¿Surgió realmente nuestro Universo de la nada?

Ethan Siegel para Medium

Cuanto más curiosos seamos sobre las grandes incógnitas cósmicas, más preguntas sin respuesta revelarán nuestras investigaciones del Universo. Indagar sobre la naturaleza de cualquier cosa —dónde está, de dónde vino y cómo llegó a existir— nos llevará inevitablemente a los mismos grandes misterios: sobre la naturaleza última y el origen del Universo y todo lo que hay en él. Sin embargo, no importa cuán atrás vayamos, esas mismas preguntas persistentes siempre parecen permanecer: en algún momento, las entidades que son nuestro “punto de partida” no necesariamente existían, entonces, ¿cómo llegaron a existir? Al final, terminamos en la pregunta fundamental: ¿cómo surgió algo de la nada?

Si consideramos un Universo simétrico materia/antimateria como “un Universo sin nada”, entonces está casi garantizado que el Universo generó algo de la nada, aunque no estemos muy seguros de cómo sucedió exactamente. De manera similar, existen muchas maneras viables de generar materia oscura. Sabemos, gracias a extensas pruebas y búsquedas, que, sea lo que sea la materia oscura, no puede estar compuesta por ninguna de las partículas presentes en el Modelo Estándar. Cualquiera que sea su verdadera naturaleza, requiere nueva física más allá de lo que se conoce actualmente.

Hay cuatro definiciones científicas de la nada, y todas son válidas, dependiendo del contexto:

  1. Un momento en el que la “cosa” que nos interesa no existía,
  2. Espacio físico vacío,
  3. Espacio-tiempo vacío en el estado de energía más bajo posible,
  4. Lo que nos quede cuando eliminemos todo el Universo y las leyes que lo gobiernan.

Definitivamente podemos decir que obtuvimos “un Universo de la nada” si usamos las dos primeras definiciones; no podemos si usamos la tercera; y, lamentablemente, no sabemos lo suficiente para decir qué sucede si usamos la cuarta. Sin una teoría física que describa lo que sucede fuera del Universo y más allá del ámbito de las leyes físicas, el concepto de la verdadera nada está mal definido físicamente.

En el contexto de la física, es imposible dar sentido a la idea de la nada absoluta. ¿Qué significa estar fuera del espacio y del tiempo, y cómo pueden el espacio y el tiempo surgir de un estado de no existencia de manera sensata y predecible? ¿Cómo puede el espacio-tiempo surgir en un lugar o momento determinados, cuando no hay definición de lugar o tiempo sin ellos? ¿De dónde surgen las reglas que gobiernan los cuantos (tanto los campos como las partículas)?

Esta línea de pensamiento incluso supone que el espacio, el tiempo y las propias leyes de la física no son eternos, cuando en realidad pueden serlo. Cualquier teorema o prueba en contrario se basa en suposiciones cuya validez no está sólidamente establecida en las condiciones en las que pretendemos aplicarlas. Si aceptamos una definición física de “nada”, entonces sí, el Universo tal como lo conocemos parece haber surgido de la nada. Pero si dejamos atrás las limitaciones físicas, entonces desaparece toda certeza sobre nuestros orígenes cósmicos últimos.

Por desgracia para todos nosotros, la inflación, por su propia naturaleza, borra cualquier información que pueda estar impresa en un estado preexistente de nuestro Universo observable. A pesar de la naturaleza ilimitada de nuestra imaginación, sólo podemos sacar conclusiones sobre cuestiones para las que se pueden construir pruebas que involucren nuestra realidad física. No importa cuán lógicamente sólida pueda ser cualquier otra consideración, incluida la noción de la nada absoluta, es simplemente una construcción de nuestras mentes.

SONDAS: En cierto sentido George Gamov tenía razón cuando, tras plantear su teoría sobre la formación del universo, sugirió que, en cuento a su origen, cada uno lo buscase siguiendo su propia epistemología -religiosa o filosófica, pues la física -llegados a este punto- no podía, sino enmudecer. Y hemos dicho al principio que tenía razón en “cierto sentido”.

Por una parte, la ciencia no tenía las herramientas para retirar ese núcleo primigenio del universo y ver qué había al otro lado. Lo único que tenía el investigador era un universo completamente formado, en movimiento, dinámico. Quizás era posible rastrear su historia, sus transformaciones, pero solo hasta el punto inicial, hasta ese núcleo originario. Era como si dijese: “Esto es lo que hay; estudiémoslo y dejemos el origen para aquellos que gustan de divagar sobre la naturaleza de las cosas -filósofos y místicos.”

Mas por otro lado Gamov se equivocaba. No se puede comprender la esencia de algo, su devenir, su finalidad… sin conocer su origen, ya que este elemento es fundamental y no meramente aleatorio, colateral.

Tampoco la filosofía nos puede ayudar en este caso, ya que su naturaleza es en sí misma subjetividad, y la subjetividad sin referencias objetivas incuestionables nos lleva a la divagación, a un continuo volver al punto de partida o a confesar -rendidos- solo sé que no sé nada.

Y éste es el punto al que llega -paradójicamente- el autor del artículo, en principio un científico. Ello nos hace ver que la ciencia en el momento en el que se impone la tarea de traspasar los límites de lo observable, se vuelve filosofía, elucubraciones disfrazadas de ciencia al revestirlas con un lenguaje obtuso, incomprensible para todo aquel que no esté familiarizado con la terminología académica.

