Hacía tiempo que los BanuIsra-il habían abandonado la adoración de Allah y sufrían ahora toda clase de penalidades en el territorio gobernado por Firaun. El Todopoderoso, sin embargo, les dio otra oportunidad enviándoles a Musa (a.s) como su profeta y libertador. Vieron con sus propios ojos cómo se enfrentaba al poderoso Firaun sin más ejército que su hermano Harun. Vieron cómo su vara se tragaba las falsas serpientes de los magos y cómo estos reconocían -aún a costa de sus vidas- que el Dios de Musa era el Dios Verdadero. Más tarde, contemplaron atónitos cómo se separaban las aguas del mar, permitiéndoles escapar de las huestes de su opresor; después vieron cómo se volvían a juntar, quedando anegado en ellas el ejército de Firaun. Contemplaron estas señales y muchas más, pero al pasar por delante de un pueblo de idólatras, sintieron envidia y desearon tener ellos también un dios mudo, un dios ciego, un dios inerte, que no pudiera reprocharles sus transgresiones. Había quedado atrás el peligro de Firaun y nada les impedía organizar sus vidas acorde a sus deseos, a sus aspiraciones mundanas.
(138) Hicimos que los BanuIsra-il dejaran atrás el mar, y llegaran a un pueblo que adoraba ídolos. Dijeron: “¡Musa! Haznos un dios como los dioses que ellos tienen.” Replicó Musa: “¡En verdad que sois gente ignorante!
Corán 7 – al ‘Araf
Codiciaban una tierra fértil que diera abundantes cosechas; deseaban mujeres hermosas -fueran o no creyentes; anhelaban acariciar el oro y la plata; vestirse de seda y ser servidos por esclavos. Pero Allah les advirtió de lo que les esperaba en caso de seguir por ese camino -un camino de perdición que el shaytan les embellecía:
Y quedaréis pocos en número, en lugar de haber sido como las estrellas del cielo en multitud, por cuanto no obedecisteis a la voz del Señor, tu Dios. Así como el Señor se gozaba en haceros bien y en multiplicaros, así se gozará el Señor en arruinaros y en destruiros; y seréis arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar posesión de ella. Y el Señor te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni aun entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo; pues allí te dará tu Señor corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida. (Deuteronomio 28:62-65)
Ya hemos dicho que el plan de los judíos era el de establecer un poderoso reino laico con dioses permisivos, mudos… en el que labrar un paraíso sin árbol prohibido, sin vigilancia divina, sin ley profética que pusiera límites a sus fantasías. De una u otra manera, la historia de la humanidad girará en torno a este proyecto: intrigas, pactos, traiciones, alianzas, encubrimientos, falsificaciones, ordenes mundiales, guerras de religión, inquisiciones, tecnologías, magia, chamanismo, concilios, invasiones, genocidios, organizaciones internacionales, sistemas de control, mas media… detrás de todo ello habrá siempre una mente judía dirigiéndolo hacia su objetivo final de dominación planetaria.
No obstante, los materiales que les permitieran tal edificación no parecían estar al alcance de su mano. La fortaleza de la fitrah se revelaba inexpugnable, pero los shayatines, sus grandes aliados, les fueron susurrando las estrategias a seguir, una a una, sin prisas, fundamentando bien los cimientos de futuras máquinas de guerra. En este sentido, la confección de la Biblia Septuaginta bien podría ser considerada como su primer gran “logro” a la hora de falsificar la historia, de cambiar su geografía y su cronología, presentándose a sí mismos como el pueblo elegido.
Numerosos investigadores árabes –Salahuddin Kalas, Kamal Salibi, Ahmad Daud, entre otros–llevan alertando a la opinión pública y a la «akademia» desde hace algo más de 30 años de los gravísimos errores cronológicos y geográficos que se han ido infiltrando en la historiografía oficial; entre otras razones, por haber seguido ciegamente la falsa Taurah, un libro reescrito y cambiado decenas de veces para adecuarlo a los intereses de la comunidad judía. Pero lo más sorprendente del caso es que incluso hoy, cuando la clase académica internacional ha reconocido que la Biblia no es un libro histórico fiable, se sigue utilizando como prueba irrefutable a la hora de situar geográfica o cronológicamente un acontecimiento o un pueblo. Veamos algunos ejemplos.
En 323 a.C., tras la muerte de Alejandro Magno, sus generales se repartieron el imperio, llevando la cultura helénica a todo Oriente. Pérdicas, uno de sus generales y hombre de confianza, actuando como regente provisional, nombró a Ptolomeo gobernador de Egipto y Libia. Sin embargo, el intento de mantener unido el imperio fracasará y en 305 a.C. Ptolomeo se declara gobernante independiente, nombrándose a sí mismo rey de Egipto. Durante su reinado un grupo de 72 rabinos llevaron a cabo la traducción de la Taurah-probablemente en lengua siriaca- al griego koiné–forma vulgarizada del griego clásico.La sola evidencia con respecto a esta traducción, aparte del propio texto en griego, la encontramos en un documento llamado «La carta de Aristeas», escrita también en griego koiné. Este texto pretende ser una larga carta personal de un tal Aristeas a su hermano o amigo, en la que describe, entre otras cosas, cómo fueron traducidos al griego los primeros cinco libros de la Taurah para ser incluidos en la gran biblioteca de Alejandría (285–247 a.C.) Según el autor de la carta, el bibliotecario de Ptolomeo I habría pedido al gran sacerdote del templo de Jerusalén que enviase a Alejandría traductores con la Taurah. Accediendo a la petición del bibliotecario real, el gran sacerdote habría enviado supuestamente a seis hombres por cada una de las doce tribus de Israel, haciendo un total de 72 traductores, de donde deriva el nombre de «Taurah Septuaginta», popularizado en el segundo siglo de nuestra era.
