El 17 de diciembre de 2020 se dio a conocer la nueva estrategia marítima de EE UU que ha puesto en práctica los retrógrados conceptos descritos por primera vez en la doctrina de Estrategia de Defensa Nacional 2020, que apuntan a China y Rusia como los principales enemigos de EE UU y exige que EE UU sea capaz de “derrotar a nuestros adversarios mientras aceleramos el desarrollo de la modernizada e integrada fuerza naval del futuro”.
Las ventajas del Pentágono en el mar: “Los enfoques revisionistas de China y Rusia en el entorno marítimo amenazan los intereses de Estados Unidos, socavan las alianzas y asociaciones y degradan el orden internacional libre y abierto … además, la agresividad de China y Rusia a través de su crecimiento y modernización naval están erosionando las ventajas institucionales de Estados Unidos».
El documento continúa diciendo que “debemos operar de manera más asertiva para prevalecer en la competencia diaria mientras mantenemos el orden basado en reglas y disuadimos a nuestros competidores de perseguir la agresión armada… las fuerzas navales listas y desplegadas adoptarán una actitud más directa en las operaciones diarias «
Matthew Ehret para The Saker
Para cualquiera que haya estado atento al vasto crecimiento de la política de contención del Pentágono alrededor del perímetro de China, que comenzó con el Pivot de Asia de Obama, podría parecerle que estas palabras no son nuevas, sino una continuación de la agenda unipolar estadounidense, juegos de guerra del Pacífico y proyección psicológica sobre los enemigos “detectados”, que han estado en marcha durante años. Si bien esto es estrictamente cierto, debemos tener en cuenta que están ocurriendo en un momento en que la OTAN 2030 ha consagrado una postura militar anti-China en la doctrina de seguridad transatlántica que, anteriormente, había canalizado la mayor parte de su odio, exclusivamente, hacia Rusia.
El hecho es que esos zombis unipolares, programados para no pensar en otros términos que no sean el dominio global del estado post-nación, tienen un miedo mortal al vínculo de supervivencia entre Rusia y China, que ha creado una base excepcionalmente viable para una arquitectura económica/de seguridad alternativa para el mundo. Este modelo se basa en un sistema de finanzas que no define al dinero en términos de desarrollo especulativo, sino como el fundamento económico real de la vida. También presenta un fuerte énfasis en la cooperación de beneficio mutuo en oposición a la lógica hobbesiana de suma-cero dominante entre las potencias occidentales. Al mismo tiempo, se ve impulsado por las prácticas económicas del sistema OPEN moldeadas por el progreso científico y tecnológico ilimitado que alguna vez guió a las mejores tradiciones de Estados Unidos.
Con la obvia amenaza de una guerra nuclear entre un orden unipolar colapsando en el oeste y una alianza multipolar emergente, es importante revisar qué posibles tradiciones políticas latentes aún pueden revivir dentro de la historia de Estados Unidos; tradiciones que ciertas fuerzas están trabajando muy duro para eliminar del registro histórico y de la memoria colectiva. Este estudio nos llevará a las increíbles luchas que surgieron por la identidad de Estados Unidos a principios del siglo XX durante el período del presidente William McKinley y de su traidor y anglófilo vicepresidente Theodore Roosevelt.
¿Doctrina Monroe o Imperio?
Como Martin Sieff ha expresado elocuentemente en su reciente artículo, el propio presidente McKinley fue un pacificador, un antiimperialista de un orden superior de lo que la mayoría de la gente cree. McKinley también fue un firme partidario de dos políticas complementarias: 1) Internamente, fue un defensor del «sistema Lincoln americano», basado en un fuerte proteccionismo, mejoras internas y derecho al voto de la población negra, y 2) Externamente, fue un defensor de la Doctrina Monroe que define como anti-imperial la política exterior de Estados Unidos desde 1823.
El arquitecto de la Doctrina Monroe, John Quincy Adams, expuso este principio elocuentemente el 4 de julio de 1821:
Después de cincuenta años, Estados Unidos, sin una sola excepción, ha respetado la independencia de otras naciones, mientras afirma y mantiene la suya.
Que Estados Unidos no salga al exterior en busca de monstruos para destruir es la quintaesencia de la libertad y la independencia de todos.
Que al involucrarse en los asuntos internos de otras naciones, Estados Unidos destruiría su propia razón de existir. Las máximas fundamentales de su política no serían, entonces, diferentes de las del imperio derrotado por la revolución estadounidense. Entonces, ya no sería el gobernante de sí mismo, sino el dictador del mundo.
