Sunismo -de secta religiosa a instrumento sionista

Ya dicen, y no sin razón, que los errores del presente se deben a la amnesia que nos hace olvidar el pasado. La historia se repite y cuando caemos en la cuenta de este ineludible y devastador hecho, siempre es demasiado tarde. En este caso el Islam no escapa a este fenómeno, y así el agonizante escenario que contemplamos hoy en el mundo islámico, pero fundamentalmente en Oriente Medio, se ha ido repitiendo a lo largo de los siglos con pequeñas e insignificantes variaciones.

Esta repetición histórica la podemos remontar al califato de Uzman, aunque quizás aquí convendría recordar el dicho “lo que mal empieza mal acaba”. Esa nueva fase que se inauguraba tras la muerte del profeta Muhammad estuvo marcada por la confusión y una apresurada lucha por el poder. El hecho de que Abu Bakr propusiera a Umar como el primer califa del Islam y éste le respondiese que debería ser él, Abu Bakr, el primer califa, pues era mejor que él, ya nos está indicando que ninguno de los dos habría sido nombrado su sucesor de forma expresa por el profeta. Fue un acuerdo entre ellos para establecer la autoridad en favor de los muhayirun.

Sin embargo, conviene recordar los últimos días de la vida del profeta:

“Tres días antes de la muerte del Profeta, Umar ibn al-Jattab y otros compañeros estaban presentes a su lado. El Profeta dijo, “Ahora dejadme escribir algo por medio de lo cual no se extraviaran después de mí”. Umar dijo: “El Profeta delira por la enfermedad; tenéis el Corán, el Libro de Allah, lo cual es suficiente para nosotros”. Estas palabras de Umar causaron consternación entre los que estaban presentes. Algunos decían que la orden del profeta debía ser obedecida y que debía escribir lo que quisiera escribir para la guía. Otros apoyaron a Umar. Cuando se intensificó la tensión, el profeta dijo: “Alejaros de mí.” Por ello Ibn Abbas solía decir: “Fue un infortunio, un total infortunio, el conflicto y el ruido que la gente hizo por el testamento que el Profeta quería escribir y, debido a eso, el Profeta no pudo dejar su última voluntad.” (Sahih Muslim, narrado por Ibn Abbas)

Ibn Abbas dijo: “Qué día tan miserable fue ese jueves!” y lloró con amargura hasta que las piedras se mojaron con sus lágrimas. Luego continuó: En un jueves, se intensificó la enfermedad del Profeta, dijo, “Traedme algo en que escribir algo por medio de lo cual nunca os desviaréis después de mi”. La gente difería y discutían sobre el asunto, aún cuando la disputa en presencia del profeta era inadmisible. La gente decía que el Profeta estaba delirando. El profeta exclamó: “Alejaros de mí! Estoy más cuerdo que todos vosotros”. (Sahih Bukhari, narrado por Said Ibn Yubair)

En verdad que aquella gente en presencia del profeta transformó aquel momento transcendental para los musulmanes de todos los tiempos en un día miserable. Sin duda que había pánico en sus corazones a la hora de imaginar cuál podría ser eso que quería escribir el profeta para nuestro beneficio y guía. ¿Puede haber peor legado por parte de nuestros primeros hermanos en el Islam que privarnos de la última y -quizás- más significativa Hikma del profeta?

“Por Allah, la persona más cercana al Profeta en el momento de su muerte fue Ali. Temprano en la mañana del día de su muerte, el profeta llamó a Ali quien se encontraba haciendo una diligencia. Preguntó por él tres veces antes de que éste regresara. Ali llegó antes del amanecer. Pensando en que el profeta necesitaría algo de privacidad con Ali, nos retiramos. Yo fui la última en salir y me senté más cerca de la puerta que las otras mujeres. Vi que Ali bajó su cabeza hacia el Profeta y el Profeta susurró a su oído (durante un rato). Por lo tanto Ali es la única persona que estuvo cerca del Profeta hasta el final.” (Khsai’s de Nasa’i, narrado por Umm Salama)

“El Profeta estuvo hablando con Ali hasta el momento de expirar su último aliento”. (Mustadrak, al-Hakim)

Ibn al-Wardi nombra a los responsables de darle el baño mortuorio:

“Ali, Abbas, Fazl Quzam, Usama y Shaqran. Abbas, Fazl y Quzam le dieron la vuelta al cuerpo. Usama y Shaqran vertían el agua, y Ali lavó su cuerpo.”

