¿Puede la mecánica cuántica explicar la conciencia?

Mecánica cuántica + conciencia: no hay nada mejor que mezclar dos grandes misterios para producir uno aún mayor.

Marcelo Gleiser para Mind Matters News

Pocos misterios son más persistentes e inescrutables que el misterio de quiénes somos. Por supuesto, hay muchas formas de explorar esta cuestión, y la ciencia no es la única. Los artistas y filósofos tienen el merecido derecho de dilucidar algunos aspectos de nuestra identidad y vida subjetiva. En cierto sentido, la ciencia ha sido la última en investigarlo, dado que podemos fechar las primeras reflexiones «casi» científicas sobre la mente y la materia a principios del siglo XVII con Descartes.

Mucho más allá de Descartes y su dualidad mente-cuerpo, han surgido nuevas preguntas que son tan emocionantes como nebulosas: ¿Juega la física cuántica un papel en el funcionamiento del cerebro? ¿O, más profundamente, es la mente, vista como una colección de posibles estados cerebrales, sostenida por efectos cuánticos? ¿O se puede investigar todo ello utilizando la física clásica?

No hay nada mejor que mezclar dos grandes misterios para producir uno aún mayor.

La verdad es que a pesar del tremendo éxito de la física cuántica en lo que respecta a sus aplicaciones –las tecnologías digitales y nucleares que definen gran parte de la vida moderna– su interpretación sigue siendo incierta, un tema de acalorados debates entre los físicos. Sabemos cómo utilizar la física cuántica, pero no sabemos qué nos dice sobre la naturaleza de la realidad.

En cuanto a cómo el cerebro sostiene nuestra mente y conciencia, todavía sabemos muy poco, incluso si los avances en las técnicas de imágenes en las últimas dos décadas han revelado, hasta cierto punto, cómo los grupos de neuronas, a menudo en diferentes regiones del cerebro, se encienden bajo diferentes estímulos como luces en un árbol de Navidad. En pocas palabras, el problema aquí es que marcar la actividad neuronal es la parte fácil de la tarea. La parte difícil es comprender cómo las neuronas activas conspiran para crear el sentido de quiénes somos, es decir, traducir la actividad bioeléctrica y el flujo sanguíneo en autoconciencia.

En el siglo XVII Descartes propuso dividir la mente y la materia: mientras que la materia tiene extensión espacial (de hecho, llena el espacio por completo, según Descartes), la mente no. La mente no es materia pero, de una manera que dejó perplejo incluso a Descartes, puede influir en la materia. ¿Cómo influye algo que es inmaterial en algo que es material? Descartes también postuló que la mente precede a la materia, la esencia de su famoso «Pienso, luego existo». Este dualismo mente-cuerpo causó y provoca mucha confusión, especialmente para quienes lo utilizan para defender la existencia de algún tipo de alma o espíritu que es independiente de la materia y que puede sobrevivir a su inexorable decadencia. ¿Cómo persiste el «yo» que eres sin las estructuras de base del cerebro material?

Por lo general, los científicos y los filósofos defienden que solo existe la materia. El hecho de que el funcionamiento del cerebro siga siendo misterioso no se debe a alguna entidad inmaterial, sino a nuestra propia dificultad para comprender su complejidad. Hay quienes proponen que para comprender el cerebro, debemos comenzar de abajo hacia arriba: desde las neuronas individuales hasta los enlaces sinápticos y los neurotransmisores que fluyen entre ellos hasta los grupos de neuronas y los circuitos cerebrales. Hay quienes, especialmente los filósofos Thomas Nagel, Colin McGinn y David Chalmers, a veces conocidos como los «Misterianos», defienden que somos cognitivamente incapaces (o, como dice McGinn, «cognitivamente cerrados») de comprender la conciencia –es decir, la experiencia subjetiva que tenemos cuando sentimos algo, ya sea el tono de un color o el enamoramiento.