La marcha de Estados Unidos es la marcha de la mente, no de la conquista.
Los establecimientos coloniales son motores del mal, y en el progreso hacia un mejoramiento social será deber de la familia humana abolirlos.
Era un John Quincy Adams envejecido con quien un joven Abraham Lincoln colaboró para poner fin a la guerra imperial mexicano-estadounidense que iniciara el títere de Wall Street James Polk en 1846. Cuando Adams murió en 1848, Lincoln recogió la antorcha que éste había dejado tras de sí, mientras, bajo la dirección de Londres, el “proto deep state” del siglo XIX trabajaba para disolver la república desde adentro. La concepción de la política exterior establecida por Adams aseguró que la única preocupación de Estados Unidos era «mantenerse fuera de los enredos imperiales extranjeros», como Washington había advertido anteriormente, y mantener los intereses imperiales extranjeros fuera de América. La idea de proyectar su poder sobre los débiles o someter a otras culturas era un anatema para este principio genuinamente estadounidense.
Una gran batalla que se ha ocultado intencionalmente en los libros de historia tuvo lugar a raíz del asesinato de Lincoln y el resurgimiento del poder esclavista respaldado por la ciudad de Londres durante las décadas posteriores a la victoria de la Unión en 1865. Por un lado, el papel de Estados Unidos en la emergente familia global de naciones estaba siendo moldeado por seguidores de Lincoln, que deseaban marcar el comienzo de una era de cooperación y beneficio mutuo. Tal sistema anti-darwiniano que Adams llamó «una comunidad de principios» afirmaba que cada nación tenía derecho a controles bancarios soberanos sobre las finanzas privadas, emisiones de créditos productivos vinculados a mejoras internas con un enfoque en el desarrollo continental (ferroviario/vial), progreso y economías de amplio espectro. Entre los seguidores de este programa se encontraban Sergei Witte y Alejandro II de Rusia, Otto von Bismarck de Alemania, Sadi Carnot de Francia y figuras destacadas de la Restauración Meiji de Japón.
Por otro lado, las «familias estadounidense del este», más leales a los dioses del dinero, las instituciones hereditarias y el vasto imperio internacional de Gran Bretaña, vieron el destino de Estados Unidos vinculado a una asociación imperial global con la Madre Patria. Estos dos paradigmas opuestos dentro de Estados Unidos han definido dos visiones opuestas de «progreso», «valor», «interés propio» y «derecho», que han seguido dando forma al mundo más de 150 años después.
Un partidario de la antigua perspectiva estadounidense que saltó a la escena internacional fue William Gilpin (1813-1894). Gilpin provenía de una familia patriótica de constructores de la nación cuyo patriarca Thomas Gilpin era un aliado cercano de Benjamin Franklin y miembro destacado de la Sociedad Filosófica de Franklin. William Gilpin fue famoso por su defensa del ferrocarril transcontinental de Estados Unidos, para cuya construcción hizo proselitismo ya en 1845 (finalmente fue comenzado por Lincoln durante la Guerra Civil y completado en 1869).
En sus miles de discursos y escritos, Gilpin hizo saber que entendía que el destino de Estados Unidos estaba inextricablemente ligado a la antigua civilización China, no para imponer el opio como querían hacer los británicos y sus lacayos estadounidenses, sino para aprender de e incluso ¡emular!
En 1852, Gilpin declaró:
La salvación debe llegar a Estados Unidos desde China, y ello implica la introducción de la “constitución china”, a saber: La “Democracia Patriarcal del Imperio Celeste”. La vida política de los Estados Unidos está atravesada por las influencias europeas, en un estado de completa desmoralización, y la Constitución china por sí sola contiene elementos de regeneración. Por esta razón, lanzar una línea ferroviaria al Pacífico es de suma importancia, ya que, de esta forma, el comercio chino se realizará directamente a través del continente norteamericano. Este comercio deberá transportar la civilización china. Todo lo que se suele alegar contra China es mera calumnia difundida a propósito, como esas calumnias que circulan en Europa sobre Estados Unidos.
Con la victoria presidencial de Lincoln en 1861, Gilpin se convirtió en su guardaespaldas y se aseguró de que el presidente sobreviviera a su primer intento de asesinato en el camino a Washington desde Illinois. Durante la Guerra Civil, Gilpin se convirtió en el primer gobernador de Colorado, donde logró evitar que el poder del sur abriera un frente occidental durante la guerra de secesión.
