
Tim Brinkhof para Big Think
Se cree que la rueda tiene alrededor de 5500 años de antigüedad. Descubierto por primera vez en las ruinas de la antigua Mesopotamia, este mecanismo aparentemente simplista, a veces considerado la invención por excelencia de la humanidad, surgió mucho después de la aparición de otras tecnologías posiblemente más complejas, como los barcos, el tejido y la agricultura.
La razón de su llegada relativamente tardía se debe a su diseño. El ajuste entre la rueda y su eje fijo debe ser firme para que todo permanezca unido, pero no tan firme como para impedir que la rueda gire. Además, tanto el extremo del eje como el orificio de la rueda deben ser perfectamente lisos para minimizar la fricción. Si bien estos desafíos son fáciles de abordar en el siglo XXI, eran casi insuperables durante la prehistoria. Por esta razón, el antropólogo David Anthony, autor de «El caballo, la rueda y el lenguaje», argumenta que, si bien la gente pudo haber concebido la rueda en la Edad de Piedra, su invención no fue posible hasta la introducción de herramientas de precisión como los cinceles de cobre en el año 4000 a. C. La invención de la rueda aceleró enormemente el desarrollo de la civilización al facilitar el desplazamiento a grandes distancias. Las redes comerciales se expandieron, al igual que la escala y el alcance de las guerras imperiales. Los pueblos y ciudades se densificaron, y sus poblaciones se sustentaron gracias a la mayor productividad de la agricultura asistida con carretillas. Algunas de las ruedas más antiguas jamás descubiertas se utilizaban para la cerámica, no para el transporte. Al menos, eso es lo que ocurrió en Eurasia.
Al otro lado del Atlántico, los aztecas, los incas, los mayas y los nativos americanos no se familiarizaron con la rueda hasta después de la llegada de los colonos europeos a finales del siglo XV y principios del XVI. No está claro por qué estas sociedades nunca inventaron sus propias ruedas. A juzgar por sus precisos calendarios cosmológicos y sus impresionantes hazañas de ingeniería, por nombrar solo dos ejemplos, sin duda poseían los conocimientos técnicos necesarios. Tanto los mayas como los incas incluso construyeron carreteras —buenas carreteras— pero estas estaban reservadas exclusivamente para peatones. ¿Por qué?
Llamas y canoas
Durante mucho tiempo se asumió que los antiguos americanos no usaban ruedas porque no sabían cómo fabricarlas. Esto resultó ser falso. En 1880, mientras el arqueólogo Désiré Charnay excavaba la tumba de un niño azteca en la Ciudad de México, encontró una pequeña figura de un coyote montada sobre un juego de ruedas aún más pequeño. Desde entonces, se han encontrado otros juguetes con ruedas en todo el país. La mayoría pertenecía a los toltecas, cuya cultura floreció entre el 900 y el 1100 d. C.
Las explicaciones actuales de por qué los aztecas, los incas, los mayas y los nativos americanos carecían de ruedas se centran no en el conocimiento de cómo crearlas —que claramente poseían—sino en la practicidad. Como dice el refrán, la necesidad es la madre de la invención, y los antiguos americanos simplemente no tenían la misma necesidad de vehículos con ruedas que los euroasiáticos. ¿Por qué? Una razón principal es que el continente carecía de criaturas lo suficientemente fuertes como para tirar de ellas. Después de todo, caballos, vacas y bueyes cruzaron el Atlántico junto con la propia rueda.
Otro factor importante en esta ecuación fue la geografía. Sí, los incas construyeron caminos, pero estos se trazaron sobre el terreno montañoso de la cordillera de los Andes. Presentaban escaleras gigantes y puentes colgantes que los vehículos con ruedas no habrían podido atravesar. En su lugar, los incas utilizaron una combinación de mensajeros humanos y llamas, excelentes escaladoras y que aún hoy se pueden encontrar pastando en las laderas de Machu Picchu.
