Rothbard frente a la religión del progresismo

rot1111Joseph T. Salerno para Mises Institute

Nuestro texto principal para el Seminario Rothbard de esta semana es “Power and Market: Government and the Economy” de Murray Rothbard, que contiene un comentario sistemático de un aspecto de la teoría económica –el intervencionismo. El Seminario de esta semana se centra en este tema deliberadamente porque es el programa económico del progresismo, la ideología predominante del siglo XXI. El progresismo alcanzó esta destacada posición después de una “larga marcha” izquierdista a través de las instituciones educativas, culturales, religiosas, económicas y políticas occidentales, que comenzó poco después de la Segunda Guerra Mundial, cobró impulso durante la década de 1960 y se aceleró rápidamente en la década de 1980.

En un memorando profético escrito poco después de la guerra, Ludwig von Mises señaló que la esencia de la agenda política progresista es el intervencionismo. Mises llamó a las enseñanzas de los progresistas, “una mezcla confusa de diversas partículas de doctrinas heterogéneas incompatibles entre sí”. Incluyó el marxismo, el fabianismo británico y la escuela histórica prusiana en este brebaje doctrinal de brujas. Cualesquiera que fueran las diferencias entre ellos, todos los progresistas estaban apasionadamente unidos en dos puntos. Primero, creían que “las contradicciones y los males son inherente al capitalismo”. Y segundo, argumentaron que la única forma de erradicar las desigualdades e irracionalidades del capitalismo y transformarlo en un sistema más humano y racional era imponiendo el programa de intervencionismo establecido por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. Como señaló Mises, “el Manifiesto Comunista es para los progresistas su manual de acción y sus sagradas escrituras, la única fuente fiable de información sobre el futuro de la humanidad, así como el último código de conducta política”.

Para ser claros, el camino intervencionista y gradual hacia el socialismo establecido en El Manifiesto Comunista fue rechazado explícitamente en los escritos posteriores de Marx como “tonterías pequeñoburguesas”. El Marx tardío abogó por permitir que las condiciones de la revolución maduraran hasta que la continua miseria de los trabajadores, el empeoramiento de las crisis económicas y la concentración del capital en cada vez menos manos provocaran que el proletariado se levantara y destruyera el sistema capitalista de un solo golpe.

Aunque adoptan el objetivo final de Marx, los progresistas se diferencian de los marxistas de pura sangre en la elección de la ruta gradual y no violenta hacia el socialismo a través del intervencionismo, la economía mixta, el socialismo democrático o como quieran llamarlo. Algunos progresistas ven el intervencionismo como un método para subvertir el capitalismo y lograr una planificación central socialista completa. Otros, probablemente la mayoría hoy, ven el intervencionismo como el medio para domesticar y humanizar el capitalismo, y buscan imponerlo a la clase productiva de trabajadores y empresarios como “un sistema permanente de organización económica de la sociedad”. Pero la diferencia entre estas dos variantes no viene al caso. Independientemente del objetivo preciso a largo plazo de sus defensores, las políticas intervencionistas tienen los mismos efectos. Distorsionan los precios del mercado, asignan incorrectamente los recursos, sofocan y desvían el espíritu empresarial, desestabilizan la economía y redistribuyen los ingresos de los productores a las élites gobernantes parasitarias y sus electores y secuaces.

¿Por qué me he centrado en los progresistas en particular cuando hay muchas ideologías políticas que abogan por el intervencionismo? Hay dos razones para hacerlo. Primero, como ha señalado Murray Rothbard, una estrategia destinada a restaurar la libertad en el mundo real “debe fusionar lo abstracto y lo concreto; no debe simplemente atacar a las élites en abstracto, sino que debe centrarse específicamente en el sistema estatal existente, en aquellos que en este momento constituyen las clases dominantes”. Y, en este momento, como mencioné anteriormente, el progresismo es la ideología predominante de nuestra época. Impregna el pensamiento de nuestra clase dominante mientras proporciona una cobertura intelectual para el saqueo y opresión de los productores. Por lo tanto, no podemos estar satisfechos con un mero análisis económico abstracto que señale la plétora de ineficiencias, malas asignaciones y ganancias y pérdidas monopolistas e inflacionarias que el intervencionismo impone en una economía hipotética. Si la teoría económica va a ser algo más que un juego de salón, entonces debe usarse como un arma en la guerra para defender y promover la libertad. Debemos usar tanto la verdad económica como la perspectiva histórica para exponer a los grupos concretos que se benefician de intervenciones específicas en el mundo real y despertar al grupo mucho más grande de productores de su victimización por estas intervenciones.