Según Aristeas, después de haber trabajado durante 72 días completaron la traducción y fue leída a la comunidad judía de Alejandría, la cual pidió al bibliotecario de Ptolomeo que les proveyese con una copia para su uso. La leyenda va más lejos aún, derivando en un escenario cada vez más estrambótico, cuando añade que el propio Ptolomeo I colocó a los 72 rabinos en habitaciones separadas, de forma que no pudieran copiarse ni consensuar los términos de la traducción. Al cabo de 72 días, los 72 rabinos dieron por finalizado su trabajo y el rey pudo comprobar maravillado que las 72 versiones eran idénticas y no se diferenciaban ni en una tilde unas de otras.
La razón de haber fabricado tan pueril historia yace en el estratégico plan de la comunidad judía de Alejandría de crear un “nuevo texto” que mostrase la supremacía del judaísmo frente a la creciente influencia de la cultura griega. Por otra parte, para eliminar cualquier duda con respecto a su autenticidad la traducción debería estar rodeada de una atmósfera divina y milagrosa. Se entiende, ahora, que se utilizase el griego vulgar, extendido por todo el imperio, y no el clásico que sólo una pequeña elite podía leer.
El trabajo surtió efecto a pesar de que los análisis filológicos detectaran que la carta era un fraude. Ya en 1684 se publica la obra Contra historiamAristeae de LXX interpretibusdissertatio de Humphrey Hody en, en la que argumenta que la tal carta de Aristeas es un trabajo de falsificación procedente de algún judío helenizado. Si bien algunos orientalistas trataron de minimizar el trabajo de Hodyen alegando pruebas a favor de la autenticidad de «la carta», en 1958 VictorTcherikover (Universidad Hebrea) resumió el consenso de los especialistas con estas palabras: «Las recientes investigaciones ven en La Carta de Aristeas el típico trabajo de apología judía realizado con un fin propagandístico en favor del judaísmo y dirigido a los griegos.” En 1903 Friedlander escribe que la glorificación del judaísmo en «la carta» es una mera forma de autodefensa, cuyo verdadero objetivo consistió en refutar los ataques directos que sufría la comunidad judía. Por su parte, Tramontano habla de una clara tendencia laudatoria y propagandística. Vincent la caracteriza como una novela apologética escrita para los egipcios –es decir, los griegos que dominaban Egipto. Pheiffer afirma que esta fantasiosa historia del origen de la Taurah Septuaginta es un mero pretexto para defender el judaísmo de sus detractores y tratar de convertir a los paganos de habla griega. Schürer clasifica esta carta dentro del género literario propagandístico, que en este caso tendría como objetivo promocionar el judaísmo entre los paganos.
La aparente fiereza de la crítica occidental no hacía sino ocultar el verdadero propósito de tal maquinación. A simple vista da la sensación de que la crítica histórica occidental ha sido implacable a la hora de desenmascarar el fraude de Aristeas y del origen de la Taurah Septuaginta. Y sin embargo, el verdadero problema ni siquiera se ha rozado. Alejandro Magno ha conquistado Egipto y se ha hecho con un imperio que llega hasta China, imponiéndose rápidamente en los territorios invadidos la cultura y la lengua griegas. La comunidad judía de Alejandría, quizás la más influyente de la zona, decide arremeter contra esta supremacía cultural griega traduciendo –o mejor dicho, reescribiendo– la Taurah que poseía en siriaco. En el “nuevo texto” se van a introducir todos los cambios que consideren necesarios para apuntalar su proyecto, como la geografía histórica y la cronología, hasta hacerse herederos de los inmensos territorios que van desde el Nilo hasta el Éufrates. No podía presentárseles mejor ocasión, pues de esta Taurahamañada surgirá la Biblia que, después de traducirse al latín y al resto de las lenguas literarias, recorrerá el mundo entero portando una deformada y trucada descripción de la antigüedad. Veamos algunos ejemplos de esta falsificación de datos, la mayor que ha sufrido la historia.
El escenario en el que se desarrolla el relato del Profeta Yusuf (José), de su padre Yaqub (Jacob), de sus hermanos, de Musa (Moisés), del éxodo judío… lo sitúa la Taurahoriginal en “misr” (msr), la misma palabra que aparece en el Qur-an. “Misr” significa “lugar”, “emplazamiento”; y en su uso cotidiano designaba un centro urbano provisto de todos los servicios necesarios para acoger debidamente a las numerosas caravanas de comerciantes que periódicamente cruzaban la cornisa arábiga en su camino a Siria y Egipto.
(61)Dijo: ¿Queréis cambiar lo mejor por lo más bajo? Id a un misr y tendréis lo que habéis pedido.