Después de la guerra, Gilpin se convirtió en uno de los principales defensores de la internacionalización del «sistema estadounidense de economía política», que Lincoln aplicó vigorosamente durante su breve presidencia. Citando el éxito del sistema de Lincoln, Gilpin dijo:
Ningún argumento hará que Estados Unidos adopte las teorías del viejo mundo … Depender de sí misma, desarrollar sus propios recursos, fabricar todo lo que se pueda fabricar dentro de su territorio… esta ha sido la política de Estados Unidos desde la época de Alexander Hamilton hasta la de Henry Clay y desde entonces hasta nuestros días.
A lo largo de sus discursos, Gilpin enfatiza el papel de una alianza entre Estados Unidos y Rusia:
Es una propuesta simple y clara que si Rusia y los Estados Unidos, cada uno con amplias áreas deshabitadas y recursos ilimitados sin desarrollar, gastasen 200 o 300 millones cada uno para la construcción de una carretera a través de sus ahora desolados territorios, aumentaría cien veces más su riqueza, poder e influencia.
Y veía en el potencial de China los medios para revivir el mundo, incluida la cultura decadente y corrupta de Europa:
En Asia, una civilización que descansa sobre la base de una antigüedad legendaria, ha tenido, de hecho, una larga pausa, pero es innegable que una cierta forma de civilización, aunque hasta ahora herméticamente sellada, ha seguido existiendo. El antiguo coloso asiático, en cierto sentido, solo necesita que se le despierte a una nueva vida; y la cultura europea podría encontrar allí una base sobre la que poder construir futuras reformas.
En oposición a los anticuados controles británicos de los «puntos de bloqueo» en los mares, que mantenían al mundo bajo las garras del poder de Londres, Gilpin abogó por un sistema de mejoras internas, desarrollo ferroviario y crecimiento de la bondad innata de todas las culturas y personas a través del progreso científico y tecnológico. La idea era establecer un sistema global de desarrollo mutuo a través del ferrocarril:
El envío de numerosos tipos de productos en bruto y manufacturados, reemplazará en gran medida el tráfico marítimo de Gran Bretaña, en cuyas manos descansa ahora el comercio mundial.
La visión de Gilpin se expuso con más claridad en su obra maestra de 1890 «The Cosmopolitan Railway«, que presentaba diseños para corredores de desarrollo en todos los continentes, unidos por una «comunidad de principios».
Haciéndose eco de la filosofía de beneficio mutuo de la Nueva Ruta de la Seda de Xi Jinping hoy, Gilpin declaró:
“El ferrocarril cosmopolita convertirá al mundo entero en una sola comunidad. Reducirá las naciones separadas a familias de nuestra gran nación … De la intercomunicación extendida surgirá un intercambio más amplio de ideas humanas y, como resultado, reciprocidades lógicas y filosóficas, que se convertirán en los gérmenes de innumerables nuevos desarrollos.
Alfred Thayer Mahan (1840-1914) representó un paradigma opuesto que detestaban los verdaderos estadistas estadounidenses como Lincoln, el secretario de Estado James Blaine, William Seward, el presidente Grant, William Garfield y McKinley. Lamentablemente, con el asesinato de McKinley (dirigido por una red vinculada a la inteligencia británica) y el ascenso de Teddy Roosevelt en 1901, no fue la cosmovisión de Gilpin, sino la de Mahan, la que se convirtió en la doctrina de política exterior dominante durante los siguientes 120 años (a pesar de algunos breves respiros bajo FDR y JFK).
A Mahan se le atribuye comúnmente ser cofundador de la geopolítica moderna y una inspiración para Halford Mackinder. Después de graduarse en la academia naval de West Point en 1859, Mahan pronto se hizo famoso por su torpeza en el combate real al estrellar buques de guerra repetidamente contra objetos móviles y estacionarios durante la Guerra Civil. Dado que la realidad no era su fuerte, Mahan centró su carrera de posguerra teorizando sobre mapas del mundo y adulando el poder de Gran Bretaña como la fuerza que ha movido la historia mundial.
