¿Hubo una civilización inteligente antes de que existieran los humanos?

¿Hubo una especie inteligente y tecnológicamente avanzada mucho antes de que existieran los humanos? ¿Podría haber existido una civilización de dinosaurios?

Dirk Schulze-Makuch para Big Think

Los humanos estamos muy seguros de que somos la especie más inteligente que jamás haya caminado sobre la faz de la Tierra. ¿La cima de la cadena evolutiva? No hay duda de eso. Pero ahora que lo pienso, ¿cómo sabemos eso con certeza?

Imaginemos por un momento que alguna civilización se extinguió millones de años antes de que aparecieran los homínidos. Aunque no existe una definición precisa de “civilización”, generalmente la asociamos con una especie capaz de alterar su entorno físico a escala regional o incluso planetaria. ¿Cómo sabríamos, millones de años después, que habían estado aquí?

Es casi seguro que toda la evidencia de sus logros tecnológicos haya desaparecido hace mucho tiempo, como lo muestra de manera persuasiva Alan Wiseman en su libro del año 2007, “El mundo sin nosotros”. Las ciudades y las grandes construcciones como las presas se derrumbarían rápidamente y volverían a ser escombros. Las granjas y los parques se convertirían en bosques o selvas. Y si esta civilización pre-humana tuviera una tecnología similar a la nuestra, la mayor parte simplemente desaparecería, incluso la basura plástica finalmente se descompone debido a la radiación ultravioleta y las bacterias. A las grandes estructuras no les va mejor. En unos pocos millones de años, el Monte Rushmore se verá como cualquier otra montaña.

Queda muy poco de los neandertales, que vivieron hace solo unas pocas decenas de miles de años. Incluso civilizaciones humanas muy recientes y muy avanzadas, como las de la América precolombina, hicieron la mayoría de sus construcciones con materiales orgánicos como la madera, por lo que es difícil obtener evidencia después de solo unos pocos cientos de años.

¿Qué pasaría si una civilización mucho más antigua, anterior a los humanos, alcanzara algún nivel de tecnología? Tomemos los dinosaurios, por ejemplo. Star Trek jugó con esa idea en un episodio hace más de 20 años, así que exploremos un poco más.

Civilización de dinosaurios

Cuando estaba en la escuela secundaria (¡hablando de historia antigua!), mi maestro nos dijo que los brontosaurios debían ser increíblemente tontos, porque tenían un cerebro del tamaño de una caja de fósforos. Incluso entonces pensé que esta conclusión era un poco equivocada. Los brontosaurios tenían suficiente «capacidad intelectual» para controlar y navegar un cuerpo de 30 toneladas, encontrar comida, evitar a los depredadores y hacer todas las demás cosas que necesitan hacer los animales grandes y complejos.

En ese momento, los científicos no habían descubierto que los dinosaurios (aviares) eran los ancestros de las aves. Así que tal vez deberíamos reconsiderar su reputación de estúpidos. Las aves tienen cerebros pequeños porque necesitan volar, pero muchas son bastante inteligentes, especialmente los cuervos y los loros. ¿Cómo lo hicieron? Las neuronas en su cerebro están mucho más empaquetadas y tienen varias veces más neuronas por gramo de cerebro en comparación con los mamíferos. Es posible que los dinosaurios aviares, como los terópodos, tuvieran la misma estructura cerebral (no lo sabemos con certeza, porque los cerebros no se fosilizan) y, por lo tanto, pueden haber sido mucho más inteligentes de lo que pensábamos.

Algunas aves muy inteligentes también usan herramientas. Recientemente, vi dos cuervos en una estación de tren en Potsdam, cerca de donde vivo. Uno estaba presionando el botón del dispensador de agua con su pico, mientras que el otro cuervo bebía el agua que salía. Deben haber observado a los humanos presionando el botón para beber. Este es claramente un comportamiento inteligente y demuestra su habilidad para usar herramientas. Incluso se ha demostrado recientemente que los cocodrilos, que están relacionados con los dinosaurios no aviares, usan herramientas. No parece imposible que los dinosaurios no lo hicieran también.

Si algunos dinosaurios realmente desarrollaron tecnología, ¿qué especie habría sido más probable que diera ese paso? Por lo general, se cree que los más inteligentes son los trodones, dinosaurios parecidos a pájaros del período Cretácico tardío. Se ajustan a muchos de los requisitos que solemos buscar en una especie tecnológicamente avanzada. No solo eran inteligentes (según el tamaño de sus cerebros), sino que también eran muy sociales. Tenían brazos largos con «manos» y «dedos», lo que puede haberles dado suficiente destreza para manejar herramientas y manipular objetos.

Sin evidencia de existencia

Los trodones se extinguieron hacia el final del período Cretácico, hace unos 65 millones de años, junto con muchos otros dinosaurios, cuando un gran asteroide golpeó la Tierra. Si desarrollaron tecnología, ¿qué signos de ella podrían quedar después de tal catástrofe, sin mencionar miles de milenios de agitación y erosión geológica ordinaria?

