La Singularidad: ¿Cuándo nos convertiremos todos en superhumanos?

¿Estamos realmente a solo un momento de la » Singularidad», una época tecnológica que marcará el comienzo de una nueva era en la evolución humana?

Jonny Thomson para Big Think

La tecnología tiene la costumbre de adelantarse a nosotros. Cuando ocurre un gran avance o se abre una compuerta, a menudo sigue un crecimiento explosivo y exponencial. Y, según el futurólogo Ray Kurzweil, estamos a solo un momento histórico de la»Singularidad».

La Singularidad, para Kurzweil, se define como «un período futuro durante el cual el ritmo del cambio tecnológico será tan rápido, su impacto tan profundo, que la vida humana se transformará irreversiblemente». La idea es que el descubrimiento y el progreso «explotarán con una furia inesperada». A menudo no apreciamos lo que realmente significa «crecimiento exponencial» y la rapidez con la que produce el cambio. Por ejemplo, si tuviéramos que duplicar la potencia de procesamiento de un ordenador cada año, al cabo de siete de estas «duplicaciones», la potencia de nuestros ordenadores se habría multiplicado por 128.

La conclusión a la que llega Kurzweil es que el avance tecnológico «ahora se duplica cada década» (aunque no cita una fuente para ello). Según él, estamos a solo unas pocas décadas del momento en que las cosas realmente despeguen, cuando entremos en un nuevo mundo asombrosamente repentino y completamente transformado. Para algunos, esta Singularidad será una utopía. Para otros, será una pesadilla al estilo de “Terminator”. Kurzweil es sin duda uno de los primeros.

Kurzweil ve el universo en términos de seis grandes «épocas». Comienzan con la física y la química para crear el universo. Luego, los compuestos a base de carbono se volvieron cada vez más intrincados, hasta que surgió la vida. Con el tiempo, la inteligencia evolucionó, al igual que el cerebro humano, lo que luego nos permitió crear una tecnología cada vez mayor.

Y así llegamos a “nuestro” momento trascendental. El próximo gran salto para el universo será cuando los humanos y la tecnología se fusionen. Esto no significa utilizar Google Maps para encontrar el camino a casa; significa que nuestra propia biología se enredará con la tecnología que creamos. Es la era de la biónica. Como tal, las máquinas que fabricamos nos permitirán «trascender las limitaciones del cerebro humano de apenas cien billones de conexiones extremadamente lentas» y superar «problemas humanos ancestrales y amplificar enormemente la creatividad». Será una humanidad trascendente en la próxima etapa con silicio en nuestros cerebros y titanio en nuestros cuerpos. Ya sea que esto signifique una élite malvada y divina que nos esclavize a todos o algún idilio omnipresente, Kurzweil está (inusualmente para él) inseguro.

La primera idea a cuestionar es el grado de probabilidad de que la tecnología progrese de una manera que conduzca a inteligencia artificial general o mejoras biónicas sofisticadas en nuestras propias mentes. La mayoría de las estimaciones de Kurzweil (así como las de otros futurólogos como Eliezer Yudkowsky) se basan en desarrollos de hardware anteriores y existentes. Pero, como sostiene el filósofo David Chalmers, «el mayor cuello de botella en el camino hacia la IA es el software, no el hardware». Tener una mente, o inteligencia humana general, implica todo tipo de cuestiones neurocientíficas y filosóficas complicadas (y desconocidas), por lo que «la extrapolación de hardware no es una buena guía aquí». Tener una mente es un paso completamente diferente; no es como duplicar el tamaño de la memoria de un flash.

En segundo lugar, no hay ninguna razón necesaria para que haya un crecimiento exponencial del tipo del que dependen los futurólogos. Los avances tecnológicos pasados ​​no garantizan avances futuros similares. También existe la ley de los «rendimientos decrecientes». Podría ser que, aunque tengamos más inteligencia colectiva trabajando de manera más eficiente, aún obtengamos menos de ella. Apple, hoy, es la empresa más rica del mundo con las mentes más brillantes en ciencias de la computación trabajando para ellos. Sin embargo, es obvio que los iDevices más recientes parecen menos emocionantes o innovadores que sus versiones anteriores.

Una tercera objeción es que hay muchos obstáculos situacionales o de tipo evento que posiblemente puedan interponerse en el camino de la Singularidad. Puede ser que haya una terrible guerra global que nos borre de la faz de la Tierra. U otra pandemia podría acabar con la mayoría de nosotros. Quizás la nanotecnología convierta nuestros cerebros en papilla. Quizás la IA provoque desastres terribles en el mundo. O tal vez simplemente nos quedemos sin los recursos necesarios para construir y desarrollar tecnología.