Lo mismo ocurre con otras civilizaciones: en el Yucatán maya, solo se podía acceder a las zonas rurales a través de estrechos senderos, mientras que a los mercados de las ciudades aztecas de Tlatelolco y Tenochtitlán se podía acceder en canoas, que, según los primeros observadores españoles, se encontraban en lagos y calzadas de todo el imperio. Se ha dado una explicación similar de por qué los polinesios, otra civilización antigua con un estilo de vida predominantemente acuático, nunca usaron ruedas.
La introducción de la rueda
Si bien las sociedades azteca, inca, maya y nativa americana no se construyeron sobre ruedas, esto no les impidió alcanzar niveles de complejidad comparables a los de sus contrapartes euroasiáticas. Los incas, como se mencionó, lograron mantener las comunicaciones a lo largo de un área de 4000 kilómetros, desde Quito hasta Santiago, utilizando únicamente porteadores y llamas. También construyeron una arquitectura impresionante a partir de rocas tan grandes y pesadas como los montículos de Stonehenge. Nadie sabe cómo lograron sus constructores mover esas rocas sin la ayuda de la rueda. Pero lo lograron.
Por supuesto, la ausencia de la rueda moldeó significativamente a estas sociedades. En su libro “How Chiefs Became Kings: Divine Kingship and the Rise of Archaic States in Ancient Hawai’i”, el arqueólogo Patrick Kirch escribe que los intentos de unir a las tribus independientes y guerreras de las islas fracasaron repetidamente debido al tiempo que tomaba viajar de una fortaleza a otra.
Cuando finalmente apareció la rueda, todo cambió, no solo en Hawái, sino también en América del Norte y del Sur. Pero el cambio fue más gradual. Aunque los indígenas americanos ahora podían usar la rueda para el transporte, el tejido y la cerámica, esta nueva y más eficiente tecnología no reemplazó la forma tradicional de hacer las cosas de la noche a la mañana. Las técnicas tradicionales de tejido y cerámica se utilizaron junto con el hilado y el torno de alfarería durante mucho tiempo, y continúan transmitiéndose de generación en generación, incluso hoy en día. A muchos lugares de la península de Yucatán aún no se puede llegar en coche. Y la única manera de llegar a la cima de Machu Picchu es caminando, tal como lo hacían los incas.

SONDAS: Al leer este tipo de artículos se diría que la historiografía acabase de nacer ayer -enigmas insondables ahí donde miremos. El misterio en este caso lo protagoniza la rueda, un objeto relativamente simple, pero que encierra en su mecanismo insalvables obstáculos, y ello para hombres que según esta misma historiografía habrían edificado majestuosas pirámides escalonadas y levantado la ciudadela de Machu Pichu sobre las montañas de los Andes a más de 2,400 metros de altura.
Obviamente nos encontramos aquí con una insalvable contradicción. ¿Quién hizo todo eso, pero fue incapaz de hacer una rueda? Sin embargo, la contradicción se disipa cuando entendemos que los nativos de América no fueron los que produjeron esas portentosas civilizaciones. Antes bien, se intenta con ello otorgarles unos conocimientos, habilidades y técnicas que la propia historiografía desmiente. Más aún -¿cómo han vivido estos nativos desde que tenemos noticias de sus sociedades tras la llegada a esas tierras de los españoles y de otros europeos hacia ahora algo más de 500 años? No hay heredad de su glorioso pasado, sino ruptura; una insalvable dislocación que les separa de un tiempo del que nunca fueron protagonistas.
Ningún nativo tenía noticia de que existiese Machu Pichu hasta que lo dio a conocer en 1902 Agustín Lizárraga Ruiz, explorador y agricultor de la región de Cuzco. Los propios nativos se maravillaban de las construcciones megalíticas que iban descubriendo los europeos desde Méjico hasta Tierra de Fuego. Nada de todo eso formaba parte de su memoria colectiva.
