua de la que salieron los cuchillos que mataron a dios. La Royal Society había nacido justo dos siglos antes que Nietzsche, Hegel y Dostoievski –tiempo suficiente como para preparar el teocidio. Sus sacerdotes recibían las órdenes eclesiásticas al adquirir sus doctorados en universidades del círculo. Su “canonización” se llama ahora “Premio Nobel”. Su jerarquía completa es tan compleja como la del Vaticano. Funcionan organizados en incontables templos y logias, que ahora se denominan institutos, centros de investigación o campus universitarios, muchos de ellos siguen siendo clandestinos. Se reúnen periódicamente en congresos, sus festivales de expiación, que se celebran alrededor del mundo, generalmente en lugares atractivos y con un programa que siempre tiene en cuenta la necesidad del desahogo que caracteriza al hombre, por muy “científico” que sea. Son respetados, admirados, publicados, citados y subvencionados. No puede ser de otra manera, ya que el dio-tec trata bien a su curia.
O quizás no tan bien. Veamos. Según todos los indicios la intuición no le falló a Nietzsche. La grandeza de esa acción –el asesinato de dios– nos ha dejado en una inquietante orfandad metafísica, y el barco comienza a hacer agua por todas partes.
Como era de esperar, el nuevo dio-tec quiso empezar por el principio, es decir por explicarnos cómo había creado el universo, el mundo y las condiciones para que surgiese en él la vida y con ella la inteligencia y la consciencia. El primer paso fue la simulación de la supuesta atmósfera que rodeaba la Tierra primordial y que facilitó el comienzo de la vida. El experimento se llamó Urey-Miller experiment:
En 1952, Harold Urey intentó calcular los componentes químicos de la atmósfera de la Tierra primitiva. Basó sus cálculos en la (entonces) ampliamente aceptada opinión de que la atmósfera primitiva tenía que ser reductora, y concluyó que los componentes principales debieron ser metano (CH4), amoníaco (NH3), hidrógeno (H2) y agua (H2O). Sugirió a su alumno, Stanley Miller, que hiciera un experimento intentando sintetizar compuestos orgánicos en esa atmósfera.
Miller llevó a cabo un experimento en 1953 en el que hizo pasar una descarga eléctrica de 60,000 voltios de potencia a través de un matraz que contenía los gases identificados por Urey, junto con agua. Miller descubrió que, después de una semana, se había consumido la mayor parte del amoníaco y gran parte del metano. Los principales productos gaseosos eran ahora monóxido de carbono (CO) y nitrógeno (N2). Además, hubo una acumulación de material oscuro en el agua. Algunos de los componentes específicos de ese material no pudieron identificarse, pero estaba claro que incluía una amplia gama de polímeros orgánicos.
El análisis de la solución acuosa mostró que también se habían sintetizado:
- 25 aminoácidos (principalmente glicina, alanina y ácido aspártico)
- Varios ácidos grasos
- Hidroxiácidos
- Productos de amida.
El experimento Miller-Urey fue inmediatamente reconocido como un importante avance en el estudio del origen de la vida. Fue recibido como confirmación de que varias de las moléculas clave en la producción de vida podrían haberse sintetizado en la Tierra primitiva en el tipo de condiciones previstas por Oparin y Haldane. Estas moléculas podrían haber sido capaces de participar en procesos químicos ‘prebióticos’, que condujesen al origen de la vida.
Desde el experimento de Miller-Urey se ha dedicado un gran esfuerzo a la investigación de la química prebiótica. No obstante, se ha hecho evidente que la organización de moléculas simples en ensamblajes capaces de reproducirse y evolucionar es una tarea mucho mayor de lo que se creyó durante la euforia que siguió al experimento. Además, la visión de que la atmósfera primitiva era altamente reductora se desafió hacia finales del siglo XX, y ya no es la opinión consensuada.