El extraño comportamiento de los sistemas cuánticos inspira especulaciones sobre cómo pueden desempeñar un papel en el funcionamiento del cerebro. Después de todo, si adoptamos un enfoque de abajo hacia arriba, el cerebro está hecho de neuronas; y las neuronas, como cualquier otra célula, necesitan proteínas y una gran cantidad de biomoléculas para funcionar. Dado que los efectos cuánticos tienen lugar a nivel molecular, es posible que puedan hacer algo importante para la conciencia.

El primer efecto cuántico que puede ser relevante es la superposición, el hecho de que desde escalas subatómicas hasta moleculares, los sistemas pueden existir en muchos estados cuánticos a la vez. Por ejemplo, antes de que se detecte un electrón, puede estar en muchos lugares a la vez, o al menos así es como interpretamos los datos. La maquinaria matemática de la mecánica cuántica nos permite calcular la probabilidad de que el electrón se encuentre aquí o allí una vez medido. Sin embargo, antes de que haya una medición, no podemos decir con certeza dónde está el electrón. Los datos, entonces, son las medidas de la posición del electrón dentro de la precisión del dispositivo de medición.

¿Podrían existir los pensamientos en algún tipo de superposición cuántica en un nivel inconsciente solo para volverse conscientes cuando hay una selección específica, similar a una medición de la posición del electrón? Esto es lo que han propuesto el físico y premio Nobel Roger Penrose y el anestesista Stuart Hameroff.

La entidad activa que promueve la selección es una proteína llamada tubulina, que forma los microtúbulos que proporcionan el soporte esquelético de la neurona. Los microtúbulos podrían ser una especie de red de carreteras cuánticas que respalda la superposición y los estados entrelazados de la tubulina dentro de las neuronas. Supuestamente actúan como un ordenador cuántico para optimizar el rendimiento neuronal e interneuronal. Otras ideas provienen de la teoría de la información integrada de Giulio Tononi y Christoph Koch, que afirman que se aplica a las vibraciones cuánticas en los microtúbulos.

El segundo efecto cuántico que podría ser relevante es el entrelazamiento, la capacidad de dos o más sistemas cuánticos para establecer vínculos entre ellos que se mantienen a través de largas distancias espaciales. Decimos que los estados entrelazados se comportan como una sola entidad, perdiendo sus identidades individuales. La idea aquí es utilizar el aspecto espacial de los estados entrelazados para «extender» los efectos cuánticos con una firma determinada a través de largas distancias dentro de las redes neuronales.

Ha habido fuertes críticas a las ideas de Penrose y Hameroff desde ángulos experimentales y teóricos. Los argumentos teóricos, por ejemplo presentados por el físico del MIT Max Tegmark, sugieren que el cerebro es un ambiente demasiado ocupado y cálido como para sostener estados cuánticos coherentes. De hecho, los estados cuánticos coherentes son muy frágiles: las influencias del entorno circundante (como moléculas en colisión o vibraciones de calor) pueden destruir fácilmente la superposición de estados, seleccionando solo uno de ellos. En efecto, el ambiente cálido del cerebro puede convertir la mecánica cuántica en física clásica. En este caso, los efectos cuánticos serían insignificantes.

No hay duda de que los efectos cuánticos añaden cierto grado de desconcierto a nuestra comprensión del mundo. También es cierto que, al menos en el nivel sináptico, donde una gran cantidad de neurotransmisores fluyen a través de estrechas puertas de aceptación, los efectos cuánticos pueden jugar un papel. Actualmente, la opinión mayoritaria apunta hacia una explicación clásica del funcionamiento del cerebro a través de la miríada de acoplamientos de grupos neuronales y sus incesantes disparos.

Dada la compleja naturaleza de la conectividad interneuronal, ciertamente hay espacio para la exploración y la especulación. Como suele ser el caso, la solución puede no ser «una o la otra», sino «ambas». Puede haber una cooperación entre los efectos cuánticos y clásicos que determinan conjuntamente el funcionamiento del cerebro en diferentes niveles.

