La tendencia radical del transgenerismo está destruyendo el cuerpo y la salud mental de millones de niñas.
Un nuevo libro, “Daño irreversible”, revela cómo se engaña a las adolescentes para que crean que quieren ser hombres, y se les obliga a tomar bloqueadores de la pubertad, hormonas sexuales y a someterse a una doble mastectomía.
Ya sea una afirmación o una pregunta, el título de este libro transmite la urgencia que subyace a esta historia desesperadamente triste. En medio del debate trans, aparentemente una batalla entre adultos, los niños, los más vulnerables, son presa de una ideología malévola que los sobrevivientes llaman culto.
En un excelente trabajo de periodismo de investigación, Abigail Shrier se centra en las adolescentes, la mayoría sin antecedentes de disforia de género, que se sienten cautivadas por la creencia de que son transgénero. Detrás del reluciente exterior retratado en los medios de comunicación, la autora encontró niñas dañadas, muchas de ellas separadas de sus familias, con mala salud mental, frente a la posibilidad de infertilidad y medicación de por vida.
Shrier, una autora que escribe para el Wall Street Journal, no tiene pelos en la lengua cuando describe la faloplastia, la construcción de un pene artificial. Las complicaciones pueden ser devastadoras. Ella informa sobre la experiencia de una mujer de diecinueve años, «cuya faloplastia terminó en gangrena y pérdida del apéndice». En la cúspide de la edad adulta, esa joven se ha quedado sin genitales de cualquier sexo, atada a un catéter. Las niñas, demasiado pequeñas para siquiera dar su consentimiento para un tatuaje, están siendo acorraladas para tomar decisiones que pueden cambiar drásticamente sus vidas.
El análisis de Shrier proviene de docenas de entrevistas, incluidas las realizadas a médicos expertos y a padres. Desde el Dr. Kenneth Zucker, quien supervisó la redacción de la definición médica de «disforia de género», hasta las familias corrientes cuyos hijos les parece haber sido arrastrados por este culto, Shrier habla directamente con aquellos con experiencia de primera mano.
Los hechos son claros: hay un contagio que se extiende entre las adolescentes que de repente se creen niños. Si bien existe una historia documentada de jóvenes varones femeninos que expresan su deseo de ser mujeres, nunca antes las niñas habían dominado el trabajo de las clínicas de género pediátricas. Las estadísticas son asombrosas. En el Reino Unido, por ejemplo, las solicitudes de chavalas jóvenes aumentaron un 4400% en la última década.
Shrier entrevistó a Lisa Littman, una doctora estadounidense que tras un estudio descubrió que casi el 70 por ciento de las adolescentes pertenecían a un grupo de amigos en el que al menos un miembro también se había declarado como transgénero. En algunos grupos, lo había hecho la mayoría de los amigos. La identificación transgénero fue alentada e intensificada por amigos y redes sociales y, sorprendentemente, parecía preceder a la experiencia de la disforia de género en sí.
Shrier explora las posibles razones por las cuales estas chicas, a menudo de hogares progresistas liberales, quieren ser chicos. Primero, las redes sociales donde caen bajo la influencia de extraños mientras sus padres no se enteran de ello. Segundo, el sistema educativo donde los adultos que deberían ser más precavidos han sido cautivados o amenazados por activistas transgénero. Haciendo caso omiso tanto de la ciencia como de la protección básica, han aceptado la idea de que todos tenemos una identidad de género inmutable que puede coincidir o no con nuestro sexo.
Con esta locura abrumadora, los niños están haciendo la transición en sus escuelas con nuevos nombres y pronombres. Si se considera que sus padres pueden oponerse, entonces no se les dice, dado que en este caso sus hijos se podrían sentir «en peligro». Pero esto es algo que todos los padres deben saber –este fenómeno es contagioso, y estar advertido es estar prevenido.
Pero nada de todo esto podría haber sucedido sin la cooperación de los responsables políticos, y no solo dentro del sistema educativo. Los terapeutas, las mismas personas que deberían estar ayudando a los niños a desafiar su pensamiento, han estado afirmando ciegamente lo que sus jóvenes pacientes han recogido de Internet.
Cualquiera que se haya opuesto a esta “moda” se ha tenido que enfrentar a la censura y a la condena más tajante. La siquiatra Junguiana Lisa Marchiano explica: «Esta idea de que viene un niño y nos dice que es trans, y que después de una sesión o dos o tres o cuatro, nosotros le decimos: ‘Sí, tú eres trans’ –eso no es terapia».
Incluso la profesión médica en sí misma ha resultado ser deficiente en sus obligaciones. El eminente sexólogo Dr. Ray Blanchard le dijo a Shrier que «no se me ocurre ninguna rama de la medicina fuera de la cirugía estética en la que el paciente mismo hace el diagnóstico y prescribe el tratamiento». Mientras que los fanáticos que realmente creen que los niños pueden cambiar de sexo son quizás una minoría, aquellos profesionales que mantienen silencio en el ámbito de la educación, de la terapia y de la medicina son cómplices de este escándalo que se está desarrollando ante nuestros propios ojos.
Shrier reconoce el excelente trabajo de grupos de padres como 4thWaveNow y Transgender Trend que se han mantenido firmes contra la ideología del transgénero. Han sido condenados como fanáticos y transfobes por proteger a los niños de sí mismos, el primer deber de los padres desde el principio de los tiempos.
Aquellos que solo son vagamente conscientes de la ideología transgénero pueden sentirse tentados a pensar que no puede ser cierto –miles de jóvenes que toman medicamentos potentes contra el cáncer para detener la pubertad o provocan una menopausia artificial si ya ha comenzado. Está sucediendo en todo el mundo. Ha llegado el momento de que la sociedad asuma su responsabilidad.
Debbie Hayton para RT (traducción del ingés por sondas.blog)
SONDAS: En realidad, no hay mucho que decir, pues el asunto es tan absurdo y disparatado que incluso atacarlo con sólidos argumentos resulta insultante.
Sin embargo, aún podemos extraer alguna enseñanza de esta desoladora propuesta liberal –si abrimos la puerta, ya no podremos elegir qué o quién entra en nuestra casa. A nivel social no tenemos elección, pues la corriente que transporta las modas, los valores… es demasiado fuerte como para poder remontarla. Es preciso salirse de esa corriente, del flujo de la historia, de los vientos que mueven los tiempos. La estrategia es volver a la clandestinidad, de la que nunca debimos haber salido. La estrategia es desconectarse de las redes sociales y de los centros educativos, de todos ellos. No podemos arrojar a nuestros hijos a la esquizofrenia de recibir dos educaciones paralelas y opuestas.
Tampoco podemos seguir engañándonos, pretendiendo que en los centros educativos aprenden todas las disciplinas del saber. Lo que aprenden es una visión materialista de la existencia y el deber de acabar con todos los límites –lo que en última instancia significa una apología del transgenerismo, de la homosexualidad, del lesbianismo, de la destrucción de la célula familiar…
La elección es nuestra y también la responsabilidad de lo que elijamos, pues toda elección conlleva consecuencias.