Tim Brinkhof para Big Think
Durante mucho tiempo, los investigadores supusieron que la cuenca del río Amazonas, que incluye los actuales países de Perú, Colombia y Bolivia, no llegó a ser densamente poblada hasta después de la llegada de los colonizadores españoles a fines del siglo XV. Esta suposición se basaba en el simple hecho de que la tierra que rodea la cuenca experimenta inundaciones severas durante las estaciones de lluvia, lo que hace que el asentamiento permanente sin la ayuda de tecnología avanzada sea casi imposible.
Uno de los pocos escépticos fue Heiko Prümers, un arqueólogo especializado en América Latina. Hace más de 20 años, partió con su colega Carla Jaimes Betancourt —entonces estudiante en La Paz— para investigar dos montículos ubicados cerca del pueblo de Casarabe en el norte de Bolivia. Los montículos, “resultaron ser fundamentos de pirámides y edificios de plataformas erosionados”. En otras palabras: evidencia de asentamiento.
Estudios posteriores confirmaron la sospecha de Prümers. El análisis bio-arqueológico mostró que estos edificios no eran sitios ceremoniales desocupados, sino que eran asentamientos permanentes, utilizados durante todo el año por una comunidad que cultivaba, pescaba y cazaba para alimentarse. Estos agricultores, llamados la cultura Casarabe, se podían encontrar en todo el norte de Bolivia durante la época del Holoceno tardío. Su territorio natal eran los Llanos de Mojos, una sabana tropical que se extiende por más de 4,500 kilómetros cuadrados.
LIDAR no miente
A lo largo de los años, hemos aprendido mucho sobre la cultura Casarabe. Sabemos que se dedicaban tanto a la agricultura como a la acuicultura, y usaban sistemas de control de agua para protegerse de la cuenca del Amazonas. También sabemos que su sociedad tenía una organización sociopolítica sorprendentemente compleja, con un comercio que fluía libremente entre los centros económicos más importantes. No solo hicieron aquellos montículos, sino que también cavaron canales, zanjas y calzadas.
Esta información se recopiló de decenas de yacimientos arqueológicos, muchos de los cuales estaban separados por más de 1,000 kilómetros. Al estudiar una civilización antigua tan dispersa como la cultura Casarabe, puede ser difícil visualizar cómo los distintos asentamientos se relacionaban entre sí en un espacio tridimensional, y eso es especialmente cierto para un paisaje tan indómito e inaccesible como la cuenca del río Amazonas.
Al carecer de los recursos logísticos necesarios para atravesar los Llanos de Mojos a pie, Prümers y Betancourt decidieron crear un mapa de la cultura Casarabe utilizando tecnología de detección de luz y medición de las distancias a través de láser. Esta tecnología, mejor conocida como LIDAR, previamente ayudó a los arqueólogos a obtener una imagen más clara de la planificación urbana olmeca y maya en Mesoamérica. El equipo de Prümers inspeccionó un área de 204 kilómetros cuadrados, concentrándose en los principales sitios de excavación.
Los escaneos LIDAR mapearon un total de 26 asentamientos de Casarabe, 15 de los cuales ya se sabía que existían. Luego, los investigadores agruparon los asentamientos en cinco categorías distintas, según las dimensiones de su arquitectura, la escala de la infraestructura de gestión del agua y la cantidad de calzadas que conducen hacia y desde los sitios, entre otros factores.
Dos asentamientos eran considerablemente más grandes que los demás y probablemente actuaron como centros culturales y económicos. Denominados Cotoca y Landíva, abarcan más de 100 hectáreas y están rodeados de fosos y murallas. En el yacimiento de Cotoca las estructuras defensivas internas solo se conservan en algunas secciones, lo que puede sugerir que cuando el asentamiento creció, las murallas se adaptaron en consecuencia.
Tanto Cotoca como Landíva se construyeron alrededor de grandes complejos de arquitectura cívica y ceremonial. Los escaneos LIDAR revelaron que estos complejos fueron construidos en dirección norte-noroeste. Esto, según el artículo, probablemente refleja una visión cosmológica aún desconocida que también podría estar presente en la orientación uniforme de los túmulos funerarios de la cultura Casarabe. Ciertamente, esta práctica sería consistente con otras civilizaciones precolombinas, incluyendo a los mayas y olmecas.
Mapeo de los humedales amazónicos
Los asentamientos de la segunda categoría eran significativamente más pequeños. Los asentamientos pertenecientes a la tercera y cuarta categoría son aún más pequeños. La quinta categoría es hipotética y contiene asentamientos sin arquitectura de montículos.
Como era de esperar, LIDAR reveló mucho sobre la planificación urbana de Casarabe. La mayoría de los asentamientos parecen haber sido construidos a menos de 10 km uno del otro. La región oriental de los Llanos de Mojos es significativamente más densa que las otras regiones, con una distancia promedio entre asentamientos que se reduce a aproximadamente entre 1,8 y 4,0 km. La mayoría de los asentamientos se organizaron en territorios que ocupaban de entre 100 a 500 km cuadrados y se conectaban a través de calzadas y canales.