Abdul Barr cita en su libro “Al-Istiab” a Abdullah ibn Abbas, quien dijo:

“Alí tuvo cuatro honores excepcionales, a su favor que no tuvo ninguno de nosotros:

1. De todos los árabes y no árabes, fue el primero en hacer la Salah junto al Profeta.

2. En todas las batallas en las que participó, solamente él sostuvo el estandarte del Profeta en su mano.

3. Cuando la gente huyó del campo de batalla dejando solo al Profeta, solo Ali ibn Abi Talib se mantuvo firme a su lado.

4. Ali es quien lavó el cuerpo del Profeta y lo colocó en su tumba”.

En verdad que esta segunda fase que se inicia tras la muerte del profeta empezó mal, muy mal. En medio de este barullo y alboroto, de estas riñas por el poder, llegamos al tiempo de Uzman donde se concretizan en el establecimiento de una dinastía, de un reinado, en oposición al concepto mismo de califato. Califato significa servicio y guía; protección del Corán y de la ley de Allah, pues la idea que transporta el califato es la de Ájirah, quedando Dunia como un tránsito en el que purificarnos para alcanzar el Jardín en la Otra Vida. Las dinastías, los reinos, en cambio, vuelven a coronar a Dunia como el centro de la existencia, tratando de establecer el Jardín en este mundo y de esta forma relegar Ájirah a una mera hipótesis religiosa -ateísmo religioso.

Y éste es el escenario que Uzman va construyendo durante su reinado, durante la incipiente dinastía Omeya. Irá colocando a sus familiares y allegados en los puestos de más relevancia y los irá enriqueciendo -reinado, Dunia, poder, riqueza… incluso cuando los grandes Sahaba del profeta, la gente de Badr, le están reprobando su actitud y le piden que vuelva a retomar la responsabilidad de califa y abandone el sueño mundano de rey; pero ya es demasiado tarde. Ahí está la infame carta que lleva su esclavo, dirigida al gobernador de Egipto Ibn Abi Sarj, familiar de Uzman, con la misiva de asesinar a Muhammad Ibn Abu Bakr, que el propio Uzman acaba de nombrar el nuevo gobernador de Egipto. Al mismo tiempo le ordena encarcelar a todos los que se opongan a su autoridad, pues queda confirmado como gobernador de Egipto. Si la carta fue escrita por Uzman o por su primo Marwan, gobernador de Fars, poco importa para el caso que nos ocupa. Estaba en su casa cuando Alí y otros compañeros del profeta le leyeron la carta y le pidieron explicaciones. Uzman negó que él hubiese escrito ese texto a pesar de que la carta llevaba impreso su sello, y uno de los compañeros que estaba allí reconoció la letra de Marwan. Alí le pidió que se lo entregase para interrogarle, pero Uzman se negó una y otra vez.

La situación había llegado a un punto insostenible. La gente de Medina, de Meca y de Egipto pedían la cabeza de Uzman o al menos que renunciara a su cargo. Los acontecimientos se fueron acelerando a cada hora que pasaba y el desenlace final fue su asesinato -una muerte sin duda anunciada, algo que en el cómputo general de la historia podría pasar -incluso- como anecdótico si no fuera porque es aquí, en este último periodo del califato de Uzman en el que nace el sunismo, donde se van a establecer -una tras otra- las dinastías “islámicas”, los reinados, las taifas.

Para fortalecer y consolidar este nuevo sistema hará falta eliminar todos los elementos que puedan oponerse a ello, que busquen la vuelta al califato, a Ájirah y al concepto de Umma. En ese sentido Alí tenía que ser arrinconado primero y asesinado después.