Su «Influence of Sea Power Upon History 1660-1783″, publicado el mismo año en que Gilpin publicó su Cosmopolitan Railway (1890), supuso una ruptura total con el espíritu de cooperación de beneficio mutuo que definía la política exterior de Estados Unidos. Según el Diplomat, este libro pronto «se convirtió en la Biblia para muchas armadas de todo el mundo», con el Kaiser de Alemania (ahora liberado de la influencia del gran estadista ferroviario Otto von Bismarck, a quien despidió en 1890) exigiendo a todos sus oficiales que lo leyesen. Más tarde, Teddy Roosevelt ordenó copias para cada miembro del Congreso. En el libro de Mahan, el geopolítico afirma continuamente su creencia en que el destino de Estados Unidos es suceder al Imperio Británico.
Tomando la definición imperial británica de «comercio», que utiliza el libre comercio como una tapadera para el dominio militar de las naciones más débiles (las fronteras abiertas y desactivar el proteccionismo simplemente hace que un pueblo sea más fácil de robar), Mahan intenta argumentar que Estados Unidos no necesita seguir adhiriéndose a hábitos «obsoletos» como la doctrina Monroe, ya que el nuevo orden de imperios mundiales exige que Estados Unidos siga siendo relevante en un mundo de poder e imperio marítimo. Mahan escribe: «El avance de Rusia en Asia, en la división de África, en las ambiciones coloniales de Francia y en la idea británica de la Federación Imperial, ahora tomando rápidamente forma concreta en la acción práctica combinada en Sudáfrica», exige que Estados Unidos actúe en consecuencia.
Intentando refutar los «hábitos obsoletos» del desarrollo ferroviario que consumen a tantos estadistas tontos en todo el mundo, Mahan afirma: «el ferrocarril en vano competirá con un río … pues el tráfico fluvial es mucho más barato para distancias iguales y, por lo tanto, más útil”. Al igual que quienes hoy atacan la Iniciativa del Cinturón y la Carretera propuesta por China, el poder de los ferrocarriles es que sus ganancias no se pueden medir en términos meramente monetarios, sino que son CUALITATIVOS. La construcción a largo plazo de sistemas ferroviarios no solo une a personas separadas, aumenta la fabricación y los corredores industriales, sino que también induce a establecer relaciones más estrechas de asociación e intercambio entre la agricultura y los productores urbanos. Estos procesos elevan los poderes productivos nacionales construyendo economías de espectro más amplio y aumenta y desarrolla el pensamiento creativo.
El intento de justificar el tráfico marítimo simplemente porque «se pueden enviar mayores cantidades de mercancías» es un sofisma puramente cuantitativo y monetarista, desprovisto de cualquier ciencia de valor real.
Mientras Gilpin celebra el exitoso despertar de China y otras grandes naciones del mundo, en el Problema de Asia (1901) Mahan dice:
No es deseable que una proporción tan vasta de la humanidad como la de China esté animada por un solo espíritu. Si China «rompiera sus barreras hacia el este, sería imposible exagerar las cuestiones trascendentales que dependen de un control firme de las islas hawaianas por parte de una gran potencia marítima civilizada.
La adhesión de Mahan al darwinismo social está presente a lo largo de sus obras, ya que define las diferencias políticas de las 3 ramas primarias de la humanidad (teutónica, eslava y asiática) como puramente arraigadas en la inferioridad o superioridad intrínseca de su raza, diciendo: “Hay en las razas bien reconocidas divergencias que encuentran expresión concreta en diferencias igualmente marcadas en sus instituciones políticas, de progreso social y de desarrollo individual. Estas diferencias están … profundamente arraigadas en la constitución racial y en parte son el resultado del medio ambiente”. Mahan continúa reafirmando su creencia de que, a diferencia de los teutónicos superiores, “el oriental, ya sea nacional o individual, no cambia” y “oriente no progresa”.
Al llamar a China un cadáver para ser devorado por un águila americana, Mahan escribe:
Si la vida se aparta, un cadáver puede utilizarse sólo por disección o como alimento; la reunión de las águilas es una ley natural, de la que es inútil quejarse … el avance del mundo debe aceptarse como un hecho.
Defendiendo una alianza angloamericana necesaria para someter y «civilizar» a China como parte de la Rebelión posterior a los Bóxers, Mahan declara:
De todas las naciones que nos encontraremos en el Este, Gran Bretaña es con la que tenemos más en común en la naturaleza de nuestros intereses allí y en nuestros estándares de derecho y justicia.
