La humanidad sería un vestigio de una antigua época de vida avanzada en el universo

Redacción – El Debate

Un investigador se basa en las interacciones entre agujeros negros supermasivos y su entorno para plantear dicha posibilidad

¿Y si la humanidad fuese una de las últimas civilizaciones supervivientes de una ya lejana ‘edad de oro’ de vida inteligente en el universo?

Basándose en interacciones entre los agujeros negros supermasivos (SMBH) y su entorno, un estudio del científico David Garofalo, de la Universidad Estatal de Kennesaw (Georgia, Estados Unidos), plantea esta posibilidad en un estudio recientemente publicado en arXiv y que próximamente verá la luz en la revista Galaxies.

Según la teoría de Garofalo, el surgimiento de condiciones propicias para la vida desarrollada comenzó 7.800 millones de años después del Big Bang, hace aproximadamente unos 6.000 desde el momento actual.

Los motivos en los que se apoya el investigador tienen que ver con la retroalimentación de un agujero negro y cómo ello puede impulsar o suprimir la formación de estrellas, algo que depende del contexto y de si se encuentra en un entorno abundante o más bien exiguo de gas. Esto, en conjunción con las fusiones entre esos agujeros negros rodeados de gas y otras galaxias, propició la aparición de un mayor volumen de planetas y estrellas y, en consecuencia, de un mayor caldo de cultivo para el surgimiento de vida avanzada con el tiempo.

Aunque el investigador sostiene que, de esas civilizaciones avanzadas, la mayor parte habría desaparecido y la humanidad sería una de las últimas, tampoco descarta que pueda haber otras más recientes pululando por el cosmos.

No obstante, según esos cálculos la aparición de vida en la Tierra habría sido posterior a esa ‘edad de oro’, ya que tanto nuestro planeta como el resto del sistema solar se formó hace 4.500 millones de años, 1.500 después del momento en el que sitúa Garofalo ese apogeo.

SONDAS: Cuando un artículo pretende ser de divulgación científica, deberá estar investido, cuanto menos, de rigor. Es lo mismo que debería suceder con las teorías que también se presentan como científicas. En un principio no son, sino teorías, hipótesis, pero ello no significa que no tengan que estar basadas en algún tipo de evidencia y no, únicamente, en conjeturas, pues en este caso no hablaremos de teoría científica, sino de elucubración.

Este mismo problema lo encontramos en el silogismo. Para que esta formulación lógica tenga alguna posibilidad de llevarnos a una conclusión correcta, al menos la primera premisa –la premisa básica– deberá ser objetivamente cierta. Si ya esta primera premisa es falsa o está sostenida únicamente por apreciaciones subjetivas, sin duda que la conclusión final será un disparate. Y esta diferencia entre un silogismo fundamentado en algún tipo de objetividad y un silogismo en el que ya su primera premisa o premisas son meras adivinaciones, es la que encontramos entre la paradoja de Fermi y la ecuación de Drake, en la que se basan todos los cosmólogos que insisten en el despropósito de esparcir vida inteligente por todo el universo.

Fermi no planteó, en realidad, una paradoja, sino una pregunta que se convirtió en paradoja al no poder ser contestada, ni entonces –hace 70 años– ni ahora, con una lista casi infinita de nuevos y gigantescos telescopios, observatorios con la última tecnología posible, nuevas ecuaciones, millones de datos que llegan a las agencias espaciales de todo el mundo provenientes de sofisticadas sondas voladoras…

Recordemos el escenario en el que Fermi formuló su interrogante:

Durante una visita en 1950 al Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México, Fermi y algunos colegas discutían sobre extraterrestres y viajes interestelares durante el almuerzo, mientras comentaban unas viñetas aparecidas en «The New Yorker» que mostraban a extraterrestres robando cubos de basura en la ciudad de Nueva York. Entonces Fermi preguntó: «¿Dónde están?» Los allí presentes entendieron que Fermi se refería a los extraterrestres: “Si los extraterrestres existen y son capaces de viajar entre las estrellas, entonces ya deberían habernos visitado.”