Cualquiera que sea la resolución, todavía no sabemos cómo evitar los argumentos de los Misterianos. La naturaleza de la conciencia podría ser uno de esos «incognoscibles» con los que muchas personas encontrarán muy difícil vivir. Yo, por mi parte, lo abrazo. Esta incognoscibilidad bien puede ser lo que rescatará lo que queda de nuestra humanidad de la imparable mecanización y objetivación de la existencia moderna.

SONDAS: ¿Qué hacia Descartes en el siglo XVII pensando, reflexionando sobre la naturaleza humana, tratando de separar y luego unir el cuerpo y la mente? Más aún, ¿qué hace Gleiser en el siglo XXI, tratando de comprender la reflexión de Descartes, imaginando que quizás a través de la física cuántica podría llegar a conclusiones más fiables que las de su dubitativo “homólogo”? Descartes se mira al espejo y ve a un Descartes mirándose al espejo, que a su vez mira a un Descartes observándose en el espejo. ¿Acaso no habrá que romper el espejo para eliminar el perturbador efecto de una repetición infinita de lo mismo? ¿A dónde nos podría llevar esta indagación? ¿A que hay un espejo, un Descartes…?

Mas aquí la cuestión es cómo es posible que el hombre se pregunte sobre quién es. Ningún ordenador se hace esta pregunta, pues los ordenadores son dispositivos producidos por el hombre y dadas sus limitaciones cognitivas, no puede otorgarles la consciencia que le permitiría al ordenador reflexionar sobre sí mismo.

Sin embargo, los científicos aún tienen otro problema, otro obstáculo para entender quiénes son, y es la mediocridad intelectual a la hora de comprender un simple hecho: ¿Cómo la misma entidad que no logra aprehender el funcionamiento de su cerebro, de su procesador central, de cómo interactúan sus circuitos hasta manifestar en la consciencia pensamientos, sensaciones, sentimientos… elimina en su ecuación cognitiva el factor Agente Externo, Creador, Dios… Allah el Altísimo? ¿Cómo después de reconocer la complejidad irreductible de esta creación –la célula, las plantas, los animales… el hombre… no necesita de una entidad superior e independiente para explicar esta creación, para, precisamente, explicarse a sí misma, comprenderse a sí misma? ¿Cómo mentes tan obtusas pueden adquirir un verdadero conocimiento sobre la existencia?

Cuando abren un cráneo y observan el cerebro humano ¿no ven un portentoso diseño cuyo funcionamiento sigue siendo un misterio para los atónitos ojos humanos que lo observan? ¿Por qué el cerebro humano es un misterio para el hombre si este hombre no ha sido creado por una entidad en cuya “consciencia” se encuentra toda la creación? En ese caso, todos los elementos existentes deberían ser conscientes de su realidad y de su funcionamiento, pues cada uno de esos elementos sería la base para los siguientes elementos superiores a él. Para evolucionar hacia ámbitos más excelsos hace falta una voluntad y el conocimiento de cómo alcanzar esos ámbitos. Si el hombre es el resultado evolutivo de ciertos monos, para llegar a ser hombre, esa sucesión evolutiva de monos debería producirse siguiendo el conocimiento de un mono para generar otro mono superior a él.

Por esa misma razón los ordenadores de tercera generación han pasado a ser ordenadores de cuarta generación por el trabajo de un grupo de ingenieros  que han hallado el modo de que esos ordenadores realicen más funciones en menos tiempo, y esto ha sido posible porque el cerebro de esos ingenieros es “infinitamente superior” al cerebro de los ordenadores. ¿Cómo, entonces, podemos imaginar que el cerebro humano no haya sido diseñado y generado por un Ingeniero cuyo “cerebro” sea infinitamente superior al cerebro humano?

