Las sorpresas del genoma

Parte 2

Máximo Sandín Departamento de Biología, UAM

A los autores del informe científico sobre el desciframiento del genoma humano (Nature, 2001) les resultan sorprendentes las «más de doscientas secuencias de origen bacteriano» que han encontrado, así como las evidencias de transferencia horizontal de genes «relativamente frecuentes «, es decir, genes «transmitidos por vectores como virus». También han resultado sorprendentes las enormes cantidades de elementos móviles (transposones y retrotransposones), secuencias genéticas que pueden «saltar» de una parte a otra del genoma, bien mediante inserción directa en otra zona, o bien mediante una duplicación previa de su secuencia. Este último fenómeno es el responsable de una enorme cantidad de secuencias repetidas (que constituyen el 45% del genoma) y que antes se consideraban «ADN basura», pero que según la opinión de los autores del informe: «Como agentes activos, las repeticiones han remodelado el genoma causando reordenamientos, creando genes enteramente nuevos, modificando y barajando genes existentes y modulando el contenido total de Guanina-Citosina.”

Otra conclusión sorprendente es que: «Mucho del restante ADN único debe también haber derivado de antiguas copias de elementos transponibles que han divergido demasiado para ser reconocibles como tales». Y este último aspecto se repite en el hallazgo de elementos de origen viral,»retrovirus-like elements»: 450.000 copias que constituyen (por el momento) el 8% del total del genoma corresponden a secuencias retrovirales «reconocibles como tales». Unas tienen las secuencias genéticas que producen proteínas que hacen capaces a los retrovirus de hacer copias de sí mismos (de su ARN); traducir el ARN a ADN, e integrarse en el ADN celular, además de una secuencia responsable de la producción de sus propias proteínas específicas. Además, tienen la secuencia «env», que es la que produce la cápsida vírica (en la que están los receptores que reconocen el sitio de la membrana de la célula que infectan). El otro tipo de secuencias de origen retroviral sólo tiene las secuencias correspondientes a sus proteínas específicas.

Todas estas abundantes, complejas, trascendentales secuencias «autónomas» tienen un evidente origen común: Según los autores: “Los elementos autónomos (retrotransposones) contienen los genes «gag» y «pol» que codifican una proteasa, transcriptasa inversa, ARNasa e integrasa. Los retrovirus exógenos parecen provenir de retrotransposones endógenos por adquisición de un gen celular «env»(cápsida)».

Al llegar a este punto del cúmulo de sorpresas que nos está deparando el genoma humano, parece necesario un momento de reflexión: ¿Por qué los retrovirus exógenos, con sus variadas y, a veces sorprendentes cápsidas, que contienen receptores capaces de localizar el punto de la membrana celular por la que penetran y el punto del ADN donde se insertan, «parecen» provenir de retrotransposones endógenos que han «adquirido», (¿al azar?, ¿por qué?) un gen celular, (¿de dónde?), envelope? ¿No podría ser, por el contrario, que los retrotransposones fueran derivados de retrovirus que han “perdido” el gen viral envelope?

Parece que nos hemos encontrado con uno de los (muchos y trascendentales) puntos a reinterpretar a la luz de la «Nueva Biología»: pero, para ello, tal vez haya necesidad de cambiar de lenguaje (el lenguaje es, a la vez, resultado y constructor de la realidad). Y no parece razonable continuar interpretando los nuevos datos con el antiguo vocabulario, un lastre (no aparente), del que la Biología debe desprenderse ineludiblemente para cambiar de perspectiva. Y es que el magnífico informe de Nature, a pesar de sus innovadoras conclusiones sobre la implicación de los elementos móviles en cambios evolutivos bruscos, o sobre la influencia de factores ambientales en la activación de elementos móviles, que hacen tambalear a la vieja visión de pequeños cambios graduales y «al azar», no puede evitar el empleo de viejos términos tan arraigados en el vocabulario biológico que, a menudo se emplean para describir fenómenos totalmente opuestos al significado del término empleado. (Un ejemplo: En su magnífico libro «El árbol del conocimiento» Varela y Maturana escriben: «En efecto, a menudo pensamos en un proceso de selección como el acto de escoger voluntariamente entre muchas alternativas… Es justamente lo contrario lo que ocurre y sería contradictorio con el hecho de que estamos tratando con sistemas determinados estructuralmente (el subrayado es mío). Hay otras expresiones que podrían usarse para describir este fenómeno. Nuestro motivo, sin embargo, para referirnos a él en términos de selección de caminos de cambio estructural es que la palabra ya es indisociable de la historia de la biología después que Darwin la utilizara.”

