Alberto Rodríguez García para Sputnik

Kabul se ha vuelto la tumba de los imperios. El imperio Sikh, el británico y la Unión Soviética aprendieron con sangre que no se puede dominar Afganistán. Ni siquiera Gengis Khan y su estirpe pudieron someter el territorio. Estados Unidos no iba a ser la excepción, y dos décadas después de invadir Afganistán, sus tropas se retiran cabizbajas por el fracaso de una guerra que solo ha supuesto destrucción, muerte y miseria. Afganistán es la derrota más humillante de la OTAN y un agujero negro en las arcas del tesoro norteamericano. Por mucho que intenten maquillarlo, la retirada ordenada por Joe Biden no difiere mucho de la retirada de Richard Nixon en Vietnam.

Joe Biden quiere «un final responsable» para la guerra más larga de los Estados Unidos, pero ¿cómo puede una retirada, sin medir las consecuencias, ser responsable cuando el país está sumido en el caos? Por mucho que la derrota se intente negar apelando al compromiso de los Talibán de prevenir la expansión de al-Qaeda (ya hay que tener fe para creerlo), lo cierto es que se le sigue dando legitimidad al grupo insurgente más letal del mundo en estos momentos. Se le da legitimidad a los insurgentes de una guerra que deja decenas de muertos cada día; casi 100 en 24 horas, pocos días después de que Biden oficializase que continúan con los planes de retirada. Mientras escribo este artículo, los Talibán han capturado una base del Ejército afgano en la provincia de Herat.

Aunque se intente presentar la derrota de la OTAN en Afganistán como una salida pactada, lo cierto que es una huída en toda regla de lo que todo el mundo ve: es una guerra que no pueden ganar.

Afganistán es hoy por hoy una de las intervenciones directas más infames de la OTAN, y a pesar de la tecnología militar desplegada, del presupuesto billonario, de la impunidad para cumplir los objetivos incluso cometiendo crímenes de guerra si fuese necesario (impunidad consecuencia de las amenazas de EE.UU. al Tribunal Penal Internacional de La Haya) o del personal sobre el terreno, se retiran siguiendo las directrices de tribus locales, sin tener nada que decir, sin objetivos cumplidos y sin siquiera dejar a su marcha un Estado funcional que pueda frenar la expansión del Emirato Islámico.

Todos los intentos de negociar la paz han fallado. Los Talibán amenazan con más violencia si no se cumplen los plazos de retirada (norteamericana) y han dejado claro que no van a participar en un gobierno transicional, sino que van a establecer por tercera vez un Emirato Islámico. 

El mensaje que da Joe Biden, poniendo ni más ni menos que el 11 de septiembre como fecha límite para la retirada, es el que daría alguien desesperado por contentar a su rival en una indirecta petición de clemencia.

Y siendo honestos para con la realidad, sin apoyo exterior, el Gobierno afgano no tiene ninguna opción; será barrido por los fundamentalistas. Todo lo que pueda prometerse en Doha no es más que una pantomima, y que EE.UU. mantenga su presencia únicamente en materia de inteligencia solo va a servir para que los informes del auge Talibán y el colapso del Estado afgano sean más detallados.

La retirada ordenada por la Casa Blanca es irresponsable, pero es que además es miserable, porque pretenden hacer como si no hubiese pasado nada en dos décadas de invasión.

Kabul lleva décadas acostumbrado a ser dependiente de los demás. Dependiente en materia de seguridad, de inteligencia… y es que a pesar de ser el Gobierno afgano, nunca dejó de ser un títere puesto a conveniencia para que no se alejase de los intereses de Washington. Por eso es flagrante la retirada norteamericana en estas condiciones y el abandono de sus aliados. Flagrante, porque la retirada no marca el fin de la guerra imperialista, sino que profundiza las heridas de la guerra imperialista.

Pretenden hacer como si no hubiese quedado una tierra rota bañada en sangre, donde la guerra contra el terror solo ha quedado en palabrería mientras Al-Qaeda sigue teniendo en las montañas afganas su gran bastión.