Como era de esperar, la mayor cantidad de obras hidráulicas se encuentran alrededor de Cotoca y Landíva. Desde Cotoca, específicamente, los canales irradian “en todas las direcciones cardinales, conectando con asentamientos de nivel inferior, el río Ibare al sur y lagos al este”. Uno de estos canales, el que conduce a la Laguna de San José, tiene más de 7 km de longitud. Esta impresionante obra de ingeniería subraya la importancia de Cotoca, que sirvió como centro de un área de 500 kilómetros cuadrados.
Una nueva perspectiva
Más de 20 años después de sus investigaciones iniciales, Prümers y Betancourt han cuestionado todo lo que la comunidad académica creía saber sobre la vida precolombina en la cuenca del río Amazonas. “A nivel regional”, concluye su estudio, publicado en mayo, “los datos LIDAR combinados con datos previos de reconocimiento arqueológico y de teledetección muestran que la cultura Casarabe tiene un sistema de asentamiento altamente integrado, continuo y denso”.
La cultura Casarabe ocupa un lugar especial en la historia de las excavaciones arqueológicas en América Latina. Si bien los principales asentamientos precolombinos como Cotoca y Landíva no son únicos, no se puede decir lo mismo de los muchos asentamientos más pequeños que mostraron los escaneos LIDAR. Según el estudio de Prümers y Betancourt, estos lugares representan “el primer caso conocido [de urbanización de baja densidad] para todas las tierras bajas tropicales de América del Sur”.
Los asentamientos amazónicos más grandes también se comparan favorablemente con otras ciudades antiguas que se encuentran en América del Sur. Es decir, son de una escala mucho mayor que los asentamientos construidos a lo largo de la Cordillera de los Andes y la Amazonía Sur en general. De hecho, la arquitectura que se encuentra tanto en Cotoca como en Landíva bien puede haber requerido la mayor cantidad de mano de obra calificada que cualquier construcción del mismo período en todo el continente.
SONDAS: Las capas que se van superponiendo en todas las áreas de conocimiento son como la estratificación geológica que marca los diferentes periodos de la vida terrestre, solo que, en el caso, por ejemplo, de la arqueología, cada nueva capa abroga la anterior y, por lo tanto, nunca hay montaña, sino una estéril planicie.
Durante mucho tiempo, los investigadores supusieron que la cuenca del río Amazonas, que incluye los actuales países de Perú, Colombia y Bolivia, no llegó a ser densamente poblada hasta después de la llegada de los colonizadores españoles a fines del siglo XV. Esta suposición se basaba en el simple hecho de que la tierra que rodea la cuenca experimenta inundaciones severas durante las estaciones de lluvia, lo que hace que el asentamiento permanente sin la ayuda de tecnología avanzada sea casi imposible.
Ya dicen que las suposiciones son malas consejeras, pues suponer es la mejor manera de embarrar el fluido lógico que emana del intelecto. Mas al arqueólogo occidental le resulta imposible desprenderse de su mediocre y miope cosmología existencial. No logra entender que las cosas nunca fueron como lo son ahora.
Y ahora hay que echar a la papelera de reciclaje, nunca se sabe, todo lo anterior; toda la visión que se tenía de esos vastos territorios americanos. Les “pareció” que las condiciones fluviales del Amazonas no podían permitir asentamientos humanos, a no ser que sus habitantes estuviesen provistos de una alta tecnología. ¿En qué punto del análisis estamos pues? Los asentamientos humanos permanentes eran imposibles, y, sin embargo, Prümers y Betancourt, utilizando, precisamente, una alta tecnología, han escaneado toda esa zona y según ellos sí que hubo asentamientos permanentes –ciudades, murallas, canales, calzadas, carreteras, edificios funerarios y un tráfico comercial de mercancías que se extendía a través de miles de kilómetros, conectando los centros económicos más importantes.
Como vemos en el artículo, la descripción es apabullante –una auténtica y grandiosa civilización de la que no ha quedado, sino algún que otro montículo, pirámides erosionadas… Si esto es imposible desde el punto de vista humano, pero al mismo tiempo existió, entonces llegamos al punto al que siempre llegan los arqueólogos, paleontólogos, biólogos, astrofísicos… el punto cero del que no se puede salir, pues para dar una explicación que elimine este absurdo o esta contradicción, tendríamos que introducir algunos factores que han quedado fuera de la historia –el profeta Sulaiman y sus huestes que recorrieron el Océano Pacífico y pasaron al Atlántico a través del estrecho de Panamá, que en ese tiempo era natural, llegando a las actuales Islas Canarias y a toda la cornisa atlántica, desde Escocia hasta Mauritania. Y entre esas huestes había yins, entidades dotadas de consciencia y reflexión, como los seres humanos, pero éstas creadas a partir de fuego, lo que les confería rapidez, fuerza y, en algunos casos, la capacidad de desplazarse por el aíre.