Aunque ahora pueda cuestionarse la importancia de los detalles específicos de Miller-Urey para el origen de la vida, lo cierto es que había comenzado una nueva disciplina científica –la química prebiótica que ha tenido una enorme influencia en el desarrollo de nuevas teorías sobre el origen de la vida.
Chris Gordon-Smith, profesional TI e investigador científico/ambiental
Desde el año 1953 no han dejado de escribirse miles de páginas con las más dispares opiniones sobre la validez de aquel experimento. Lo curioso del caso es que las síntesis que se produjeron a partir de aquella solución acuosa demostraron, precisamente, que la vida no debió empezar así.
- Urey “basó sus cálculos en la (entonces) ampliamente aceptada opinión de que la atmósfera primitiva era reductora…” ¿Puede la ciencia basarse en opiniones? Obviamente no, ya que el estudio de las opiniones claramente no pertenece al ámbito de la ciencia. Esta opinión en particular fue descartada radicalmente un tiempo después. La akademia tiene hoy muy diferentes opiniones acerca de la atmósfera primordial de nuestro planeta. ¿Estamos progresando? No nos dejemos llevar por espejismos que nada tienen que ver con la realidad –siguen siendo opiniones.
El hecho de que dio-tec intente salir de este embrollo llamando a sus “opiniones” hipótesis de trabajo no soluciona nada, ya que las hipótesis vuelven a ser opiniones, suposiciones o propuestas sobre la base de pruebas limitadas. En este caso no hay pruebas, ni siquiera limitadas, ya que cuando la atmósfera se estaba formando no había nadie que analizara sus componentes y, por lo tanto, la hipótesis que dio lugar al experimento de Miller estaba basada en otra hipótesis que no se sustentaba en ninguna prueba empírica.
- “Urey hizo pasar una corriente eléctrica de una potencia de 60,000 voltios…” Según las opiniones científicas de los años cincuenta, ahora ampliamente descartadas, la vida podría haber empezado como resultado de las descargas eléctricas de los relámpagos sobre la atmósfera primordial de la Tierra. Es cierto que se creía que las tormentas eléctricas eran muy comunes por aquél entonces, pero ¿de dónde sacó Miller que la energía necesaria para que eso ocurriera debía ser de 60,000 voltios?
- “El análisis de la solución acuosa realizado una semana después mostró que se habían sintetizado, entre otras substancias, 25 aminoácidos.” Ahora bien, si en una semana se sintetizaron 25 aminoácidos, ¿cuántos aminoácidos, moléculas o lípidos deberían haberse sintetizado 70 años después? dio-tec no tiene respuesta para esta pregunta. Se limita a publicar una disertación en la revista correspondiente y repetirla hasta que se convierta en una nueva verdad universal “científicamente” aceptada. A pesar de ello, seguimos opinando que tenían que haber guardado esa “sopa primordial” y haber continuado bombardeándola con descargas eléctricas de 60.000 voltios hasta originar una célula o reconocer su fracaso. Nuestra pregunta es: ¿Qué hicieron con la sopa? Tanto Urey como Miller han fallecido, pero allí sigue la Universidad de California en Berkeley, el Instituto de Tecnología de California, la Universidad Columbia de Nueva York, la Universidad de Chicago, por nombrar algunas de las instituciones que habían contribuido a la carrera de Miller. Podían haber vigilado su sopa y ahora puede que supiéramos algo más acerca de sus ingredientes.
- “El experimento fue inmediatamente reconocido como un importante avance en el estudio del origen de la vida…” Aquí no se trata de avanzar, sino de saber cómo se originó la primera célula. Poco importa en qué punto de la investigación estemos. ¿Qué diferencia hay entre los biólogos más “avanzados” y nosotros mismos con respecto al conocimiento de cómo se originó la vida? Los científicos tienen miedo de que la gente llegue a dudar de su capacidad para explicarlo todo, y ello les lleva a un malsano apresuramiento que les obliga a una constante rectificación.
