
Esta mañana me desperté y descubrí que Estados Unidos se arrastra de nuevo por Israel y añade otro crimen de guerra a su impresionante lista del siglo XXI.
Por Paul Craig Roberts
¿Por qué Putin dio luz verde al ataque contra Irán anunciando convenientemente que el tratado ruso con Irán no incluía apoyo militar, una afirmación que, según John Helmer, queda refutada por disposiciones secretas del tratado?
Rusia y China podrían haber evitado el ataque, pero no hicieron nada. La paz en Oriente Medio podría haberse establecido con un tratado de seguridad mutua ruso-iraní-chino. ¿Por qué Rusia y China prefieren la guerra a la paz en Oriente Medio? ¿Dónde estaba la defensa aérea iraní? ¿Por qué Irán siempre es un blanco fácil y sin iniciativa? ¿Por qué los musulmanes se conforman con luchar entre sí en lugar de contra sus verdaderos enemigos?
Israel y sus títeres occidentales han convertido la guerra en una actividad continua que no necesita declaración. En beneficio de Israel, y no de Estados Unidos, el presidente Trump ha atacado militarmente a una potencia militar regional sin la declaración de guerra del Congreso, como exige la Constitución estadounidense. Claramente, la guerra ha prevalecido sobre la Constitución. Esto comenzó con la presidencia de Bill Clinton y se expandió con los presidentes posteriores. Israel ha obtenido el poder que le permite enviar a Estados Unidos a la guerra y nosotros, los estadounidenses desventurados, no podemos hacer nada al respecto.
Israel posee armas nucleares no declaradas, pero maquina para conseguir que Trump ataque el uso pacífico de la energía atómica por parte de Irán. Israel puede exterminar a los palestinos y arrasar Gaza sin la protesta efectiva de ningún país, pero Irán es malvado y está en contra de Estados Unidos si se defiende. Gracias a los medios de comunicación y al Congreso estadounidenses, comprado y pagado por Israel, se ha inculcado en la opinión pública una insidiosa propaganda israelí contra Irán, lo que hará que simplemente acepte otro acto de agresión de su país contra «terroristas musulmanes» y «armas de destrucción masiva».
Quizás lo más triste de esto es que demuestra una vez más que las elecciones no pueden cambiar nada. Estados Unidos no puede volver a ser grande sin un nuevo partido político liderado por personas independientes de Israel y del corrupto aparato estatal estadounidense. Estas personas tendrían que evitar ser asesinadas o arrestadas y procesadas por el aparato estatal. Esto requeriría simpatizantes militantes dispuestos y capaces de utilizar las armas. ¿Quién está ahí para liderar semejante movimiento? El aparato estatal no permitirá que surja tal fuerza. Ni siquiera ha permitido que los estadounidenses protestaran por unas elecciones presidenciales robadas.
Los teóricos de la conspiración verán en la inacción de Rusia y China su participación en una conspiración globalista contra cualquier forma de independencia. ¿Cómo sabemos que no tienen razón? ¿Qué otra explicación se puede dar al hecho de que se crucen de brazos mientras Israel comete genocidio en Palestina, y Washington, sin una declaración de guerra, derroca a cinco gobiernos (Libia, Afganistán, Iraq, Líbano, Siria) y ahora se prepara para derrocar a un sexto, para el beneficio de Israel? El séptimo en la lista es Arabia Saudita, y Netanyahu añadió recientemente a Pakistán como el octavo. Turquía será el noveno. La extraordinaria agresión que Washington e Israel han desatado contra el mundo parece no tener fin. Putin y Xi se imaginan que Rusia y China puedan mantenerse al margen, pero Rusia y China son los dos principales objetivos. Mientras Rusia y China se cruzan de brazos, se les aísla de aliados como Irán y entre sí.
