
Donald Jeffries para I Protest
Se ha hecho evidente en los últimos años que cada vez más estadounidenses cuestionan no sólo la sabiduría detrás de nuestro apoyo inquebrantable a Israel, sino también el poder y la influencia judíos en sí mismos. Los conservadores blancos, que antes eran más propensos a criticar a Israel, han sido completamente cooptados por la facción del Rapto, quienes alimentan la noción elitista de los judíos de que son el «pueblo elegido» de Dios. Todo político que aspira a un cargo electivo visita el Muro de las Lamentaciones en Israel y se pone el kipá. Lo llamaría simplemente otro ritual de humillación, pero estoy seguro de que sería etiquetado como «antisemita». Consideren cómo Nancy Pelosi proclamó que «si el Capitolio se derrumbase, no quedaría otra cosa que nuestro compromiso con Israel… eso es fundamental». Un miembro de nuestro Congreso ha usado su uniforme de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) para ir a trabajar. Lindsay Graham no es el único «representante» estadounidense que ha declarado que Israel debería lanzar un ataque nuclear contra Irán. Independientemente de si realmente tuvo algún tipo de altercado verbal con Bibi Netanyahu o no, el apoyo de Donald Trump a Israel es tal que hay calles allí que llevan su nombre.
Prácticamente toda crítica relacionada con los judíos en su conjunto, ya sea su religión o su raza, está «prohibida». Pregúntenle a la Liga Antidifamación, que actúa como agente no registrado del estado extranjero de Israel. En gran medida, la Liga controla el discurso público en este país. Controlan la libertad de expresión en Estados Unidos, aunque no sean una organización estadounidense. Siempre afirman que el antisemitismo está en aumento. Los crímenes de odio contra los judíos también siempre van en aumento. El hecho de que se haya demostrado que casi todos estos incidentes son un engaño no acalla el estribillo.
El principal punto de discordia es la definición adecuada de “antisemitismo”. Dado que el término se usa con tanta frecuencia, sería útil saber exactamente qué significa. ¿Significa difamación de todo el pueblo judío? ¿De la religión, si es que es una religión? ¿De la raza, si es que es una raza?
Ben Shapiro -que encaja en todos los estereotipos históricos de una figura odiosa y parasitaria que se beneficia de una sociedad a la que se considera ajeno- ha comentado que solo es leal a Estados Unidos porque existe el Estado de Israel. Llamó al Estado judío un «respaldo en caso de que algo salga mal» aquí en Estados Unidos. ¿Qué podría «salir mal» exactamente, uno se pregunta? ¿Quizás el hecho de que millones de estadounidenses se dieran cuenta de repente del poder que ejerce en este país un pequeño grupo que comprende solo el dos por ciento de la población? ¿Y lo cuestionaran? De hecho, cada vez más medios alternativos están comenzando a cuestionar la influencia judía en Estados Unidos. O en realidad, en el mundo. ¿Cómo es que la presidenta de México es judía? ¿Hay otros judíos en México? Hay demasiadas preguntas que no se atreven a hacerse, y algunos de nosotros estamos cansados de eso. Deberíamos poder cuestionarlo todo.
La base de todo el disparate orwelliano del «discurso de odio» es lo que, con tanta delicadeza, se ha denominado «la cuestión judía». Es odio cuestionar cualquier cosa sobre este grupo en particular. Aunque los comediantes judíos llevan mucho tiempo bromeando sobre los «goyim», es odio afirmar que los judíos se refieren a los gentiles de esta manera despectiva (supuestamente «goyim» significa «ganado»). Yo lo llamaría «arrogancia», pero afirmar que cualquier judío es arrogante es uno de los mil millones de ejemplos estimados de «antisemitismo». Otras preguntas prohibidas serían: ¿cómo se involucraron tanto los judíos en el préstamo de dinero? ¿Por qué los nombres asociados con riquezas terrenales, como oro, plata, diamantes, rubíes, etc., son invariablemente judíos? ¿Inventaron los judíos el concepto de cobrar intereses? ¿Qué es lo que los católicos denunciaban como usura? Como saben los lectores de mi obra, la gran parte de la historia ha sido suprimida, lo que dificulta mucho determinar la verdad sobre cualquier tema.

