Quizás tienes algo mejor que hacer

Imaginemos por un instante que alguien en el año 2000 hubiese dejado de leer noticias, de ver TV, de escuchar la radio. Imaginemos que años después no se hubiera conectado a Internet, permaneciendo ajeno a las innovaciones que podían llegar a su móvil. Mas su móvil solo cumplía las funciones de llamar y recibir. No podía introducir ninguna de las aplicaciones que solo abren los teléfonos “inteligentes”. Pasaba el tiempo jugando al ajedrez con los amigos, ocupándose de su negocio –una herboristería– y leyendo la obra de los antiguos.

Y de esta forma llegamos a 2023, hoy. ¿Realmente podemos decir que ha perdido el hilo de la historia? ¿Acaso sus colegas, sus familiares, sus vecinos… saben algo que él no sepa? ¿Acaso recuerdan lo que sucedió año tras año, mes tras mes, semana tras semana durante estos últimos 23 años? ¿Dónde han quedado aquellas noticias que les hicieron llorar? Todo lo ha devorado el continuo reinicio al que está sometido el hombre de hoy.

Llegados a este punto, caemos en la cuenta de que nuestro anacoreta tiene la misma cantidad de información que sus conciudadanos –cero. La razón de este inquietante fenómeno no solo hay que verla en el hecho de que todas las noticias que recibimos, toda la información que nos llega, todos los datos a los que tenemos acceso… son un montón de basura, un cúmulo de mentiras, sino también en su falta de relación con nuestras vidas. Nada de lo que leemos nos concierne. Nos llega información que nada tiene que ver con nuestros problemas, con nuestras preocupaciones. Es como ingerir constantemente alimentos que no nos sacian, carentes de substancias nutritivas. Tras ingerirlos, en seguida volveremos a tener hambre. Y ello porque las noticias, todo lo que circula por la Red, tiene como finalidad la de configurar un mundo fenomenológico de una abrasadora mediocridad y sin transcendencia, sin explicarnos por qué existimos; qué nos espera tras la muerte; si hay un manual de instrucciones que podamos seguir.

Estas angustiosas preguntas, las únicas que realmente interesan al hombre, al hombre despierto, al hombre vivo, están ausentes en la Red. Sin embargo, salir de ese mundo pre-fabricado por los medios de comunicación, por la Red, como supuestamente ha hecho nuestro anacoreta, no es suficiente, pues jugar al ajedrez o leer a los clásicos es caer en otro tipo de inconsciencia. Tenemos que buscar el libro de instrucciones –el último mensaje revelado a los hombres, luz y guía, pues no solo se trata de dar sentido a la vida de este mundo, sino a todo el viaje existencial. Y “dar sentido” aquí significa comprender, tener la imagen completa de esta creación. Y esta luz y esta guía, el libro de instrucciones, es el Corán, que se descargó sobre el profeta Muhammad en lengua árabe mumin (en una forma comprensible, con significados claros y precisos).

Mas la gente prefiere lo banal, la mediocridad cotidiana de los famosos, la demagogia de los políticos, el sensacionalismo con el que nos bombardea la prensa. Lo más intranscendente puede convertirse en el objetivo de nuestra vida para esta semana. Después, perderemos el sentido, cuya búsqueda reemplazaremos por alcohol y drogas. Y puede que unas semanas después, otro hecho insignificante llame nuestra atención y lo elijamos como nuestro próximo objetivo existencial.

¿Por qué andamos a tientas como si estuviéramos ciegos si tenemos dos ojos y la luz del corazón? ¿Por qué no abrimos el libro de instrucciones? ¿Por qué no abrimos el Corán y empezamos a dibujar el verdadero mapa de la existencia?

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