La forma en que veas a Kurzweil dependerá en gran medida de tus prejuicios existentes, y quizás de cuánta ciencia ficción hayas leído. Es cierto que la tecnología en el último siglo ha aumentado a un ritmo mucho mayor que el de los siglos y milenios pasados, pero también es cierto que existen muchos obstáculos en el camino del progreso tecnológico ilimitado. En última instancia, no podemos saber si este cohete va a despegar o, si lo hace, se chocará contra un techo de cristal muy duro.

SONDAS: La primera cuestión que deberíamos plantearnos es cómo es posible que en algo más de 100 años se haya desarrollado una tecnología que no es la consecuencia o el progreso o el desarrollo de lo anterior. De una carreta tirada por caballos no se puede deducir el motor de explosión. En todos los intentos que ha hecho el hombre por volar, algunos exitosos, ha utilizado sistemas mecánicos, y de esos sistemas no se puede deducir el motor de reacción, ni siquiera el de hélices. Si comparamos el telégrafo con un móvil, veremos que son tecnologías sin ninguna relación entre ellas. Curiosamente, esta observación sobre el inexplicable desfase entre la tecnología y lo que había antes de ella Thomson lo comenta de pasada al final del artículo cuando ésa debería ser la primera incógnita a despejar, y en ese caso veríamos que este fenómeno no ha podido desarrollarlo la inteligencia humana, pues la inteligencia humana está basada en la mecánica, no en el fuego, como es el caso de la tecnología. Por lo tanto, para entender una tecnología basada en el fuego tendremos que asociarla a aquellas entidades que han sido creadas a partir  de un tipo de fuego.

(14) Creó al hombre –insan– de barro seco cual terracota, (15) y a los yan los creó de un fuego sin humo. (Corán 55 – al Rahman)

Veamos ahora cómo los futurólogos pertenecen al grupo de los charlatanes, esos que iban por los pueblos vendiendo el elixir de la juventud, con un lenguaje entre seductor y enigmático. Unos y otros nos venden un producto elaborado con substancias de desecho.

¿Estamos realmente a solo un momento de la » Singularidad», una época tecnológica que marcará el comienzo de una nueva era en la evolución humana?

Podemos oír el estruendo de las trompetas triunfantes que acompañan a estas palabras. ¿Evolución? ¿Fase evolutiva? Pero ¿es que no ven que ya los recién nacidos vienen al mundo enfermos? ¿No ven a los niños con aparatos dentales y gafas, con sobrepeso? ¿Puede, acaso, la evolución mejorar a una entidad como el hombre que ha sido creada en el mejor de los moldes? Ni siquiera la ciencia ficción con sus poderosos efectos especiales logra mejorar al hombre de hoy, de ayer, del principio, siempre el mismo, pues es perfecto. Es lo mejor que el hombre puede imaginar. ¿Tiene que ver, entonces, la tecnología con la evolución humana? De ninguna de las maneras. El niño de hoy que juega con un coche teledirigido por radio no es superior a los niños de nuestra generación que se fabricaban sus propios juguetes con palos, hierros que encontraban por la calle, piedras, telas… y con todo ello fabricaban sus barcos, sus casas, sus camiones, añadiendo, por supuesto, a esos materiales su poderosa imaginación. El niño de hoy carece de poder creativo, de imaginación y de análisis, pues todo le es dado sin que él tenga que añadir nada a un juguete elaborado hasta el último detalle. ¿Es que estos científicos no ven la realidad que les circunda? ¿Les han cegado los ojos y el intelecto?

La Singularidad, para Kurzweil, se define como «un período futuro durante el cual el ritmo del cambio tecnológico será tan rápido, su impacto tan profundo, que la vida humana se transformará irreversiblemente». La idea es que el descubrimiento y el progreso «explotarán con una furia inesperada».

Ya vemos que no ha sido así, pues la tecnología no ha logrado cambiar de forma sustancial a las sociedades ni a los individuos y para lograr una ligera transformación distópica no han tenido más remedio que echar mano de una fabricada pandemia y asustar a la gente, como antes se asustaba a los niños: “¡Cuidado que viene el ogro! Y por lo tanto, el escenario social actual lo que marca es un retroceso, pues tener un móvil última generación en nuestras manos, un móvil con cientos de aplicaciones, alguna de las cuales nos indica el mejor camino a seguir desde nuestra posición en una ciudad dada hasta el destino al que queremos llegar, lo único que ha conseguido es reducir drásticamente nuestra capacidad de orientación, nuestros reflejos, nuestra rapidez mental a la hora de procesar datos y si hubiese en algún tramo de ese trayecto obras de infraestructura, nunca llegaríamos a nuestro destino. El exceso de información reduce nuestras capacidades y nos hace cada vez más dependientes de una cadena quasi infinita de explicaciones –informaciones que se añaden a las informaciones que se añaden a las informaciones…

Nuestros cuerpos se deterioran, pues la tecnología reduce alarmantemente nuestros movimientos al tiempo que la comida basura que se nos ofrece en cada rincón de la ciudad a buen precio y con una serie de condimentos artificiales que la hacen sabrosa a un paladar deteriorado por el abuso de estas substancias, nos produce obesidad, exceso de azúcar, dolor en las articulaciones, debilitamiento del sistema inmunológico y, como resultado de todo ello, graves problema cardíacos y respiratorios. ¿Puede esta bola de sebo dirigirse jadeante, medio asfixiada, hacia un futuro luminoso con toda la Inteligencia Artificial chorreando por sus poros, como un sudor digital electrónico? ¿No? Pues, nos guste o no, ése es el superhombre que estamos desarrollando.

