Los científicos creen que tienen la respuesta, pero los filósofos les demuestran que están equivocados.
Alex Berezow para Big Think
En el Evangelio según Juan, el autor relata una conversación entre Jesús de Nazaret, que está siendo juzgado, y Poncio Pilato, gobernador de la provincia romana de Judea. Hacia el final del interrogatorio, Jesús le dice a Pilato: “Todos los que están del lado de la verdad me escuchan”. De manera infame, Pilato responde: «¿Qué es la verdad?»
El tono de Pilato no es claro. ¿Estaba haciendo una pregunta genuina por curiosidad? ¿Estaba siendo sarcástico? ¿O estaba haciendo la pregunta desesperado, después de una búsqueda agotadora de la verdad durante toda su vida? No lo sabemos Lo que sí sabemos es que no se quedó esperando una respuesta.
Entonces, ¿qué es la verdad?
Los filósofos han luchado con esta pregunta desde el principio de los tiempos, quizás porque es la pregunta más difícil que se haya hecho jamás. El campo de la epistemología es la sub-disciplina de la filosofía que lo aborda, junto con la naturaleza misma del conocimiento. La pregunta, «¿Qué sabemos y cómo lo sabemos?» ocupa la mente del epistemólogo.
La teoría de la verdad que prevalece, al menos entre la gente común y ciertamente entre los científicos, es la teoría de la correspondencia, que establece que la verdad se corresponde con los hechos y con la realidad. Es una buena teoría, especialmente porque es práctica y rige nuestras interacciones diarias. Si estoy sosteniendo una fruta agria, de color amarillo rojizo y esférica, estoy sosteniendo una manzana Cosmic Crisp. No existe una teoría alternativa de la verdad que pueda convencerme de que es una limusina. Asimismo, los contratos comerciales, el sistema judicial y la sociedad en su conjunto se construyen en torno a la idea de que la verdad se corresponde con la realidad.
La ciencia aún no puede responder a las preguntas más relevantes.
Muchos científicos llevarían esto un paso más allá y argumentarían que el método científico es el principal sistema para determinar hechos. Por lo tanto, la ciencia es la mejor herramienta para determinar la realidad y la verdad. Pero aquí es donde las cosas empiezan a complicarse.
Filósofos contra científicos
Al menos dos filósofos han presentado desafíos sustanciales al privilegio epistemológico de la ciencia. En una investigación sobre el entendimiento humano (1748), David Hume argumenta que la lógica inductiva no está justificada. La lógica inductiva es el proceso de hacer observaciones y luego sacar conclusiones más amplias a partir de datos limitados. Cuando los astrofísicos hacen una afirmación como: «Todas las estrellas son bolas llameantes de hidrógeno y helio», esa afirmación grandiosa y radical se basa en observar montones y montones de estrellas y observar lo mismo una y otra vez. Pero no han observado todas las estrellas del universo. Además, no hay garantía de que las futuras estrellas se parezcan a las estrellas del pasado. Entonces, ¿cómo pueden estar realmente seguros?
Eso puede sonar como una objeción infantil, pero consideremos es siguiente hecho: hubo un tiempo en el que los europeos creían que todos los cisnes eran blancos. Después de todo, dondequiera que miraban, veían cisnes blancos; los cisnes en el río, los cisnes en el lago, todos blancos. Sin embargo, más tarde, un intrépido europeo (Willem de Vlamingh) fue a Australia en 1697 y vio cisnes negros. En este caso, la lógica inductiva falló. Esta es la base del argumento de Hume de que la lógica inductiva no está justificada.
En su “Crítica de la razón pura” (1781), Immanuel Kant presenta otro desafío: es imposible para los humanos distinguir entre la realidad (lo que él llamó el «noúmeno») y nuestra percepción de la realidad (lo que él llamó el «fenómeno»). La razón es porque nuestra experiencia de la realidad se filtra a través de nuestras mentes. Cuando miro una pelota de baloncesto y veo que es naranja, ¿cómo sé que realmente es naranja? Los fotones que rebotan en la pelota y estimulan las células de mi retina desencadenan una serie de reacciones electroquímicas en mi sistema nervioso que hacen que mi cerebro interprete el color como naranja. Pero, ¿cómo sé que mi cerebro está bien? ¿Qué pasa si las pelotas de baloncesto son en realidad verdes, pero mi cerebro malinterpreta el color como naranja?