Esto me lleva a la segunda razón para enfatizar la relación entre el intervencionismo y la ideología del progresismo. Porque el progresismo es mucho más que un programa económico para el aquí y ahora. La creencia central de los progresistas es el mito de que la historia es un progreso inevitable hacia un estado socialista igualitario. Sin embargo, a diferencia de los marxistas tradicionales, los progresistas creen que la historia no se desarrolla a través de la lucha de clases y de la revolución sangrienta, sino a través de la implacable marcha de la democracia. Otra desviación del marxismo ortodoxo, como señala Rothbard, es que los progresistas modernos se han dado cuenta de que es preferible para el Estado socialista retener a los capitalistas y una economía de mercado truncada, de forma que el capital sea regulado, confinado, controlado y sujeto a los mandatos del Estado.” La visión progresista «no está basada en la ‘lucha de clases’ sino en una especie de ‘armonía de clases’, en la que los capitalistas y el mercado se vean obligados a trabajar y ser esclavos por el bien de la ‘sociedad’ y del aparato estatal parasitario».

A pesar de estas desviaciones superficiales, los progresistas son marxistas hasta la médula porque creen fervientemente en el mito de la Ilustración del progreso continuo hacia una sociedad ideal. Por lo tanto, como señala Rothbard, el progresismo es ‘religión’ en el sentido más profundo, sustentado en la fe: la visión de que el objetivo inevitable de la historia es un mundo perfecto, un mundo socialista igualitario, el Reino de Dios en la Tierra. Y debido a que el progresismo es una religión, se necesitará lo que Rothbard llama una “guerra religiosa” para combatirlo y derrotarlo de una vez por todas. La guerra contra el progresismo no solo debe librarse con fervor religioso, sino que también debe ser, en palabras de Rothbard, “abierta y gloriosamente reaccionaria”. En otras palabras, debe tener como objetivo la devolución o recuperación de lo robado. Los oprimidos y explotados no asaltarán las barricadas para recuperar la “libertad” o el “libre mercado” en abstracto, sino que lucharán por recuperar los frutos visibles y concretos de la libertad y de una economía libre. Quieren recuperar sus escuelas, cines, lugares de trabajo y centros urbanos.

La guerra de reacción debe, por lo tanto, implicar un ataque implacable y de base amplia contra todas las doctrinas progresistas, no solo económicas y políticas, sino también culturales, educativas, religiosas, lingüísticas, terapéuticas, biológicas, etc. Todas las normas y tabúes políticos y sociales infligidos en la sociedad por parte de los progresistas deben ser expuestos y ridiculizados sin piedad, y aplastados sin piedad. La larga marcha de la izquierda a través de las instituciones no solo debe ser revertida sino convertida en una derrota total. La Gran Reacción debe desplazar por completo al Gran Reinicio y arrojar el progresismo al basurero de la historia.

Para concluir, en la guerra contra el progresismo, la teoría del intervencionismo tiene un papel crucial que jugar porque, en el fondo, es la teoría de quién estafa a quién, quién se enriquece y quién se empobrece con las políticas gubernamentales. Cuando se combina con una visión histórica, la teoría puede atravesar la «falsa conciencia» de las clases productivas que ha sido creada por la ideología progresista. Puede abrirles los ojos a la realidad de que ellos, la mayoría de la sociedad, están siendo estafados y saqueados por una élite gobernante que está utilizando sus ganancias ilícitas para controlarlos y oprimirlos; para degradar y destruir sus preciadas instituciones sociales.