En caso de que hubiera alguna duda en las mentes de los lectores de Mahan en cuanto a los MEDIOS con los que Estados Unidos debería afirmar su dominio sobre China, Mahan deja en claro su creencia de que el progreso es causado por 1) la fuerza y 2) la guerra:
Que tal proceso debería ser sustentado por la fuerza … por parte de influencias externas; la fuerza de oposición entre estas últimas [hablando de las monarquías coloniales europeas que se apresuraron a dividir China en 1901] puede ser lamentable, pero es sólo una repetición de la historia … El paso adelante en la marcha que se ha abierto en China al comercio se ha ganado por la presión; los más importantes han sido el resultado de una guerra real.
Un último empujón anti-imperial
El caos inducido por la rebelión de los bóxeres anti-extranjeros de 1899 que se extendió rápidamente por China resultó en una acalorada batalla entre las fuerzas imperiales y anti-imperiales tanto en Rusia como en los Estados Unidos. Cuando el ministro de Transporte, Sergei Witte, quien encabezó el desarrollo de la línea ferroviaria Transiberiana (1890-1905), intentó evitar el enredo militar, McKinley estaba ocupado haciendo lo mismo.
Los bóxeres pronto atacaron la vía de Manchuria que conectaba a Rusia con China por tierra y Witte sucumbió a la presión para finalmente enviar tropas. Los reformadores de China que intentaron modernizarse con la ayuda de Estados Unidos y Rusia bajo el emperador Kuang Hsu y Li Hung Chang cayeron del poder mientras reinaba la anarquía total. El resultado del caos Boxer involucró a las potencias imperiales de Francia, Alemania e Inglaterra exigiendo inmensas reparaciones financieras, propiedades del territorio chino y ejecuciones masivas de los Bóxeres.
Si bien a menudo se culpa a McKinley por el giro imperial de Estados Unidos, la realidad es que fue todo lo contrario.
La guerra hispanoamericana que comenzó en 1898 fue lanzada unilateralmente por el racista anglófilo Theodore Roosevelt, quien utilizo un tiempo de 4 horas que tenía mientras era subsecretario de la Marina (mientras el actual secretario estaba fuera de Washington) para enviar órdenes al capitán Dewey de la flota del Pacífico y entablar una pelea con los españoles por sus territorios filipinos. McKinley había resistido a los halcones de la guerra hasta ese momento, pero finalmente se vio inclinado a ello. En China, McKinley, como Witte, trabajó desesperadamente para evitar que se tomasen partes del territorio chino, lo que provocó grandes temores de la oligarquía británica de que una alianza entre Estados Unidos y Rusia dirigida por McKinley y Witte fuera inminente.
El asesinato de McKinley el 18 de septiembre de 1901 catapultó al vicepresidente Teddy Roosevelt, amante de Mahan, a la presidencia, lo que propicio que enredase a Estados Unidos en una nueva época de imperialismo angloamericano en el extranjero, un crecimiento de la eugenesia, la segregación en el país y la creación de una policía independiente, una agencia estatal llamada FBI.
Como escribe Sieff:
Roosevelt dedicó sus siguientes ocho años en la presidencia y el resto de su vida a integrar a los Estados Unidos y el Imperio Británico en una red sin fisuras de opresión imperialista racial que dominó América Latina, África subsahariana y Asia, y que destruyó la historia cultural y el patrimonio de las naciones nativas de América del Norte.
En Rusia, el Tratado anglo-japonés de 1902 condujo a la desastrosa guerra ruso-japonesa de 1905 que devastó la armada rusa, puso fin a la carrera política de Sergei Witte y sumió a Rusia en el caos que condujo a la caída de los Romanov (el zar Nicolás II fue el último estadista que promovió activamente la conexión ferroviaria del túnel del estrecho de Bering en 1906. La idea resurgió una vez más cuando el vicepresidente de F.D.Roosevelt, Henry Wallace, se reunió con el ministro de Relaciones Exteriores, Molotov, en 1942).
En su Two Peoples One Friendship, Wallace describió sus discusiones con el ministro de Relaciones Exteriores Molotov, en 1942, diciendo:
De todas las naciones, Rusia tiene la combinación más poderosa de una población en rápido crecimiento –grandes recursos naturales y una extraordinaria habilidad para las tecnologías. Siberia y China proporcionarán la frontera más grande del mañana … Cuando Molotov [el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia] estuvo en Washington en la primavera de 1942, le hablé sobre la carretera y la vía aérea combinadas que espero que algún día unan Chicago con Moscú a través de Canadá, Alaska y Siberia.