Aunque la teoría de la falsificación de Karl Popper es un contraargumento realmente bueno, no hay respuestas acertadas a estos desafíos, razón por la cual los científicos generalmente responden con: «Iros al carajo, filósofos». Stephen Hawking afirmó que la filosofía está muerta (aparentemente sin saber que el método científico tiene sus raíces en la epistemología). Para reforzar su caso, los científicos se jactan de que llevaron a la gente a la luna y nos dieron cosas realmente geniales como iPads, sartenes antiadherentes y Viagra. Claro, Hume y Kant hicieron algunos comentarios ingeniosos hace mucho tiempo, pero la ciencia funciona.
La ciencia no puede responder a las grandes preguntas
Me parece bien. La ciencia ha demostrado hábilmente que es la mejor manera de entender el universo material. Pero la ciencia aún no puede responder las preguntas más relevantes de la vida. Ciertamente no puede responder a las preguntas que más nos importan. Consideremos el siguiente punto:
- ¿Va bien la economía?
- ¿Tu familia realmente te ama?
- ¿Por qué hay odio en el mundo?
- ¿Es hermosa la Mona Lisa?
- ¿Cuál es el propósito de la vida?
- ¿Quién es el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos?
- ¿Estas teniendo un buen dia?
- ¿Este vestido me hace gorda?
¿Cómo se responde científicamente a cualquiera de estas preguntas? Incluso la primera pregunta, que es la más (tristemente) científica del grupo, no tiene una respuesta clara. ¿Cómo determinamos la salud de la economía? ¿Usamos el PIB? ¿La tasa de desempleo? ¿La tasa de pobreza? ¿Ingreso familiar medio? ¿El salario mínimo? ¿Ïndices bursátiles? ¿Felicidad nacional bruta? No existe una métrica inherentemente correcta para medir la salud de la economía.
Las preguntas solo se vuelven más difíciles a partir de ahí. Amor, belleza, propósito: la ciencia no tiene nada sustancial que decir sobre ninguno de estos. Sin embargo, son las fuerzas impulsoras detrás de la mayor parte del comportamiento humano. Tenemos amigos y familias porque amamos a los demás. Reflexionamos sobre el arte, escuchamos música y leemos poesía porque apreciamos la belleza. Tenemos trabajo porque debemos cumplir nuestro propósito (además de poner comida en la mesa).
Si bien la ciencia guarda silencio en gran medida sobre temas como el amor, la belleza y el propósito, la filosofía (así como la religión) tiene mucho que decir. La comprensión más significativa de la realidad, y por lo tanto, nuestro mejor intento de captar la verdad, ocurrirá solo cuando la ciencia y la filosofía se unan; cuando todos seamos estudiantes de ambas disciplinas.
SONDAS: Alex Berezow se gana la vida escribiendo, comentando ideas propias y ajenas, tratando de ser lo más ocurrente posible, de forma que la estupefacción anime al lector a seguir leyendo sus segregaciones –viscerales, cerebrales, neuróticas… Es decir, que Alex no vive para escribir, sino que, antes bien, escribe para vivir; por lo que no hay que hacerle mucho caso, pues como ya dijo aquél: “Publicar o morir,” y todo parece indicar que Alex ha elegido publicar.
En el Evangelio según Juan, el autor relata una conversación entre Jesús de Nazaret, que está siendo juzgado, y Poncio Pilato, gobernador de la provincia romana de Judea. Hacia el final del interrogatorio, Jesús le dice a Pilato: “Todos los que están del lado de la verdad me escuchan”. De manera infame, Pilato responde: «¿Qué es la verdad?»