Es decir: «por motivos históricos» usamos un término, (selección), para describir «justamente lo contrario”. Y así, nos encontramos a lo largo del informe, y en referencia a los elementos móviles, con «estrategias para asegurar su supervivencia», «valor adaptativo», «competencias», «invenciones exitosas «, «colonización de genomas»… Términos trufados de reminiscencias de las viejas interpretaciones antropocentristas, (etnocentristas más bien), de lucha por la vida, y supervivencia del «más apto», cuya quintaesencia moderna, la teoría del «gen egoísta» afirma que «los genes compiten entre sí para asegurarse la supremacía de unos sobre otros». Bajo este prisma deforme, no es extraño que las secuencias repetidas, cuya función, (probablemente muy importante) se desconoce, sean degradadas por muchos genetistas con la denominación de «ADN basura», (otro viejo «tic» cultural, el de denominar «basura» a lo que no se conoce o no se comprende).

Quizás la forma de escapar de este círculo vicioso de preconceptos, datos, e interpretaciones, sea cambiar de perspectiva, dejar de mirar los ladrillos y observar, desde lejos, cómo se construyó la catedral, desde el principio. Es decir, qué datos nuevos tenemos sobre la evolución de la vida. Porque el aumento del poder de resolución no sólo ha afectado a los campos de la Biología con «posibles aplicaciones prácticas». La llamada investigación básica, es decir, la profundización en el conocimiento, está aportando descubrimientos absolutamente revolucionarios pero que naturalmente, no reciben el mismo tratamiento informativo (ni siquiera por parte de las revistas científicas) que los descubrimientos de los «genes de interés comercial», como la del supuesto «gen del sabor dulce», que «puede ayudar a los investigadores a producir edulcorantes libres de calorías». (Nature, 2001)

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SONDAS: Los que cortaban las cabelleras a sus enemigos no eran los indios, sino los colonos anglosajones que habían llegado a América en el siglo XVII para poder mejor adorar a su Señor, pero dado que la tierra prometida estaba descrita de forma ambigua en las sagradas escrituras, decidieron sus descendientes bautizar a las tierras americanas como las tierras que el Todopoderoso había confiado en usufructo a su padre Abraham. Los nativos, que no sabían leer, ni habían oído nunca que sus tierras hubieran sido hace miles de años cedidas a los invasores anglosajones, decidieron luchar. Y los sucesivos colonos que llegaban ahora ya a “sus tierras” les cortaban las cabelleras a los pieles rojas, que eran rojos porque el Altísimo los había maldecido. Y no solo las cabelleras, sino también las orejas, dientes o narices; y las hacían con todo ello collares que exhibían con dramático orgullo. Es lo mismo que hicieron en Vietnam. A pesar de numerosas evidencias que muestran que los indios cortaban las cabelleras de los colonos imitando una práctica que esos colonos anglosajones llevaban a cabo desde hacía mucho tiempo, todo el mundo tiene grabado a fuego, de forma incontestable, que eran los pieles rojas los que cortaban las cabelleras de los blancos, que eran tan blancos como los nativos de América.

Y es así como se iba fabricando la Gran Mentira en la que ya estamos inmersos.

¿Cómo se ha conseguido llegar a esta situación, en la que la historia es la narración de una constante mentira; en la que la ciencia está basada en interpretaciones subjetivas de una realidad objetiva que ha desaparecido de nuestro campo de visión, de nuestros análisis? Siempre se ha utilizado la misma estrategia –siempre hablan los mismos. La historia de los nativos de América nos la cuentan los descendientes de aquellos primeros invasores anglosajones. La ciencia forma parte de la narrativa del poder que apoya una cosmogonía materialista, no porque sea razonable, sino porque cuadra con sus intereses.

¿Qué sucedería si los perdedores pudiesen hablar? Si se les ofreciera también a ellos el micrófono, las cámaras, las entrevistas. La Gran Mentira entonces comenzaría a hacer aguas y en gran parte colapsaría.

La ciencia, además, tiene otras estrategias que le son propias. Por ejemplo, cuando una idea o un concepto les hace tambalearse, le acusan de religioso o filosófico; fuera, en definitiva, del ámbito científico. Mas ¿cuál es ese ámbito exactamente? El de la objetividad, responden; el de la verdad objetiva. Mas ¿quién puede decidir que algo es objetivo desde la subjetividad humana? Yo veo lo mismo que tú, pero a ese objeto, ese fenómeno, le damos un valor diferente, una distinta interpretación.