Molotov, después de observar que ninguna nación podría hacer este trabajo por sí sola, dijo que él y yo viviríamos para ver el día de su realización. Significaría mucho para la paz del futuro si pudiera haber algún vínculo tangible de este tipo entre el espíritu pionero de nuestro propio Oeste y el espíritu fronterizo del Este de Rusia.
Mientras que los angloamericanos intentaron violar la política de “puertas abiertas” de China, una afortunada maniobra se imponía en la retaguardia orquestada por otro seguidor de Abraham Lincoln llamado Sun Yat-sen, quien, en un sorpresivo derrocamiento de la dinastía manchú en 1911, se alzó como presidente interino de la recién instaurada República de China. Mientras Sun Yat-sen se puso del lado de Gilpin y Lincoln en oposición a los mahanistas en la cuestión del desarrollo ferroviario e industrial (ilustrado en su extraordinario programa de Desarrollo Internacional de China de 1920, que exigía 160 000 km de ferrocarril, proyectos de trasvase de aguas, puertos y millones de kilómetros de carreteras pavimentadas), las intrigas que hundieron al mundo en la Primera Guerra Mundial hicieron imposible cualquier esperanza de este desarrollo temprano de China en la vida de Sun Yat-sen.
El extraordinario proyecto de desarrollo para China de Sun Yat-sen
Expresando su profunda comprensión de estas tácticas y el reconocimiento de que las mismas fuerzas imperiales británicas que orquestaron la Guerra Civil de Estados Unidos planeaban hacer lo mismo con China, Sun Yat-sen escribió en 1912:
Entendemos demasiado bien que hay ciertos hombres de poder, sin incluir por el momento, ciertas naciones, que verían con mayor o menor satisfacción una ruptura interna en la nueva República [de China], acogerían con agrado, como un paso hacia el logro de sus propios fines y propósitos, una guerra civil entre las provincias del Norte y del Sur; así como, hace 50 años, hubo aplausos en secreto (en ciertos lugares) por el terrible conflicto civil en Estados Unidos.
Los estadounidenses de hoy que vivieron en esos días oscuros de la gran república recordarán los sentimientos en los corazones de la gente, los pensamientos amargos y dolorosos que surgieron al saber que los extranjeros esperaban y oraban por la destrucción de la Unión Americana.
Si la guerra hubiera tenido éxito desde el punto de vista del Sur, y si se hubieran establecido dos repúblicas separadas, ¿no es probable que tal vez se habrían establecido media docena o más de naciones débiles? Creo que ese habría sido el resultado; y además creo que, con una gran nación dividida política y comercialmente, los forasteros habrían intervenido tarde o temprano y habrían hecho suyo a Estados Unidos. No creo que esté exagerando al afirmar esto. Si es así, no he leído historia ni estudiado a hombres y naciones de forma inteligente.
Y siento que tenemos enemigos en el exterior como los que tenía la república estadounidense; y que en ciertas capitales el anuncio mejor recibido sería el de una rebelión en China contra las autoridades establecidas.
Esta es una declaración difícil de hacer; pero debo hacerla para que todo el mundo conozca la verdad y sepa reconocerla.
La Iniciativa del Cinturón y la Carretera de hoy, y la estratégica amistad establecida entre Rusia y China han vuelto a despertar la visión olvidada de William Gilpin de un mundo de estados nacionales soberanos cooperantes. ¿Tiene Estados Unidos la capacidad moral de evitar la desintegración aceptando una alianza entre Rusia, Estados Unidos y China necesaria para revivir el sistema estadounidense de McKinley, o entraremos en un nuevo Gran Reinicio y Guerra Mundial?
SONDAS: Lo menos que podemos decir del artículo de M. Ehret es que nos llega en un momento oportuno, un momento en el que asistimos a una total desintegración económica, social y política de Estados Unidos, y ello en medio de un absoluto desconocimiento de su historia, por parte, sobre todo, de los norteamericanos, que únicamente estudian su épica, quizás la más surrealista de cuantas se ha inventado o apropiado, Occidente.