El tono de Pilato no es claro. ¿Estaba haciendo una pregunta genuina por curiosidad? ¿Estaba siendo sarcástico? ¿O estaba haciendo la pregunta desesperado, después de una búsqueda agotadora de la verdad durante toda su vida? no lo sabemos Lo que sí sabemos es que no se quedó esperando una respuesta.
Aquí tenemos la primera ocurrencia, el primero de los efectos especiales que recorren el artículo. Nada mejor que una elocuente cita bíblica para introducir la sempiterna diatriba entre científicos y filósofos –una paradoja, si se tiene en cuenta que la “religión” ha sido expulsada de estos debates.
Mas en este caso, empezamos mal; y ya se sabe que quien mal empieza, mal acaba. Y empezamos mal porque este diálogo entre Jesús (que no era de Nazaret, pues esta ciudad no existía en el tiempo en el que afirman unos y otros que vivió el profeta Isa/Jesús) y Pilato (gobernador romano de… toda la geografía antigua está cambiada) nunca existió. Son las primeras producciones hollywoodenses de ciencia ficción que tenían lugar en la imaginación de los judíos encargados de falsificar los hechos y la historia. Isa nunca fue detenido, ni torturado, ni crucificado –como ya nos advirtiera el Corán hace 1,500 años.
Las dudas de Pilato, sus preguntas retóricas, son las que le hacía la casta sacerdotal judía al profeta Isa: “Nos hablas de la verdad, mas ¿qué es la verdad?” Es la misma anomalía mental de la que sufren filósofos y científicos hasta el día de hoy; la misma que atormenta a Alex, pues nada habría más terrible para él que hallar la respuesta, ya que eso le obligaría a buscarse otra forma de vida. Por lo tanto, podemos concluir que a una buena parte de la humanidad le interesa mantener este diálogo, casi platónico, y dejar que el suspense siga necesitando de más y más artículos, de más y más libros sobre este asunto.
Entonces, ¿qué es la verdad? Los filósofos han luchado con esta pregunta desde el principio de los tiempos…
Y en verdad que han luchado en vano. La pregunta más correcta no debería ser “¿qué es la verdad?”, sino: “¿cómo podemos aprehender la verdad con nuestras capacidades cognitivas?” La definición de “la verdad” es simple y claramente comprensible, pues es “aquello que nos muestra la realidad objetiva de todo cuanto existe”. Mas esta realidad objetiva es, precisamente, lo que le resulta imposible al hombre asir en toda su extensión.
El hombre es, ante todo, subjetividad, parcialidad, deficiencia. Seguimos jugando al ajedrez porque todavía no hemos dado con todas las posibilidades. Y, sin embargo, se trata de un tablero de 8 casillas por 8 y 16 fichas enfrentadas a otras 16, algo infinitamente más simple que la existencia, que la vida, que las sociedades humanas, que su interacción entre ellas y con el resto de la creación. Ni siquiera podemos estar seguros de qué nos va a pasar si nos tomamos un zumo de naranja a las seis de la tarde. ¿Cómo podríamos, entonces, estar seguros de cuál es la mejor opción matrimonial, profesional… la mejor amistad? El hombre vive encerrado, como la célula, dentro de una membrana, de una piel, de una cognición, que solo le permite entender y prever las consecuencias de lo que está contenido por esa membrana.
Este astrofísico que no para de dar conferencias sobre esto y aquello no se habla con ninguno de sus vecinos. ¿Cómo podría, entonces, interactuar con los agujeros negros, comprender la irreductible amistad entre el hidrógeno y el helio? Más que arrogante, parece formar parte de alguna manada de cisnes negros australianos.
El hombre, filósofo o científico, no puede asumir la tarea de entender la verdad de las cosas, la verdad del universo, de la creación, de la realidad. Alguien tiene que decírselo, explicárselo a nivel funcional, pues el nivel operativo de la verdad escapa a la comprensión humana. La subjetividad no puede englobar a la objetividad. Lo que está dentro no puede vislumbrar la totalidad. Por lo tanto, el trabajo del filósofo y del científico, del hombre, es leer los textos que nos explican el sistema funcional de la verdad. Y esos textos no pueden haber sido escritos por la mano del hombre, del filósofo y del científico, pues la subjetividad no puede dar cuenta de la objetividad; lo limitado no puede abarcar a lo absoluto. Son textos revelados al hombre a través del sistema profético.
