La vida sin propósito: el defecto fundamental

Stephen J. Iacoboni para Intelligent Design

En mi último artículo sobre la ciencia del propósito, describí cómo el fenómeno de la emergencia ilustra la complejidad irreducible de la vida. Lo que planteaba era si el comportamiento claramente intencional de las biomoléculas era fundacional, es decir, intencional; o accidental, es decir, aleatorio. Me basé en artículos anteriores, donde señalé que el ateísmo científico se basa en la noción de que la estructura genera aleatoriamente la función, lo que justifica la creencia en la “vida como accidente”. Mi conclusión fue que la función no puede existir sin una entidad completa, de modo que la estructura por sí sola nunca puede generar un propósito por sí sola.

Uniendo los elementos

Ahora es el momento de unir todos estos conceptos. Sin duda, el mayor misterio de la vida es su origen. A pesar de los miles de millones de dólares gastados en investigación en innumerables laboratorios, nadie ha sido capaz de acercarse ni remotamente a describir cómo el primer organismo completo surgió de los átomos esenciales de CHNOPS (carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo y sulfuro), bañados en la llamada sopa primordial. ¿Por qué?

La respuesta desvela toda una serie de otros misterios que han eludido a la ciencia materialista. En pocas palabras, si sigues buscando algo en el lugar equivocado, nunca lo encontrarás.

Una conmoción en el paradigma

Ha habido varias ocasiones en la historia de la ciencia en las que fue necesario un cambio radical en el paradigma reinante para corregir el curso de la comprensión humana. Lo hemos visto en los casos de Galileo, Copérnico, Newton, Einstein y otros. Al darnos cuenta por fin de que nunca podremos entender la vida con el enfoque reduccionista, ahora debemos estar listos para otro gran salto y crear un cambio radical propio.

El defecto fundamental del enfoque convencional para entender la vida es que creemos que podemos entender completamente el todo observando las partes individuales. Así es como los ingenieros construyen grandes máquinas. Pero la idea básica ilustrada por la emergencia es que, para la vida, el todo es mayor que la suma de las partes. Es decir, nunca se puede comprender el todo analizando únicamente las partes. El hecho fundamental aún mayor es que, para comprender el cambio que buscamos, debemos admitir un concepto radical, aunque antiguo: cuando se trata de la vida, en realidad no existen las partes individuales. Solo existe el todo.

Las “partes” como ficciones

Esto es algo que aprendí hace unos cincuenta años estudiando con el maestro zen Alan Watts. Watts explicó concisamente en “The Book: On the Taboo Against Knowing Who You Are” (1966): “Las partes son ficciones del lenguaje, del cálculo de mirar el mundo a través de una red que parece cortarlo en pedazos. Las partes existen solo con el propósito de representar y describir, y mientras representamos el mundo nos confundimos si no recordamos esto todo el tiempo.”

Y seguiremos confundidos hasta que comprendamos esta verdad básica. En el caso de las máquinas, como escribió Etienne Gilson en “De Aristóteles a Darwin y viceversa” (1971): “Las partes condicionan el todo”. Pero en la vida sucede exactamente lo contrario, donde “el todo da forma a las partes y, en cierto sentido, las precede”. Basta pensar en la embriogénesis. El organismo completo comienza a partir de un único óvulo fertilizado y todas las entidades que acabarán componiendo el todo se ramifican simultáneamente, inicialmente sin formarse. No hay una cosa que produzca otra. Simplemente hay una verdadera evolución del todo, que surge del óvulo.

De hecho, antes de Darwin, la palabra “evolución” se utilizaba únicamente en referencia a la embriogénesis.

Función en ausencia de un todo

Por eso no tiene sentido decir que la estructura puede llevar a la función en ausencia de un todo. Y es por eso que no se puede crear la primera forma de vida completa a partir de sus partes sin comprender la intencionalidad que existe dentro de todos los organismos, de modo que funcionan como un todo, y no solo como una colección de partes móviles. Esto significa que las propiedades de la emergencia solo se pueden entender a posteriori. Para comprender estas cosas a priori, se necesita una inteligencia que vaya más allá de la mente humana.