…si tuviéramos que duplicar la potencia de procesamiento de un ordenador cada año, al cabo de siete de estas «duplicaciones», la potencia de nuestros ordenadores se habría multiplicado por 128.

Vamos a suponer que esos datos, totalmente gratuitos, que nos ofrece Kurzweil, fueran ciertos. Que nos diga ahora, ¿qué hacemos con esta potencia de procesamiento que se ha multiplicado por 128? ¿Qué hacemos con esta superpotencia si no tenemos nada que decir, nada que procesar? El crecimiento exponencial de la tecnología va en relación directa con una alarmante disminución de las capacidades cognitivas del hombre, apoyada esta disminución por la abundancia de información falsa, manipulada, que recibe en las instituciones académicas.

Kurzweil ve el universo en términos de seis grandes “épocas». Comienzan con la física y la química para crear el universo.

Es en este tipo de afirmaciones en el que mejor vemos la crónica estupidez de la que adolecen estos expertos, futurólogos, ¿visionarios?

La física y la química son el resultado de complicadísimas leyes que generan no menos complicados fenómenos. Por lo tanto, lo que nos interesa no es cómo la física y la química han “creado” el universo (crear exige diseño, plan, voluntad…), sino quién ha creado la física y la química. Estamos hablando de situaciones (físicas y químicas) de una irreductible complejidad, por lo que resulta altamente perturbador achacar la existencia de estas situaciones, de estos procesos físicos y químicos, a la generación espontánea. ¿Deberíamos concluir que la física y la química han surgido por arte de magia y sin un prestidigitador?   ¿Se han creado a sí mismas? Y si esto es así, ¿qué había antes de esta creación? ¿Qué física y qué química había antes de que la física y la química se crearan a sí mismas? ¿Podemos dejar en manos de estos expertos el análisis de nuestro futuro?

Basta con echar mano de la entropía, de la lógica y del propio devenir del ser humano para entender que el paso del tiempo nos conduce inexorablemente a la distopía; distopía como un proceso natural de disminución, degeneración, degradación, corrupción. Es lo que vemos en todo aquello que nos circunda y en nosotros mismos. Cuando tenemos 80 años, no es ahora cuando mejor nos encontramos física y mentalmente. Nuestros miembros se mueven con torpeza, nuestros ojos han perdido visión, nuestros oídos audición, nuestra potencia interior se ha reducido drásticamente. Hemos perdido buena parte de la memoria y las neuronas se pasan la información mucho más lentamente que cuando éramos jóvenes. A nadie le sorprende este inevitable proceso y, sin embargo, los futurólogos, y la gente en general, dudan entre un futuro utópico, un futuro de superhombres controlando el universo, y un futuro distópico. Mas la distopía, cuando se produce al final de los tiempos, como en el caso del hombre cuando llega a la ancianidad, no es algo terrible, ni siquiera negativo, sino lógico. La entropía nos enseña que todo lo que tiene un principio tiene un final; todo, también el universo.

Por otra parte, nos sorprende el uso que hace Kurzweil del término “singularidad” al definirlo como un momento de máxima tecnología al final de los tiempos, pues la singularidad con la que nos han estado bombardeando los astrofísicos designaba el mismísimo comienzo de la existencia en forma de universo. Es decir, por una parte, tenemos una singularidad que no puede explicar el origen del universo, pues no nos han explicado de dónde ha surgido esta singularidad; cómo de “no había nada” hemos pasado a “hay algo”, y a ese “algo” le hemos llamado “singularidad”. Podemos darle el nombre que queramos, pero lo que hay que describir es el paso, a todas luces un abismo, entre “no hay” y “ahora hay”. En cuanto a la segunda “singularidad” –define un momento en un hipotético futuro sin que en el presente haya ninguna evidencia que lo confirme o lo presagie.

(36) La mayoría de ellos no siguen, sino elucubraciones, pero las elucubraciones no tienen ningún valor frente a la verdad. (Corán 10 – Yunus)

Luego, los compuestos a base de carbono se volvieron cada vez más intrincados, hasta que surgió la vida.