Corán 2 – al Baqarah
En esta aleya vemos claramente que la palabra “misr” no es un nombre propio, sino un nombre común como ciudad, pueblo, urbe o metrópoli; de ahí que se utilice en su forma indeterminada – “un misr”.
El siguiente hadiz del profeta Muhammad (s.a.s) muestra el uso que los árabes hacían del término misr:
يَكونُ للمسلِمينَ ثلاثةُ أمصارٍ : مصرٌ بِمُلتقَى البحرَينِ ، ومصرٌ بالحيرةِ ، ومصرٌ بالشَّامِأخرجه أحمد
Tendrán los musulmanes tres amsar(plural de misr – ciudades – territorios) lugares: El misr donde confluyen los dos mares (en otra transmisión de Abu Daud, Yemen), el misr en Hirah (Iraq) y el misr en Sham (Damasco – Siria)…
Narrado por Ahmad Ibn Hanbal
En las grandes rutas comerciales había pequeños asentamientos donde las caravanas podían aprovisionarse de agua y quizás de forraje para las monturas, pero en la mayoría de los casos se trataba de campamentos sin los servicios que ofrecían los misr, sin una verdadera organización administrativa, sin una autoridad provista de una guardia que garantizase la protección de las mercancías, y sin posadas donde pudieran descansar los caravaneros. Posiblemente hubiera un misr más desarrollado que el resto, amurallado, con puertas que se cerraban por la noche, facilitando así el control de lo que acontecía en el recinto urbano. Y es posible que a ese misr las gentes del lugar lo conociesen como “el misr”, es decir el centro urbano por antonomasia, de la misma forma que a Yathrib se la denominará al-Madinah–“la Ciudad”–tras la emigración del Profeta Muhammad (s.a.s).
(18)Habíamos dispuesto entre ellos y las ciudades que habíamos bendecido otros emplazamientos que les sirvieran de estaciones en sus viajes. “Viajad a salvo a través de ellos de noche y de día.”
Corán 34 – Saba
Aquel escenario, pues, tan importante para la historia del pueblo judío, tuvo lugar en un misr, quizás el más importante de ellos, en algún lugar entre Yemen y el Asir (ver apéndices, F, apartado VI). Sin embargo, en la Taurah griega se sustituye esta palabra por otra altamente significativa –al Qibit, más tarde Al Kibit, eliminando, así, el sonido “q” que en árabe es gutural y difícil de pronunciar. Los griegos le quitarán el artículo y la pronunciarán Igept, derivando a Igyptus y, más tarde, con su latinización, acabaría siendo Igypt. Desaparece de esta forma la palabra “misr” y, en su lugar, aparece “Egipto”, el territorio con mayor predominio cultural y económico de su tiempo.
El mensaje estaba claro: “Nuestro abuelo Ibrahim os enseñó la escritura y, desde entonces, no hemos dejado de civilizaros. Nuestro padre Yusuf administró la economía de estos vastos territorios, salvándoos de la hambruna, y Musa os dio la Ley. Todo lo que sois nos lo debéis a nosotros y a nuestros ancestros; ¿y cómo nos lo habéis pagado? Matando a nuestros hijos, esclavizándonos y deportándonos.” De nuevo, el victimismo judío que tan buenos resultados les ha dado siempre. Sin embargo, la historia es muy distinta y el escenario, como acabamos de ver, habría que situarlo unos 2.500 kilómetros más al sur.
Cabría ahora preguntarnos: ¿Cuál es la verdadera finalidad de todas estas falsificaciones? La respuesta la encontramos en la propia historia. El comportamiento general de los judíos es emigrar y establecerse en los centros de poder para dominarlos y alegar, en el futuro, que fueron ellos, en el pasado, los encargados de sentar las bases para que, hoy, esos centros sean los regentes del mundo.
Han pasado 300 años y el sueño judío de reconquistar Oriente Medio, arrebatándoselo de las manos a los musulmanes, yllevarlo hasta las costas atlánticas, ha fracasado. Los cruzados han sido expulsados de Palestina y los Templarios, tras un intento fallido de dominar económica y militarmente Europa, han pagado con sus vidas su pretencioso proyecto de establecer el primer poder masónico en el mundo. Los judíos pierden de nuevo la posibilidad de asentarse en un territorio que les sea propio y desde el cual lanzar sus tentáculos hacía el mundo exterior.
Sin embargo, surge una nueva oportunidad de lograrlo de la mano de un judío genovés o quizás español o portugués, para el caso que nos ocupa poco importa eso, llamado Cristóbal Colón. Obran en su poder mapas dibujados por los navegantes árabes que hace tiempo que recorren los océanos y sus costas, y en los que claramente aparece una tierra hasta entonces desconocida para los europeos; una tierra gigantesca en medio del Atlántico. Muy probablemente, junto con esos mapas hubiera descripciones del lugar, de su fauna, de su flora, de sus gentes y de sus ricos productos. Toda esta información pudo haber sido ratificada oralmente por árabes musulmanes residentes en al-Ándalus como una noticia que hubiera pasado de generación en generación o que incluso proviniera de boca de algún testigo ocular, de alguien que ya hubiera puesto sus pies en aquellas tierras.