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SONDAS: Las palabras de Salerno nos traen vagas reminiscencias de dos de las propuestas económicas y, por lo tanto, sociopolíticas, más relevantes de la historia de Occidente; dos propuestas que no se mencionan ni siquiera de pasada en su artículo –la de Ayn Rand y la de Ted Kaczynski. Y aquí es donde se contradicen y al mismo tiempo se unen –la gran paradoja– el intervencionismo estatal y la ideología de un capital libre, fluyendo sin obstáculos gubernamentales y generando las leyes sociales más adecuadas en cada momento del devenir histórico.

Mas quizás la gran paradoja no sea tal, sino aparente, y ello nos haga ver siempre una lucha de contrarios, pues lo que ambas corrientes buscan, en definitiva, es el poder, el control de las materias primas, de los medios de producción, de los sistemas de distribución, de la regulación “libre” del mercado. Y eso es lo que importa –el objetivo final, aunque para lograrlo se utilicen medios en apariencia divergentes, incluso opuestos.

Pero lo que más nos importa resaltar aquí son dos circunstancias fundamentales a la hora de entender no solo el marxismo, sino cualquier otra teoría económica o sociopolítica, desarrollada en Occidente. La primera de ellas, la procedencia judía de todos los diseñadores de estrategias económicas y sociopolíticas que se han ido implantando, o al menos influyendo, a lo largo de la historia europea y, más recientemente, norteamericana.  El fundador del Mises Institute, Ludvig von Mises, era un judío ucraniano, al igual que Murray Rothbard –otro de los ideólogos más influentes del Instituto. Ayn Rand pertenecía a una familia judía asentada en Rusia; y Kaczynski –un judío norteamericano de origen polaco. Y ello sin olvidar que Marx era él mismo un judío alemán.

Ya tenemos los primeros ingredientes; la primera circunstancia que explicará la segunda –el mesianismo. Los judíos, los Banu Isra-il, una ideología religiosa laica, no transcendental, más tarde asentada en el Cáucaso y transportada por las tribus jázaras de aquella región, esperaban al Mesías como agua de mayo; un Mesías-rey, un Mesías-guerrero capaz de llevar a los Banu Isra-il, a los judíos, al dominio absoluto de la Tierra, de todas sus riquezas y a la dominación del resto de los seres humanos. Sin embargo, el Mesías que les llegó les proponía, para su distorsionado punto de vista, un mal negocio –cambiar la vida de este mundo por la vida del Más Allá. Obviamente, lo negaron, lo rechazaron, e incluso intentaron matarle.

Isa (Jesús) hijo de Mariam les ofrecía el mejor trato posible, el comercio más rentable –cambiar lo efímero por lo eterno, la muerte por la inmortalidad, la ignorancia por el conocimiento y el sufrimiento inherente a la vida terrenal por una felicidad, por una paz, por una ausencia de ansiedad constante y ascendente.

Mas las castas sacerdotales judías veían el asunto de forma muy diferente –comamos y bebamos, que luego moriremos; y cuando muramos, teniendo en cuenta que somos el pueblo elegido por Dios y suponiendo que haya algo más que la propia degradación que trae la muerte, seguro que nos tocará la mejor parte de ese anunciado paraíso. Y ha sido ese desenfoque teológico el que les ha sacado de la historia, les ha arrinconado; y su paraíso está lleno de masacres, genocidios, enfermedades, emigraciones forzadas, asentamientos inestables y siempre amenazados… de muerte.

Mas el mesianismo inherente a su percepción laico-religiosa se manifiesta una y otra vez a lo largo de la historia. Es como una corriente subterránea que aflora a la superficie por un instante para luego sumergirse y continuar su flujo subterráneamente.

