Un científico afirma que los humanos se acercan rápidamente a la singularidad y a la inmortalidad gracias a la tecnología de los nanorobots

Tim Newcomb para Esquire

Durante más de cinco décadas, el científico futurista Raymond Kurzweil ha demostrado su pasión por entender cómo los ordenadores pueden cambiar nuestro mundo. Ahora está listo para ungir a los nanorobots como la clave que permitirá a los humanos trascender el umbral de vida de ~120 años.

Como escribió -tanto en el próximo libro The Singularity is Nearer (que sale a la venta el 25 de junio) como en un ensayo publicado en Wired, la fusión de la biotecnología con la inteligencia artificial llevará a que la nanotecnología ayude a «superar por completo las limitaciones de nuestros órganos biológicos».

Nuestro cuerpo acumula errores cuando las células se reproducen una y otra vez, lo que invita al daño. Esos daños pueden ser reparados rápidamente por los cuerpos jóvenes, pero no tanto cuando la edad se acumula.

«La única solución, sostienen los investigadores de la longevidad, es curar el propio envejecimiento», escribió Kurzweil. «En resumen, necesitamos la capacidad de reparar los daños del envejecimiento a nivel de células individuales y tejidos locales. Se están explorando varias posibilidades para lograrlo, pero creo que la solución definitiva más prometedora son los nanorobots».

Sin embargo, para ponerlo en contexto, se trata de la visión del futuro de un solo hombre. Actualmente no existe ninguna tecnología que se acerque a lo que Kurzweil predice, ni hay ninguna garantía de que su visión se haga realidad. Pero tampoco hay garantías de que no vaya a ocurrir, al menos con el tiempo.

Kurzweil está de acuerdo con el gerontólogo biomédico Aubrey de Grey en que es probable que la primera persona que viva 1.000 años ya haya nacido. «Si la nanotecnología de 2050 resuelve suficientes problemas de envejecimiento para que las personas de 100 años empiecen a vivir hasta los 150, tendremos hasta 2100 para resolver los nuevos problemas que puedan surgir a esa edad», afirma Kurzweil. «Con la IA desempeñando un papel clave en la investigación para entonces, el progreso durante ese tiempo será exponencial».

Kurzweil admite que todas estas proyecciones pueden sonar «absurdas» ahora mismo, pero cree que hay «razones sólidas» para corroborarlo mediante nanorobots médicos. Cree que nanorobots diamondoides con sensores a bordo, manipuladores, ordenadores, comunicadores e incluso fuentes de alimentación podrían funcionar en el torrente sanguíneo humano con el tamaño de una célula. Cada cuerpo podría necesitar varios centenares de miles de millones de nanobots para reparar y aumentar los órganos degradados.

«Controlando el suministro de estas sustancias vitales, ajustando sus niveles según sea necesario y manteniendo las estructuras de los órganos, los nanobots pueden mantener el cuerpo de una persona en buen estado de salud indefinidamente», escribió. «En última instancia, los nanobots podrán sustituir por completo a los órganos biológicos, si es necesario o se desea».

No sólo prevé que los nanobots preserven las funciones normales y limiten el impacto del envejecimiento, sino que cree que podrían crear un cuerpo humano más óptimo.

«Una vez que los nanobots puedan reparar o destruir células individuales de forma selectiva», afirma, «dominaremos por completo nuestra biología y la medicina se convertirá en la ciencia exacta a la que aspira desde hace tiempo».

Pero vivir más no es lo único que Kurzweil cree que ocurrirá gracias a la tecnología. Según Kurzweil, a medida que crezca el campo de la nanotecnología, el papel de los nanobots en el cuerpo humano madurará con él. En algún momento, el cuerpo puede llegar a ser más de un 99,9% no biológico. Prevé una situación en la que la tecnología controle por completo la secuenciación del ADN, la capacidad de la IA para comprender el cuerpo humano solucione los problemas antes de que surjan, los nanocomputadores controlen el funcionamiento de nuestro cuerpo reescribiendo el ADN y controlando las células y (en algún momento) nuestra sangre y tejido cerebral sean sustituidos por nanobots que nos conecten directamente a las máquinas que nos controlan.

