Por qué el transgenerismo es inmoral

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Vasko Kohlmayer para Lew Rockwell

La gente es como el agua; sin la orientación adecuada, busca su nivel más bajo. (Paul Dawson)

Cuando en 2015 el ex olímpico Bruce Jenner se declaró transgénero, la revista Glamour lo nombró una de las 25 mujeres más glamorosas del año. Unos meses más tarde, la revista Time tenía a Jenner en su lista de las ocho personas para la “Persona del año 2015.” Aunque Jenner no encabezó la lista de Time, ganó el premio Social Media Queen en los Teen Choice Awards, que fue uno de los muchos honores que recibió durante ese año lleno de acontecimientos.

Para la mayoría de la gente normal, toda esta adulación puede parecer un poco fuera de lugar cuando se trata de un varón biológico que tuvo seis hijos y que ahora dice que es una mujer. Sin embargo, la aclamación y los elogios que Jenner ha recibido durante los últimos seis años son característicos de la deriva de nuestra cultura popular que ha estado promoviendo el transgénero como algo bueno, positivo y saludable.

Pero nada podría estar más lejos de la verdad. En lugar de vivir una vida de plenitud y felicidad, la mayoría de quienes adoptan este estilo de vida se enfrentan una vida de sufrimiento y desolación que generalmente culmina con una muerte prematura.

Y, sin embargo, esta realidad se oculta detrás de las imágenes y el lenguaje falsos que se utilizan para retratar este estilo de vida deletéreo. El resultado es que muchos de los que emprenden este camino desconocen en gran medida los peligros inherentes a su elección.

Por lo tanto, es importante que usemos un lenguaje correcto al discutir este asunto. El término que captura con mayor precisión la esencia de este estilo de vida es inmoral.

El diccionario define el adjetivo moral como «preocupado por los principios del comportamiento correcto e incorrecto».

Según esta definición, el transgénero es inmoral, ya que implica un comportamiento obviamente incorrecto. El comportamiento transgénero es incorrecto, debido a su efecto ruinoso y destructivo sobre quienes lo adoptan.

Como hemos señalado anteriormente, el estilo de vida transexual conduce a una serie de resultados muy adversos. La vida de la mayoría de sus practicantes se caracteriza por el dolor y la angustia. La realidad de la existencia transgénero es dura en cualquier medida. Las tasas de enfermedades crónicas, enfermedades de transmisión sexual, falta de vivienda, alcoholismo, abuso de drogas y desempleo son muchas veces superiores a las de la población normal. El efecto acumulativo de estos males es tan amargo y angustioso que la tasa de intentos de suicidio entre las personas transgénero es casi veinte veces mayor que el promedio nacional.

¿Cómo deberíamos llamar a un comportamiento que acaba en miseria y muerte? La conducta que se traduce en resultados tan terribles no es simplemente incorrecta: es profundamente incorrecta. Decir, por lo tanto, que el estilo de vida transgénero es inmoral sería quedarse corto. La verdad es que es una forma de vida profundamente inmoral.

Para ser constructivos, debemos utilizar términos precisos en los que enmarcar nuestro discurso de modo que podamos proteger a las personas vulnerables, así como a nuestra sociedad en su conjunto, de esta aflicción que impone costos tan altos a quienes también son víctimas de ella.

Si no usamos el lenguaje correcto cuando tratamos con asuntos complejos, la gente caerá en el error. Si seguimos llamando bueno a lo que es malo y presentamos lo que es ruinoso como deseable, si llamamos a los hombres mujeres y a las mujeres hombres, inevitablemente se producirán confusión y tragedia.

Un hombre sabio dijo una vez que todo error finalmente conduce a la muerte. Esta es una intuición mística nacida de una profunda comprensión del funcionamiento de la existencia. Uno, sin embargo, no necesita ser un místico para ver la verdad de esta observación en relación con el transgénero. Todo lo que hay que hacer es observar la tasa de suicidios y la esperanza de vida de las personas transgénero para ver el fruto de la muerte que produce este grave error. Debido a que genera tanto dolor y miseria, el transgénero es incorrecto y profundamente inmoral.

El transgénero ha sido hasta hace relativamente poco tiempo considerado un grave defecto moral por casi todas las culturas a lo largo de la historia. Ha sido gracias al advenimiento del progresismo y del wokismo contemporáneos como ha sido aceptado y luego promovido por la corriente cultural dominante. Lamentablemente, la subversión de nuestro orden moral es ahora casi total. Tanto es así que en su primer día como presidente de los Estados Unidos, Joe Biden firmó una orden ejecutiva que, entre otras cosas, obligaba a las escuelas subvencionadas con fondos federales, lo que es el caso de la mayoría de las escuelas, a permitir que los niños que se «identifican» como niñas compitan con chicas genuinas en el atletismo, así como a usar los baños y vestuarios de niñas.

Lo que han hecho Joe Biden y los demócratas atestigua la profunda corrupción moral de la izquierda contemporánea. Hasta donde sabemos, ninguna cultura ha permitido que algo así ocurriera en medio de sus sociedades. Y nosotros tampoco deberíamos.

Si queremos sobrevivir como una sociedad funcional, debemos llamar a este estilo de vida por lo que realmente es: como algo esencialmente incorrecto e inmoral. Declaramos esto no para condenar, sino para salvar a personas y comunidades de las consecuencias de esta forma de vida equivocada. También hacemos un llamado a la izquierda para que desista de promover esta causa mal concebida. ¿Cómo puede alguien que dice actuar por amor y compasión, como hacen invariablemente los izquierdistas, apoyar esta parodia que está cobrando un precio tan alto para todos los involucrados?

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SONDAS: La inmoralidad del transgenerismo, y en general de las propuestas LGTB, es el resultado de dislocar la armonía que debe prevalecer entre la fitrah, la naturaleza esencial del hombre, y la objetividad divina transportada por el sistema profético y transmitida en los libros revelados.

Cuando nuestra subjetividad humana rechaza la objetividad, que únicamente puede provenir del Creador, ello indica que hemos adquirido una enfermedad que ataca al corazón de la derecha, al fuad. Esta enfermedad, esta intoxicación cultural, nos impide ver las cosas tal y como realmente son; deforma nuestra visión de la realidad y nos arroja a una subjetividad absoluta que se hunde en la degradación más abyecta. Una vez que hemos alcanzado este lejano extravío, la vuelta al camino de rectitud resulta imposible –los oídos estás sellados, los ojos cegados y el fuad precintado con 7 candados.

Desde la percepción materialista de la existencia, lo único que cuenta es la subjetividad, controlada y manipulada por nuestros deseos. Se trata de una dialéctica asesina que acaba destruyéndonos. No puede haber armonía, y por lo tanto salud, cuando nuestra subjetividad no es contrastada con la objetividad divina. En este caso, se trata de una dialéctica saludable, vivificadora, que elimina cualquier espejismo, cualquier velo o neblina que pueda encubrir la realidad.

Allah el Altísimo describe en la Torah la forma de vida de las comunidades LGTB como una abominación y una aberración. El Nuevo Testamento lo confirma, pues ratifica la ley de Musa, la propia Torah; y el Corán, la última revelación divina, la condena sin paliativos. Por lo tanto, hablamos a los creyentes, no a esos hombres y mujeres culturalmente “libres” que siguen las modas como los perros sabuesos siguen el olor de sus presas.

A ellos nos dirigimos y a ellos les encomiamos a que armonicen sus vidas unificando su subjetividad con la objetividad del Creador.