Por lo tanto, por muchas veces que mezcles CHNOPS en un vaso de precipitados, nunca obtendrás vida. Esto se debe a que te falta la intencionalidad que distingue a los seres vivos de los no vivos. La intencionalidad de una máquina proviene de la mente del ingeniero. La intencionalidad de la vida proviene de la mente del creador.

Aristóteles describió esta verdad hace 2.400 años. La llamó “telos”, causalidad final: el fin al que se ordenan todas las cosas. Se trata de una verdad tan atemporal que fue resucitada y codificada 1.600 años después por el más grande teólogo/filósofo de la historia de la civilización occidental, Santo Tomás de Aquino.

SONDAS: Cuando un ser humano completo, carente en su cognición de anomalías y exento de cualquier enfermedad que pudiera alterar el ritmo del corazón, escucha la verdad llana y simple transportada por un lenguaje comprensible, sin encubrimientos ni frases obtusas que deformen su significado, sentirá una inmensa alegría, una felicidad interior, pues la verdad no necesita de intrincadas ecuaciones, ya que está afinada con las capacidades cognitivas de toda Nafs humana -ambas vibran en la misma frecuencia. Y eso es lo que podemos experimentar al leer este artículo de Iacoboni, miembro del grupo de investigación Diseño Inteligente.

Y es interesante que la última referencia en la que se sitúa su planteamiento, sus pruebas, sea la de Tomás de Aquino, ya que fue él quien dilucidó de una vez por todas el mejor argumento para entender que un universo como el nuestro, de una irreductible complejidad, no pudo haber surgido espontáneamente o por azar -centró su prueba en la función. Y ello porque cualquier mecanismo dotado de una función cualquiera siempre será, en el conjunto y en sus partes, incomparablemente inferior a la función que realiza. Fijémonos en la maquinaria de un reloj -simples piezas de metal o de plástico, muertas, sin consciencia, sin inteligencia. Y, sin embargo, la vemos realizando una función increíblemente complicada. Y es esa función, que no puede provenir de esos elementos metálicos, la que nos está indicando la existencia de un experto relojero, capaz de diseñar esa diminuta y compleja máquina.

Qué diremos de una máquina de imprimir offset, de un ordenador… de un caza, cuyas piezas, las que lo constituyen, son tan simples, tan muertas, tan sin consciencia y tan sin inteligencia como las de la maquinaria de un reloj -trozos de metal, plástico, silicona… materia inerte. Y, sin embargo, realiza funciones mucho más complejas que las de un reloj. Y ello porque este caza ha sido diseñado por un grupo de ingenieros aeronáuticos especializados en este tipo de mecanismos.

Por ello, Iacoboni vuelve a referirse a Tomás de Aquino siglos después de que este sabio nos diese la clave para entender el sistema -Diseñador, Creador, Malaika, Manifestación. Y aún podríamos reducir esta operación a una ecuación algo más simple: unidad (consciencia)-multiplicidad (manifestación)-unidad (consciencia).

No obstante, nos parece oportuno matizar algunas de las propuestas de Iacoboni. Nos resulta chocante que alguien, Iacoboni, que ha dado -aunque sea de forma general- con la ecuación existencial, hablé de que los grandes pasos que ha dado el hombre para avanzar en el conocimiento provengan de Copérnico, Newton, Galileo, Einstein… ya que, precisamente, son estos personajes de dudosas biografías los que han desviado a la gente de la comprensión tradicional que transportaba la ecuación de Iacoboni. En el conocimiento no hay pasos, no hay avances, no hay progreso, sino recuerdo. Todo el conocimiento que puede un ser humano comprender está contenido en el relato profético. Mas el hombre olvida. Es olvidadizo por naturaleza. Por ello, los profetas y los libros revelados simplemente nos recuerdan una y otra vez el conocimiento primigenio.

En otro párrafo de este artículo leemos:

El defecto fundamental del enfoque convencional para entender la vida es que creemos que podemos entender completamente el todo observando las partes individuales. Así es como los ingenieros construyen grandes máquinas. Pero la idea básica ilustrada por la emergencia es que, para la vida, el todo es mayor que la suma de las partes. Es decir, nunca se puede comprender el todo analizando únicamente las partes.

