Debemos reconocer que existen mitos basados en la fe que se encuentran muy arraigados en el canon de la ciencia.
Marcelo Gleiser para Big Think
Un rasgo humano esencial
En los Estados Unidos la proporción de no creyentes está creciendo, del 16,1 % en 2007 al 22,8 % en 2014. Probablemente sea aún más alta ahora. La razón principal de este cambio es generacional. Las personas más jóvenes tienden a estar menos afiliadas a la religión organizada o a las creencias sobrenaturales en general. Sin embargo, la espiritualidad no afiliada está en aumento. Como argumenta el antropólogo de la Universidad de Princeton, Agustín Fuentes, en su excelente libro «Por qué creemos»: “Creer es la capacidad más prominente, prometedora y peligrosa que ha desarrollado la humanidad”. Es un rasgo humano ineludible. Como escribe Fuentes: “Somos humanos, luego creemos”.
¿De dónde viene este rasgo? Podemos definir la fe como la creencia sin pruebas. Criticar la fe religiosa basándose en la falta de evidencia empírica, como lo han hecho Richard Dawkins y otros en el pasado, es simplemente una tontería. La fe que miles de millones depositan en una deidad o deidades sobrenaturales, o en poderes más allá de nuestro entendimiento, no necesita ser falsificable por el método científico, ni necesita su validación. Más que eso, como señala Fuentes, esta capacidad de creencia abstracta en la existencia de un reino incognoscible es uno de los aspectos más fascinantes del ser humano.
Creemos porque desarrollamos la necesidad de creer. Sea testigo del poder catártico de los rituales en cualquier práctica religiosa –el baile, el canto, el tamborileo, los gritos, los estados de trance extático que estos actos provocan en los participantes– y se dará cuenta de que no se trata de comprender el comportamiento humano a través de nuestras facultades racionales. Se trata de ser humanos en formas que van más allá de nuestro poder de razonar sobre la realidad. Se trata de crear una conexión visceral con lo trascendente, una conexión que es a la vez conmovedora y necesaria. Se trata de celebrar el asombro como un portal para el crecimiento personal y comunitario. Se trata de nuestra necesidad de significado.
La creencia atraviesa el canon de la ciencia
Aparte de nuestra profunda necesidad de compromiso social y pertenencia, la creencia surge de nuestra impotencia al tratar con cosas que no podemos controlar, predecir o comprender. Si no somos más que carne y hueso, un mero conjunto de moléculas sujetas a las leyes de la naturaleza, entonces no nos queda más remedio que seguir el curso de las cosas materiales y morir, desintegrándonos en polvo. Cuánto más maravilloso es creer en el más allá, en entidades inmateriales capaces de eludir las rígidas limitaciones impuestas por el razonamiento materialista.
Si la ciencia nos va a ayudar, en palabras del difunto Carl Sagan, proporcionando una «vela en la oscuridad», tendrá que ser vista bajo una nueva luz. El primer paso en esta dirección es admitir que la ciencia tiene limitaciones fundamentales como forma de conocimiento, y que no es el único método para acercarse a la verdad inalcanzable sobre la realidad. La ciencia debe verse como la práctica de humanos falibles, no de semidioses. Debemos confesar nuestra confusión y reconocer nuestra sensación de estar perdidos al enfrentarnos a un Universo que parece volverse más misterioso cuanto más lo estudiamos. Debemos ser humildes en nuestras afirmaciones, sabiendo con qué frecuencia debemos corregirlas. Por supuesto, deberíamos compartir la alegría del descubrimiento, los logros de la inventiva humana y la importancia de la duda.
