La toma de consciencia es lo que nos hace humanos.

Debido a nuestra capacidad para pensar sobre el pensamiento, «la brecha entre el mono y el hombre es inconmensurablemente mayor que la que existe entre la ameba y el mono».

Stephen Fleming para Big Think

La autoconciencia no solo evolucionó para poder contarnos (y a posibles visitantes marcianos) nuestros pensamientos y sentimientos. Ya que, ser consciente de uno mismo es fundamental para la forma en que experimentamos el mundo. No solo percibimos nuestro entorno; también podemos reflexionar sobre la belleza de una puesta de sol, preguntarnos si nuestra visión es borrosa y si nuestros sentidos están siendo engañados por ilusiones o trucos de magia. No solo tomamos decisiones sobre si aceptar un nuevo trabajo o con quién casarnos; también podemos reflexionar sobre si hicimos una buena o una mala elección. No solo recordamos escenas de la infancia; también podemos cuestionar si esos recuerdos pueden estar tergiversados.

La autoconciencia también nos permite comprender que otras personas tienen mentes como la nuestra. Ser consciente de mí mismo me permite preguntarme: «¿Qué pienso de este asunto?» y, lo que es igualmente importante, «¿Qué opinión le merecerá a otra persona?» Las novelas dejarían de tener sentido si perdiéramos la capacidad de pensar en las mentes de los demás y comparar sus experiencias con las nuestras. Sin autoconciencia, no habría educación organizada. No sabríamos quién necesita aprender o si tenemos la capacidad para enseñarles.

SONDAS: Todo artículo, por el mero hecho de mencionar la palabra “consciencia” o la expresión “toma de consciencia”, merece ser publicado y comentado, incluso si contiene errores de apreciación o conceptos mal explicados.

En efecto, lo que nos separa del mundo animal no es la inteligencia, sino la constante toma de consciencia. La percepción inteligente de estar, de existir, en un escenario repleto de fenómenos “físicos” y psíquicos, de pensamientos, sensaciones, sentimientos… con los que interactuamos a través de nuestras capacidades cognitivas, según una dialéctica constante proyectada por la consciencia.

La consciencia nos presenta una imagen, una acción, un concepto, un pensamiento, un sentimiento… y, de esta forma, se genera un movimiento continuo de representación y réplica entre lo que pasa a través de la luz de la consciencia y nuestras capacidades cognitivas –entre las que juega un papel de primer orden la memoria.

Es la toma de consciencia de lo que nos rodea y de nosotros mismos lo que produce admiración, sorpresa, extrañeza, desconcierto… asombro.

Fijémonos ahora en este pequeño texto del artículo de Fleming:

… podemos reflexionar sobre la belleza de una puesta de sol, preguntarnos si nuestra visión es borrosa y si nuestros sentidos están siendo engañados por ilusiones o trucos de magia.

Curiosa forma de malgastar el poder de la consciencia y de sus interacciones. ¿Acaso no sería más lógico que esa toma de consciencia nos llevara a preguntarnos cómo hemos llegado a la existencia; quién nos ha traído a la vida; para qué; cuál es el objetivo de este universo en el que estamos insertos?

¿Resulta más transcendental y urgente preguntarnos por si nuestros sentidos nos están engañando? ¿Debemos considerar la belleza de una puesta de Sol, pero no quién ha creado al Sol y ha dispuesto que sea una forma de computar el tiempo?

En este caso, nuestra consciencia no nos aportaría más de lo que la no-consciencia aporta a los animales. Más aún, si éstos pudieran expresarse en un lenguaje conceptual, nos dirían: “Sí, todo esto es bellísimo, pero ¿quién lo ha creado? ¿Quién lo ha diseñado?”

Los hombres son las únicas criaturas del universo que tienen consciencia de la muerte, que tienen plena consciencia de que, irreductiblemente, han de morir. ¿Para qué entonces nos sirve esta percepción consciente de una realidad, que bien podríamos calificar de crucial?

De nuevo nos sorprende Fleming al proponernos que utilicemos la consciencia como una mera herramienta social:

Las novelas dejarían de tener sentido si perdiéramos la capacidad de pensar en las mentes de los demás y comparar sus experiencias con las nuestras.

Y la existencia dejaría de tener sentido si perdiéramos la capacidad de preguntarnos ¿quién ha diseñado la vida y sus interacciones con los otros elementos? ¿De qué sirve cualquier acción, cualquier posición, que no tenga en cuenta el sentido de la vida como primera pregunta a plantearse?

¿No resulta encubridor preguntarnos por qué las plantas reciben la energía, el alimento, de la luz solar, y no preguntarnos por quién ha diseñado ese sistema?

¿Acaso no es hora de abandonar el encubrimiento científico y percibir la realidad a través de una toma de consciencia global que nos permita, de una vez, entender la existencia y el sentido de la vida?

Visconti no realizó sus películas para los insectos, los mamíferos o las aves. Las dirigió pensando, exclusivamente, en los hombres. ¿Pensando en quién se ha creado este universo? ¿En los extraterrestres, con orejas muy estiradas y sin sexo? ¿En los aminoácidos de Marte? ¿En las extinguidas estrellas?

Nos merecemos algo más que deambular por la existencia con la misma percepción que los simios.