Trump acababa de dar a Irán dos semanas para que aceptara sus demandas, y al día siguiente lanzó un ataque sorpresa. Tras semejante traición, ¿cómo podría Putin volver a las negociaciones de paz? Hasta tal punto Putin se resiste a reconocer la realidad, que define el ataque de Washington contra la tríada nuclear rusa como un acto de terrorismo y no de guerra. ¿Cuál será el próximo ataque de Washington contra Rusia? ¿Qué hará Xi cuando descubra que no puede esperar a que su adversario se calme?

SONDAS: Tras un breve análisis, similar a los que pululan por los medios, el autor nos propone una solución inaudita -originar un gobierno estadounidense que obvie a Israel y al propio aparato estatal norteamericano, que sea capaz de evitar que los asesinen o los encarcelen, y con una base de apoyo lo suficientemente amplia, dispuesta a luchar y a utilizar la violencia si fuera preciso. Sin embargo, esta solución no podría funcionar, en caso de que se lograse que surgiera un gobierno de estas características, ya que no solo habría que obviar a Israel, sino también a Estados Unidos. No solo hay que quemar la bandera israelí, sino también la norteamericana -pues es la misma bandera. Estados Unidos es Israel.
No solo eran judíos los padres de la Constitución, sino también los primeros colonos que llegaron a Cape Cod, una punta en el Atlántico que más tarde formaría parte del estado de Massachusetts. En su equipaje llevaban el proyecto judío de colonizar una tierra que parecía no tener límites, de inmensas riquezas naturales, surcada por ríos como mares. Allí podrían comenzar de nuevo, lejos de las disputas de Europa, de sus viejas querellas religiosas, políticas; pero lejos también de su pobreza. Esta América era aquella tierra bíblica por la que fluían ríos de miel. Y desde allí -la conquista del mundo. De esta forma, su poder iría sustituyendo a las cada vez más debilitadas potencias europeas. En cuanto a las poblaciones nativas, sería fácil exterminarlas alegando su barbarie.
Sin embargo, ese proyecto judío -basado en el derecho hegemónico del “pueblo elegido” de Israel- no ha traído, sino miseria a las tierras americanas; tierras por las que ya no fluyen ríos de miel, sino ríos de sangre putrefacta. ¿Qué nuevo ideal podrá levantarse sobre estos pantanos infestados de alimañas? ¿Bajo qué principios, bajo qué creencias, se supone que debería gobernar esta nueva elite que propone el autor? ¿Debería ser el materialismo sus cimientos? ¿O el cristianismo en su formato católico o protestante? Mas esos son, precisamente, los cimientos que se han resquebrajado.
Deberemos buscar nuevos materiales no-tecnológicos para levantar nuevos cimientos. Y esos materiales son los que siempre han estado allí -los que nos han albergado, alimentado y proporcionado todo lo que necesitábamos en nuestro paso por la vida de este mundo. Debemos volver a la mecánica y abandonar la electrónica. Debemos volver a la palabra y a la escritura y abandonar la informática. Ahora vemos que el final del camino tecnológico es la destrucción de la Tierra. Es el camino que nos lleva a la perdición. Debemos resistir a esa corriente que nos arrastra y remontar al origen como hace el salmón.

Irán en el epicentro: la batalla que desnuda una guerra global en curso
Esta mañana me desperté y descubrí que Estados Unidos se arrastra de nuevo por Israel y añade otro crimen de guerra a su impresionante lista del siglo XXI.
Carmen Parejo Rendón para Actualidad RT
Hay un refrán que dice que por la boca muere el pez. Lo cierto es que el principal problema que tiene la política mediática del ‘showman’ de la Casa Blanca es que el ridículo se combina con el terror que produce para el público pensar que, en última instancia, no sabemos qué hará el presidente para seguir alimentando tramas que mantengan la atención de su público.