Esta reflexión de Iacoboni y de otros científicos es correcta, pero insuficiente. En primer lugar, porque las partes y el todo son inabarcables para la mente humana. Después de estudiar durante más de 100 años la célula eucariota, en su conjunto sigue siendo un enigma -demasiadas funciones sin que a veces encontremos la posible parte que la realiza. Vemos que hay vida por doquier. Y aquí “vida” sería el todo, y dentro de ese “todo” habría una estructura, un engranaje de las partes. Y nada de ello puede explicarse ni comprenderse ni desde las partes ni desde el todo. Lo único que tenemos a ciencia cierta cuando hablamos de la vida, de un ser vivo, es un conjunto de síntomas. Y es a eso a lo que llamamos vida, pero no podemos definirla ni comprenderla.

Ante este enigma Iacoboni propone introducir un factor en la ecuación existencial -la intencionalidad, el propósito.

No se puede crear la primera forma de vida completa a partir de sus partes sin comprender la intencionalidad que existe dentro de todos los organismos, de modo que funcionan como un todo, y no solo como una colección de partes móviles.

Por muchas veces que mezcles CHNOPS en un vaso de precipitados, nunca obtendrás vida. Esto se debe a que te falta la intencionalidad que distingue a los seres vivos de los no vivos.

Sin embargo, la intencionalidad da sentido a la creación, pero no explica su funcionamiento. Hace falta que haya vida para que, en última instancia, surja el hombre -esa entidad inteligente y dotada de consciencia. Pero ese propósito sigue sin explicarnos cómo ha surgido la vida, cómo de elementos muertos, inertes, se ha pasado a entidades vivas, a células. De alguna forma, Iacoboni nos da la clave para entenderlo, pero sin desarrollar la idea que propone:

Si sigues buscando algo en el lugar equivocado, nunca lo encontrarás.

Este es el error de los científicos, de todos ellos, ya sean biólogos, astrofísicos, químicos o paleontólogos. Están buscando la vida dentro de los seres vivos, en algún lugar de la célula; quizás entre las neuronas del cerebro. Y por eso no la encuentran porque la vida no está allí. La vida viene de fuera. Los científicos actúan como esos hombres primitivos que, al escuchar la música que salía de un aparato de radio, lo abrían para ver la orquesta que producía esos sonidos. Y cuál no sería su sorpresa cuando veían que en su interior no había músicos. No podían entender que esa música se producía en un estudio de grabación probablemente a más de 3.000 km de distancia. Este mismo altercado es el que alborota la cognición de los científicos, solo que en su caso persisten en buscar la orquesta dentro de ese aparato de radio.

La vida solo puede provenir del Viviente, pues fuera de Él todo es materia muerta. Es el Viviente el que “envía” la vida a determinadas entidades para que formen parte de los seres vivos, de la misma forma que es la fuerza, el soplo vital -la electricidad- la que pone en funcionamiento una máquina. Viene de fuera, de una central que puede estar a miles de km de ese mecanismo.

Y en este proceso nada tiene que ver la intencionalidad, pues en todo lo creado hay un propósito. El agua es una substancia sin vida, pero hay una poderosa intencionalidad en su diseño y en su creación -nada en el universo está allí aleatoriamente.

Haces que la noche penetre en el día y que el día penetre en la noche. Sacas lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo, y provees a quien quieres sin limitación.” (Corán, sura 3, aleya 27)

Es Allah Quien hiende la semilla y el hueso de los frutos, sacando lo vivo de lo muerto y haciendo que lo vivo sea fuente y origen de lo muerto. Es Allah Quien lo ha diseñado así. Sin embargo, os apartáis del camino. (Corán, sura 6, aleya 95)

Pregúntales quién les provee desde el cielo y desde la tierra; quién tiene pleno dominio sobre la facultad de ver y de oír; quién hace salir lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo; quién rige el plan de la creación. Dirán que Allah. Exhórtales entonces a que tomen en serio Sus advertencias. (Corán, sura 10, aleya 31)

Hace salir lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo, y vivifica la tierra después de haber estado muerta. De esa misma forma se os hará salir. (Corán, sura 30, aleya 19)