No obstante, la punta que hemos hallado ligeramente despegada y de la que, sin duda, podemos tirar para ver que sorpresas encontramos debajo, es la exageración con la que Matthew arremete contra unos y exonera a otros. Nos recuerda esta táctica a la que estamos observando en España desde hace años con el tema del franquismo, que se quiere eliminar hasta su recuerdo de la historia general (nada le haría más feliz a Occidente) y particular, como medio de purificar nuestra sangre y presentarnos al mundo como una nación inmaculada, a veces manchada por “contubernios” fascistas ajenos a las más genuinas “tradiciones” españolas. Sin embargo, nada hay más sospechoso que esta actitud anti-natura –quien reniega de su pasado, de su árbol familiar (genética), de su historia… está enfermo, adolece del indeseable complejo de inferioridad y piensa, como el avestruz, que, si mete la cabeza en la tierra, el león desaparecerá con su propia visión. Nada, empero, más alejado de la realidad –el león está ahí y la única forma que tiene el avestruz de salvarse, es luchar, reconocer la realidad –puede vencerle, pues es un animal fuerte y ágil, capaz de asestarle un buen golpe con sus patas traseras. El franquismo forma tanta parte de nuestra historia como el glorioso Viriato, nuestra guerra de la independencia (con sus traidores y afrancesados) o la España de F. González.
Piensan que exhumando el cadáver y retirándolo del Valle de los caídos, se acabará la pesadilla de una guerra perdida. La consigna que lanzan por doquier es odiar parte de nuestra historia, en vez de sacar conclusiones de ella. También deberíamos odiar 800 años de tradición musulmana y árabe, los más gloriosos, para satisfacer a la ignorante derecha española que todavía cree que Franco era católico –fijémonos en la nacionalidad y religión de su guardia personal. Fijémonos en quién, sino él, mando construir en numerosas ciudades españolas cementerios musulmanes. Por el contrario, debemos sentirnos orgullosos de que nuestra historia haya dado un giro copernicano y ahora nos gobierne una banda de perdedores que llevan 40 años vendiendo España, saqueándola y arruinando su moralidad y su idiosincrasia para satisfacer al deep state británico; y manda sus ejércitos, no a conquistar los territorios perdidos, sino a librar batallas que incumben, exclusivamente, a Estados Unidos. Lo correcto, lo sano, es aceptar toda nuestra historia, completa, pues en ello hay un secreto que pertenece a la objetividad divina.
Y a eso parece mostrarse reticente Matthew cuando trata de delinear la historia de Estados Unidos, siguiendo unos flujos “tradicionales” de justicia y hermandad mundial propios de Norteamérica, contra los que se abalanzan otros flujos, esta vez malignos, que intentan ejercer la supremacía blanca y anglosajona-protestante sobre todos los demás pueblos. Y, como era de esperar, han sido estos flujos satánicos los que han arrastrado a todas las demás corrientes hacia el océano del imperialismo y la piratería.
La historia, sin embargo, nunca es tan claro-oscura y, al final, son los matices los que mejor la interpretan.
Matthew comienza su análisis describiendo la posición política del presidente McKinley y de un grupo de estadistas y pensadores, como Monroe, Q. Adams, el propio Lincoln, William Gilpin y otros. Sin embargo, cuando los primeros “colonos” (preferiríamos llamarles invasores) llegan en el Mayflower a Cape Cod y más tarde se asientan en Plymouth, al sureste de Massachusetts, la suerte está echada –alea iacta est.
La Enciclopedia Británica nos informa de que, según los registros históricos de aquella época, los “peregrinos” atracaron en Plymouth Rock el 26 de diciembre de 1620 y construyeron el primer fuerte y la primera torre de vigilancia en Burial Hill.
Es decir, se trataba de un asentamiento militar en toda regla, y no de un poblado de peregrinos que sólo buscaban un poco de libertad para poder vivir su santidad en paz, como así han vendido este pedazo de historia al mundo. De esta forma comienza a formarse el núcleo de las trece colonias que más tarde constituirán el corazón ideológico de Estados Unidos –lo que Matthew llama “las familias del este”, cuyo verdadero dios será el dinero, el poder, el dominio y la esclavitud de las poblaciones negras africanas. No olvidemos que esta empresa estuvo financiada desde el principio por la Merchants of London (también conocida como Virginia Company of London, constituida con la expresa aprobación del rey Jaime I de Inglaterra), quien fleto el barco, pagó los gastos y estableció cómo se iban a repartir las futuras ganancias.