Kurzweil cree que en los años 2040 o 2050 habremos reconstruido nuestros cuerpos y cerebros mucho más allá de lo que conocemos hoy. «Cuando la nanotecnología despegue, seremos capaces de producir un cuerpo optimizado a voluntad», afirma. «Podremos correr mucho más rápido y durante más tiempo, balancearnos y respirar bajo el océano como los peces, e incluso dotarnos de alas funcionales si lo deseamos. Pensaremos millones de veces más rápido, pero lo más importante es que no dependeremos de la supervivencia de ninguno de nuestros cuerpos para sobrevivir».

Sólo el tiempo dirá si tiene razón.

SONDAS: Kurzweil es un judío que participa plenamente de la descripción que de ellos hace el Corán:

Ten por seguro que son ellos los que más se afanan por la vida de este mundo, más incluso que los idólatras. Todos ellos desearían vivir mil años, pero eso no les apartaría del castigo que se les ha decretado. Allah es consciente de la intención que les mueve a actuar. (Corán, sura 2, aleya 96)

Se trata, como vemos, de construir el Paraíso en este bajo mundo, en este mundo terrenal, en el que todo es efímero y se degrada irremisiblemente. Desde aquellos “Días de Allah”, en los que, tras haber sido duramente oprimidos por Firaún, lograron salir de Misir con el profeta Musa, no han dejado de maquinar con la intención de establecer el jardín eterno en una fase existencial -este mundo- en la que nada perdura.

Mil años no es el tamaño de la inmortalidad, pero podría ser un buen comienzo si a ello añadimos ciertos retoques y no menos rectificaciones -la más urgente sería la de acabar con las enfermedades. Mil años nos alejan de una incierta vida postmortem, ya que la última morada podría ser el Fuego. Mejor quedarnos aquí.

Quizás esa frontera podría extenderse a 3,000 o 5,000 años antes de que acabase el milenio. Son sueños judíos, sueños pueriles, pues para conseguir esas primicias de inmortalidad proponen, como es el caso de este artículo, una tecnología inexistente e imposible de desarrollar. Es la misma actitud que han tomado todos los judíos futuristas, mesiánicos. Ahí tenemos a Huxley y su “Brave New World”, cuya trama se desarrolla en una geografía y en un tiempo irreales, en los que el hombre fabricaba al hombre según tres modelos de comportamiento y los llamaba Alfa, Beta y Gamma. Cada uno de estos grupos tenía una configuración genética que les hacía sentirse tremendamente felices desempeñando las tareas para las que habían sido creados. Mas Huxley no explica cómo se puede lograr eso. Es una novela de ciencia ficción y por lo tanto se permite este tipo de licencias.

Y lo mismo sucede con “Atlas Shrugged” de Ayn Rand, donde la autora plantea una sociedad norteamericana basada en un puro capitalismo, sin la menor intervención estatal. Para lograrlo presenta al mesías prometido de los judíos, encarnado en un ingeniero eléctrico, investido de poderes sobrenaturales. Construye, por ejemplo, una central de no más de 4 m2 que da energía a toda la costa este de los Estados Unidos, y que se activa pronunciando una fórmula mágica. ¿Cómo lo consigue? ¿Qué tecnología utiliza para tal fin? De nuevo -se trata de una novela con ciertos elementos de ciencia ficción, en la que rezuma la puerilidad, pues para conseguir esa nueva sociedad hace falta esa prodigiosa tecnología, una tecnología que no existe, que nadie tiene, que es impensable lograrla incluso trasladando su realización más allá del horizonte de la racionalidad. No existen cimientos, pero se ha construido un rascacielos. ¿Sobre qué base? Sobre la puerilidad judía.

Sin embargo, aún queda una cuestión fundamental en todo este delirante collage. ¿Cómo va a soportar el hombre esos supuestos mil años de vida cuando le cuesta hoy llegar a los 70? Cada vez son más los países que han legalizado la eutanasia y la muerte voluntaria. Los antidepresivos son los fármacos más vendidos en todo el mundo. Y no son sus consumidores gente enferma. En la mayoría de los casos se trata de hombres y mujeres con una buena salud y un buen nivel de vida. Mas son adictos a este tipo de pastillas para contrarrestar el absurdo de una vida sin sentido.

No se trata, pues, de vivir mil años, sino de entender el propósito -la finalidad- de la existencia.

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