Quienes durante la campaña electoral estadounidense apostaron por la fantasía de un Donald Trump «menos belicista» hoy deberían estar revisando sus criterios. Y más aún, deberían revisarse aquellos que han tratado de sostener que el magnate estadounidense era una suerte de gran estadista político. Porque sí, podemos culpar al «estado profundo» —el conjunto de estructuras burocráticas y militares permanentes que influyen en la política más allá de los gobiernos electos— de determinar la política exterior de Washington, pero los espectáculos mediáticos son, sin lugar a dudas, parte del manual de estilo del presidente.
Ver a Trump atribuirse la «tregua» con Irán —y al mismo tiempo regañar a su criatura/subalterno Israel por romperla— recuerda a su grotesca aparición de enero de 2020: flanqueado por toda la cúpula militar tras la respuesta iraní al asesinato de Qassem Soleimani, en la que anunció pomposamente… que no haría nada. Cinco años después repite el número: una disociación completa entre realidad y espectáculo, presentándose como un mediador exitoso, como garante de una tregua que ni negoció ni sostuvo (y que incluso por momentos dinamitó), ignorando deliberadamente que fue Irán quien —desde el primer momento— condicionó sus represalias al cese de los ataques.
Pero más allá, el desenlace de esta crisis evidencia algo aún más decisivo: la batalla no la ganó Washington; la ganó Irán, y lo hizo en un tablero que confirma que la Tercera Guerra Mundial no es una amenaza futura, sino un conflicto sistémico ya en curso.
Desde el triunfo de la Revolución Islámica, Irán encarna una anomalía intolerable para el orden imperialista: un Estado con abundantes recursos naturales, institucionalidad propia, capacidad militar disuasoria y, sobre todo, soberanía frente a Washington. A diferencia de Irak, Libia o Afganistán, Irán ha resistido con éxito todas las formas de asedio: sabotajes, guerras impuestas, sanciones asfixiantes, campañas mediáticas y asesinatos selectivos. No es casualidad.
La capacidad de resistencia de Irán radica no solo en su aparato estatal, sino en una consciencia colectiva forjada en la lucha contra la imposición extranjera. Para el proyecto unipolar, Teherán no es simplemente un enemigo: es el símbolo viviente de que se puede resistir y construir alternativas al vasallaje económico y político.
La ofensiva reciente comenzó con ataques ilegales tanto de Israel como de Estados Unidos en flagrante violación del derecho internacional. Lejos de actuar como respuesta a una amenaza inminente, estas agresiones fueron actos de provocación planificados, destinados a forzar una reacción iraní que justificase una escalada militar mayor.
Sin embargo, Irán respondió con precisión calculada: ataques limitados, pero simbólicamente contundentes, que preservaron la disuasión sin romper con la lógica de contención. La reacción de los medios hegemónicos fue inmediata: criminalizar a Irán, victimizar a Israel y ocultar la raíz del conflicto. Repetir campañas pasadas como la de las armas de destrucción masiva que sirvieron, entre otras cosas, para destruir Irak —y que tuvo consecuencias catastróficas, como la consolidación del Estado Islámico—. Pero esta vez, la narrativa oficial no logró borrar la imagen de un Irán firme y a la vez responsable, frente a un eje occidental torpe, atrapado en sus propias contradicciones, que no teme llevar al extremo su guerra total contra el mundo.
Trump no supo manejar la situación y terminó actuando como lo que es: un fantoche mediático que representa mejor que nadie la decadencia del poder estadounidense; escenificando una victoria inexistente, como si la opinión pública mundial no hubiese sido testigo del fracaso de sus amenazas, del desgaste israelí y del fortalecimiento simbólico de Irán.
Frente a esta agresión, el pueblo iraní no solo se mantuvo unido, sino que reforzó su cohesión nacional. Lejos de producir división interna, las recientes amenazas y ataques consolidaron un sentimiento de defensa colectiva. Incluso sectores disidentes del exilio, como comunistas y grupos de oposición organizados en Europa y en Estados Unidos, expresaron su apoyo a la soberanía de Irán, condenando tanto las agresiones israelíes como la injerencia estadounidense. Este posicionamiento, inesperado para muchos, revela una política de principios —la defensa de la autodeterminación de los pueblos— que trasciende simpatías ideológicas o rivalidades internas.