La historia oficial nos relata que Cristóbal Colón, tras haber concluido que la tierra era redonda, se presentó con su hallazgo en diversas cortes europeas, proponiéndoles que sufragasen los gastos de la expedición a La India por mar –una forma mucho más rápida y segura de llegar al paraíso de las especias que por la tradicional ruta terrestre. Esta era la cantinela con la que encubría el verdadero trayecto de su viaje. Ante la repetida negativa de las monarquías occidentales, el judío genovés trasladó su proyecto a la corte española, al parecer arruinada, pero con una reina, Isabel II, muy amante de la ciencia y de las aventuras transoceánicas, que de inmediato se prestó a vender sus joyas para hacer frente a los gastos de la mencionada expedición. La historia así contada, con su toque de romanticismo, parecía demostrar una vez más que todo en el devenir humano es una cuestión de casualidad, de coincidencias más o menos felices. Pero la realidad era muy diferente.
Estamos en el año 1492 –año en el que cae Granada, último reducto del poder musulmán, y año en el que son expulsados los judíos. Pero esta expulsión atañerá únicamente a la plebe judía, a campesinos y artesanos, no a las elites, a los poderosos lobbies judíos que alegarán su conversión al cristianismo pasando a formar parte de la corte del rey Fernando. Todos sus asesores y hombres fuertes, sus cortesanos, serán ahora judíos conversos, judíos que por arte de magia, nunca mejor empleada la expresión, se habrán convertido en devotos seguidores del “Cristo crucificado” y de la Virgen María. Y serán estos judíos conversos los que manipulen la política de la cada vez más poderosa corona española. Ellos, como Cristóbal Colón, conocen la verdadera geografía del mundo y saben que, en efecto, en medio del Atlántico se extiende un inmenso y fértil continente que se convertirá, siguiendo sus planes, en la tierra prometida. Estos cortesanos judíos serán los encargados de convencer a Fernando para que organice la expedición de la que tantos beneficios esperan obtener en un futuro cercano.
Sin embargo, aquel sueño pronto se convertirá en pesadilla. Aquella tierra prometida está cubierta de interminables selvas; plagada de enfermedades hasta ahora desconocidas para el hombre blanco, y con unos indígenas que no ven con buenos ojos a estos intrusos que no parecen albergarel deseo de establecer relaciones comerciales con ellos, sino más bien de usurparles sus tierras y sus riquezas. Al emponzoñado aguijón de los mosquitos-transmisores de fiebres se unirán ahora las flechas envenenadas de los hijos de América. Tendrán que esperar, pues, a que los conquistadores y más tarde los colonos provenientes de Europa se establezcan en el norte de América, en zonas en las que el clima y la topografía faciliten la construcción de “misr”, de centros urbanos. Allí se asentarán judíos provenientes de Escandinavia, estableciendo todo un sistema bancario que reciba las grandes fortunas que irán amasando ganaderos y terratenientes. Sin embargo, como en el caso de Egipto, los judíos volvían a necesitar de una historia que atestiguara que habían sido ellos el origen, los ancestros de los indios –primeros pobladores y únicos dueños de aquellas tierras. El asunto, dada la situación geográfica de América, no parecía fácil. Hacía falta un montaje capaz de hechizar de nuevo a la historia y de presentarles, una vez más, como el pueblo elegido y originario también de ese recién “descubierto” continente.
Si la traducción de la Taurah al griego, con toda la parafernalia mítica que conlleva, estuvo apoyada en la carta de Aristeas, el origen israelita de América se sustentará en la traducción, en 1830, de unas inscripciones en lengua egipcia gravadas en placas de oro que realizó Joseph Smith tras haberlas encontrado en el sótano de un edificio de Nueva York -en otras versiones será un ángel quien le muestre la colina donde habría enterrado dichas placas. De esta traducción surgirá el “Libro de Mormón” como base doctrinal de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días–los mormones. La historia que allí se narra es la del pueblo de Nefi, de origen israelita, que llegó al continente americano desde Oriente Medio, guiado por inspiración divina. El relato cubre un periodo que va, aproximadamente, desde el año 600 a.C. hasta el año 400 d.C. Según este libro, habría habido una emigración anterior, la de los jareditas, pueblo de la época de la torre de Babel, pero que habría sido exterminado antes de la llegada del grupo de Nefi. La trama principal trata de un clan familiar de israelitas que abandona Jerusalén antes de que sea sitiada y tomada por las tropas de Senaquerib, rey asirio, y llega a América, atravesando los océanos, guiado por Dios y por una brújula especial llamada «Liahona«. Tras alcanzar su destino se multiplican grandemente para después dividirse en dos grupos rivales -los nefitas y los lamanitas. Los nefitas serán finalmente derrotados por los lamanitas en 428. Los lamanitas que sobrevivieron se transformaron en un pueblo feroz y muy distante de las costumbres nefitas, constituyendo la ascendencia de los indios americanos. La historia de Josep Smith, por inverosímil que nos parezca, no ha hecho sino empezar.
