Ocho lecciones de los estoicos para manejar la incertidumbre.
El estoicismo es una corriente filosófica originada en Atenas y exportada a Roma. En nuestros días se organiza la «Stoic Week», un evento global anual que invita a vivir como un estoico durante una semana.
Redacción de El Debate
El estoicismo fue una de las escuelas filosóficas más relevantes de la antigüedad. Surgió en Atenas hacia el año 300 a. C. gracias a Zenón de Citium, y se convirtió en una de las corrientes de pensamiento más populares del mundo romano, gracias en parte al estadista Séneca: sus doctrinas atraían a personas de todos los estratos de la sociedad antigua, desde el esclavo Epicteto hasta el emperador Marco Aurelio.
Originalmente un complejo sistema de ideas que abarcaba lógica formal, gramática, física, meteorología, entre otras, los tres estoicos romanos Séneca, Epicteto y Marco Aurelio escribieron principalmente sobre cómo vivir como un estoico, adoptando ideas éticas estoicas como guía para una buena vida.
Sin desdeñar el valor de otras corrientes filosóficas ni reducirla a su utilitarismo, lo cierto es que el estoicismo parece un sistema útil en los tiempos que corren. 2.300 años después de su invención, el estoicismo no sólo sigue vigente, sino que está de moda: es un sistema de pensamiento sencillo que aporta reglas comprensibles para vivir mejor, afrontar la incertidumbre y poner freno a los pensamientos negativos.
El estoicismo permite a las personas enfocarse en lo que está bajo su control, aceptar las cosas tal y como son, manejar las emociones, superar la ansiedad, conservar la calma y enfrentar la incertidumbre de la vida moderna.
Ocho lecciones de los estoicos
1 «No busques que todo suceda como deseas que suceda, sino más bien desea que todo suceda como realmente sucederá, entonces tu vida fluirá bien».
2 No son las cosas las que nos molestan, sino nuestros juicios sobre las cosas, decía Epicteto. La forma en que pensamos sobre las cosas es clave. Sólo estás frustrado, decepcionado o enfadado por una situación dada porque has juzgado que algo terrible ha sucedido. ¿Pero es correcto ese juicio?
3 Deben evitarse las emociones negativas como el miedo, la ira o los celos porque se basan en juicios erróneos, son desagradables de experimentar y pueden conducir a malas acciones. Séneca dijo que la ira es una locura temporal y debe evitarse a toda costa, ya que con demasiada frecuencia puede convertirse en violencia.
4 Es un error pensar que las circunstancias y los objetos externos son inherentemente buenos. Lo único que es genuinamente bueno es tener una mente racional y un carácter virtuoso; esto es lo único que los estoicos dicen que necesitamos para vivir una buena vida. Si bien todo lo demás (dinero, salud, estatus) puede ser preferible (todos los elegiríamos antes que sus opuestos), ninguna de estas cosas es esencial y es posible vivir una buena vida incluso sin ellas.
5 Teniendo esto en cuenta, los estoicos sostienen que es posible vivir bien en cualquier situación, siempre que se tenga el estado de ánimo adecuado. Cualquiera que sea la mala suerte o la adversidad que alguien pueda experimentar, estos cambios externos en la fortuna nunca pueden socavar su estado de ánimo, siempre y cuando lo protejan bien.
6 Por tanto, nuestra atención debería centrarse en cultivar este excelente estado de ánimo. Esto significa prestar atención a los juicios que hacemos y evitar las emociones negativas. También significa desarrollar rasgos de carácter positivos como la justicia, el coraje, la moderación y la sabiduría. Estas virtudes nos permitirán actuar como «buenos ciudadanos», en consonancia con nuestra naturaleza de animales sociales.
7 El objetivo de los estoicos es vivir en coherencia con la naturaleza. Esto significa varias cosas: ser internamente coherentes con las creencias y valores que tenemos, estar en sintonía con nuestra naturaleza humana como animales racionales y sociales, y vivir en armonía con la Naturaleza en su conjunto, reconociendo que nuestra supervivencia depende del bienestar de la Naturaleza.