Fijémonos, si no, en este texto, en el que se menciona una secuencia de este mesianismo judío, de este mesianismo multicéfalo, que no deja de protagonizar los hechos más inquietantes y perturbadores de la historia:

En el verano de 1518 la causa Lutheri se ha complicado más de la cuenta y es llamado a Roma para ser examinado sobre sus doctrinas. Frente a él va a estar la cabeza de la Orden dominicana, el italiano Gaetano, un acérrimo defensor del tomismo y uno de los hombres mejor preparados de la curia romana. No obstante, la confrontación teológica no llevó a ninguna parte. Sabiéndose en peligro y contando con la protección de Federico III de Sajonia, Lutero huye a Wittenberg, desde donde promulga una llamada a un concilio general de la Iglesia para que sean escuchadas sus proposiciones. Pero el Papa León X ya ha tomado partido y ha declarado herética la doctrina de Lutero. La mecha, sin embargo, ha comenzado a arder y se dirige como una serpiente perseguida en dirección a un barril de pólvora -la Reforma está en la calle, en el clero, en las instituciones educativas… corre de boca en boca y sus partidarios se cuentan ya por miles. En 1520 Lutero arroja la bula papal a una hoguera que habían encendido algunos de sus estudiantes en las afueras de la ciudad. En ella se condenaban por heréticos 41 puntos doctrinales que habían aparecido en sus diferentes escritos. La respuesta de Roma a tal desafío no se hizo esperar -en 1521 Martín Lutero es excomulgado. Pero el asunto no podía zanjarse de ese modo, precisamente porque la Reforma venía a expresar el descontento generalizado de la cristiandad por la autoritaria y en la mayoría de los casos injustificada forma de actuar que tenía la Iglesia católica. Quizás por ello se decide convocar en ese mismo año una asamblea en Worms en la que Lutero pueda defender personalmente su posición. Se trataba en el fondo de lograr que se retractase de esos 41 puntos “heréticos”, de forma que las aguas volviesen a su cauce. Lutero, sin embargo, no se retractó de ninguno de los principios doctrinales que le separaban radicalmente de la Iglesia y tras una intensa actividad diplomática de unos y otros, Carlos V firmó el Edicto de Worms por el que se declaraba a Lutero hereje y por lo tanto reo de muerte. Antes de ser apresado, soldados de Federico III lo “secuestran” y lo llevan al castillo de Wantburg, donde permanecerá escondido hasta finales de ese mismo año. Durante su estancia en Wantburg, Lutero llevó a cabo una de las grandes tareas que justificarían la redacción de la Biblia septuaginta -su traducción al alemán. Con ello apuntalaba todavía más los muros del edificio laico judío -establecía la base del nacionalismo alemán, sostenido desde ahora por una misma lengua vernácula, al mismo tiempo que transvasaba la visión judía de la historia con todas las falsificaciones que éstos habían vertido en la traducción al griego de la Biblia siriaca. Y de alguna forma, aquí acaba su tarea, también su fama. Cuando vuelve a Wittenberg, se encuentra con una situación totalmente distinta a la que en un principio debería haber prevalecido tras el Edicto de Worms. La Reforma ha dejado de ser una cuestión teológica para convertirse en una propuesta política, económica y social. Los teólogos, el clero… ya no serán los encargados de dirigirla ni de interpretarla. Serán ahora los campesinos, los ideólogos, los príncipes y los intelectuales laicos los que debatan su aplicación. Para colmo de males, han surgido otros líderes con una visión más social y radical que la del propio Lutero, dispuestos a ser ellos quienes lleven hasta sus últimas consecuencias aquel borrador de 1517 y sus 99 tesis. Lutero creó una estructura teológica capaz de sostener el creciente y generalizado rechazo del Norte de Europa al papado, a su credo y a sus ritos; rechazo, a su vez, compartido por muchos de los principales actores políticos de la época.

