¿Qué nos impide alunizar?

Lo primero que debería hacerles pensar a los promotores de esta falacia cósmica es su inutilidad –la futilidad de tal viaje, de tal aventura, pues tratar de pisotear la Luna es ir en contra de sus propios cometidos; tres de los cuales pertenecen al sistema funcional y, por lo tanto, son reconocibles y útiles para el hombre.

Su primera función es la de embellecer el cielo. Durante milenios no ha dejado de ser objeto de inspiración a poetas y filósofos. La Luna es un astro aparente y, sin embargo, es el elemento más enigmático del cielo.

Su segunda función es la de iluminar nuestros pasos en la noche. Sin ella la oscuridad sería total y ello afectaría a nuestro carácter, a nuestra relación con el Universo.

La tercera función de la Luna es la de actuar como un preciso calendario. Quien está acostumbrado a observarla y a anotar el paso de una casa a otra –de una fase a otra– sabe en qué mes estamos, en qué día del mes y en qué hora de la noche.

¿Cómo es posible, entonces, que haya sido el azar el organizador de ese reloj-calendario celeste?

Mas en vez de tratar de responder a esta pregunta con coherencia, los astrofísicos prefieren seguir con sus cálculos para ver cómo se podría enviar una nave que alunizara tras perforar un espacio que les resulta totalmente incomprensible, imprevisible, oscuro.

¿Qué nos empuja a este tipo de odiseas? ¿El aburrimiento? ¿Es este pesado compañero existencial el que nos lanza a salir de la rutina y emprender misiones imposibles que ya antes de comenzar están abocadas al fracaso?

Mas ninguna agencia espacial del mundo se atrevería a justificar tal empresa como una forma de salir del hastío que produce la cotidianidad –demasiado lenta, demasiado repetitiva. Intentan hacernos creer que, si bien ahora el coste es desmesurado, en un futuro no muy lejano estos viajes serán rentables, cuando empresas especializadas en minería comiencen a extraer materiales conocidos, existentes en la Tierra, y otros quizás nuevos, con características que podrían impulsar la estancada tecnología.

Mas todos sabemos, todos, que la minería lunar es imposible, pues, como vemos con auténtico desmayo, ni siquiera logramos alunizar. Imaginemos ahora lo que supondría extraer minerales del subsuelo de la Luna. Ello implicaría maquinaria pesada, decenas de trabajadores, decenas de especialistas… ¿Dónde vivirían estos intrépidos pioneros? ¿Qué aire respirarían? ¿Quién construiría las bases, los almacenes? ¿Cómo iluminarían las zonas de excavación?

¿Por qué, entonces, insisten en hablar de próximos asentamientos lunares, de minería lunar, de plataformas de lanzamiento a otros lugares del espacio, del cosmos? Tienen sus razones para hacerlo.

La primera de ellas es la de convencernos de que el poder del hombre no tiene límites. Se trata de los primeros pasos; pasos que nos llevarán a otros mayores, a la conquista del Universo. Hicimos, pues, bien en asesinar a Dios. Se trataba de una entidad inservible, que tenía atenazada la imaginación de los hombres. Sin embargo, el arma que utilizaron para perpetrar este teocidio, la ciencia, ha resultado ser un cúmulo de rectificaciones que no permiten que se construya una teoría unificada que explique el origen del Universo y de la vida.

Mas esta falta de análisis, de coherencia, no despierta sospechas entre la gente. No incita al reproche, pues todos adolecen de la misma falta de análisis y de coherencia en sus vidas, en sus trabajos, en sus relaciones sociales… en su comprensión de la existencia. Y de esta forma los medios de comunicación nos zarandean con nuevos retrasos en las misiones espaciales, cambio de planes, lapsus hasta de 50 años, en los que el espacio volvía a ser un manchón de tinta azul en una postal.

Mas ¿cuántos de los que en 1969 veían en la televisión los lunáticos saltos de Armstrong siguen vivos o, al menos, activos? ¿Es posible que fuera cierta ese inesperado alunizaje? Según la versión NASA, no parece razonable achacar a la casualidad, a la buena suerte, aquellas imágenes espectaculares de un hombre plantando una bandera en la Luna, pues la misma hazaña se repitió en 4 ocasiones más. En ninguna de estas misiones las naves espaciales encontraron en los cinturones Van Allen un obstáculo para llegar a la Luna. Tampoco se desintegraron las cápsulas al entrar en la atmósfera terrestre. Se posaron en el Atlántico como una gigantesca gaviota que se tomara un respiro en su vuelo. Todo fue según lo previsto. Ni un solo fallo. Ni un solo imprevisto que pudiera dar al traste con el viaje. ¿Por qué, entonces, ahora la NASA lleva años preparando el próximo alunizaje? ¿Por qué les preocupa la temperatura que pudiera alcanzar la cápsula habitada por la tripulación al rozar de nuevo con el aire? Ya lo han hecho 4 veces y no ha habido ningún problema. ¿Por qué temen que los instrumentos de vuelo puedan desconectarse o mal-funcionar a causa de las tormentas solares, de un exceso de radiación…? Tampoco en esos 4 viajes ocurrió tal percance. Parece más bien como si fuese ahora cuando por primera vez intentan alunizar sin efectos cinematográficos.

Mas todos saben, todos, que nunca llegarán a la Luna. Los primeros en darse cuenta fueron los soviéticos y por ello se salieron de la carrera espacial, pero no abandonaron el concepto materialista que ésta implicaba. No han dejado de apoyar la Gran Mentira, el arma asesina –la ciencia.

Mas hay otras razones para que insistan en fracturar aún más la verdadera cosmología existencial. En muchas ocasiones el mentiroso llega a creerse sus propias mentiras. Piensa que, quizás, es posible hacerlas realidad –el hombre-dios que quiere justificar su pequeñez conquistando imposibles fortalezas. Ya los otomanos desarrollaron un sistema para que el hombre pudiera caminar por el fondo del mar. Fueron los primeros en diseñar un tipo de escafandra que recibía el aire desde la superficie a través de un complicado manojo de tubos. Lograron que varios hombres se mantuvieran durante horas debajo del agua. Ello les llevó a acariciar el proyecto de construir ciudades submarinas. Mas los asesores del sultán más sensatos le convencieron para que borrara de su imaginación tal idea, arguyendo que el hombre ha sido creado para vivir en la superficie de la Tierra y que ni el cielo ni los océanos deberían constituir sus hábitats.

Sin embargo, había una razón más poderosa que un mero ir contra natura –el intento de sofisticar la vida es el resultado de haber perdido de vista la del Más Allá, en la que muchos imposibles en la Tierra allí se materializarán siguiendo nuestros deseos, nuestra voluntad. No es éste el lugar para experimentos.

Mas una y otra vez se vuelven a acariciar las quimeras. La empresa canadiense The Metals ha presentado su propuesta de practicar la minería en los fondos oceánicos de la isla pacífica de Nauru –el mismo sinsentido que la minería lunar. Son proyectos que se presentan como realidades acabadas: Luego, la noticia desaparece, pues carecen de la tecnología necesaria para tal empresa. Mas queda la calumnia, como un trabajo más añadido a los trabajos de Hércules. De quimeras a mentiras, de fantasías a una realidad cada vez más empobrecida, más artificial, más venenosa.

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