8 El estoico ideal será, pues, lúcido y racional, pero también desinteresado y social, además de ecológico y global. Valorará su propia integridad más que el éxito material. Apreciará lo que tiene y, si lo pierde, aceptará de buena gana que nada se puede conservar para siempre. Se comportará lo mejor que pueda, sin frustrarse cuando las cosas no salgan como esperaban.

SONDAS: El estoicismo es, ante todo, un sistema chamánico de pensamiento –una propuesta de conducta social e individual que emana de la simple observación de que es mejor aceptar el destino que rebelarse contra él. El estoico, pues, busca la felicidad como la busca el resto de sus semejantes. Sin embargo, ninguno de ellos alcanza esta preciada zanahoria, pues la ecuación es algo más complicada que todo eso.
El estoicismo, como cualquier otra formulación filosófica, nos lleva al ateísmo; y ello de forma absoluta, pues al estoico no le quita el sueño el no saber cuál pudo haber sido el origen del universo o de la vida. Parte del hecho empírico de que ambos inquietantes fenómenos existen, y eso es lo importante. Sin embargo, lo que realmente importa –más aún, lo único que realmente importa– es saber cómo se originó la existencia; cómo la nada llegó a ser algo, y algo portentoso.
Es la misma posición chamánica de los llamados científicos, muchos de los cuales, tras el devastador fracaso a la hora de explicar estos dos orígenes, han optado «estoicamente» por renunciar a su búsqueda, y dicen: «Lo único que sabemos con certeza es que el universo y la vida existen. Estudiemos, pues, su funcionamiento y obviemos su origen.»
Obviar su origen significa, de facto, obviar su finalidad, el objetivo de haber llegado a ser. Y una vida sin sentido, sin propósito, ya es un elemento perturbador –incluso para un estoico. Como nos advertía Freud: «El que camina en la oscuridad y silva niega su miedo, pero no por ello ve más claro.» El estoico pretende que todo está bien –la alegría frente al sufrimiento; la impavidez ante la desgracia; la indiferencia ante el desprecio… y es posible que esa actitud existencial sea la correcta, pero aun así necesitamos encontrar su justificación. Si debo reprimir mi ira, necesito saber por qué; para lograr qué objetivo superior debo realizar tal sacrificio, pues lo que realmente atormenta al hombre no es que le desprecien o que le asalte la enfermedad, sino el absurdo de vivir en un mundo carente de finalidad.
Dentro de la estructura cognitiva del hombre se encuentra en un puesto prominente la lógica. Los seres humanos necesitan vivir dentro de un ámbito aceptable de coherencia. De lo contrario, surge la desesperación, el miedo, la angustia. «No sabemos lo que nos pasa,» decía Ortega y Gasset, «y eso es lo que nos pasa; que no sabemos lo que nos pasa.» Y no puede haber peor escenario que éste, ya que el hombre necesita saber, precisamente y en todo momento, lo que le pasa. Lo más angustioso es no saber por qué siento angustia.
Y también al estoico lo que le rodea es el malestar. Es ese malestar imposible de describir el que no puede curar la filosofía, ni manejar, ni manipular, pues solo la lógica, la coherencia, pueden devolvernos al estado de paz interior –la verdadera felicidad.
Podemos imaginar a un Sísifo feliz subiendo y bajando la roca que los dioses le han impuesto como castigo. Podemos imaginar que lo acepta, pero no podemos imaginar a un Sísifo despreocupado, indiferente al hecho de existir sin saber para qué, pues ese es un castigo mucho mayor que el de la roca. Es el castigo que impone la filosofía a sus adeptos. Y aquí «filosofía» hace referencia al chamanismo, al verdadero ateísmo –un ateísmo que nos ofrece un sistema que trata de convencernos de que no necesitamos que exista un Dios diseñador, creador y sostenedor del universo. «Olvidémonos de las galaxias. Tú estás aquí, en la Tierra –un locus lleno de conflictos, y lo que te proponemos es que tomes una actitud estoica ante ellos.» Mas el ateísmo, la filosofía, el chamanismo, no son, sino refinados sistemas de cinismo.