Sulaiman llevó hasta el último confín de la Tierra el tawhid –la Unicidad del Altísimo, pero también el lenguaje conceptual, la escritura, técnicas de construcción, técnicas de esculpir en la piedra o en las rocas… llevando la verdadera civilización a todos los pueblos de la Tierra. (Ver: El Corán en español y su Libro de comentarios: APÉNDICES: Apéndice G, De Arabia a América y al mundo)
Fijémonos ahora en la descripción que se hace de Heiko Prümers, el autor de esta investigación: un arqueólogo especializado en América Latina. ¿Cómo puede haber alguien que sea especialista en América Latina –una extensión que abarca desde Río Grande hasta Tierra de Fuego? Y que incluye cientos de culturas, entre ellas la inca, la azteca, la maya… ¿Conoce Prümers estas lenguas? ¿Ha leído el texto original, en lengua maya, del Popol Vuh? ¿Qué sabe de las lenguas y de la historia de los pueblos que habitan la Patagonia? Y, sin embargo, es un especialista; y es en manos de estos “especialistas” en las que anda la ciencia. Mas la ciencia, el conocimiento objetivo y funcional, nada tiene que ver con esas manos.
A lo largo de los años, hemos aprendido mucho sobre la cultura Casarabe. Sabemos que se dedicaban tanto a la agricultura como a la acuicultura, y usaban sistemas de control de agua para protegerse de la cuenca del Amazonas. También sabemos que su sociedad tenía una organización sociopolítica sorprendentemente compleja, con un comercio que fluía libremente entre los centros económicos más importantes. No solo hicieron aquellos montículos, sino que también cavaron canales, zanjas y calzadas. Esta información se recopiló de decenas de yacimientos arqueológicos, muchos de los cuales estaban separados por más de 1,000 kilómetros.
Estos hallazgos y sus interpretaciones –en realidad no hay nada tangible, pues como vemos en la foto que aparece al principio del artículo, solo tenemos manchones de diferentes colores y ramificaciones– complican aún más las cosas, sobre todo cuando se trata de asignar a los nativos de América de hace 3,000 años, o más, la capacidad de construir esta portentosa civilización. De nuevo, si nos quedamos en esta comprensión de las cosas, las primeras teorías son ciertas –es imposible. Y, sin embargo, según las “evidencias” que muestra Prümers, esa civilización existió. Claramente, los protagonistas de esa proeza no pueden ser los ancestros de los indígenas que hoy siguen formando una buena parte de las sociedades boliviana, colombiana y peruana, ni tampoco pueden ser los ancestros de los indígenas con los que se encontró la tripulación de Colón a finales del siglo XV.
Todas esas ciudades que aún se conservan, aunque sean ruinas, como la de Machu Pichu, y toda esa sucesión de pirámides, son observadas por los indígenas de hoy como algo tan extraño a su forma de vida, a sus recuerdos familiares o históricos, como los son para un turista occidental. Estos indígenas, como los indígenas de la Isla de Pascua, les han confirmado repetidamente a los arqueólogos que ni ellos ni sus padres construyeron todo aquello, sino gentes venidas de allende los mares.
Al carecer de los recursos logísticos necesarios para atravesar los Llanos de Mojos a pie, Prümers y Betancourt decidieron crear un mapa de la cultura Casarabe utilizando tecnología de detección de luz y medición de distancias a través de láser.
¿No les choca a estos arqueólogos el hecho de que no puedan recorrer pequeñas distancias sin la ayuda de esta alta tecnología, pero, en cambio, aquellos hombres de hace 3,000 años parece que no tenían problemas a la hora de recorres miles de kilómetros y de desplazarse con sus mercancías de un asentamiento a otro? Y esto nos lleva una vez más a este punto cero, a ese punto muerto, pues si esos asentamientos fueron construidos y poblados por los ancestros de los indígenas que hoy habitan en esos territorios, esta posibilidad, de nuevo, resulta imposible. Y, sin embargo, ocurrió. Por lo tanto, no pudieron ser los antepasados los originadores genéticos de los indígenas de hoy. Se trata de una simple ecuación –lo imposible no puede ser y, por lo tanto, hay que buscar otras causas. No sabemos si ésta es la forma de actuar propia del método científico, pero es racional y coherente.
Y la mejor forma de acabar con un punto es otro punto:
Más de 20 años después de sus investigaciones iniciales, Prümers y Betancourt han cuestionado todo lo que la comunidad académica creía saber sobre la vida precolombina en la cuenca del río Amazonas.
Es posible que Prümers haya pasado 30 o 40 años de estudios e investigaciones hasta hacerse especialista en América Latina. Y aquí vemos una forma, entre otras, de arruinarse la vida. ¿Qué tenemos tras todos esos años de gastar y cobrar buenos sueldos?
Prümers y Betancourt han cuestionado todo lo que la comunidad académica creía saber sobre la vida precolombina en la cuenca del río Amazonas.
Lo que creía la comunidad académica sobre este territorio amazónico ha sido abrogado por las investigaciones de Prümers, que nos dicen que sí hubo asentamientos humanos; asentamientos inexplicables. ¿Y para eso ha malgastado 40 años de su vida?
Mas así de inútiles, costosas y estériles son las investigaciones científicas.