Y este escenario escatológico nos invita a un viaje en el tiempo. ¿Quiénes actuaron de esta misma forma hace miles de años? ¿Quiénes asesinaban a los profetas que les llegaban con la buena nueva? ¿Quiénes bailaban y se regocijaban alrededor del becerro de oro? ¿Acaso no fueron los Banu Isra-il? ¿Acaso no era la dinastía Omeya, la dinastía Marwan y las siguientes las que continuaron bailando y regocijándose en la fiesta de Samirí? Había que asesinar al profeta Yusuf que había llegado a Misir para complicarles la vida a los Banu Isra-il. Había que acabar con esos portavoces de Ájirah.

Y saltando unas cuantas piedras dinásticas y fluyendo en esta misma corriente sunita, llegamos al año 2025. Nos encontramos con un rey gobernando desde el palacio en Damasco tras derrocar a un gobierno que era el conector de la Resistencia, de los que se oponían a Samirí, a la adoración del becerro, a los Banu Isra-il… a los judíos. Había que derrocar a ese gobierno y establecer un reinado, una nueva dinastía. Uzman se había preocupado en colocar a sus familiares en los puestos de poder, lo mismo que está haciendo el rey de Damasco; lo mismo que hace el rey de Arabia Saudita, de Qatar, de Baréin, de Jordania, de Marruecos… Es el poder sunita que hoy, más que una secta islámica, es un instrumento en manos de los sionistas.

Hay un odio visceral e incontrolable hacia la idea misma de establecer el califato, la Umma, la comunidad musulmana. Lo vemos a lo largo de la historia del Islam. ¿Qué razón objetiva hubo para desmembrar en taifas, en reinos, el califato de Córdoba, instaurado por Abd ar-Rahman III en 929? Se desmoronaba en 1031, apenas 100 años después de su establecimiento. No hubo ninguna razón objetiva para ello. Les movía su amor por Dunia, el deseo de establecer reinos, centros de poder, de lujo; adquirir riquezas, aunque para ello tuviesen que formar alianzas con los enemigos del Islam y derrocar a otras taifas, a otros reinos, supuestamente musulmanes.

Si de nuevo damos un salto en el tiempo, podríamos preguntarnos quién protege hoy a estos reinos, a estas taifas sunitas. Los protege Israel a través de sus esbirros occidentales y ello a cambio de que los países sunitas aprueben y apoyen toda agresión dirigida a debilitar o eliminar a los territorios musulmanes no-sunitas o a los países no-musulmanes que formen parte del Eje de la Resistencia.

Más aún, se puede afirmar que el sunismo es sionista, pues se siente heredero de la verdad absoluta. Sus seguidores son los Elegidos de Allah. Y esta posición les lleva hoy a eliminar de sus estrategias de poder la invitación al Islam. Simplemente masacran al que no es sunita, pues está en el error y es enemigo de Allah, aunque siga las enseñanzas del Corán y declare que no hay más dios que Allah y que Muhammad es Su mensajero. Nada de eso importa ya. Quien no está con Israel y sus acólitos occidentales no es sunita; no es de la Gente del Libro y debe ser exterminado.

En el califato se eliminan las denominaciones. Hay un califa, hay una Shura (o Consejo) que gobiernan sobre los musulmanes formando una sola Umma. El califato lucha contra el Eje del Mal: Iblis, judíos, Occidente. No tiene otro enemigo. Apoya y defiende a todos los que se oponen a la opresión de este Eje. El califato invita al Islam a todos los pueblos de la Tierra -sin coerción, con sabiduría, con estilo, con amabilidad. Sostiene con firmeza la espada contra el Mal, pero abre sus brazos a todo hombre o mujer de buena voluntad.

Los encubridores (el Eje del Mal) son aliados unos de otros. Si los creyentes no se unen como ellos, habrá desorden en la Tierra y una gran corrupción. (Corán, sura 8, aleya 73)

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