Lo que nos propone el estoicismo es llevar a cabo la misma sublimación que ya nos propusiera la Revolución Rusa. En este caso se trataba de trabajar 16 horas al día, en cualquier condición posible, para construir un futuro supuestamente luminoso que esa primera generación nunca vería. Lo verían sus hijos o sus nietos. O quizás nunca se lograría tal objetivo. «Mas ¿acaso no merece la pena morir en el intento?» Las siguientes generaciones fueron contundentes en su respuesta: «No, no merece la pena morir por el futuro.»
Ya Kant denunciaba este altercado contra la razón: «No se puede pedir a nadie que sea moralmente bueno sin prometerle algo a cambio, algún tipo de recompensa o galardón.» Y es aquí donde reside el problema del estoico. Es aquí donde encontramos la causa de que Epícteto no hallase ningún estoico. Y su queja ante este hecho podría indicar que tampoco él lo era. Necesitamos algo a cambio de vivir en toda circunstancia oponiéndonos a nuestra propia naturaleza.
El hombre desea la riqueza, el poder, la fama… como desea la salud, la fuerza, la energía. ¿Qué podría justificar el que abandonase esos impulsos naturales y aceptase, o incluso prefiriese, vivir en la pobreza, en un absoluto anonimato, lejos de la soberbia y de la arrogancia? Y aquí el estoico llega a vía muerta, pues según su propia doctrina debería aceptar esa forma de vida sin esperar nada a cambio, ningún reconocimiento por parte de sus contemporáneos.
Lo que se le estaría pidiendo al estoico sería asumir una actitud todavía más heroica que la de los proletarios rusos, ya que éstos tenían un dios –la historia– al que ofrendar su sacrificio. Mas aquéllos deberían encontrar una inexplicable satisfacción en asumir el ideal estoico que empezaba con su nacimiento y acababa con su muerte –un sacrificio en verdad imposible de asumir si no fuera porque en realidad se estaba encubriendo un objetivo secreto. El estoico –como el taoísta, como cualquier chamán– busca poder, o quizás sería mejor decir poderes. Quiere convertirse en el hombre perfecto, el hombre extremo… el superhombre a través de una actitud mucho más ascética que la de los yoguis. Sin embargo, los «poderes» que podamos desarrollar en la vida de este mundo no son, sino engaños, sugestiones.
Una vez un sabio caminante le preguntó a un asceta que vivía recluido en una pequeña isla, qué estación de conocimiento había alcanzado. Éste se concentró y al cabo de unos minutos comenzó a levitar y a trasladarse por el aire hasta llegar a la otra orilla. El sabio exclamó: «¡Sorprendente! Y dime, ¿cuánto tiempo te ha llevado conseguir este control de ti mismo?» El asceta contestó: «Diez largos y trabajosos años.» El sabio volvió a exclamar: «¡Diez años! Yo he cruzado hasta aquí, por este puente, en 5 minutos.» Si el asceta tomase consciencia de la realidad que le ha presentado el sabio, caería en la cuenta de que ha desperdiciado diez años de su vida.
Y es en esa cuenta en la que caen los adeptos al estoicismo, a la meditación transcendental… al chamanismo. En esta etapa del viaje existencial no hay milagros, sino comprensión. El estoico se da cuenta de que todas esas prácticas le llevan, paradójicamente, a un estado de insoportable soberbia, ya que le sitúan por encima del resto de sus semejantes –ser uno con el absoluto, indiferente ante el sufrimiento, insensible al fuego… ¿A dónde me llevan realmente estos logros? A entender que siempre hay un puente que nos permite cruzar al otro lado en 5 minutos.
Pero también es posible que, en el proceso de convertirse en un estoico, el adepto comprenda que el sentido de esta vida, de nuestras acciones, de nuestros sacrificios, debemos encontrarlo en la vida del Más Allá, en la que no hará falta el estoicismo, pues no habrá conflictos ni enfermedades; no habrá muerte ni elementos venenosos que ensucien nuestro corazón. No deseamos la enfermedad, pero la aceptamos, pues sabemos que pronto estaremos paseando por el Jardín de las Delicias.