Nadie admira a los científicos, ni siquiera a los que reciben algún Premio Nobel, pues desde Descartes hasta Gleiser no tienen encima de la mesa, sino dudas y especulaciones. ¿Cómo este hombre, que nada sabe de sí mismo, de su funcionamiento, puede entender el Universo, encerrándolo en la óptica de sus telescopios? ¿Será una hormiga la que nos explique el diseño de la alfombra por la que deambula? ¿Acaso no es para ella un laberinto aquel amasijo de lanas multicolores? Mas si esa hormiga fuese tan estúpida de pensar que la existencia se encuentra limitada a su comprensión de las cosas, a su percepción sensorial, ¿qué podría ser mejor que aplastarla con el dedo?

¿Acaso no debería Gleiser, antes de hablar de la consciencia y de la física cuántica, explicarnos cómo ha surgido la vida en la Tierra? ¿Cómo ha surgido este Universo de la nada? ¿Por qué se omite el estudio de los orígenes a la hora de comprender la existencia?

Allah el Altísimo ha creado en primer lugar las “nafs”, condensando e individualizando en ellas la existencia, otorgándoles reflejos de Sus propios Atributos. Y son esas nafs las que constantemente mantienen en el hombre la clara percepción del “yo”. Mas para que estas nafs puedan manifestarse, por ejemplo en la vida de este mundo, necesitan un soporte adecuado, que es lo que llamamos el cuerpo, de la misma forma que los colores necesitan de objetos en los que manifestarse o las acciones acontecimientos en los que desarrollarse.

Pero estas nafs, manifestadas en cuerpos, no se diferenciarían mucho de elementos robóticos, como los animales o las plantas, carentes, por tanto, de reflexión. Sin embargo, en el caso del hombre se le ha investido con un tercer elemento fundamental, que es la consciencia. Y es a través de ella como el hombre es capaz de verse a sí mismo, de pensarse, de reflexionarse y de llegar a la comprensión de Aquel que le ha creado. Es en esta comprensión, en esta toma de consciencia, en la que se produce la conexión con el mundo divino. Hay comprensión y, por lo tanto, hay agradecimiento. Las nafs son entidades inmortales, mas los cuerpos en los que se manifiestan se degradan y desaparecen cuando las nafs pasan a otros mundos, a otras realidades ontológicas, en las que necesitan de otros cuerpos, de otros soportes en los que manifestarse. Hay un cuerpo para este mundo terrenal y hay un cuerpo post-mortem, un cuerpo en el que resurgimos a la vida, y un cuerpo con el que entramos en el Jardín o en el Fuego. Mas durante todo este viaje las nafs siempre han sido las mismas.

¿Qué hace Gleiser acunando a Descartes, a Tononi, a Koch, a Nagel, a Colin, a McGinn y Chalmers? ¿Qué hace acunando carne muerta, carne putrefacta y qué hace la gente contemplando la necrosis que está matando el espíritu? ¿Qué hacen dos idiotas que solo saben que no saben nada enredando con la física cuántica, mirándose al espejo, publicando sus secreciones linfáticas? ¿Qué hacen arrojando su inmundicia a la gente?  ¿Qué hace la gente embadurnándose con esa inmundicia? ¿No tiene Gleiser otra forma de ganarse la vida?

Necesitamos limpiar el horizonte de toda es polución llamada ciencia que lo escurece y lo hace indeseable. ¿A dónde nos ha llevado Gleiser con sus elucubraciones, sus suposiciones, sus hipótesis? A un final lamentable, deprimente… al lloriqueo de un niño al que no le ha salido el castillo que quería construir con bloques de plástico.

Cualquiera que sea la resolución, todavía no sabemos cómo evitar los argumentos de los Misterianos. La naturaleza de la conciencia podría ser uno de esos «incognoscibles» con los que muchas personas encontrarán muy difícil vivir. Yo, por mi parte, lo abrazo. Esta incognoscibilidad bien puede ser lo que rescatará lo que queda de nuestra humanidad de la imparable mecanización y objetivación de la existencia moderna.

(Ver: El Corán en español y su libro de comentarios: Artículos – Artículo VI, VII y XVII)