Sin embargo, el enlace que ensamblará los elementos todavía sueltos del edificio laico judío será Thomas Müntzer, verdadero precursor del marxismo y tan visionario que incluso en el siglo XVI intuyó la Revolución Rusa sin necesidad de pasar por la francesa; demasiado visionario para su tiempo y como todo judío demasiado apocalíptico. Fue el líder indiscutible de las revueltas de campesinos de Alemania que acabaron en una total masacre; revueltas contra las que se opusieron Lutero y Erasmo -uno por prudencia y otro por mezquindad. El fracaso de la revuelta le pareció a Müntzer ser el juicio de Dios sobre una gente todavía impura para la enorme tarea que se había impuesto a sí misma, pero en absoluto le pareció la derrota de su idea de una nueva sociedad. Müntzer fue detenido, torturado y en mayo de 1525 ejecutado. Su verdadera misión debería esperar casi 400 años antes de poderse realizar.

La labor de Lutero ha terminado. Sus aguas se desparramarán por sangrientas simas, por guerras interminables; producirán las amargas plantas de seudopapados, inquisiciones, sistemas políticos y económicos tan malsanos como los que pretendían eliminar. El protestantismo no sólo cercena la autoridad absoluta de la Iglesia de Roma, sino también la de Dios. Después de crear el universo y de predestinar el destino de todas Sus criaturas, no Le ha quedado otra función que la de retirarse del escenario existencial y descansar en algún paraje metafísico. Ahora, el hombre no tendrá otra elección ni otra responsabilidad que la de vivir plenamente el destino que se le ha decretado de antemano. Si soy rico y blanco -la raza superior- es porque así lo ha querido Dios, así me ha predestinado. Me ha dado los medios para atesorar la riqueza que poseo y el derecho a servirme de los que ese mismo decreto ha hecho negros, o indios, o aborígenes… pobres e ignorantes. Dios los ha maldecido y los ha condenado a la esclavitud perpetua y a servir con humildad a sus hermanos blancos.

Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que había hecho su hijo más joven, y dijo: Maldito sea Canaán; siervo de siervos será a sus hermanos. Dijo más: Bendito por mi Dios sea Sem, y sea Canaán su siervo. Engrandezca Dios a Jafet, y habite en las tiendas de Sem, y sea Canaán su siervo. Génesis 9:24-27

El burdo concepto protestante de predestinación nada tiene que ver con el Decreto Divino. Éste responde a una sabiduría que sólo Allah el Altísimo puede concebir y que le está velada al hombre, cuyo raciocinio no puede comprender. Pero lo que sí puede comprender y sentir plenamente es, por una parte, que ese decreto es el mejor posible y el más misericordioso; y, por otra, que el hombre tiene plena responsabilidad de sus actos. En ningún Libro Revelado se ha dicho que el blanco sea superior al negro ni el rico al pobre. De ser así, deberíamos concluir que los Profetas han sido las criaturas más inferiores y malditas de la creación, pues todos ellos eran pobres y muchos de ellos negros o de tez muy oscura, oscura como la tierra de la que hemos sido creados.

Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos, más el hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza. Mateo 8:19-20

Con la predestinación en la mano y la eficacia, el éxito, la riqueza y la blancura como sus manifestaciones divinas, los protestantes van a establecer un salvaje capitalismo y el más atroz colonialismo. Cientos de pueblos van a ser invadidos, sus riquezas expoliadas y sus habitantes masacrados o esclavizados. Estos nuevos misioneros van a concluir que los negros, los indios y todos aquellos que presentan rasgos faciales diferentes a los del hombre blanco han sido maldecidos por Dios y entregados a satanás y por lo tanto ningún cristiano debe casarse con ellos ni ser su amigo ni su vecino, ni tampoco su compañero de clase o de trabajo… Todavía en 1967 había, de facto, una fuerte segregación racial en los Estados Unidos. En Sudáfrica, colonizada por los holandeses, el apartheid continuó oficialmente hasta bien entrados los 90.

El muñeco de los ventrílocuos, Abu Baker Gallego,

Cuadernos damascenos, 2013

Mas este mesianismo inherente, inseparable de la ideología judía, de su cosmología, es la consecuencia de no haber aceptado nunca la religión transcendente que profeta tras profeta les fueron transmitiendo. Rechazaron a Isa porque su mesianismo no era terrenal, no tenía como objeto desbancar a Dios y ser ellos, los Banu Isra-il, quienes se hiciesen cargo de la creación. Isa les proponía justo lo contrario. Les proponía ser aún más pobres que los más humildes animales, pero con la alegría, con la felicidad de saberse herederos de un paraíso que ojos humanos nunca han visto ni intelecto puede imaginar. De esta forma, el mesianismo judío, no transcendente, busca el medio de lograr el poder, de lograr esa dominación planetaria, universal; y lo hace a través, precisamente, de estos dos sistemas que se mencionan en el artículo de Salerno.

