Amy Mainzer, cuyo equipo descubrió el cometa Neowise en 2020, trabajó como consultora científica para la comedia de Netflix.
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La astrónoma Amy Mainzer, quien trabajó como consultora científica para la comedia de ciencia ficción de Netflix “No mires arriba”, habló sobre si el escenario de la película, sobre un cometa que destruirá la Tierra, podría ocurrir en la vida real.
De acuerdo con sus palabras, eso sería «muy, muy improbable». «La noticia buena es que un evento realmente importante como el que se muestra en la película, lo sabemos, no puede ocurrir muy regularmente… porque estamos aquí», declaró la científica a Yahoo Canadá, agregando que la humanidad no existiría si fenómenos de ese tipo «ocurrieran de forma regular en nuestro lapso de tiempo. El último evento importante fue el que exterminó a los dinosaurios hace 65 millones de años. Por eso sabemos que se trata de un evento muy poco frecuente», resumió. En ese contexto, destacó que eventos «más pequeños» pueden ocurrir más frecuentemente, por eso «buscamos objetos espaciales y tratamos de averiguar dónde están».
El equipo de la astrónoma fue el que descubrió el cometa Neowise en 2020, del que Mainzer tomó algunos elementos para dar forma al cometa de la película. «Neowise tenía un buen conjunto de características orbitales para lo que estábamos buscando para la película. […] De hecho, incluso creo que tomé algunas imágenes del descubrimiento del cometa Neowise», contó.
Para la especialista, la película de Netflix representa «un llamamiento a tomar decisiones basadas en las herramientas de la ciencia». «La toma de decisiones basada en la ciencia está de hecho en el centro de esta película y del futuro. Cómo vivimos como humanidad en este planeta depende en gran medida de nosotros», concluyó.
SONDAS: ¿Cuándo empezó la Gran Mentira? Arriesgándonos a ir demasiado lejos, podríamos decir que todo empezó con una mentira. Ahí estaba el Shaytan, mintiéndole a Adam, engañándole, asegurándole que si comía de ese árbol del que se le había prohibido comer, sería inmortal como los ángeles, dueño de un domino inabarcable. Y Adam comió y dio de comer a sus compañeros del Jardín, situado en algún lugar entre la actual ciudad yemení de Adn y las montañas de Asir. Mas lo único que descubrió al comer el fruto de ese árbol fue su naturaleza de hombre, de insan, una nueva configuración genética que le separaba irreductiblemente del simplemente humano. Sentía su fragilidad, pero también su singularidad, pues era la única criatura capaz de relacionarse con el mundo material y al mismo tiempo con su Creador.
Mas la mentira no dejó desde entonces de producir nuevos y sofisticados Metaversos, virtualidades, quistes, en los que tener encerrado y entretenido al hombre.
Hace poco que le contaron a ese mismo Adam, ahora convertido en un eslabón más de la evolución –teniendo como a su antecesor nada menos que al chimpancé, que hubo un tiempo en el que rumiaban por las selvas frondosas que habían escapado al cambio climático unos gigantescos animales, que de no haber sido por un meteorito que los aniquiló y los borró de la historia animal, habrían acabado con toda vegetación de la torta terráquea. O quizás no fue así, como ya han apuntado algunos expertos en la materia. Incluso los hay que afirman que nunca existieron esos dinosaurios.
Antes de estas rentables mentiras se forjaron las de Copérnico y Galileo. El astrónomo polaco, aparte de inducirnos a pensar en un Universo heliocéntrico, cedió su nombre al giro –para evitar errores a la hora de calcular los grados en los que un asunto había girado. Hubo sus más y sus menos, como en el tema del chimpancé y el de los dinosaurios, pero al final, la fuerza argumental de las armas acabó por imponerse y ya nos hemos acostumbrado a nuestro árbol genealógico. Y cuando vamos a un zoo, sentimos lástima por nuestros antepasados que no lograron asumir un lenguaje conceptual ni investirse de consciencia.
Después, la tecnología cinematográfica y el diseño gráfico nos llevaron a la Luna, sin que tampoco esta vez se haya logrado despejar la duda. Es un Metaverso entre esperanzador y deprimente, pues aquel imprevisto arrancó de un tirón el romanticismo que rodeaba al satélite y los astronautas dejaron claro que no había Dios, por lo menos en el espacio que nos incumbe. Dos años después de esta inexplicable aventura aparecían libros y películas en los que claramente se insertaba la hazaña en la Gran Mentira.
Ahora, una astrónoma, es decir, una entelequia académica que desde el Metaverso de la astrofísica proyecta posibilidades de Metaversos hollywoodenses, nos asegura que si confiamos en la ciencia, los cometas no chocarán contra la Tierra, de la misma forma que si nos inyectamos las vacunas contra Covid, estaremos a salvo o, al menos, moriremos científicamente, y de esa forma podríamos reencarnarnos en algún aminoácido de los muchos que hay en los cometas, volver a la Tierra, formar parte de una primera célula y comenzar una nueva creación, paralela a la ya existente. Son las perspectivas halagüeñas que nos ofrece la ciencia.
En caso contrario, los cometas acabarán con nosotros, de la misma forma que acabaron con los dinosaurios y los virus nos destruirán, de forma que no quede nada reencarnable.