Quizás lo más importante es que deberíamos reconocer que hay mitos basados en la fe muy arraigados en el canon de la ciencia, y que los científicos, incluso los más grandes, pueden confundir sus expectativas de la realidad con la realidad misma. Aquí es donde emerge la creencia basada en la fe en la ciencia, a medida que imaginamos mundos posibles más allá de nuestro alcance actual. ¿Qué principios nos guían cuando extrapolamos ideas más allá de lo conocido y nos aventuramos en territorios inexplorados de la realidad? No podemos usar solo la razón en nuestro viaje a estas tierras desconocidas, no hay un camino claro a seguir. Solo podemos explorar lo desconocido usando lo que sabemos.
Por lo tanto, un científico debe basar su enfoque en un proceso imponderable que algunos llaman corazonada o intuición. Esta es una expresión de fe guiada intelectualmente en cómo el científico imagina que es el mundo. No hay forma de aventurarse en lo desconocido sin esta luz guía, y esa luz proviene de una fuente que no se conoce por completo. Aquí es donde la ciencia se encuentra con la fe.

SONDAS-Comentario 1: Cada vez son más los artículos o noticias que de una u otra manera tratan de suavizar la evidencia de que la ciencia nos está fallando; que ha tocado el fondo; que se ha estancado en un callejón sin salida. No es una tarea fácil –como podemos ver analizando el último párrafo del comentario que publicamos aquí y cuyo autor, Marcelo Gleiser, no parece tener claro qué es lo que debería aconsejar a los científicos. Habla de la «corazonada», de la «intuición», de la «fe guiada intelectualmente», de una «fuente que no se conoce por completo»… y esta ambigüedad, esta incapacidad de poner los puntos sobre las íes –quizás por temor a quedar tachado de retrógrado– encubre en gran medida la propuesta que parece estar haciendo: la necesidad de la fe ante la insuficiencia de la razón.
Es evidente que la proporción de no creyentes está creciendo en todo el mundo y sobre todo en Occidente. También es evidente, como apunta el autor, que la causa principal es generacional. Es decir, cada generación es menos creyente que la anterior. Sin embargo, hay una poderosa razón para que sea así, y no es meramente la de la cronología o paso del tiempo.
Todo empezó a mediados del siglo XVII en Inglaterra. La ciencia estaba en pañales, pero un grupo de sus fervientes admiradores y un puñado de filósofos se reunían cara a cara, intercambiaban ideas y se animaban unos a otros en su intento de desarrollar conocimiento científico a través de experimentos y otros tipos de investigación. Se dieron a sí mismos el nombre del Colegio Invisible (the Invisible College). Esta asociación informal fue el origen de la Royal Society of London, establecida por una Carta Real el 15 de julio de 1662. Entre sus miembros fundadores estaban tres prominentes miembros del Colegio Invisible –Robert Boyle, John Wilkins y Samuel Hartlib. Acababa de nacer la Akademia, cuyo principal objetivo era el de asesinar a Dios. Era un asesinato premeditado, y tanto fue así que hicieron falta unos 200 años de arduas preparaciones para poder llevarlo a cabo. Finalmente, lo consiguieron. En 1882, Friedrich Nietzsche escribía en su libro «The Gay Science» (La ciencia gaya):
Dios ha muerto. Dios está muerto. Y le hemos matado nosotros. ¿Cómo nos consolaremos, asesinos entre todos los asesinos? Lo más sagrado y poderoso de todo lo que el mundo ha tenido hasta ahora se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién limpiará la sangre con la que nos hemos manchado? ¿Qué agua podrá limpiarnos? ¿Qué fiestas de expiación, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿No deberíamos convertirnos nosotros mismos en dioses simplemente para parecer dignos de ello?
Nietzsche no se equivocaba. La recién nacida Akademia logró elevarse a sí misma en dios, creando en el proceso a una poderosa casta sacerdotal compuesta de científicos e investigadores –bien pagados o subvencionados– que ejercen valiéndose de una amplia red de institutos, laboratorios, universidades, centros de esto y aquello, agencias, grupos de expertos, conferencias, simposios, medios de divulgación científica… Parecía que ahora todo sería coser y cantar.