Unos cuantos papiros y once momias fueron descubiertos en Tebas por Antonio Lebolo entre 1818 y 1822. Antes de su muerte, acaecida en 1830, logró vender todo ese material arqueológico a un tal Michael Chandler, quien en 1833 lo envía por barco al puerto de Nueva York. Durante dos años Chandler hace una turné por el este de los Estados Unidos, exhibiendo y vendiendo algunas de las momias. En 1835 regresa con las cuatro que le quedaban y unos cuantos papiros a la ciudad de Lirtland, en Ohio. Dada la fama de Joseph Smith como traductor de las inscripciones en lengua egipcia del “Libro de Mormón”, Chandler le pide que eche un vistazo a los papiros y vea de qué tratan. Después de haberlos examinado cuidadosamente con la ayuda de Joseph Coe y SimeonAndrews (judíos y artífices de la maquinación), Smith decide comprarlos por la nada despreciable suma de 2.400 dólares. El propio Smith nos cuenta el suceso: «Con la ayuda de W.W. Phelps y Oliver Cowdery comencé la traducción de algunos de los caracteres o jeroglíficos, y para nuestra inmensa dicha encontramos que uno de los papiros contenía los escritos de Abraham –Ibrahim– y otro los de José –Yusuf– de Egipto…«
«Lamentablemente,» estos papiros desaparecieron tras el incendio de Chicago. Una vez terminada la traducción, el libro fue dividido en cinco capítulos -el primero trataba sobre la vida de Ibrahim y su lucha contra la idolatría que dominaba la sociedad de su tiempo, así como el intento de varios sacerdotes de sacrificarlo; intento frustrado gracias a la ayuda de un ángel que le rescató. El segundo incluía información sobre el Pacto de Allah con Ibrahim. Del tercero al quinto se relata la visión sobre la creación del universo y del hombre.
El relato de Joseph Smith no concuerda en absoluto con la información biográfica que de Ibrahim (a.s) nos da cuenta el Antiguo Testamento, donde está incluida la Taurah. En cambio, esa misma descripción es la que encontramos en el Qur-an, secuencia a secuencia:
PRIMER CAPÍTULO
(74) E incluye la secuencia cuando Ibrahim dijo a su padre Azar: “¿Haces dioses de unos ídolos? En verdad que te veo a ti y a tu gente en un claro extravío.”
Corán 6 – al An’am
* * *
(68)Dijeron: “Quemadle y apoyar así a vuestros ilah si es que queréis hacer algo por ellos.” (69) Dijimos: “¡Fuego, sé frío y benigno para Ibrahim!”
Corán 21 – al Anbiya
SEGUNDO CAPÍTULO
(124) Después de que su Señor pusiera a prueba a Ibrahim con órdenes que éste cumplió plenamente, dijo: “Voy a hacer de ti un imam para la gente –nas.” Dijo: “¿También de mis descendientes?” Dijo: “Mi promesa no atañe a los infames.”
(125) E hicimos de la casa un lugar seguro en el que pudiera reunirse la gente –nas. Tomad el maqam de Ibrahim como lugar donde ofrecer la salah. “Pactamos con Ibrahim e Ismail que purificaran Mi casa para los que la circunvalaran, para los que allí estuvieran dedicados a la adoración y para los que se inclinaran y postraran.”
(126) Dijo Ibrahim: “¡Señor! Haz de esta Tierra un lugar seguro y provee de frutos a los que de su gente crean en Allah y en el último día.” Dijo: “En cuanto a los encubridores los dejaré ocupados en sus quehaceres por un tiempo y luego los llevaré a rastras al castigo del fuego. ¡Qué mal destino!”
Corán 2 – al Baqarah
DEL TERCERO AL QUINTO CAPÍTULO
(75) Le mostramos a Ibrahim los dominios de los cielos y de la Tierra para que comprendiera su funcionamiento y tuviera certeza de que son creación de Allah.
Corán 6 – al An’am
Los papiros desaparecieron de forma tan milagrosa como habían aparecido, pero el Qur-an hacía más de mil años que había revelado a la humanidad la historia completa de Ibrahim con sus fases, en las que se detalla el establecimiento del tawhid (Unicidad de Allah); la denuncia de la idolatría que proyectaba la cosmogonía de su gente; el conflicto con su padre –fabricante de ídolos; el intento por parte de la clase sacerdotal-chamánica de sacrificarle arrojándole a una enorme hoguera, de la que fue salvado por la misericordia de su Señor, Quien ordenó al fuego que fuese frío para Ibrahim; el Pacto por el cual el Todopoderoso elije a su descendencia como depositaria de la Profecía, y la visión del mecanismo interno del universo, tal y como hemos visto que aparecen en las aleyas del Qur-an que acabamos de citar. Por lo tanto, donde Joseph Smith se inspiró para escribir el “libro de Ibrahim” fue en el Qur-an y no en los pretendidos papiros de Chandler.
Sin embargo, la historia de Smith tiene parte de verdad si retiramos lo que en ella hay de mito y de leyenda. Los indios de América eran bashar como el resto de los humanos que habitaban la Tierra, y bashar hubieran seguido siendo de no haber sido por las reiteradas visitas y posterior asentamientos en toda América Central por las huestes del profeta Suleyman (ver imágenes S1). Fue él y su gente quienes construyeron sus asentamientos, sus magníficas pirámides, sus desconcertantes estatuas. Se mezclaron con algunos de esos bashar, originando nuevos grupos genéticos. Tras la muerte de Suleyman, la colonia babilónica dejó de visitar América, quedando su población reducida a las comunidades bashar y a las comunidades bashar–insan (ver artículos XVII y XX).