SONDAS: Tras esta interesante exposición de lo que, por otra parte, todos sabemos, la pregunta que surge es qué hacer entonces, ya que el problema no es, realmente, Israel. Este diminuto territorio es una ficción mantenida por Occidente. Es fácil deshacerse de ella. Mas incluso si Israel desapareciese, el problema persistiría, pues el poder judío va mucho más allá de sus lobbies. Conscientes o no, todos los individuos que pueblan la torta terráquea participan de los valores de la cultura y las creencias judías. Hay judíos ateos, judíos católicos, judíos protestantes, judíos musulmanes… Mas todos ellos siguen la Mil-lah judía -la forma de vida judía. Todos ellos han originado sociedades cuya economía está basada en la usura, ahora llamada “sistema bancario”.
No estarán complacidos contigo los yahud (judíos) ni los nasara (cristianos) hasta que no sigas su Mil-la. (Corán, sura 2, aleya 120)
Un día a la semana cada comunidad religiosa celebra su rito particular, pero durante los restantes seis días su devoción, de forma unánime, se expresa en los grandes templos que ahora se llaman bancos, instituciones financieras, compañías de seguros, “prestigiosas” universidades, centros de investigación…
Y esta forma de vida, esta Mil-lah judía, se ha ido conformando a través de los siglos como la naturaleza propia de Occidente, pues ¿cuál es el núcleo esencial de esta Mil-lah? Hay un pueblo que el mismísimo Dios ha elegido y elevado por encima de todos los demás. Le ha dado inmensos territorios y preeminencia en la vida de este mundo. A esta blasfema asunción los judíos han ido añadiendo más y más privilegios, más y más derechos sobre las comunidades humanas no-judías. ¿Acaso no es este principio básico sobre el que se eleva la Mil-lah judía el mismo principio, la misma columna, que sostiene a Occidente? ¿Qué es -si no- el colonialismo, el imperialismo, que solo Europa ha ejercido en la historia de la humanidad como su forma de ser, como aquello que es intrínseco a su naturaleza? Tanto el colonialismo como el imperialismo implican este mismo principio de la Mil-lah judía: somos el pueblo elegido; tenemos derecho a dominar a todos los demás. ¿Cómo, entonces, se sostendría el edificio occidental, sus continuas guerras de invasión, de pillaje, de expoliación, si no se asume la Mil-lah judía? ¿Cómo podrían justificarse las conquistas europeas allende los mares si no se hubieran hecho en el nombre de Dios, en el nombre del Dios judío, del Dios de los europeos blancos?
Las religiones en sí mismas no guían a los hombres ni hacen de ellos sus adeptos. Son ceremonias culturales, siempre teñidas de superstición. El verdadero dirigente es la Mil-lah. Cada uno se dirige a su lugar de oración, pero cuando salen, todos juntos -como hermanos- participan de los mismos valores sobre los que han edificado una misma forma de vida, una misma Mil-lah. Cuando el profeta Musa destruyó el becerro de oro que los Banu Isra-il habían construido por orden de Samirí, el Corán nos recuerda que su mugido había entrado en sus corazones. Y ahí ha permanecido hasta hoy, haciéndose más fuerte cada día.
Aquella fiesta no ha parado un solo instante desde entonces. Ahora los lugares de celebración se llaman discotecas, salas de fiesta, clubs nocturnos… los mismos gestos, la misma euforia, el mismo mugido. Vivimos, trabajamos, para ir a la fiesta, para asistir a las reuniones multitudinarias al aire libre y escuchar el mugido que esté más de moda; para aplaudir a los atletas; para fundirnos con cualquier espectáculo. La fiesta tiene que seguir -la fiesta judía, la fiesta gitana; la fiesta a la que nos invita Iblis -el gran maestro de ceremonias.
¿Cómo sacarnos ese mugido diabólico del corazón?
En cuanto a éstos, aman la vida efímera de este mundo (adoran al becerro de oro) y dejan de lado el pesado Día que se avecina. Nosotros les hemos creado y les hemos dado una constitución fuerte y armoniosa. Si así nos place, cambiaremos su aspecto. Es una admonición y un recuerdo. Quien quiera que se dirija hacia su Señor. Mas no querréis a menos que Allah quiera. Allah actúa y juzga según Su conocimiento. Hace entrar en Su rahmah (misericordia) a quien así decide Su voluntad. (Corán, sura 76, aleyas 27-31)
Así, pues, pidamos al Altísimo que nos permita entrar en Su misericordia, lejos de la fiesta de Samirí, lejos de la fiesta judía. Sumergidos en la creencia.