- “El experimento Miller-Urey comenzó la nueva disciplina científica de la química prebiótica y ha tenido una enorme influencia en el desarrollo de ideas sobre el origen de la vida.” Es cierto que cada vez que se crea una nueva disciplina, se crea también un nuevo campo de investigación con sus correspondientes sacerdotes a sueldo, subvenciones, revistas, institutos, publicaciones, congresos… un matrix adyacente al matrix general. En cuanto al “desarrollo de ideas sobre el origen de la vida”, no cabe duda de que no han cesado de crearse y propagarse por doquier, pero sin que por ello sepamos algo más de cómo se originó la vida y aún menos para qué.
Wikipedia ofrece un detalle altamente revelador sobre la vida y la carrera profesional de Miller:
En 1951 la Universidad de Chicago le ofreció un puesto de profesor auxiliar que podría proporcionarle los fondos iniciales para el trabajo de posgrado. Lo aceptó y se inscribió en un programa de doctorado en septiembre. Buscó frenéticamente un tema para su futura tesis, reuniéndose con un profesor tras otro. Se inclinaba por los problemas teóricos, ya que los experimentos solían ser laboriosos.
Esa, al parecer, inocente cita refleja en nuestra opinión la típica actitud de la mayoría de los miembros de la akademia. Miller se inscribe en un programa de doctorado sin saber qué es lo que realmente le interesa. Cabría preguntarnos qué pasó en aquel laboratorio en 1953.
Stanley Miller seguía sintetizando hasta su muerte en 2007. Logró producir una amplia variedad de compuestos inorgánicos y orgánicos esenciales para la construcción celular y el metabolismo. El mismo logro de muchos otros investigadores utilizando otros métodos, otras condiciones y otras fuentes de energía. Lo que no ha logrado ninguno de ellos es originar a partir de esos compuestos un organismo vivo. Tenemos en el matraz un montón de aminoácidos sintetizados, pero seguimos sin saber cómo empezó la vida.
La misma idea de que pudieran producirse células vivas a partir de elementos químicos muertos sigue perturbando a los evolucionistas. Intentan combinar los experimentos en laboratorios con la propaganda que les ofrecen los medios de comunicación más influyentes de cada país, pero siguen sin poder explicar cómo aparecieron los primeros organismos vivos. En otras palabras, siguen sin una base sobre la cual poder construir un árbol evolutivo de la vida –el sueño de sus carreras.
Jeff Krauss expresó en QUORA su opinión a este respecto:
Afirmar que la creación experimental de nucleótidos es un paso en la explicación de la primera molécula de ARN autoreplicante y sus diez enzimas necesarias para que funcione como tal, es como decir que conocer la fórmula de la tinta es el primer paso para averiguar si Hamlet era un psicótico.
La táctica de dio-tec frente a un fracaso consiste en dar marcha atrás, disimuladamente, y volver al punto de partida. Es un procedimiento fácil de seguir ya que prácticamente nadie se acuerda de lo que pasó en 1953, por ello no nos sorprende leer la siguiente aseveración en el estudio titulado “Experimento Miller-Urey, Aminoácidos y los orígenes de la vida en la tierra” (Miller–Urey Experiment, Amino Acids & The Origins of Life on Earth):
Algunos científicos creen que la atmósfera original de la Tierra podría haber contenido menos moléculas de metano (CH4) y amoníaco (NH3) (moléculas reductoras) como se pensaba en el momento de iniciarse el experimento de Miller-Urey. Sin embargo otros experimentos han demostrado que la atmósfera primitiva de la Tierra podría haber contenido hasta 40 por cien de hidrógeno, lo que implicaría un ambiente mucho más hospitalario para la formación de moléculas orgánicas prebióticas. El escape de hidrógeno desde la atmósfera de la Tierra al espacio puede haber ocurrido solo en un uno por cien de la tasa previamente asumida sobre la base de estimaciones revisadas de la temperatura de la atmósfera superior. En este nuevo escenario, los compuestos orgánicos podrían haberse producido de manera eficiente en la atmósfera primitiva, lo que nos lleva de vuelta al concepto de sopa en el océano rico en materia orgánica. Estos estudios hacen que los experimentos conducidos por Miller-Urey y otros vuelvan a ser relevantes.