Por una parte, a través del marxismo, de la elección de un grupo social (campesinos, proletarios, LGBTQ…) investidos por una divinidad laica, quizás la “naturaleza”, de unas características sobresalientes, de una inherente capacidad de justicia, de un vibrante amor por la libertad… que deberá tomar el poder y dirigir a las sociedades humanas hacia un futuro luminoso, hacia un continuo progreso, hacia un continuo bienestar y perfección; una religión, en definitiva, con la historia como único dios –como ya propuso Hegel.

Por otra parte, tenemos su aparente opuesto –la ideología del libre capital que propone el Mises Institute y que tanto Ayn Rand como Ted Kaczynski desarrollaron de forma mucho más amplia y concreta –una ideología tan judía y mesiánica como la de Marx o la de los demócratas estadounidenses de hoy. Y aquí el mesianismo está enarbolado por el “hombre”, el ser humano en general, todo él. Es esta entidad la elegida para ser divinizada y para justificar el programa económico y sociopolítico de las clases dominantes. Cuando al hombre se le permite sin trabas, sin opresión, sin manipulación estatal, desarrollar sus más íntimas aspiraciones, implementará sociedades sanas, libres y justas… naturales –como plantean Rand y Kaczynski, obviando por completo la intrincada interacción de las características propias del juego existencial. La historia, el escenario en el que debe lidiar el hombre, ese hombre del que hablan los capitalistas, no es lineal, ni está dirigida por un sistema homogéneo de valores, de inclinaciones… de aspiraciones.

El hombre no es básicamente bueno ni malo, sino que, ante todo, es influenciable por el susurro del bien y por el susurro del mal; y eso hace que las situaciones se inviertan, que el hombre luche a favor del hombre o contra el hombre. Por lo tanto, hace falta regular todos esos elementos, positivos y negativos, que incesantemente actúan en las sociedades humanas. Mas regular significa, ante todo, imponer, lo que hará que un grupo social, una comunidad, un país, domine a otros y que esos “otros” se rebelen contra sus dominadores.

En última instancia, lo que ambos sistemas proponen es un mesianismo controlado y dirigido por el subjetivismo humano, y ello hará que las cosas vayan de mal en peor, que cada vez que arreglemos un asunto, estropearemos cien. Y ello sin tener todavía en cuenta el egoísmo, la avaricia, la inclinación por el vicio… y otros elementos que contrapesan las buenas intenciones. La solución no es, obviamente, el marxismo, el socialismo, ni tampoco las ideologías que proponen un capital sin presas, sin intervencionismo estatal. Ni Marx ni Ayn Rand son la solución, pues ambos están basados en un 90 por cien de subjetivismo y no más de un 10 por cien de objetivismo.

Por lo tanto, el sistema adecuado, démosle el nombre que le demos, será una inversión de los porcentajes –90 por cien de objetivismo, con una cierta e inevitable dosis del subjetivismo.

Mas ¿dónde iremos a buscar ese objetivismo? ¿En los escritos de Ludvig von Mises o de Murray Rothbard? ¿En las propuestas de Rand o de Kaczynski? Obviamente, no, pues todos ellos no hacen, sino plasmar el más radical subjetivismo.

Deberemos, pues, buscarlo en el sistema que el Creador ha entregado a los hombres como guía y como fuente del conocimiento funcional que éste necesita –el sistema profético, con sus textos y con su propio relato. Ahí está el objetivismo, la verdad con la que se ha creado este universo. Y fuera de la verdad solo nos espera el extravío, las suposiciones, las elucubraciones… el nefasto subjetivismo humano.