En los siguientes 200 años aparecieron, con la ayuda de los manuscritos árabes que habían sido robados en Oriente Medio por los cruzados y antes, en el Ándalus: electricidad, máquinas de vapor, teléfono, televisión, armas automáticas y en seguida nucleares, aviones, coches, trenes, fármacos de todo tipo, avances de cirugía, conquista del espacio, tecnología… internet… y ¡paaafff! Estamos donde estamos –drogados, deprimidos, enfermos, entubados, asustados, maltratados en residencias de ancianos, acosados en lugares de trabajo y escuelas, dudosos del concepto mismo del progreso y género, suicidados…
Ante la nueva evidencia, los físicos están comenzando a ver el cosmos no como compuesto de capas dispares, sino como un todo cuántico unido por un entrelazamiento. Imagínate que podrías ver a través de los objetos cotidianos el material del que están hechos. Si hicieras zoom en el brazo de una silla, por ejemplo, verías que está hecho de átomos. Acércate de nuevo y verás que esos átomos contienen partículas subatómicas llamadas protones, neutrones y electrones. Haciendo zoom aún más, verías que los protones y los neutrones están compuestos de quarks. Estas son las capas de la realidad, y así es como los físicos entienden el universo: descomponiendo todo en sus partes constituyentes, un enfoque conocido como reduccionismo. Como físico de partículas, crecí con esta filosofía. Con ella la física ha recorrido un largo camino: después de todo, es cómo construimos nuestra imagen actual de la materia y su funcionamiento. Pero ahora, con un mayor estancamiento del progreso, estoy convencido de que debemos hacer las cosas de manera diferente desde aquí. En lugar de acercarnos cada vez más hacia adentro, creo que debemos alejarnos. Al hacerlo, podemos ver que todo lo que hay, incluidas cosas aparentemente fundamentales como el espacio y el tiempo, se fragmentan en un todo unificado. Esto puede sonar a filosofía o misticismo, pero de hecho es un resultado directo de aplicar la mecánica cuántica a todo el cosmos. (Heinrich Päs, New Scientist, 5/06/23)
El asesinato de Dios, como vemos, ha tenido consecuencias devastadoras –tanto a nivel individual como social y científico. Todo está por los suelos. Y entre los escombros encontramos el rasgo humano esencial, como lo denomina Gleiser –el de la creencia. ¿De dónde vendrá este rasgo? pregunta el autor, y define la fe como «la creencia sin pruebas» –pero no responde a la pregunta que hace, ya que la afirmación que «creemos porque desarrollamos la necesidad de creer» no puede ser la respuesta.
La necesidad de creer que tiene el hombre no es la de bailar, cantar, tamborilear, gritar o entrar en estados de trance extático. Esto es chamanismo. Esta necesidad, esta «conexión visceral con lo transcendente», viene del pacto que toda nafs, todo «yo», hizo con su Creador –antes, incluso, de venir a la existencia:
Cuando tu Señor se dirigió a la descendencia de los Banu Adam e hizo que testimoniaran sobre ellos mismos: “¿Acaso no soy Yo vuestro Señor?” Respondieron: “Atestiguamos que lo eres.” Y ello para que el Día del Resurgimiento no dijerais: “En verdad que desconocíamos este asunto.” (Corán, sura 7, aleya 172)
Y este pacto viene transmitido por el relato profético –por los profetas y mensajeros– y queda registrado en los libros revelados. El último de estos libros es el Corán, en el que se nos recuerda, entre muchas otras cosas, el nombre propio del Creador –Allah.
