Alchemist City
La carrera por entregar mercancías a la velocidad de la luz tiene el potencial de crear “ciudades oscuras” ya que los escaparates a nivel de la calle dan paso a almacenes cerrados, solo frecuentados por los repartidores.
Los teóricos de CityLab mantienen que la creciente tendencia de los servicios de entrega instantánea “amenaza con transformar los centros urbanos en ciudades oscuras, donde el comercio cotidiano que da a las calles su vitalidad se ha evaporado y se ha reconstituido en una aplicación”.
Según Kushner y Lindsay, los servicios de entrega basados en aplicaciones han comenzado a ocupar porciones significativas de los bienes raíces comerciales en las ciudades, reemplazando los escaparates hace poco vibrantes con almacenes. Esto amenaza no solo a la vida urbana, argumentan, sino también a las pequeñas empresas y restaurantes que solían ocupar espacios comerciales a nivel de la calle.
«La demanda de comodidad parece no tener fondo, pero ninguna ciudad ha encontrado todavía una manera de equilibrar el beneficio a corto plazo de la comodidad personal con los costos a largo plazo de erosionar la vida comunitaria a través de una menor interacción social».
El artículo advierte a los funcionarios públicos que anticipen el impacto de estos nuevos modelos comerciales, en lugar de intentar regular retroactivamente una nueva industria como lo hicieron con los servicios de taxi por aplicación y los alquileres a corto plazo. Los autores recomiendan simplificar los permisos de venta minorista, desarrollar políticas que incentiven el desarrollo de uso mixto y mejorar la infraestructura de transporte para prepararse para más vehículos y trabajadores de reparto.
Si bien existe un espacio para una industria de entregas, el artículo advierte que ahora «las ciudades deben comenzar a pensar seriamente sobre cómo las decisiones personales de los residentes y de las empresas que responden a esas demandas pueden transformar involuntariamente nuestras ciudades y comunidades». De la misma manera que el servicio de taxi por aplicaciones se ha sumado a la congestión y los alquileres vacacionales han desestabilizado los mercados inmobiliarios locales, el modelo de entrega en 15 minutos podría tener importantes impactos no deseados en la vida urbana.
SONDAS: Las advertencias que nos alertan en el artículo sobre la posible dirección hacia la distopía que pueden tomar nuestras ciudades suenan a las últimas paladas sobre el féretro. Ninguna comunidad de ciudadanos pidió este sistema de vertiginosa venta por aplicación. Se nos ha impuesto, como se nos ha impuesto la electricidad, el teléfono, el tren de alta velocidad, las líneas aéreas comerciales, el internet, los móviles… y las aplicaciones. Sin embargo, el artículo intenta hacernos creer, malintencionadamente, que hemos sido nosotros, los ciudadanos de a pie, los que hemos pensado, diseñado y exigido a determinadas empresas que elaboren todos estos sistemas para acabar así con la interacción que de forma natural se establece en las ciudades.
Incluso los supermercados le extrañaron a la gente en un primer momento, pues de alguna forma intuían que aquello iba a acabar con las relaciones humanas –eran fríos e impersonales. Nada que ver con la “tienda de la esquina”.
Mas todas aquellas innovaciones para crear, nos decían, un mundo feliz, no han hecho, sino confinar al hombre, distanciarlo de sus semejantes y promover la delincuencia y el paro. ¿Podemos, entonces, decidir nosotros, los ciudadanos comunes, el futuro de nuestras ciudades, de nuestras vidas? Ni siquiera podemos analizar abiertamente, públicamente, la veracidad de la pandemia –otro elemento impuesto que está transformando drásticamente nuestras sociedades. No podemos porque las grandes plataformas sociales como Facebook, Instagram o Twitter, eliminan todos los sitios en los que se muestra la falacia de las vacunas y de las medidas anti-Covid. Se nos impone el pinchazo, como ya antes se nos impuso el motor de explosión.
Y ahora, cínicamente, se nos advierte del peligro que corremos al utilizar todas estas innovaciones tecnológicas y acabar con nuestra forma de vida que estaba afinada con nuestra propia naturaleza humana. Éste es el mundo que se nos impone, un mundo que, quizás, podíamos haber evitado si las elites del momento hubiesen sido verdaderas elites y nos hubieran advertido entonces, no ahora, de que la electricidad y todo lo que se iba a desarrollar con ella nos llevaba directamente a la peor de las distopías.
Y sin embargo, todo esto era necesario que ocurriese para que el hombre, los ciudadanos, se quedas en casa, pegados a su pantalla del ordenador o conectado a sistemas aún más sofisticados. Era necesario para separar a las elites demoníacas de hoy del populacho, de la gente, de los peones que crean dinamismo en el tablero del ajedrez, pero que no tienen mayor función que la de sacrificarse por el rey, por esas falsa elites.
Las ciudades, pues, las calles, deben ser lugares indeseables cuya violencia, fealdad, decaimiento, nos desanimen a recorrerlas, a comprar en ellas, a visitar amigos y familiares, a sentarnos en sus parques, a ir a sus lugares de adoración –un mundo urbano, convertido en una prisión en la que ya no hará falta que las celdas tengan puertas de hierro controladas por la policía.