Julian T. Rubin
La rueda ha dado la vuelta completa. Seguimos sintetizando. Veamos lo que dice John C. Anderson en su “Evidencia equívoca” (Equivocal Evidence):
Muchos libros de texto de biología contienen diagramas del aparato del experimento, con leyendas que dan la impresión de que estos experimentos en realidad demostraron cómo se formaron los bloques de construcción de la vida. Por ejemplo, en Biology: Principles and Explorations (2001), aparece un diagrama del aparato de Miller con el siguiente título: “Miller simuló las condiciones tempranas de la Tierra según la hipótesis de Oparin, Urey y otros científicos. Su experimento produjo los elementos químicos de la vida.” Lo que este pie de foto no deja claro es que las condiciones «hipotéticas de Oparin, Urey y otros» han sido rechazadas. Como se señala en el cuerpo del texto, «ahora sabemos que la mezcla de gases utilizada en el experimento de Miller no podría haber existido en la Tierra primitiva.»
dio-tec no sabe, sencillamente, cómo se originó la vida. De ahí la necesidad de utilizar ambiguas imprecisiones. El mismo objetivo tienen los libros de texto y las enciclopedias –las fuentes más comunes de la creencia científica popular. Veamos algunos ejemplos de estas últimas:
ENCYCLOPEDIA.COM
Un experimento clásico en biología molecular, el experimento Miller-Urey, estableció que las condiciones que existían en la atmósfera primitiva de la Tierra eran suficientes para producir aminoácidos, las subunidades de proteínas que comprenden y requieren los organismos vivos. En esencia, el experimento de Miller-Urey estableció fundamentalmente que la atmósfera primitiva de la Tierra era capaz de producir los componentes básicos de la vida a partir de materiales inorgánicos.
WIKIPEDIA
Su estudio se ha convertido en una definición clásica científica de libro de texto sobre el origen de la vida, o más específicamente, la primera y definitiva evidencia experimental de la teoría de la «sopa primordial» de Oparin-Haldane.
ENCICLOPEDIA BRITANNICA
En 1953, los químicos estadounidenses Harold C. Urey y Stanley Miller probaron la teoría Oparin-Haldane y produjeron con éxito moléculas orgánicas de algunos de los componentes inorgánicos que se pensaba que habían estado presentes en la Tierra prebiótica. En lo que se conoce como el experimento Miller-Urey, los dos científicos combinaron agua caliente con una mezcla de cuatro gases: vapor de agua, metano, amoníaco e hidrógeno molecular, y bombardearon la «atmósfera» con descargas eléctricas. Los diferentes componentes estaban destinados a simular el océano primitivo, la atmósfera prebiótica y el calor (en forma de rayo), respectivamente. Una semana más tarde, Miller y Urey descubrieron que las moléculas orgánicas simples, incluyendo aminoácidos (los bloques de construcción de las proteínas) se habían formado en las condiciones simuladas de la Tierra primitiva.
Por medio de una evidente manipulación lingüística los tres textos enciclopédicos citados dan la clara impresión de que en un experimento de laboratorio dio-tec ha hecho que surja la vida.