Fermi planteó una hipótesis que podemos calificar de científica –no hay extraterrestres. A pesar de que no tenía una prueba concluyente al respecto, su hipótesis se basa en una aplastante evidencia empírica –más allá de toda conjetura, la realidad es que hasta ahora no tenemos ninguna indicación, por débil que sea, de que existan extraterrestres, en ninguna forma posible. Por lo tanto, si alguien llega a la conclusión de que no hay vida extraterrestre inteligente, su posición será más científica, más acorde a los hechos que la de aquél que afirma que sí hay vida inteligente en el cosmos, pues este individuo carece de toda prueba o evidencia al respecto.

Y en conjeturas es en lo que está basada la ecuación de Drake:

N=R x fp x ne x fl x fi x fc x L

N representa el número de civilizaciones extraterrestres inteligentes en nuestra galaxia que podrían comunicarnos su presencia; R es el número de estrellas que se forman por año; fp es el número de estrellas que tienen planetas; ne es el número de planetas por estrella donde podría surgir vida; fles el número de aquellos planetas en los que surge la vida, fi es el número de entidades vivas que evolucionan hacia la inteligencia y fc es el número de civilizaciones extraterrestres inteligentes que se comunican con su tecnología a través de distancias interestelares. El último factor, L, es el tiempo que la civilización extraterrestre inteligente permanece comunicativa.

La letra N en esta ecuación es ya un despropósito lógico, ya que parte de un hecho inventado sobre el que no hay ninguna evidencia: existen civilizaciones tecnológicamente avanzadas en nuestra galaxia. ¿En qué basamos esta premisa? ¿Hemos recibido señales? ¿Nos han visitado? ¿Los hemos visitado? ¿Nos comunicamos periódicamente con ellos? ¿Hemos encontrado en algún lugar del universo un solo planeta en el que haya vida –aunque sea vida vegetal– o algún planeta en el que claramente se observen condiciones para que pueda emerger la vida y ésta pueda desarrollarse hasta alcanzar un alto grado de cognición? Muy al contrario, todo lo que observamos es materia inerte; ni un solo signo de vida.

La siguiente letra en la ecuación de Drake es la R. Suponemos que habrá que descontar un buen número de estrellas en los años bisiestos. Antes de contarlas harían bien estos científicos en averiguar qué es una estrella.

Después viene la fp –sin comentario.

La ne –de nuevo hace referencia a una hipótesis basada en una suposición carente de toda evidencia, de todo indicio. ¿Acaso sabemos lo que hace falta para que surja la vida? Cómo podríamos saberlo si incluso ignoramos cómo de la materia muerta surgió la primera célula, la primera entidad viva independiente. Algo debió de ocurrir para que esto sucediera, pero ¿qué? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? … Silencio cósmico. Por lo tanto, la ne es una conjetura basada en una suposición: no sabemos qué es lo que permite que surja la vida, pero hablamos de planetas en los que podría surgir la vida.

Al llegar a la fl, Drake da un salto de prestidigitador y pasa del condicional (planetas en los que “podría” surgir la vida) a un presente de hechos consumados (planetas en los que “surge” la vida). ¿Cuáles son esos planetas? ¿Tenemos fotos o vídeos de la vida que infesta esos territorios interestelares? Obviamente, no; pero en las ecuaciones todo vale, sobre todo cuando no se exige que sus factores, sus premisas, sean ciertas o probables, basadas en algún tipo de alguna evidencia empírica.

El caso de la fi traspasa el ámbito de la ciencia ficción y nos obliga a superponer suposición sobre conjetura sobre elucubración… No conocemos ningún planeta, aparte de la Tierra, en el que haya crecido una simple brizna de hierba. No sabemos cómo se origina la vida; cómo lo muerto pasa a estar vivo, a respirar, a reproducirse, a comunicarse con el exterior. Menos aún sabemos cómo surge la cognición, pues ésta, para llegar al nivel del ser humano, necesita de la consciencia –un nuevo misterio con el que se han topado los científicos. No obstante, Drake introduce como parte de su ecuación a los planetas donde la vida evoluciona hacia la inteligencia (hace 50 años, cuando Drake formuló su ecuación, todavía no se hablaba de consciencia).

