El conflicto Hamás-Israel ha desbaratado cualquier proyecto hegemónico por parte de China o Rusia. Su exasperante neutralidad y su inexplicable amor por la ley internacional ha permitido a Occidente seguir haciendo de las suyas mientras el «gigante amarillo» seguía creciendo y situándose cada vez más cerca de la cumbre, hasta llegar –hoy– a ser considerada la segunda potencia económica, tecnológica y militar. Y no muy lejos de esa clasificación se encuentra Rusia. Y, sin embargo, en la enredada red de naciones parecen sus posiciones como las de dos países que emergen, precavidamente, de un lastrante tercermundismo. La denuncia de lo que está sucediendo en Gaza por parte de Colombia, Bolivia o Chile ha sido mucho más contundente y práctica que la de China y Rusia. Incluso Turquía, país miembro de la OTAN, ha ido más allá en sus declaraciones de un simple y cómplice tirón de orejas.
Podría caber dentro de lo posible que la estrategia de China, su necia neutralidad, esconda una posición de fuerza a medio y largo plazo. Mas los últimos acontecimientos, las últimas décadas, parecen evidenciar lo contrario. Las guerras de Afganistán e Iraq, así como la infame «primavera» árabe han creado inestabilidad y pobreza en toda la región –algo que claramente va en contra de los intereses de China y Rusia. Fijémonos, si no, en el caso de Siria. Rusia decide entrar en el conflicto 4 años después de que empezara; 4 años de titubeos, de intentar nadar y guardar la ropa, de llamadas a la «comunidad internacional» –que más parecía un clamar en el desierto; 4 años que permitieron a Estados Unidos, a Turquía, a Israel, al Reino Unido y a Francia tomar posiciones en el país, entrenar y armar a decenas de grupos terroristas esparcidos por toda la geografía siria; 4 años que les permitieron montar sus propias bases en el suelo de su aliado, en el que la propia Rusia tiene 2 bases militares de primer orden. Y desde 2015 hasta hoy Israel no ha dejado de atacar a Siria, de destruir infraestructuras militares y civiles ante la impávida y besuga mirada de Putin, de Lavrov, de sus mandos militares. Nunca ha funcionado en la historia lo de hablar cuando los sables están en alto. Hay tiempo de negociaciones y tiempo de lucha; tiempo de construir y tiempo de destruir… Son las leyes inherentes a la existencia.
Retrocedamos unas cuantas décadas en el tiempo. ¿Qué habría pasado con Corea si China y Rusia no hubiesen defendido su integridad territorial con las armas? Obviamente, no habría Corea del Norte y toda Corea sería, como ya lo es la del Sur, una base militar norteamericana. ¿Qué habría pasado si Rusia, entonces la Unión Soviética, y China –en menor medida– no hubiesen apoyado a Vietnam no solo con bonitas declaraciones de paz, sino con cazas, tanques, misiles, soldados? La geopolítica del Pacífica sería muy diferente hoy.
Por lo tanto, la historia nos muestra –y también a ellos debería mostrárselo– que asumir el liderazgo mundial exige un gran sacrificio. El buen dirigente es aquel que da más de lo que recibe. Una vez que han pasado los primeros días del conflicto e Israel, a pesar de un claro llamamiento de la comunidad internacional a un efectivo alto el fuego, continúa masacrando a la población de Gaza, ya no cabe seguir hablando. Las opciones diplomáticas y de mediadores lo único que hacen es encubrir una posición de clara complicidad.