Todos hemos ido a la escuela (es obligatorio), y es allí donde hemos recibido los fundamentos de nuestras futuras opiniones, el conocimiento y la llamada cultura general. En resumen, es en la escuela donde nos convertimos en ladrillos del muro akadémico. Hoy sería más adecuado decir –donde uno se convierte en una pieza de inteligencia artificial. Muy pocos optan por actualizarse en los años siguientes a la graduación. Es en la escuela donde se nos enseña a no reflexionar, a estudiar y pasar los exámenes con la mejor nota posible. Es el gran adoctrinamiento del que es muy difícil escapar. Funciona igual en todos los sistemas educativos del mundo, pues todos surgen de la misma fuente –el núcleo central de la akademia. Veamos un ejemplo concreto, el de la Junta de Educación del Estado de Texas, USA. Lo hemos tomado del comentario de Casey Luskin publicado en Evolution News and Science Today 15 de junio 2011, titulado “El experimento de Miller-Urey, icono de la evolución, está vivo y en buen estado en materiales didácticos propuestos en Texas” (Miller-Urey Experiment “Icon of Evolution” Alive and Well in Proposed Texas Instructional Materials):
En su innovador libro “Los iconos de la evolución” (Icons of Evolution), el biólogo Jonathan Wells denuncia la enorme cantidad de libros de texto que siguen reciclando evidencias inexactas de la evolución química y biológica (los «iconos») mucho después de su fecha de extracción. Desafortunadamente, como se documentó en un estudio del Discovery Institute la semana pasada, muchos de los «iconos» citados por Wells están vivos y sanos en materiales didácticos suplementarios presentados recientemente por numerosos editores a la Junta de Educación del Estado de Texas. Un buen ejemplo es el experimento de Miller-Urey sobre el origen de la vida. Cuatro editoriales, Apex Learning, Cengage Learning, School Education Group (McGraw Hill) y Technical Lab Systems, han propuesto materiales educativos para Texas que perpetúan los clásicos errores sobre el conocido experimento.
El experimento de Miller-Urey suele citarse para dar credibilidad a la hipótesis de la «sopa primordial» y a los orígenes químicos espontáneos de la vida. Pero muchos de los principales teóricos de hoy han abandonado el experimento de Miller-Urey y la teoría de la «sopa primordial». En febrero de 2010, NPR informó que el bioquímico Nick Lane creía que la teoría de la sopa prebiótica «había sobrepasado su fecha de caducidad». Tan drástica es la evidencia contra la síntesis prebiótica de monómeros biológicos que en 1990 la Junta de Estudios Espaciales del Consejo Nacional de Investigación recomendó que los científicos que investigan sobre el origen de la vida emprendan un «reexamen de la síntesis de monómeros biológicos en entornos terrestres primitivos, como se revela en los modelos actuales de la Tierra primordial». Desafortunadamente, los libros de texto rara vez informan a los estudiantes de que los experimentos de Miller-Urey probablemente no modelaron con precisión la Tierra primitiva, o que los principales teóricos ya no consideran los experimentos de Miller-Urey como una explicación viable para una teoría aceptable de la «sopa primordial”.
Como hemos señalado, al menos cuatro editoriales han propuesto materiales educativos a la Junta de Educación del Estado de Texas que presentan información inexacta, engañosa o unilateral sobre el experimento de Miller-Urey. Al hacerlo, estos editores no han cumplido con los estándares del currículo de ciencias estatales, que requieren materiales que ayuden a los estudiantes a «analizar, evaluar y criticar explicaciones científicas mediante el uso de evidencia empírica, razonamiento lógico y pruebas experimentales y de observación, incluyendo el examen de la evidencia real de esas explicaciones científicas, para alentar así el pensamiento crítico del estudiante”.
A continuación, el artículo explica detalladamente por qué la información que contienen los libros de texto de cada una de estas cuatro editoriales es deliberadamente engañosa. Como ejemplo, proponemos citar algunos fragmentos del comentario sobre los materiales presentados por dos de estas editoriales.
Cengage Learning
El currículum de Cengage Learning exagera y tergiversa los resultados del experimento de Miller-Urey, declarando: «Con la energía proporcionada por la luz del sol, los rayos y el calor de los volcanes, esos compuestos aparentemente se unieron para formar aminoácidos. Esos aminoácidos, a su vez, reaccionaron entre sí para formar proteínas, los bloques de construcción de todas las formas de vida. En 1953, el químico estadounidense Stanley Miller (1930) ha mostrado en un experimento de laboratorio cómo podrían ocurrir tales reacciones.» Stanley Miller murió en 2007, por lo que este texto implica erróneamente que todavía esté vivo. Más importante aún, el pasaje tergiversa los experimentos de Miller al afirmar que mostraban cómo las moléculas orgánicas podían haber surgido en la Tierra primitiva. No existe una evaluación, análisis, crítica o presentación objetiva que contenga evidencia relacionada con esta afirmación.