Bien, pues ya sabemos cómo surgió la vida. Basta con coger unos cuántos compuestos de carbono, intrincarlos y esperar a que surja la vida. No parece que sea algo intrincado, sino más bien, milagroso. Mas como en el caso del origen del universo, nos encontramos con la misma irreductible dislocación. No hay vida, ahora ya hay vida. Mas ¿cómo de lo inerte, de lo muerto, puede surgir la vida? ¿Acaso no ven estos expertos que el soplo vital, la fuerza vital, tiene que llegar de fuera de la materia, de fuera de lo que está muerto, carente de vida? ¿No será el mismo Prestidigitador que dio comienzo a la física y a la química el que haya dado comienzo a la vida? ¿Tenemos, acaso, que detener nuestra comprensión hasta que estos expertos comprendan?

Con el tiempo, la inteligencia evolucionó, al igual que el cerebro humano, lo que luego nos permitió crear una tecnología cada vez mayor.

Con el tiempo todo llega a su fin. Si alguien quiere imaginar que el cerebro humano ha evolucionado, debería explicárselo con otras causas que el mero paso del tiempo. Mas ¿cómo explicar, entonces, que la materia inerte haya hecho evolucionar al cerebro –algo vivo dentro de un organismo vivo? O ¿cómo el cerebro ha evolucionado por voluntad propia? Pero ¿acaso no es el concepto de evolución algo tremendamente complejo que implica diseño, objetivos, voluntad, poder…? ¿A qué elemento de cuántos existen en el universo otorgaremos estas capacidades, estas características? ¿A qué átomo, a qué partícula subatómica, a qué molécula, a qué ribosoma…?

Y así llegamos a “nuestro” momento trascendental.

Ya hemos visto que utilizar el término “crear” dentro de una configuración materialista de la existencia, es un altercado ontológico, una imperdonable contradicción. Y lo mismo sucede con el término “trascendental”, que hace referencia a un estado, a una condición, más allá del mundo material.

El próximo gran salto para el universo será cuando los humanos y la tecnología se fusionen. Esto no significa utilizar Google Maps para encontrar el camino a casa; significa que nuestra propia biología se enredará con la tecnología que creamos.

Por otra parte, si no necesitamos los mapas del Google para llegar a casa, y nunca los hemos necesitado y siempre hemos llegado a casa sin ningún problema, sobre todo cuando volvíamos del supermercado o del colegio; y cuando se trataba de volver de algún viaje aventurero a alguna isla de las polinesias, los expertos capitanes de barco o los avispados pilotos nos traían a casa sin el menor percance. Si esto es así, y así ha sido siempre, todavía menos necesitamos enredarnos con esa hipotética inteligencia artificial. Entre otras cosas porque la vida no puede instalarse en máquinas, en dispositivos, en artilugios –por muy sofisticados que sean. Los robots son entidades muertas y no pueden interactuar con el hombre acoplándose al interior de éste.

Es la era de la biónica. Como tal, las máquinas que fabricamos nos permitirán «trascender las limitaciones del cerebro humano de apenas cien billones de conexiones extremadamente lentas» y superar «problemas humanos ancestrales y amplificar enormemente la creatividad». Será una humanidad trascendente en la próxima etapa con silicio en nuestros cerebros y titanio en nuestros cuerpos. Ya sea que esto signifique una élite malvada y divina que nos esclavice a todos o algún idilio omnipresente, Kurzweil está (inusualmente para él) inseguro.

Suponemos que al escuchar sus propias palabras, Kurzweil no solo se ha sentido dubitativo, sino también imbécil, permitiendo que su pueril imaginación se sobreponga sobre la maravillosa realidad del hombre. Hace decenios que Hollywood nos ha regalado con un sinfín de películas biónicas y, todo hay que decirlo, no hemos podido terminar de ver ninguna de ellas. La biónica siempre es distópica. Los componentes ortopédicos nunca se presentan como una forma de mejorar la habilidad locomotriz del hombre, sino como un mal menor, una forma deficiente de paliar el problema de un miembro amputado, por ejemplo. Un robot es un conjunto de aparatos ortopédicos que no podrán lograr que ese robot baje por las escaleras de un edificio, monte en marcha en un autobús, nade y bucee… ¿Queremos, pues, que unas barras de titanio y unos tendones de silicona sustituyan a nuestras piernas? ¿Y que unos chips, creados por el hombre, sustituyan o se incrusten en el cerebro humano? La velocidad mental que tenía el hombre antes de la tecnología es la idónea para él en la vida de este mundo.

No hay cabida para el superhombre en esta fase existencial. Cualquier idea que nos hagamos de él será grotesca, repulsiva. El hombre ha sido creado en el mejor de los moldes y tratar de modificarlo es el error que están cometiendo los “expertos”, pues también la enfermedad y la muerte forman parte de esa perfección.