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La razón de que el hombre necesite años para valerse por sí mismo, mientras que los animales a las pocas horas o días de nacer ya se mueven, comen y se relacionan con el mundo exterior, se debe al hecho de que la fitrah del ser humano necesita llevar a cabo un proceso educativo, de forma que todos sus elementos se vayan transformando a medida que el individuo va creciendo y necesitando que las características propias de la fitrah se adecuen a su nueva realidad.

En la fitrah del niño hay elementos que derivarán en aspectos negativos si no van cambiando con la edad. Por ejemplo, el niño necesita ser extremadamente egoísta como un medio de sobrevivir. Si un bebé sintiera compasión por su madre, lo más probable es que muriese de inanición. Muy al contrario, si tiene hambre, llora hasta que la madre, por muy cansada que esté, le dé de comer, a cualquier hora del día o de la noche. Si tiene sueño, hay que ponerle a dormir, sin que le importe lo ocupada que esté su madre. Y de la misma forma exigirá que se le cambien los pañales. Sin embargo, este egoísmo, esta tiránica actitud que en un bebé es comprensible y necesaria, se convierte en algo altamente negativo en un adolescente o en un adulto. Para que esto no ocurra, la fitrah del bebé deberá educarse de forma que ese egoísmo se vaya transformando en agradecimiento y generosidad –a través del servicio y de recordarle lo que sus padres han hecho por él. Incluso siendo niño, deberá entender el sacrificio que han hecho sus progenitores para que él haya podido vivir en condiciones óptimas. Al mismo tiempo, la mejor manera de mostrar agradecimiento hacia sus padres es sirviéndoles en todo lo que le sea posible según la edad y condiciones en las que se encuentre.

Sin esta educación, la fitrah no cumplirá debidamente su función de guía interior ni podrá expresar sus mejores características.

Cuando alcanzamos la adolescencia, se desarrolla en nosotros una irresistible atracción por el sexo contrario. Esta pulsión, una de las más fuertes en el ser humano, nos llevará a la promiscuidad sexual si no hay una educación apropiada. Querremos satisfacerla de cualquier manera y a cualquier precio. En consecuencia, aparecerán el adulterio, la fornicación, la prostitución y las obsesiones sexuales. Esta pulsión es buena y necesaria para la procreación y el desarrollo social a través de la familia. Sin embargo, si no hay una educación adecuada, se transformará en algo negativo, incontrolable y pernicioso en nuestro crecimiento psicológico. Aparte de eso, la pulsión sexual no educada acarrea graves trastornos físicos –enfermedades venéreas, por ejemplo, la más terrible de las cuales está siendo el SIDA.

Tradicionalmente en el cristianismo, en todas sus formas, así como en el budismo, ha habido una actitud de rechazo hacia la sexualidad, hasta el punto de promover el monacato, y ello por no entender que forma parte fundamental de la fitrah humana, pero que sin una educación correcta puede derivar en vicio y convertirse en una pulsión negativa. No está, pues, el problema en la sexualidad en sí, sino en su desarrollo sin una educación que establezca claramente los límites de su ámbito y utilización.

El cambio de valores que ha sufrido el mundo promovido por occidente es una clara muestra de ello. El término “límites” ha pasado a significar “intransigencia”, “represión”, “fascismo”, “atentado contra los derechos humanos” y otros muchos conceptos que forman parte de la pléyade de lo indeseable. La prueba de que un país, un grupo o un individuo es realmente libre reside en la manifestación de una sexualidad sin “límites”, sin prohibiciones. La ruptura de la frontera que separaba el vicio de la virtud nos ha conducido a una sociedad en la que la homosexualidad y la fornicación son símbolos de progreso y de libertad.

Tenemos otro ejemplo de la necesidad de educar la fitrah en el sentimiento incondicional de adhesión a la tribu. Este sentimiento forma parte de la fitrah y durante los primeros años hasta alcanzar la madurez psicológica es el mejor sistema de protección para el individuo.

El vínculo tribal (ver esquema 5) que se establece al poco de nacer nos permite ir adquiriendo la forma de vida y la creencia de nuestra tribu o comunidad. Adquirimos una cosmogonía completa, y ello nos confiere seguridad, identidad y comprensión. Tenemos una respuesta para cada pregunta, y nos enfrentamos a los misterios de la existencia con firmeza y con una clara visión. Nada, en realidad, nos inquieta, pues todo a nuestro alrededor es comprensible o forma parte del aspecto oculto de la creación.

Nos sentimos protegidos. De una forma u otra la comida llegará a nuestro hogar, la ropa y los materiales que necesitemos. Siempre tendremos un techo bajo el que guarecernos.

Durante la niñez, la familia constituye un lazo inquebrantable de protección, de amor y de asimilación, a través de un programa educativo natural, espontáneo.