Apex Learning
La sección titulada «4.3.1 Vida en la Tierra, La Formación de Moléculas Biológicas» se refiere al experimento Miller-Urey: «Encontraron que cuando los gases que existían en la atmósfera primitiva de la Tierra estaban sujetos a niveles continuos y altas cantidades de energía bajo ciertas condiciones químicas, se formaron aminoácidos.» Como se ve en el siguiente diagrama, el plan de estudios de Apex erróneamente implica que la atmósfera primitiva de la Tierra contenía cantidades apreciables de amoníaco y metano:
El plan de estudios de Apex concluye que «Pudo haber sido posible que las moléculas orgánicas se formasen espontáneamente en los océanos primitivos». Sin embargo, no hay evaluación, crítica o presentación de evidencias definitivas que avalen esta afirmación.
Según el autor, también los “Sistemas Técnicos de Laboratorio” (Technical Lab Systems) merecen una severa crítica:
El plan de estudios de Technical Lab Systems afirma erróneamente: «En este experimento, el vapor se generó y pasó a través de gases similares a los de la atmósfera de la Tierra primitiva». Luego hace una pregunta que obliga a los estudiantes a aceptar la afirmación inexacta de que el experimento simuló con precisión las condiciones en la Tierra primitiva. Huelga decir que no se ofrece ninguna crítica del experimento Miller-Urey ni evaluación de sus afirmaciones; ni tampoco se ofrece aquí ninguna presentación de las evidencias que lo corroboren como lo requieren los estándares del currículo de ciencias de Texas.
El autor termina diciendo:
La gran pregunta ahora es si la Junta de Educación del Estado de Texas obligará a los editores a corregir esta desinformación. Más de una década después de la publicación de Icons of Evolution, y más de medio siglo después de Miller-Urey, ¿no es hora de que los estudiantes obtengan una descripción precisa de los hechos sobre este experimento de los años 50?
Este artículo se publicó en 2011. Estamos seguros de que ni entonces ni ahora la Junta de Educación del Estado de Texas se ha tomado la molestia de corregir la desinformación de sus libros de texto ni que piense hacerlo. Tras el asesinato de dios, los gobiernos y, por lo tanto, los sistemas educativos, se han visto obligados a ofrecer a los alumnos y a la población en general, una explicación alternativa de la existencia, y la única que tienen a mano es la del malicioso dio-tec. El resultado final es una concepción materialista de la vida que debe aplicarse a todas las ramas del saber. En consecuencia, el sistema educativo debe y tiene que tratar al experimento Milley-Urey con suma reverencia. Estamos seguros de que nadie en la Junta de Educación del Estado de Texas se ha dignado leer el libro “Los iconos de la evolución”. Hacen su trabajo y cobran su sueldo. Su trabajo consiste en garantizar el apoyo incondicional a dio-tec. ¿Su sueldo? Un puñado de dólares.
La función de la «ciencia» moderna no es más que el adoctrimaniento de los goyim en la creecia de estupideces, como la creencia en que ni ha sigo creado sino evolucionado del mono, o que el universo es goigantesco y hay millones de estrellas y planetas siendo la tierra y el sol dos motas de moto a la deriva en dichas descomunales distancias. Así se furza al goyim desde niño a creer sandecez para que no se vea como el centro y eje de la creación sino que se vea a sí mismo como una mierda flotante en un inconmesurable universo. Si desde chico al goyim se le enseña que no vale nada y que lo mismo vale que una roca, ¿como va a buscar a su creador? Y así vivimos en una sociedad zomni a la espera de la hecatombe.
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