Mientras tanto, la percepción de invulnerabilidad de Israel sufre un revés: la «Cúpula de Hierro», una vez más, mostró fisuras y su imagen de fortaleza militar se vio erosionada, lo que profundiza además la crisis interna de la entidad sionista y de la propia supervivencia de su proyecto.
La pregunta que sobrevoló los titulares —¿estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial?— parte de un error de perspectiva. No es que la guerra esté por comenzar: es que ya ha comenzado, pero no como las guerras convencionales del siglo XX, sino como un conflicto bélico sistémico, multifrontal y prolongado, que combina sanciones, narrativas, sabotajes, operaciones encubiertas y pulsos diplomáticos. Irán no es solo un escenario: es una trinchera de este conflicto global entre un orden en decadencia y otro que pugna por nacer.
Estados Unidos y los países europeos no solo no han conseguido doblegar a la nación persa, sino que, de forma paralela, cada vez se integra más en alternativas reales al dominio occidental. Una prueba de ello fue la inauguración, el pasado 25 de mayo, de la ruta ferroviaria directa entre China e Irán.
Este corredor —que acorta tiempos y costos del transporte terrestre frente a las rutas marítimas dominadas por la OTAN— no solo simboliza la creciente integración entre China e Irán, sino que refuerza la arquitectura de cooperación del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).
Lejos de los discursos sobre «aislamiento iraní», lo que emerge es un polo de poder que desdibuja el mapa tradicional del comercio y de la influencia. Y por eso mismo Irán es objetivo. Además, ser nodo estratégico de una nueva ruta comercial que escapa al control atlántico la convierte, aún más, en enemigo a batir para el imperialismo.
Si algo podemos empezar a sacar en claro tras estos últimos días es que el bloque unipolar aún dispone de una capacidad destructiva inmensa, tanto como para que temamos —y con razón— una escalada descontrolada de los conflictos en curso. Sin embargo, esta batalla no parece haberla ganado. La historia no está cerrada y, sobre todo, se construye sobre un tablero de correlación de fuerzas que está en plena transformación.

SONDAS: A la interpretación de la autora -de que ya ha comenzado la Tercera Guerra Mundial- añadiríamos que siempre ha estado ahí; que hay una guerra continua entre el Eje del Bien y el Eje del Mal. Más aún, esa lucha es parte intrínseca del juego existencial. Sin embargo, esos Ejes cambian de actores y de geografía con el paso del tiempo, si bien hay entre ellos un mismo común denominador -el sistema profético vs. el sistema chamánico/Oriente Medio.
Y aquí es importante entender que en el sistema profético no hay acumulación, sino sucesión. El profeta Isa les dio a los judíos el recambio a su manipulado libro y a sus falsas interpretaciones religiosas, de la misma forma que el profeta Muhammad entregó a los cristianos y a los remanentes judíos la revelación que había recibido de su Señor y que substituía a todo lo anterior, pues lo que quedaba eran textos incompletos, con añadiduras y omisiones. El Corán y el Islam eran ahora el imam para todos los pueblos y para todos los hombres.
¿En qué posición entonces quedaba el judaísmo y el cristianismo? Eran trenes que se habían salido del camino profético, tomando una vía muerta y convirtiéndose así en propuestas chamánicas. ¿Qué ejércitos, pues, se han enfrentado en el campo de batalla? Por una parte, el ejército del Eje del Bien -musulmanes de Irán y de Yemen. Y frente a ellos, el ejército chamánico del Eje del Mal -Israel y Estados Unidos, y junto a ellos Occidente y todos los países sunnís.
Recordemos aquí las palabras del profeta Isa a sus discípulos: “Es necesario que se separe el grano de la paja.” El Eje del Bien actúa siempre como una espada que separa de forma ineludible la verdad de la falsedad.
