La pandemia de cocaína en Irlanda

Un miembro del Parlamento nos ha contado cómo alguien que inhalaba cocaína en un velatorio era una señal de la magnitud de la pandemia de drogas en Irlanda.

Neil Cotter, Craig Farrell para The Irish Sun

Con niños de tan solo 13 años que ahora consumen drogas, los servicios sociales afirman que tienen hasta 100 personas compitiendo por una cama para ser tratados, ya que lo que alguna vez fue un problema de la gran ciudad, ahora se extiende a todos los rincones del país.

El consumo abierto de drogas en pubs rurales, antes impensable, ha sido calificado de «peste» por sus dueños dado que las comunidades se ven asediadas por bandas criminales alimentadas por el hambre de cocaína.

El diputado Ruairi O’Murchu por el distrito de Louth, ha dicho a este medio que sabe de gente que se ha gastado todos sus ahorros para pagar a los traficantes: “Recuerdo haber estado en un velatorio y haber visto a un tipo entrar, y se podía ver que todavía tenía algo de polvo blanco en un lado de la nariz. Fue en la sala de una funeraria al mediodía. Esto era una muestra del mundo en el que vivimos, un escenario desesperante. Necesitamos hacer algo real. No más soluciones simplistas”.

Por cada cama en el centro de tratamiento residencial Cuan Mhuire harían falta 100 más. La creciente demanda de servicios sanitarios refleja el problema de la cocaína en Irlanda, ahora el quinto mayor consumidor de esta droga en Europa.

El consejero Michael Guerin dijo a este medio: “Creo que el problema está siendo impulsado por el grado generalizado de disponibilidad de cocaína tanto en áreas urbanas como rurales en los últimos dos años. Hace años, los adolescentes solían participar en lo que llamamos comportamientos de riesgo, con sustancias como el alcohol y el cannabis. Pero la cocaína ahora forma parte principal de sustancias con las que experimentan los jóvenes y adolescentes. Muchos pacientes  nos dicen que consumieron cocaína por primera vez cuando tenían 13 o 14 años, y que la cocaína les fue suministrada por personas que les habían estado suministrando marihuana y luego les dieron cocaína para que la probaran. El problema es que si una persona joven comienza a experimentar con la coca a esa edad y luego desarrolla un uso habitual durante los siguientes dos años, no puede permitirse el pagarla. Entonces, para financiar sus hábitos, comienzan a distribuir para los traficantes que los abastecen. Así que tenemos esta red de distribución increíblemente intrincada y extensa alrededor de la sociedad irlandesa todos los días de la semana, donde los consumidores de cocaína, en un intento de financiar su propio hábito, distribuyen para los que están más arriba en la cadena».

El uso abierto de drogas en los pubs era un problema creciente incluso antes de la pandemia. Un portavoz de la Federación de Vinateros de Irlanda comentó que la pandemia puso fin a esta práctica, pero ahora que los pubs están abiertos de nuevo, los taberneros tienen que reanudar su vigilancia por el uso de drogas ilegales. La policía en algunos condados ha hecho un gran trabajo, estableciendo líneas telefónicas de ayuda a las que la gente puede contactar si sospecha del uso de drogas en los pubs. No hay duda de que la amenaza de arresto es la única forma de evitar que los distribuidores lleven su producto a todos los pueblos y aldeas del país, por lo de aumentar la presencia policial en las zonas rurales es el mejor método para reducir el problema. Los dueños de los pubs no quieren clientes que consuman drogas ilegales en sus instalaciones, pero les resulta muy difícil controlarlo si, por ejemplo, las drogas se consumen en el baño.

El diputado del Sinn Fein, O’Murchu, cree que la situación es tan grave que Irlanda necesita unir fuerzas con sus vecinos de la UE para intentar idear una solución. Dijo que Irlanda es muy pequeña y que quizás haga falta un amplio plan paneuropeo, añadiendo que la criminalidad internacional ha avanzado mucho más que las autoridades. Los traficantes tienen tan buenos recursos que hace falta hacer algo muy diferente en todos los ámbitos.