La religación tribal nos confiere un gran equilibrio y normalidad psicológicos –no hay ansiedad ni angustia, ni hay miedo. No estamos solos y tenemos una clara percepción de que podemos contar con la ayuda de todos los miembros de la tribu. Nos sentimos fuertes, aunque individualmente seamos débiles. Sabemos que todos se preocupan de todos.

Hoy, sin embargo, este sentimiento es casi inexistente en la mayoría de las sociedades, especialmente en las occidentales. Una mala comprensión de la fitrah y del proceso educativo por el que debe pasar es una de las causas del desastre social en el que vivimos. Ya no hay normalidad psicológica porque los niños crecen con una sensación de abandono, de soledad e incluso de rechazo –los hijos son un estorbo, nos exigen una vida disciplinada y nos impiden vivir siguiendo nuestros deseos. Vemos que se ha producido en esa actitud una colisión de dos elementos de la fitrah no educados –la necesidad de seguridad y protección vs la necesidad de independencia. Ambos son legítimos si se desarrollan en el tiempo y forma adecuados.

En efecto, después de unos años de gregarismo, necesario para desarrollar sentimientos que les son propios a las comunidades humanas, el hombre debe independizarse de la familia y de la tribu, ya que en esa cosmogonía tribal hay aspectos venenosos que enturbian nuestra visión de la realidad. Debemos pasar, siguiendo el proceso educativo de la fitrah, del gregarismo tribal a la independencia que nos confiere la investigación, la relectura de los valores y creencias de la tribu, adoptando los que realmente se corresponden con la cosmogonía tribal, y rechazando los que han sido alterados o falsificados por intereses de grupos o de individuos de la tribu.

Si este proceso educativo de la fitrah se lleva a cabo de la forma adecuada, siguiendo las fases que hemos indicado, los elementos gregarios y las pulsiones de independencia y elección resultarán altamente positivos.

Otro aspecto no menos importante en este proceso educativo es el de diferenciar entre la fitrah y la idiosincrasia. Esta diferencia tiene una gran importancia, ya que va a ser uno de los indicativos del método educativo a seguir.

Toda entidad viva es una nafs que se manifiesta en un soporte, en un cuerpo (ver artículos IV y V, y esquema 3) y, por lo tanto, todas las nafs participan de una estructura común –un escarabajo tiene cabeza, tronco y extremidades; tiene vista y detectores; se relaciona con su entorno, se alimenta, respira y se reproduce. Lo mismo que un elefante y que un ser humano. Sin embargo, podemos rápidamente apreciar la diferencia entre un escarabajo y un elefante. Más aún, podemos detectar, tras una cuidadosa observación, que hay diferencias entre los propios escarabajos, como hay diferencias entre los elefantes y los humanos entre sí. Esta diferenciación de especies y de individuos dentro de una misma especie es lo que llamamos idiosincrasia. Así pues, podemos definir este término diciendo que idiosincrasia es la forma particular en la que se expresa la fitrah en las diferentes especies y en los diferentes individuos de cada especie.

Allah el Altísimo no ha repetido nada en su creación –cada gota de agua, cada átomo, cada célula, cada huella dactilar es diferente. Y ello porque repetir indica inconsciencia. Cuando una empresa de automoción fabrica una pieza de motor, lo hace a través de un molde que coloca en una máquina, y ésta la reproduce tantas veces como sea necesario. Sin embargo, el ingeniero que ha diseñado el molde ha perdido la relación con las piezas que ha mandado fabricar. No así Allah Todopoderoso, el mejor de los creadores, Quien ha puesto en cada partícula de Su creación el sello de Su poder y de Sus atributos. Incluso en las moléculas inorgánicas está inscrita la huella de Su “mano”. Esa es la razón de que nos sintamos conectados a toda la creación. Cuando caminamos por lugares donde la naturaleza no ha sido dañada por la voracidad humana, sentimos que cada elemento del paisaje que se abre majestuoso ante nuestros ojos está, de alguna manera, vivo y tiene su propia “personalidad”. Cada montaña, cada río, cada selva… tiene su particular forma de existir y produce en nosotros sensaciones muy diferentes.  De la misma forma, cuando aplicamos esta ley a las entidades vivas, podemos decir que cada una de ellas tiene su propia idiosincrasia.

Este hecho transcendental tiene, como es de suponer, importantes consecuencias a la hora de diseñar una estrategia educativa –cada individuo humano es igual a otro en su nafs, pero distinto en su idiosincrasia, y esa diferencia debe contemplarse en el método educativo. Hay aspectos comunes de los que participan todos los seres humanos –fitrah– y aspectos específicos que los diferencian entre sí –idiosincrasia (ver artículo XV).

Cada ser humano es una obra única de Allah y debemos relacionarnos con todos ellos teniendo en cuenta este hecho. De lo contrario, nuestra relación estaría basada en la reproducción automática, en la inconsciencia, en no entender que cada nafs tiene su propia idiosincrasia. Los nefastos resultados que derivan de esta actitud los vemos reflejados cada día en las sociedades occidentales y en todas aquellas que siguen sus mismos métodos educativos.