Ahora, en el factor fc tenemos que ponernos de puntillas para ver lo que hay al otro lado del muro de la razón. Estas inventadas civilizaciones, desarrolladas por entidades inteligentes, ahora, además, se comunican… ¿Con quién? ¿Seremos, acaso, los únicos habitantes del universo con los que no quieren tener contacto? ¿Racismo? ¿Xenofobia? ¿Algún tipo de nazismo cósmico? Esperemos que se trate de un mero despiste.

Y llegamos a la L. ¿Qué civilización? ¿En qué planeta en qué sistema solar de qué galaxia? ¿Con quién ha estado comunicándose esta civilización? Aquí resuenan las palabras de Fermi: ¿Dónde están?

Mas la pregunta más relevante, la que más nos importa, sigue sin plantearse. ¿De dónde les viene esta neurótica necesidad de que haya vida inteligente en algún lugar del universo o esparcida por todo él? Obviamente, no se trata de una cuestión de amor, de encontrar vida –más vida– pues esos mismos que la buscan en exoplanetas (tan inexistentes como su propia cognición) son los que diseñan sofisticadas armas de destrucción masiva con las que diezmar a la humanidad. Vida contra vida –una ecuación tan nefasta como la de Drake.

La causa de esta paranoica búsqueda de extraterrestres estriba en el peligroso escenario que se generaría en caso de que “la ciencia” reconociese públicamente que la respuesta a la paradoja de Fermi no puede ser otra que: “En ningún sitio, pues no existen.” Ello implicaría el inevitable colapso del sistema materialista sobre el que se ha montado el poder de Occidente. Ese Dios asesinado, enterrado bajo intrincadas fórmulas y ecuaciones, teorías, hipótesis… resurgiría de las cenizas científicas para borrar con Su objetividad las elucubraciones que empañan el conocimiento. Ya no podrían seguir arguyendo que la vida en la Tierra y la Tierra misma, el Sol y la Luna, las estrellas… todo ello se habría originado a través de una feliz serie de casualidades. Todo lo que es casual sin duda que podrá repetirse. Si la vida es casual, el universo, esta existencia debería estar llena de mundos, de universos, de millones de formas inteligentes. Silencio. Quietud. Y aquí, en la Tierra, el murmullo del agua, el trinar de los pájaros, el estruendo de las tormentas, el rugido de las tempestades… la vida en su plenitud, y el hombre observándola, maravillándose, agradeciendo a su Creador el haberle permitido asistir a tan grandioso espectáculo; asistir y comprenderlo.

Mas ¿por qué una buena parte de la humanidad prefiere ser el producto de la casualidad en un universo originado al azar y, por lo tanto, sin objetivos, sin sentido, sin transcendencia? ¿Por qué prefieren este miserable destino al de ser una criatura diseñada y manifestada por el mejor de los creadores? No puede haber coherencia en su elección. Esa humanidad perdida en elucubraciones está poseída. No logra razonar, analizar, ponderar… Su cognición está trastornada y no le resulta asombroso, inexplicable científicamente, cómo la Luna va cambiando de fases, de casas, de trayectoria y de esta forma nos indica con precisión la hora, el día y el mes en el que vivimos.

No hay nadie ahí fuera, pues todo en esta creación se ha producido para colmar las necesidades del hombre, del insan, investido –finalmente– de consciencia.

Acaso no veis que Allah os ha subordinado todo cuanto hay en los Cielos y en la Tierra… (Corán, sura 31, aleya 20)

Todo lo ha creado de la mejor manera. Comenzó la creación del hombre –insan– del barro. Luego hizo que su descendencia se produjera a partir de una célula transportada en un agua salobre. Luego lo preparó e insufló en ello Su Ruh, y os dio el oído, la vista y el fuad. ¡Qué poco es lo que agradecéis! (Corán, sura 32, aleya 7-9)