Es cierto que a veces, cuando la corriente profética se ha sumergido temporalmente en los túneles de la historia, los mitos y leyendas la han transportado en forma de alegorías, con interpolaciones y añadidos que desvirtúan en parte el contenido original. No obstante, sobre todo en el mito, se conserva la estructura básica de la realidad de la que se está hablando. No hay, sino un solo mensaje –el mensaje profético que desciende como parte del registro general o libro de las recitaciones. Hay momentos en los que la verdad absoluta se mezcla con teorías filosóficas, con visiones cosmológicas chamánicas o, modernamente, con “evidencias” científicas. El resultado final es una mezcla de verdades, suposiciones, vaguedades y subjetivas interpretaciones de un proceso creador que ningún hombre ha presenciado. Por ello, el mejor texto que podemos leer para entender lo que vamos viendo cuando caminamos por la Tierra con atenta mirada, es el Corán.
¡Id por la Tierra y ved cómo empezó la creación! (Corán, sura 29, aleya 20)
Así pues, no se trata de «celebrar el asombro como un portal para el crecimiento personal y comunitario». Se trata de reconocer la finalidad de la existencia del hombre, de esta creación y de las consecuencias que conlleva el negarse a hacerlo. Solamente entonces vendrá tanto el crecimiento personal como el comunitario.
Les mostraremos Nuestros signos en el horizonte y en ellos mismos hasta que vean con claridad que es la verdad. ¿Es que no basta con que tu Señor sea testigo de todas las cosas? ¿Es que dudan del encuentro con su Señor? (Corán, sura 41, aleyas 53-54)
Los sumos sacerdotes del dios Akademia todavía dudan, pero poco a poco, al menos algunos de ellos, empiezan a discernir los «signos del Señor» tanto en el «horizonte» (astrofísica) como en ellos mismos (biología). Esperemos que sigan el camino de la reflexión y lleguen a buen puerto; que abandonen la rebeldía y reconozcan que no son, sino criaturas –parte de esta grandiosa creación, la única capaz de conectarse con su Creador.

SONDAS-Comentario 2: No se trata, obviamente, de condescender con la religión o la espiritualidad. Aún menos sentido tendría substituir la ciencia, o mezclarla, con prácticas paganas, idólatras… chamánicas.
Parece como si Gleiser tratase de decirnos: «¡Qué demonios! ¿A quién le importa la naturaleza de los quarks o la mecánica cuántica? Comamos y bebamos que luego moriremos. Bailemos, cantemos al ritmo de los panderos. Inclinémonos ante estatuas de piedra. Circunvalemos montañas mágicas. Sentémonos a meditar hasta desaparecer en la consciencia cósmica.»
Esa no es la solución, pues solo hay un Dios –el Dios que ha creado este universo y todo cuánto existe. Y es, precisamente, la vuelta a esta realidad, la única realidad –yo y mi Creador– la que puede salvar al hombre de hoy del absurdo en el que vive, del sinsentido en el que pena, de la angustia, de la depresión…
Mas Gleiser no sabe cómo dar ese paso. Los científicos son los menos indicados para recibir el conocimiento, la sabiduría, pues no tienen ninguna experiencia espiritual. Hay en ellos una devastadora desconexión con la realidad divina. Nunca han suplicado a su Creador: «¡Sácame de las tinieblas en las que vivo!» Antes bien, tratan de ser ellos dioses intermedios entre los humanos y… ¿Y?
Quizás no sea políticamente correcto hablar de un solo Dios. ¿Qué pensarán los otros? Tal vez los Quraish estuvieran en lo cierto y sea más conveniente edificar un santuario que reúna a todos los dioses, a todo lo que el hombre adora en su ignorancia.
Una propuesta la de Gleiser que nos saca del diluvio para arrojarnos a la tempestad. No, no serán los científicos los que abran la puerta. La ciencia ha colapsado y aquellos que sí suplican al Altísimo mañana y tarde ya hace tiempo que han salido de ese ámbito. En realidad, la propuesta de Gleiser es para los sordos, ciegos y mudos.
Anúnciales que ha llegado la verdad y se ha desvanecido la falsedad. En verdad que la falsedad no puede sostenerse frente a la verdad. (Corán, sura 17, aleya 81)