Estos mercaderes de Londres, como el de Venecia, era judíos, masones, oligarcas… que habían establecido el deep state como una red mundial de poder, desviando, como nos advierte Matthew, el trafico terrestre al marítimo, y ejerciendo la piratería institucionalizada, avalada por el rey (patentes de corso) Enrique VIII y, más tarde, de forma mucho más organizada, por Isabel I, generando, de esta forma enormes ganancias sin apenas gastos o peligros, como los que sufrían los españoles y portugueses en sus viajes a América.
Desde el principio, “el proyecto América” es algo planeado para escapar de una Europa demasiado familiar y sumergida en un caos de guerras dinásticas –incluso Napoleón pensó en huir a la “nueva Jerusalén”.
Veámoslo desde su punto de vista –un inmenso territorio repleto de una riqueza natural inconmensurable (antes del Mayflower se habían enviado otras expediciones), en el que poder empezar de nuevo y establecer allí el nuevo centro mundial de poder y de riqueza, fundamentalmente financiera. El deep state seguiría rigiendo y manipulando los hilos desde Londres, pero ahora con otro pie en Nueva York, la que pronto se convertiría (Wall Street) en la capital mundial de las finanzas. El banco ya tenía dos patas, la tercera sería Francia. Quién podía oponerse a sus planes ¿los nativos? Esos salvajes pronto serían aniquilados y nada ni nadie podría ya cruzarse en su camino.
El presidente McKinley estaba lleno de buenas intenciones, pero sufrió presiones, lo asesinaron, y lo mismo ocurrió con Lincoln; se prefirieron las teorías de Mahan a las de Gilpin… y todo ello parece indicar que los fundamentos sobre los que se fue levantando el edificio USA eran correctos, sanos, proclives al internacionalismo y al mutuo beneficio en las relaciones comerciales, contrarios a la esclavitud y al intervencionismo en terceros países. Sin embargo, en 1975 todavía se podían ver en muchos establecimientos públicos de Nueva York y Chicago rótulos que advertían: “Prohibida la entrada a negros”. Asesinaron a Malcolm X y a Martin Luther King, así como a numerosos presidentes y políticos. Se ganó la revolución contra el imperio británico, pero el deep state de Londres siguió y sigue controlando la política de Estados Unidos, una política basada en oligarquías que promueven el racismo, la xenofobia y un robusto e injustificado ateísmo –recordamos el París de 1975 cuyas estaciones de metro estaban adornadas con el slogan favorito de los franceses: “Sales árabes” (sucios árabes), al tiempo que París seguía floreciendo como la ciudad del amor, la libertad y la fraternidad. También en París, en esa misma época, se prohibía la entrada de argelinos a ciertos establecimientos públicos, como hoteles y pensiones –vimos los rótulos que lo anunciaban con nuestros propios ojos.
No se puede rescatar la política estadounidense, pues está basada en una invasión (aniquilación y encierro de los nativos, apropiación ilegal de sus tierras), en la esclavitud (secuestro de miles de africanos), en la Xenofobia (que expliquen cuál ha sido la vida que han estado obligados a llevar los irlandeses, italianos, polacos, griegos… en Estados Unidos. Se arrojaron dos bombas atómicas en Japón y el napalm abrasó a más de 80.000 ciudadanos en Tokio.
Si realmente hubo 5 o 10 hombres que deseaban otro destino para Norteamérica, otro sistema, otros gobiernos… se trata, meramente, de un hecho anecdótico sin repercusiones reales para un mundo que sufre un sistema contrario al de esos supuestos pro-hombres de América –Vietnam, Corea, Iraq, Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Bolivia, Venezuela… asesinatos selectivos, golpes de estado, manipulación de los mercados y de las economías más débiles…
Estados Unidos colapsa y el repaso histórico de Matthew y Martin Sieff no lo va a evitar. Este derrumbe tiene que ocurrir, pues las leyes que rigen la historia no se hacen en el capitolio, sino que ya estaban escritas, antes de que existiese América y el mundo, en la Tabla Sellada y Guardada, protegida (Lauh Mahfudh).
Sin embargo, el desmoronamiento de Estados Unidos no aplastará a nadie, como se creía hace unas décadas, pues el Bloque Emergente, sustentado, principalmente, por Rusia y China, será capaz de amortiguar el golpe y establecer un nuevo orden mundial basado en relaciones de soberanía, respeto y beneficio mutuos. Y en ese estado de mayor justicia e independencia, que cada uno busque el sentido de la vida… libremente.