El segundo ejemplo de falsificación histórica que encontramos en la Taurahgriega es consecuencia del primero, del cambio de nombres y lugares geográficos que supuso la eliminación de la palabra “misr” y la aparición, en su lugar, de la palabra “Egipto”. Este cambio hizo que Firaun (Faraón) figurase ahora no como gobernante de un “misr”en el sur de Arabia, sino como soberano del poderoso imperio egipcio. En aquella época poco importaba la veracidad o la falsedad de los datos que se fueran incorporando a la historia, pues no existía la arqueología ni la geología, ni tampoco había especialistas que pudieran descifrar el significado de los textos escritos en las lenguas orientales que ya nadie hablaba. Más tarde, sin embargo, con el desarrollo de todas esas ciencias se buscaría, en algunos casos desesperadamente, la concordancia entre lo que se iba descubriendo y la información contenida en el Antiguo Testamento, considerado en Occidente durante siglos como el único documento histórico y científico fiable. Los judíos habían hecho su trabajo. Ahora se trataba de hallar la prueba que demostrase que el escenario en el que se había desarrollado la historia del Profeta Yusuf y, más tarde, la del Profeta Musa, había que situarlo en Egipto, en un periodo en el que a sus reyes se les llamaba “faraones”. Pero todos los hallazgos que iban apareciendo en las excavaciones de las misiones arqueológicas occidentales esparcidas por todo Oriente Medio no hacían, sino evidenciar que nunca había existido tal título ni rey egipcio había portado jamás tal nombre. A nivel popular esta noción estaba de tal manera arraigada en la consciencia de los occidentales que negar que hubiesen existido los faraones y que la vida tanto de Yusuf como de Musa hubiera transcurrido en Egipto, habría resultado tan inadmisible como negar que existiera Australia o afirmar que La India se encontrase entre Canadá y Alaska. Sin embargo, según iba avanzando la crítica histórica y se iban desenterrando más tablillas y desempolvando nuevas inscripciones, surgía la necesidad de dar un cuerpo argumental a todos los cambios que se habían operado, hacía 2000 años, al traducir la Taurah al griego.
El problema, no obstante, se iba complicando cada vez más, ya que no sólo no aparecían reyes egipcios portando el título de Faraón, sino que además tampoco había noticia alguna sobre el éxodo judío, el Profeta Musa ni su persecución a manos de ningún rey egipcio. No parecía lógico este silencio por parte de unos escribas que anotaban hasta el último detalle de una transacción mercantil. Más aún, en el Antiguo Testamento, Faraón (sin artículo definido que indique que se trata de un título) hace al Profeta Yusuf su igual en poder y en dignidad:
Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú. Dijo además Faraón a José: He aquí que yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto. Entonces Faraón quitó su anillo de su mano, y lo puso en la mano de José. (Génesis 41: 39-42)
El hecho de que no haya ningún registro sobre acontecimientos y personajes tan importantes parece indicar que tales sucesos debieron ocurrir en algún otro lugar y en un tiempo muy diferente al de la cronología oficial.
Por otra parte, resulta extraña la historia de los hermanos de Yusuf cuando vinieron a “Egipto”, según la Taurahgriega, y le pidieron personalmente a Firaun que les diese grano dada la hambruna que asolaba toda aquella región. Y decimos que es extraña por dos razones. La primera, por el hecho de que unos simples y pobres pastores se dirijan al todopoderoso regente egipcio para pedirle grano. La segunda razón que nos alerta sobre la falsificación que ha sufrido la historia de Yusuf y de su familia en la Taurahgriega es el hecho de que hubiera hambruna en la tierra más fértil del planeta, atravesada por el Nilo. ¿Pudo haber sequía en esa tierra? Si hoy el valle del Nilo y toda la región hasta Sudán es una inagotable fuente de riqueza natural, con abundantes cosechas de cereales, frutas y hortalizas, en aquella época, hace miles de años, todavía lo era más, ya que muchas zonas de esa región que ahora son desérticas o semidesérticas, eran entonces exuberantes vergeles, auténticos bosques.
Mas si ahora situamos Misr en el Nayd, entre el Yemen y las montañas de Asir, en alguna parte del Wadi Surdud, y a Firaun como su gobernante, la historia de Yusuf y su familia resultará más entendible (ver apéndices, F, apartado VI). Este Misr, no era un imperio, sino una ciudad, muy probablemente amurallada y con puertas que por la noche se cerraban para la seguridad de sus habitantes y de sus mercancías. Así nos lo hace entender esta aleya en la que Yaqub (a.s) envía a sus hijos de vuelta a “Egipto”, Misr, esta vez acompañados del hermano pequeño de Yusuf:
(67) Y añadió: “¡Hijos míos! No entréis por una sola puerta, entrad por puertas distintas.
Qur-an 12 – Yusuf
MAPA 1AH
Obviamente es imposible poner puertas a un país, como sería en el caso de Egipto o de cualquier otro. No se pueden poner puertas a Francia o a Italia ni tampoco a una isla ni a una región. En cambio, todas las ciudades en la antigüedad estaban amuralladas y tenían varias puertas de acceso que se cerraban por la noche o durante un ataque. En Damasco, por ejemplo, había siete, algunas de las cuales se conservan hasta hoy.