Fijémonos, si no, en el desacuerdo fundamental que vemos expresado en el siguiente párrafo del artículo de Sandín:

Este último fenómeno es el responsable de una enorme cantidad de secuencias repetidas (que constituyen el 45% del genoma) y que antes se consideraban «ADN basura», pero que según la opinión de los autores del informe: «Como agentes activos, las repeticiones han remodelado el genoma causando reordenamientos, creando genes enteramente nuevos, modificando y barajando genes existentes y modulando el contenido total de Guanina-Citosina.”

No solo es anti-científico hablar del genoma humano como algo conocido, controlado, que se puede cambiar, configurar y organizar a nuestro capricho, sino que, además, es una vulgaridad llamarle “basura”. ¿No es, acaso, el propio ADN el que está llamando a estos biólogos mediocres, frívolos, superficiales? ¿No se han dado cuenta de la portentosa complejidad del ADN, del genoma humano? ¿No le asombra al profesor Sandín que la vida se haya configurado ella sola; que haya organizado bloques, estructuras de información y los elementos capaces de leer estos datos y construir con ellos órganos, cuerpos, caracteres? ¿No le sorprende que eso haya hecho eso, y que eso sea infinitamente superior a la capacidad de comprensión humana? Eso es lo sorprendente.

La realidad es que seguimos al cabo de la calle. Hemos acumulado más nombres para designar partículas, sub-partículas. Hemos rectificado una y otra vez. Hemos interpretado de diferente manera los mismos datos y ahora se propone cambiar la terminología.

Y es que el magnífico informe de Nature, a pesar de sus innovadoras conclusiones sobre la implicación de los elementos móviles en cambios evolutivos bruscos, o sobre la influencia de factores ambientales en la activación de elementos móviles, que hacen tambalear a la vieja visión de pequeños cambios graduales y «al azar», no puede evitar el empleo de viejos términos tan arraigados en el vocabulario biológico que, a menudo se emplean para describir fenómenos totalmente opuestos al significado del término empleado.

¿Cuál puede ser esa “vieja visión”? Es decir –esa errónea visión. ¿Podemos calificar de “vieja” a una visión de 50 o de 100 años? ¿Qué pasará dentro de otros 50 años? ¿Será la de ahora una vieja visión en ese futuro?

La ciencia se nos presenta como la historia de un interminable error, pues entre sus estrategias particulares está el que los biólogos se protejan ante una pregunta inevitable, aduciendo que el método científico no puede explicarlo todo. Entonces, ¿cómo buscan los científicos una teoría unificada de la existencia si preguntas fundamentales como el origen del universo, el origen de la vida, la consciencia, no tienen respuesta con su método?

El problema no es, como apunta Sandín, el de la terminología que se está utilizando a la hora de describir determinados fenómenos, pues si las bolas de billar se mueven según un orden o un esquema que ellas mismas han diseñado, entonces ¿por qué no emplear términos como:

«estrategias para asegurar su supervivencia», «valor adaptativo», «competencias», «invenciones exitosas «, «colonización de genomas»…

Mas como es absurdo otorgar estas capacidades, que exigen voluntad, reflexión y consciencia, a unos objetos esféricos de plástico o de marfil, y como igualmente absurdo es conferir estas capacidades a aminoácidos, microzimas, células, plantas… entonces los biólogos se encuentran con la necesidad de cambiar este vocabulario antropomórfico tipo Disney, a través del cual traspasamos nuestros sentimientos, nuestras pasiones, nuestra consciencia, al resto de la creación. Eso era exactamente lo que hacían los griegos –dar valores humanos, incluso divinos, a los fenómenos atmosféricos. Sin embargo, en su caso se trataba de un simbolismo chamánico, mientras que en el caso de los biólogos es literal. Hay investigadores que afirman que los biones tienen consciencia y “deciden” organizarse de la manera en la que lo hacen.

Sin embargo, a otros biólogos, a otros investigadores, les resulta intolerable asociar la consciencia, la reflexión, la voluntad, con organismos microscópicos o celulares, y proponen cambiar la terminología. Mas ¿qué nuevos términos podrán substituir a los actuales? Lo que vemos en todas las cosas, en todos los fenómenos, en todos los organismos es dirección, voluntad, decisión, organización, objetivos a alcanzar. Y aquí está el verdadero problema para los científicos. Si retiramos todas esas capacidades a todas las entidades no-humanas, entonces, necesariamente, alguien lo está haciendo. Alguien ha organizado el universo y en él la Tierra y en ella la vida, y en ésta la inteligencia y la consciencia. No tenemos otra alternativa que elegir, “seleccionar”, entre biones Disney o el agente externo. Y aquí la ciencia enmudece, pues ninguna de las dos opciones le interesa. Por muchas razones. Entre otras –que la verdadera utilidad de la biología es la producción de genes edulcorantes, libres de calorías.