Y dentro de esta complicidad –que pretende ser humanitaria, justa, fraternal– está la de proponer dos estados. Y lo llaman «la solución al problema». La realidad del problema es que Israel ha invadido Palestina y por lo tanto tiene que irse, tiene que abandonar unas tierras que no son suyas –que nunca han sido suyas. Los judíos tienen que volver a los países en los que durante siglos han vivido, han prosperado, se han hecho multimillonarios. El proyecto sionista debe acabar aquí, en este punto, en este conflicto. «Esa es la solución al problema, dos estados.» Pues, si esa es la solución, entonces ¿a qué estamos esperando? ¿Qué es lo que nos impide solucionar el problema? Mas hace 60 años que escuchamos esta misma cantinela. Y mientras se repite por unos y por otros, los asentamientos de colonos judíos siguen esparciéndose por todo el territorio palestino, siguen matando y encarcelando a los dueños legítimos de esas tierras. Si esa fuese la solución, ya no habría problema, pero todos saben que no lo es. Todos saben que el territorio que ellos llaman «Israel» debe volver a los palestinos –a los que están dentro y a los que están fuera.
Es cierto, lamentablemente, que los países árabes y musulmanes no están jugando el papel que les correspondería como miembros de una misma comunidad religiosa que implica una forma muy específica de economía y de vida social. Sin embargo, denunciar esta impasibilidad ante el conflicto que intenta exterminar a los palestinos –entre otros objetivos– sería un acto de hipocresía por parte de China y Rusia y, aún más, por parte de Occidente. Y ello porque lo que hoy son estos países es el resultado de más de 200 años de un brutal colonialismo que impuso por la fuerza una re-estructuración geográfica y un nefasto laicismo que dejaba sin contenido a sus propias sociedades. Y a todos les parecía bien que la última forma de presentar la transcendencia del ser humano, garantizada por el Creador del universo, fuera cediendo como un edificio resquebrajado y dando lugar a nuevas construcciones de materialismo y codicia. La religión era –también para Occidente y empezaba serlo para un Oriente musulmán– el opio del pueblo. Todos trabajaron para ello, también China y la Unión Soviética.
Sin embargo, dejemos que el tiempo haga su trabajo, pues agua pasada no mueve molino. Es tiempo de situarnos, hoy, en el lugar que cada cual esté dispuesto a asumir –sin acuerdos diplomáticos, sin resoluciones, sin discursos… sin encubrimiento.

Atacar a Israel implicaría, muy probablemente, el inicio de la cacareada tercera guerra mundial. ¿Por qué no? La segunda guerra mundial no logró crear un verdadero nuevo orden mundial. Seguían mandando las potencias colonialistas. Y Rusia y China aceptaron el apaño. Quizás es hora de que haya un verdadero nuevo orden mundial en el que desaparezca Occidente en tanto que poder hegemónico –un club LGBTQ con buenas infraestructuras para veranear y practicar deportes de invierno.
Más aún, ¿está segura China de que, si estableciese una verdadera alianza con Rusia, Corea del Norte, Irán y Turquía y obligase a Israel por la fuerza a detener los ataques de Gaza, Estados Unidos y sus aliados les harían frente? Probablemente, no. Estamos viendo con absoluta perplejidad la actuación de la OTAN en Ucrania –su impasibilidad, su inmovilidad, su incapacidad para implementar en la práctica y por la fuerza su proyecto político en la zona. ¿Quieren acabar con Rusia sin luchar, sin derramar su sangre? Una y otra vez nos vemos obligados a rememorar las palabras de Mao: «Estados Unidos, Occidente, es un tigre de papel.»
Es hora de comprobarlo. De hecho, no hacemos, sino constatar –conflicto tras conflicto– la debilidad estructural de Occidente. A pesar de sus aterradores rugidos, China ha superado a Occidente en casi todas las esferas. Sin embargo, tiene miedo de tomar el testigo; incluso si lo comparte con Rusia. El BRICKS es una loable opción económica, pero ya sabemos que los proyectos económicos deben estar respaldados por los ejércitos. Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas y eso hace, de facto, que sea la única potencia nuclear.
China y Rusia tienen que demostrarle al mundo que se puede confiar en ellos, que pueden proteger a otras naciones, que pueden impedir que sean invadidas, masacradas, expoliadas… mas no con palabras, con declaraciones, con resoluciones de la ONU. Hace falta que esos ejercicios de guerra, esos juegos bélicos, se conviertan en un ataque por tierra, mar y aire contra el enclave de la opresión y de la discordia global –Israel.