Por lo tanto, la ciencia y la filosofía caminan juntas por parajes pantanosos, rodeados de espesa vegetación y en seguida se dan cuenta de que están perdidos, pues organicen los factores de su ecuación de la forma que más les plazca, el resultado siempre les dará erróneo. Sea cual sea el primer elemento, ese “núcleo”, esa “singularidad”, que dio origen al universo, siempre surgirá la misma pregunta: ¿De dónde ha salido eso? ¿Qué había antes? La respuesta no puede ser: Había algo. Había esto o aquello, ya que en ese caso la inquisidora pregunta se extenderá hasta allí: Y ¿de dónde surgió eso que había antes de eso? -lo que nos llevará a una sucesión infinita de pregunta-respuesta. Y vuelta a empezar.

Los informes científicos que nos llegan cada día en forma de artículos, de podcast o incluso de libros. no hacen, sino repasar fatigosamente la historia de la ciencia, hasta que llegan al día de hoy y repiten el mantra socrático con un cierto matiz esperanzador: “Hay indicios de que esta línea de investigación nos puede llevar a resolver la gran incógnita.” Obviamente, nada más lejos de la realidad. Esa línea de investigación, la que sea, ya ha sido rechazada por la mayoría de los científicos.

Este fracaso, imposible de eludir -se tome el camino que se tome, se manifiesta en el momento en el que abandonamos lo observable. En ese tramo hay una cierta coincidencia entre la posición religiosa, filosófica y científica.

En el principio había miles de millones de partículas subatómicas -neutrones, protones, electrones y muchas otras- que formaban lo que podemos llamar “materia prima”. Al mismo tiempo, se fueron creando partículas similares, pero con carga eléctrica opuesta, conformando la llamada “antimateria”. Todas estas partículas se dispusieron como una nube o como un gas.

Así los describe el Corán: Luego se dirigió al cielo, que era humo. (Corán, sura 41, aleya 11)

Esta imagen forma parte de la teoría más aceptada de cómo se formó el universo:

Partimos de un universo constituido por un gas frío, diluido y turbulento de átomos de hidrógeno. (William A. Fowler, El origen de los elementos)

Estas partículas subatómicas reaccionaron entre sí hasta producir átomos de hidrógeno y, a partir de ellos, átomos de helio y todos los demás elementos:

Los elementos se formaron mediante una acumulación gradual de neutrones. El cosmos comenzó a partir de un núcleo. Este núcleo extremadamente denso estaba formado principalmente por neutrones, ya que, bajo la gran presión, los electrones se comprimían en protones. A medida que la gran bola de neutrones comenzó a expandirse, algunos de los neutrones se desintegraron en protones. Cada protón capturó rápidamente un neutrón, y el par formó un deuterón, el núcleo del isótopo de hidrógeno de masa 2. Algunos deuterones capturaron luego otro neutrón y se convirtieron en núcleos de tritio, o hidrógeno 3. Este núcleo pronto se desintegra emitiendo un electrón negativo y, por lo tanto, se transmuta en helio 3. Y así, mediante una rápida sucesión de capturas de neutrones y desintegraciones de electrones, se formaron todos los elementos. La materia que huyó formó posteriormente estrellas, planetas y galaxias. (George Gamow, The Creation of the Universe)

La terminología varía de una epistemología a otra, pero el fenómeno del que se está hablando es el mismo -nube, gas, humo… Ya tenemos el universo en formación. Podemos seguir y llegaremos a una Tierra llena de vida, con entidades inteligentes y dotadas de consciencia. Este hecho, esta historia, claramente indica un proceso cuya finalidad ineludible, no aleatoria, era la de producir esta entidad llamada “hombre”, capaz de conectar con su Creador, capaz de observar este universo, capaz de admirar sus maravillas, su perfecta sincronización, su portentosa interacción.

Aquí es donde se separan las tres líneas de investigación. La filosófica permanece en la divagación e introduce en su débil algebraica ecuación el factor espontaneidad, infinitud, energía cósmica… y otros elementos, todos ellos necesitados de algún tipo de soporte, pues ¿de dónde ha surgido esa energía creadora? Más aún, ¿cómo la espontaneidad, un fenómeno que en sí mismo carece de objetivos, de voluntad, ha podido generar un universo de una irreductible complejidad? Son teorías de consuelo, como diría Gamov, pero raquíticas a la hora de satisfacer a un investigador consciente. La ciencia, por su parte, se limita a ratificar la propuesto de Gamov: “Lo que tenemos es un universo y eso es lo que tenemos que estudiar y comprender.

Y ello nos lleva al hecho, por molesto que les parezca a unos y a otros, de que la única ecuación con todos los factores necesarios es la religiosa: “Hay un creador.” Y esta realidad es la que resuelve las dos cuestiones fundamentales. Ese núcleo primigenio, esa Singularidad no se crea de la nada, sino que se manifiesta desde la consciencia de ese Creador. Ello nos lleva a entender que no existe la nada -existen momentos en los que todo lo “existente” vuelve a la consciencia del Creador y momentos en los que hay manifestación, actualización, de ciertos elementos que configurarán un universo. Ello nos lleva a concluir a nivel funcional, a nivel comprensible para el hombre, que la estructura básica del TODO es la oscilación -potencialización/actualización; sueño/vigilia; sístole/diástole; inspiración/expiración…

Hablar, pues, de la nada absoluta es un altercado religioso, filosófico y científico, pues esa absolutez implica la no existencia de un Creador. Mas sin ese factor no es razonable deducir que esa nada absoluta pudo haber producido un universo. Necesitamos algo para que pueda haber reacción, compresión, degradación. Mas la existencia de un “algo”, el que sea, ya implica una nada poblada.

Cualquier intelecto sano admitirá que únicamente la línea religiosa ofrece la ecuación completa, que al desarrollarse responde de forma coherente y racional a todas las preguntas que obsesionan a filósofos y científicos; y al hombre consciente.