Por otra parte, el gobernante de ese misr muy probablemente viva en una casa y camine por las calles como todo el mundo, no entrañando dificultad alguna el dirigirse personalmente a él para solicitar algún tipo de ayuda o para quejarse de alguna anomalía en el funcionamiento administrativo o comercial de la ciudad. Seguramente resultaría muy difícil, o incluso imposible, visitar al alcalde de Bagdad en su despacho sin cita previa. No obstante, si quisiéramos entrevistarnos con el alcalde de una pequeña localidad de la región de Bosra, podríamos hacerlo sin ningún protocolo.
Sin embargo, la idea de que todo eso ocurrió en Egipto, y de que “Faraón” es un título y no el nombre propio del gobernador de un misr, está de tal forma arraigada en la consciencia de los occidentales, que aun viendo escrita la palabra mlk (malik, rey) en los textos que traducen, los historiadores siguen diciendo “faraón”.Éste es el caso del investigador finlandés IvanStarr. En su libro QueriestotheSungod, Divination and Politics in SargonidAssyria. State Archives of Assyria, volume IV, leemos en la introducción, página LXIII: “Ello fue únicamente posible después de la ocupación de Egipto en 671, cuando Esarhaddon, habiendo derrotado al Faraón Tahaska y conquistado Memphis, incorporó gran cantidad de soldados egipcios y cushitas a su ejército.” Starr da a Tahaska el calificativo de “faraón”, queriendo significar “soberano”. Sin embargo, cuando leemos el texto original con su transliteración latina y al lado la traducción al inglés, vemos que no aparece la palabra “faraón”, sino que en su lugar lo que aparece una y otra vez es la palabra “rey”, junto a su transliteración latina mlk –malik. En la página 98, por ejemplo, tenemos el siguiente párrafo: “84- ¿Debería Esarhaddon ir a Egipto y hacer la guerra a Tahaska? 4- Debería hacer la guerra a Tahaska, rey de Cush, y a sus tropas?” En la misma página, un poco más adelante, leemos: “88- ¿Será atacado el jefe EunuchSa-Nabu-Su por los egipcios? 5- Después de que él… alcanzó la ciudad… Assur…, será Necho y SarruluDari, reyes egipcios y los egipcios…”
El texto es caótico debido a que en algunos casos el original está muy deteriorado y a que en otros la traducción no resulta evidente y se trata, más bien, de un trabajo de adivinación. Sin embargo, lo que a nosotros nos importa es mostrar hasta qué punto la clase académica internacional está apegada a las falsificaciones históricas que se han derivado del cambio drástico que sufrió el texto de la Taurah cuando fue traducido al griego durante el reinado de Ptolomeo I. IvanStarr habla de Tahaska como de un faraón de Nabia cuando en el texto que él mismo ha transliterado en caracteres latinos y posteriormente traducido al inglés, utiliza los términos mlk y king -rey; y lo mismo sucede en el segundo texto que hemos citado, donde se habla de “reyes egipcios”.
Marie Parsons, en su libro Royal Titlesfor Kings of Egypt reconoce que la palabra “faraón” no existe en la lengua egipcia, en la lengua de los Coptos. Se trataría, más bien, de la pronunciación del término “per-aa” por parte de los judíos, y que empezaría a utilizarse hacia 1500 a.C. Este vocablo constaría de dos palabras: “per” y “‘aa”, y significaría “la gran casa”, refiriéndose al palacio real.
Sólo hay una forma de entender este embrollo–empezar por el final. En la Taurahgriega, en la Taurah Septuaginta, convertida más tarde en parte integrante de la Biblia, el único texto “histórico” y “científico” admitido en Occidente durante siglos, aparece la palabra “faraón” como título del regente de Egipto ya que misr ha desaparecido, y el escenario en el que se desarrolló la historia del Profeta Yusuf y tras ella la del Profeta Musa se ha trasladado al Valle del Nilo. Por lo tanto, esta denominación –faraón–tendrá que aparecer no sólo en inscripciones, papiros y tablillas encontradas en territorio egipcio, sino también en los de los pueblos con los que se hubiera establecido algún tipo de correspondencia en base a tratados comerciales o bélicos. Habrá, pues, que buscarla hasta debajo de las piedras cueste lo que cueste; y si a pesar de todo dicha búsqueda resultase infructuosa, se hará derivar la palabra “faraón” de otro vocablo sobre la base de cierta “evidencia académica”. El asunto no resultó fácil, pues a medida que se avanzaba en el área de la arqueología y de la lingüística comparada, iba quedando cada vez más claro que los títulos o panegíricos referidos a los reyes egipcios eran cinco: Her (o Horus), Nebti, Sa-ra, Hr-Nub y Nso-Bto, y ninguno más. ¿De qué palabra, entonces, iba a surgir “faraón”?