Mas ¿por qué se niegan los filósofos y los científicos a estudiar estos textos si tanto aman la verdad? ¿Por qué rechazan lo único que resulta coherente, lógico, racional? Lo rechazan porque no buscan la verdad. La bióloga Almudena y el ingeniero químico Víctor rechazan estos textos porque son religiosos, mas ¿desde cuándo un científico rechaza algo, a priori, antes de estudiarlo, antes de analizarlo, antes de cerciorarse de que es falso? Mas cuando el objetivismo no concuerda con nuestro subjetivismo, lo rechazamos aludiendo a que faltan pruebas, no hay suficiente evidencia… o simplemente porque es “religioso”.
¿Qué es la verdad? –se pregunta Pilato; ¿qué es la verdad? –se pregunta Almudena y Víctor, los filósofos, los científicos… y se lo seguirán preguntando, pues, en realidad, detestan la verdad.
Al menos dos filósofos han presentado desafíos sustanciales al privilegio epistemológico de la ciencia. En Una investigación sobre el entendimiento humano (1748), David Hume argumenta que la lógica inductiva no está justificada. La lógica inductiva es el proceso de hacer observaciones y luego sacar conclusiones más amplias a partir de datos limitados.
Y de vuelta al silogismo. ¿Por qué no funciona este instrumento de la lógica? Y no funciona, precisamente, porque la subjetividad intenta establecer normas, leyes, conceptos… objetivos. La lógica inductiva, de la misma manera, se basa en interpretaciones, pues lo que este científico ve en el microscopio es diferente de lo que ve aquel otro, ya que toda la información, sea visual o auditiva, está tamizada por su parcialidad e, incluso, por el perfecto funcionamiento de estos órganos.
Fijémonos en un acontecimiento que tuvo lugar hace unas pocas semanas. En un programa de biólogosporlaverdad el físico Artur Sala comentaba un vídeo en el que se veía una hilera de microzimas desplazándose a una considerable velocidad, moviéndose hacia adelante y hacia atrás. Artur alababa entusiasmado el vigor y la “consciencia” de esas microzimas que se habían organizado en grupos de hileras con absoluta precisión. Mas no hubo terminado su comentario cuando el autor del vídeo nos advertía que la velocidad de esas microzimas y su ir hacia adelante y hacia atrás, lo había provocado él para mejor mostrar su recorrido. Fijémonos ahora en las devastadoras consecuencia de la lógica deductiva, del silogismo… del método científico. Si el autor del vídeo no hubiese aclarado que esa sorprendente velocidad con la que se movían las microzimas, simultaneando su marcha hacia adelante y hacia atrás, ésa habría sido la verdad científica con la que se habría cerrado el programa. Por lo tanto, el método científico trabaja única y exclusivamente con la subjetividad de los científicos, con sus interpretaciones que, además, están coloreadas por sus ideologías.
Y es lo mismo que les ocurre a los filósofos. De ahí que la filosofía sea un conjunto de elucubraciones sin tecnología y la ciencia sea un conjunto de elucubraciones con tecnología. No hemos ido a la Luna ni nos paseamos por el espacio sideral. Mas la parte tecnológica de la ciencia, la parte tecnológica de las elucubraciones de los científicos, ha construido aviones, trenes de alta velocidad, batidoras, lavadoras súper automáticas… mas todo eso es tecnología, no conocimiento objetivo de la verdad; no forma parte de la verdad, de la misma forma que una pieza cualquiera de las miles que conforman una máquina de imprimir offset no tiene nada que ver con la capacidad cognitiva del ingeniero que la ha diseñado. Son dos realidades ontológicas diferentes, irreconciliables. La tecnología puede diseñar infinidad de artefactos, de artilugios, pero nada de todo eso hará que el hombre sea más feliz; nada de todo eso podrá eliminar el absurdo de una vida sin sentido, de una vida sin verdadero conocimiento, de una vida sin verdad.