Invadir un país es fácil cuando tienes dinero y a la población tan lobotomizada que jalea la invasión y se presta a participar en ella. Destruir un país es fácil cuando por la noche tienes una casa en la que dormir, que no ha sido derruida por la artillería, dejándote sin dónde ir como le sucede a dos millones de refugiados. Matar es fácil cuando la víctima no es alguien a quien amas. Retirarse de una tierra que has martirizado como si nada hubiese pasado, apelando al «simplemente no cumplimos con las expectativas», es fácil cuando no es tu comunidad la que quedará sumida en el caos. El 11 de septiembre de 2021, si finalmente se retira EE.UU. de Afganistán, será el fin de dos décadas de guerra, pero la infamia continuará. Porque la muerte de 2.300 soldados norteamericanos no sirvió para nada. Porque la destrucción de Afganistán tampoco sirvió para nada.

SONDAS.BLOG: De haber releído su propio artículo un par de veces, se habría dado cuenta Alberto de que “el grupo insurgente más letal del mundo” son los Estados Unidos y sus aliados. Los Talibanes, los afganos, tienen el derecho inalienable de decidir qué gobierno desean, cómo quieren organizar su sociedad, bajo qué valores, qué tipo de economía prefieren instaurar en el país… Si unas facciones políticas irán a la guerra contra otras para hacer, así, prevalecer su ideología –secular o religiosa. Los Talibanes, los afganos, tienen el derecho inalienable de dirigir sus vidas según mejor les parezca, como hicieron los norteamericanos en su guerra civil sin que ninguna otra nación se hubiera entrometido en sus asuntos, incluso si sus asuntos implicaban masacres, traiciones y genocidio, algo que no ha ocurrido en Afganistán por parte de los Talibanes.

Sin embargo, los Estados Unidos, con su gigantesca maquinaria propagandística apoyada por las maquinarias propagandísticas de sus aliados e, incluso, de sus enemigos (¿?), nos ha convencido a todos de que si un sistema, un gobierno, una institución, un individuo… no cumple los requisitos para ser aceptado por el triunvirato (USA, UK, Fr), puede ser objeto “legítimo” de invasión, expoliación o destrucción total.

Por una parte, sabemos que esa cínica posición es injusta; mas, por otra, si esa es la posición de Roma, del Imperio Británico, del Pentágono, aceptaremos, incluso a regañadientes, que, de alguna forma, está justificada.

Ello nos lleva al hecho de que para reconciliar esta cínica incongruencia no habrá otra solución que ir a la guerra, que luchar, que resistir, pues cualquier diálogo con los cínicos es una dolorosa e insufrible pérdida de tiempo.

O será que Alberto todavía cree que existen todas esas organizaciones terroristas tipo Al-Qaeda, Isis, Emirato Islámico… el coronavirus, perdiendo, así, de vista el devastador hecho de que las únicas organizaciones terroristas que existen y operan en el mundo son la CIA, el FBI, el Mossad y los servicios de inteligencia británicos y franceses. Son ellos los que han fabricado el terrorismo y los que lo utilizan para conseguir sus fines –guerras, ataques, asesinatos, golpes de estado…

El gobierno afgano, según reconoce Alberto, es un títere de Estados Unidos; occidente debe retirarse de Afganistán; los Talibanes son un grupo insurgente letal… ¿Qué es entonces lo que propone Alberto, lo que propone Rusia, lo que propone China? Lo imposible, cuadrar el círculo. La realidad es que Afganistán no se va a doblegar a ninguna potencia extranjera ni va a aceptar gobiernos títeres impuestos por occidente, Rusia o China. Los Talibanes no sólo tienen refugio en las montañas, sino también entre el pueblo afgano. Esta es la realidad que los poderes fácticos en el mundo de hoy no quieren admitir, no quieren encajar en sus intereses imperialistas.

La lucha, pues, continuará. Una herida más para un occidente gangrenado.