El eslabón perdido resultó ser “per-‘aa”, “La Gran Casa”. Como ya hemos dicho, la metamorfosis tuvo que realizarse a presión. Utilizando la teoría del cambio consonantal, algunos “expertos” decidieron que la “p” pasaba a pronunciarse “f”. No obstante, el problema fundamental residía en el hecho de que no existe acuerdo en cuanto a la transliteración de los jeroglíficos. Para unos lingüistas la correcta pronunciación sería “pre-‘aa”; para otros “par-‘aa”; para L. Austine Waddell es “prabhu” la palabra de la que derivaría “faraón”, si bien en otra parte de su libro EgyptianCivilization, itsSumerianOrigin and Real Chronology utiliza los términos “para an”, “par” y “bar/baru” como origen de “faraón”.
En cuanto al significado, “la Gran Casa”, el asunto se vuelve todavía más escabroso. No tenemos ningún ejemplo histórico del uso de un elemento arquitectónico como título con el que designar a un rey o a un emperador. Los otomanos utilizaban el término “La Puerta Sublime” (Bab-i-‘ali, la puerta que daba acceso a la corte pública y a las dependencias del sultanato) para referirse al gobierno, pero nunca se substituía la palabra “Sultán” o “Gran Visir” por Babi’ali. De la misma forma, se utiliza el término “la Casa Blanca” como sinónimo de “gobierno norteamericano”, pero no como substituto de presidente. Decimos, por ejemplo: “La Casa Blanca anunció ayer que…”, pero no decimos: “La Casa Blanca se entrevistó ayer con su homólogo italiano…”. En este caso nos veremos obligados a decir: “El Presidente norteamericano se entrevistó…” o, en su defecto, a utilizar el nombre propio del Presidente. Y lo mismo ocurre con “trono” o “escaño”. Es decir, cualquier palabra que designe un objeto, sea arquitectónico o mobiliario, hará referencia a un concepto, como gobierno o poder, pero nunca sustituirá a una persona concreta ni será utilizado como título honorífico de un gobernante.
Sin embargo, la evidencia más clara de que “faraón” era el nombre propio de una persona, del gobernador de misr, la encontramos en el Qur-an, donde esta palabra aparece como nombre propio, sin el artículo determinado que llevan los títulos honoríficos. Decimos “vi al rey, hablé con el emperador…” y no “vi a rey, hable con emperador…”
(103) Luego, después de ellos, enviamos a Musa con Nuestros signos a Firaun y a sus principales, pero los negaron. Mira cómo acabaron los nefarios.
Corán 7 – al ‘Araf
Y lo mismo ocurre en el Antiguo Testamento, donde leemos:
Aconteció después de estas cosas, que el copero del rey de Egipto y el panadero delinquieron contra su señor el rey de Egipto. Y se enojó Faraón contra sus dos oficiales, contra el jefe de los coperos y contra el jefe de los panaderos.(Génesis 40:1-2)
Este pasaje confirma doblemente la falsificación de nombres y lugares geográficos que se operó en la traducción de la Taurah siriaca a la Taurahgriega. Por una parte se habla de “rey de Egipto” y se repite este título por segunda vez en el mismo versículo. Por otra, se da a entender claramente que el nombre de este rey era Faraón –no se dice “se enojó el faraón”, sino “se enojó Faraón”. Si volvemos al texto original siriaco, la lectura correcta de los versículos citados sería: “Aconteció después de estas cosas, que el copero del rey de Misr y el panadero delinquieron contra su señor, el rey de Misr. Y se enojó Faraón contra sus dos oficiales, contra el jefe de los coperos y contra el jefe de los panaderos.”
Asimismo, la palabra “rey”, malik en lengua árabe y en el resto de sus dialectos, no significa necesariamente “soberano de un país”, rey o emperador en el sentido que hoy damos a estos términos. Malik significa literalmente “dueño de algo”, de forma que quien poseía rebaños, o una tierra, o siervos, era un “malik”, era un “rey”. En el caso que nos ocupa la mejor traducción sería: “Aconteció después de estas cosas, que el copero del gobernante de Misr y el panadero delinquieron contra su señor el gobernador de Misr. Y se enojó Faraón contra sus dos oficiales, contra el jefe de los coperos y contra el jefe de los panaderos.”
Cuando los judíos tradujeron al griego la Taurah, estaba claro que Firaun era el nombre propio de un gobernante, del gobernante de un misr. Para ellos, sin embargo, este dato carecía de relevancia, pues lo importante entonces era situar el escenario en Egipto. No podían imaginar que unas disciplinas en aquel tiempo aún inexistentes –laarqueología y la lingüística comparada– iban a revelar que nunca hubo un rey egipcio con el nombre de Firaun, lo que les obligó a transformarlo en título honorífico, pero ya era demasiado tarde para introducir el artículo determinado que acompañase a “Faraón” en todos los pasajes bíblicos.
Por otra parte, no deja de ser altamente significativo que desde hace ya unos años se esté borrando del material referencial la palabra “faraón”, apareciendo en su lugar la de “rey”. En la Enciclopedia Británica de 2010, cuando buscamos las entradas de los Ramses de la dinastía XIX y XX, descubrimos que ha desaparecido el título de “Faraón”. En todos los casos se refiere a ellos como reyes–el rey Ramsés I de Egipto, el rey Ramsés II de Egipto… Dado que no han podido amañar el asunto, pretenden ahora que nunca ha existido. En dos o tres generaciones más los escolares de todo el mundo muy probablemente estudien los nombres de los reyes de Egipto sin que en ningún momento aparezca en sus libros de texto la palabra “faraón”.