Cuando llegaron los españoles a América, no se encontraron con poblaciones de nativos viviendo en sofisticadas ciudades. Se encontraron con unos nativos que vivían en los restos de un pasado que nunca les perteneció a ellos. Y de ahí ha surgido toda una mitología sobre antiguas civilizaciones, sobre visitas de extraterrestres, los atlantes… para explicar un pasado americano sin continuación en el presente. Es obvio que algo pasó, pero eso que pasó no fue obra de los nativos, que eran Bashar -primeros humanos, surgidos de la tierra y después organizados en familias y tribus, carentes de agricultura, de ganadería y de metalurgia.
Hasta hace 6000 años aproximadamente en toda América, Australia, Nueva Zelanda y buena parte de Asia y África, prácticamente toda Europa, no existía el menor rastro de civilización, de pueblos conscientes con un lenguaje conceptual que fabricasen ruedas, barcos, escuelas, bibliotecas… Todo eso solo existía en Oriente Medio, en la parte septentrional de África y en alguna isla o zona colindante a este centro, según se puede apreciar en el mapa adjunto.

La gran expansión del Insan (el hombre completo, la actualización del Bashar) se llevará a cabo en el reinado de Daud (Sargón el Grande, Odín en la mitología escandinava) y de su hijo Suleyman (Minos, Menes o Manes, Zor en la mitología escandinava), cuyo imperio comprendía 4 centros: Mesopotamia, Egipto, India y Creta. Y de esos centros partirán sus huestes hacia todos los confines de la Tierra, llevando con ellos la verdadera civilización, el conocimiento objetivo, revelado en los libros sagrados; lo que se le reveló a Ibrahim y a Musa (la Torá y el Zabur) que contenían la Ley y el Tauhid (la Unicidad Absoluta de Allah el Altísimo).
Estos “ejércitos” recorrerán el Pacífico de isla en isla y cruzarán América hasta llegar al Atlántico a través del estrecho, entonces natural, de Panamá -el estrecho que buscaba Magallanes, pero que no encontró, pues en su tiempo el nivel de las aguas había descendido y los barcos no podían pasar. Mas los mapas que poseía eran correctos. Hubo un tiempo, el tiempo de Suleyman, en el que los barcos cruzaban del Pacífico al Atlántico y viceversa a través de ese estrecho.
Será, pues, tras el reinado de Daud y Suleyman cuando se vayan desarrollando en diferentes puntos de la Tierra centros civilizadores, con todo lo que ello implica: lenguajes conceptuales, escritura, utilización del fuego en la cocción del barro, en la metalurgia; curtido de pieles, navegación y otras técnicas que se irán estableciendo en esos centros y que mucho antes se habían desarrollado en el centro primigenio del Insan, del hombre -del Bashar actualizado.
Mas tampoco esta variación historiográfica podría explicar todos los enigmas y misterios que vamos encontrando al recorrer la Tierra. Necesitamos un elemento más -los Yin, criaturas creadas a partir de fuego, inteligentes y dotadas de consciencia; pero con una naturaleza ígnea que les permitía realizar trabajos y actividades imposibles para el hombre. En las huestes de Suleyman había hombres y había Yin. Este dato historiográfico nos lo relata el Corán:
A Sulayman le sometimos el viento. La distancia que recorría en una mañana equivalía a la que antes recorría en un mes; y de la misma forma, la que recorría en una tarde equivalía a la que antes recorría en un mes.E hicimos que manara para él una fuente de cobre fundido.Y había de los yin que trabajaban para él por la voluntad de su Señor. A quien de ellos se hubiera apartado de Nuestro mandato, le habríamos hecho gustar el castigo del sair. Hacían todo lo que él les ordenaba que hiciesen –imponentes edificios escalonados, estatuas e imágenes, jofainas como aljibes y marmitas tan pesadas que no se podían mover. ¡Familia de Daud! Reconoced las bendiciones que os hemos otorgado. “Pocos son mis siervos agradecidos.” (Corán, sura 34, aleyas 12-13)
Entre los shayatin había unos que buceaban para él y realizaban, aparte de eso, otros trabajos. (Corán, sura 21, aleya 82)