El año pasado se descubrieron aquí drogas de contrabando por valor de 44,8 millones de euros en 15.714 incautaciones. El volumen de cocaína y heroína casi se duplicó. Las pandillas se juntan para traer enormes envíos que se desglosan y se entregan a todas las comunidades de Irlanda.

SONDAS: La imagen que proyecta The Irish Sun sobre Irlanda es cuánto menos preocupante, incluso podríamos calificarla de terrible, desoladora y, sin embargo, por delante de Irlanda, según la noticia, hay 4 países con una situación de drogadicción dura más avanzada que la suya, lo cual quiere decir que Europa está enferma, que siempre lo ha estado y que ha buscado la cura en la rebeldía, en las invasiones, en las guerras, hasta que todo eso se ha acabado y no ha quedado más huella que la desolación aunque se siguen llamando a sí mismos ciudadanos del primer mundo, es decir, el mundo modélico, al que los otros mundos deberían imitar. Extraña propuesta la de seguir a un enfermo, soñar con una sociedad de drogadictos, de mafias criminales; una sociedad de esclavos terminales, a los que solo les espera la rehabilitación para volver a caer en la enfermedad. Y sin embargo, todo el mundo insiste en que no hay otro camino. Así es la vida. No hay otra que la de nacer y morir.

¿Pude alguien en su sano juicio aceptar esta descripción existencial y a pesar de ello ser moralmente bueno, ayudar a los demás, sacrificarse por sus semejantes, enterrar a sus muertos, ir incluso a la iglesia –para después contarles a los gusanos que les devorarán sus buenas acciones?

No parece que el hombre de hoy sea capaz de imaginar otro escenario. Ha claudicado, se ha rendido y solo desea esnifar coca como el bebé desea absorber la leche que le ofrece su madre. Mas la coca es una leche cara que los indeseables controlan porque les gusta el dinero y les gusta vivir en medio de una sociedad corrupta, degenerada, degradada.

Sin embargo, hay una parte de la sociedad irlandesa, europea, a la que le inquieta esta situación. Le gustaría que en Irlanda no hubiese drogas, delitos, divorcios, sino que más bien reinase la armonía social y la felicidad de los individuos. Y cuando empieza a acortar el abismo que separa su visión de la realidad, se le ocurre enviar más policía. Es decir que las autoridades irlandesas, europeas, son tan indeseables como los traficantes de cocaína. Encubrir su mediocridad exige degradar al resto de la sociedad. Solo entonces parecerá que tienen brillantes intelectos, alta moralidad y sano juicio. Es como las luchas que se establecen entre las bandas criminales, las mafias, y los policías que operan desde este lado de la ley. Desde fuera parece una lucha entre buenos y malos, pero cuando enfocamos la imagen, vemos que todos forman parte de la misma banda.

Tampoco las víctimas están fuera. Parecen víctimas porque las separamos de los traficantes y las arrojamos en los brazos de policías, personal sanitario, congresistas, ministros, presidentes… Ésta es la estructura del juego, de la farsa –buenos, malos, verdugos, víctimas, santos, ministros, reyes, príncipes… Parece un escenario multicolor, variado, en el que la bondad lucha desesperada contra la maldad; la ignorancia sucumbe ante la sabiduría; los pecadores se arrepienten; los sumos sacerdotes prescriben las penitencias que mejor se adecúan a los pecados…

Hay un cierto equilibrio en todo esto, sostenido por los medios de comunicación. La realidad empero es muy diferente –chacales devorando a los más débiles de la manada, para ser abatidos después por los cazadores furtivos, y éstos detenidos por la policía tras haberles quitado sus ganancias. El juez absolverá a unos y a otros, y los que queden en prisión al cabo de unos días saldrán por alguna puerta con nueva identidad. Alguno, no obstante, tendrá que suicidarse.

Así es el juego, la farsa. ¿Quién queda fuera? ¿Quién puede salvarse de todo este espejismo? La consciencia con una detallada base de datos extraída de la profecía. Solo este dispositivo colocado en el interior del hombre puede lanzar líneas de fuga a través de las cuales vivir en la periferia, a la que el núcleo del mal no puede alcanzar o dañar, sino un poco.