En primer lugar, sería inútil encontrar evidencia de «edificios» construidos hace 65 millones de años. Si les gustaban las cosas brillantes tanto como a los humanos, tal vez fabricaban joyas de oro u otro metal noble. Tal vez aún podamos encontrar áreas enriquecidas radiactivamente si estuvieran lo suficientemente avanzados como para usar la fisión nuclear. Si llegaron tan lejos como los viajes espaciales, tal vez podríamos encontrar su nave espacial abandonada en la Luna o Marte, donde la intemperie no habría borrado la evidencia.

Obviamente, no hemos encontrado nada ni remotamente parecido a esto, al menos de momento. Nada de collares de 65 millones de años. De hecho, hay regiones enriquecidas con uranio en la Tierra, una de las cuales, el depósito de Oklo en Gabón, sufre una fisión natural, pero no se ajustan a la línea de tiempo.

Aun así, si nunca buscamos tal evidencia, o descartamos la posibilidad de que pueda existir, nunca la encontraremos. Por ahora, cuando decimos que los humanos son la única especie en nuestro planeta que desarrolló inteligencia tecnológica, sostengo que es posible intentar agregar la palabra «probablemente».

SONDAS: Si caminásemos con un cierto despiste por las afueras de una gran ciudad y viésemos algo como un paquete sucio y arrugado, despidiendo un fuerte olor a algo en descomposición, nos alejaríamos de él o trataríamos de abrirlo con muchísimo cuidado para no mancharnos o infectarnos. Algo parecido nos ha ocurrido con este artículo. Al ver el título decidimos pasar por alto su lectura. Mas la curiosidad, uno de los factores claves en cualquier investigación, nos llevó a abrir el paquete, concluyendo que se trataba de una broma, de una disparatada hipótesis que podría activar la imaginación de los más débiles, de los más aprisionados en irracionales fantasías, en propuestas que ni siquiera pueden ser tomadas como sugestivas conjeturas.

Entonces ¿por qué hemos traspasado la línea roja que separaba irreductiblemente lo científico de lo popular? ¿Por qué ahora hablan de los extraterrestres profesores de universidad, altos cargos del Pentágono y expertos en astrobiología? Porque esa línea tan ficticia como lo que separaba ha sido borrada por la necesidad de seguir atrayendo a las masas con emocionantes propuestas que ni siquiera tienen cabida en el Metaverso de la ciencia ficción.

Contrasta el interés del profesor Schulz-Makuch por encontrar civilizaciones anteriores a las humanas, con la incapacidad de arqueólogos y paleontólogos para establecer una coherente clasificación de las especies homínidas que plantea la evolución.

Un diente fosilizado descubierto en una cueva en el norte de Laos podría haber pertenecido a una joven denisovana que murió hace entre 164.000 y 131.000 años. Si se confirma, sería la primera evidencia fósil de que los denisovanos, una especie extinta de homínidos que coexistieron con los neandertales y los humanos modernos, vivieron en el sudeste asiático.

Esto sugiere que la especie se extendió mucho más allá de Siberia, pero la evidencia fósil ha sido escasa. Todo el registro fósil de los denisovanos hasta el momento se reduce a un puñado de dientes, fragmentos de huesos y una mandíbula encontrada en el Tíbet.

Reconstruir la identidad de una persona cuyos huesos han sido degradados por miles de años de condiciones tropicales es un desafío, dice Katerina Douka, científica arqueológica de la Universidad de Viena. Sin más fósiles o análisis de ADN, “la realidad es que no podemos saber si este molar único y mal conservado perteneció a un denisovano.”

Un diente no es mucho para reconstruir cómo era su dueño y cómo vivía, pero basta con decir que un experto ha dicho o que un profesor de ésta o de aquella universidad ha concluido… para dar carta de veracidad a cualquier hallazgo y a cualquier interpretación.

Mas ¿por qué el conocimiento ha sido rebajado hasta el punto de convertirse en un texto para una opereta de barrio? Son exigencias de la concepción materialista de la existencia. Primero, había que propagar la idea de que vivimos en un universo cuasi infinito y de que nuestra morada es un punto perdido en la inmensidad de las galaxias; un punto, una casualidad, un capricho de la materia. Mas ahora hacía falta traer ese mismo proceso a la torta terráquea –la civilización humana sería, pues, la última de una serie casi infinita de civilizaciones no-humanas; de dinosaurios, por ejemplo.

Este absurdo, esta grotesca hipótesis, tiene cabida en la devastada lógica del hombre de hoy. Lleva tanto tiempo sin reflexionar, sin analizar lo que oye, lo que lee, que cualquier cosa encaja en su intelecto que se ha reducido al tamaño del cerebro de los trodones. La información que recibimos diariamente de los hallazgos y proyectos espaciales, biológicos, geológicos, arqueológicos… nos sitúa en un laberinto, pero también actúa como un caleidoscopio que girase vertiginosamente por encima de nuestras cabezas, volviéndonos locos.

Es hora de configurar una visión coherente de la historia, de los orígenes, que esté afinada con la transcendencia, constituyendo un todo desarrollado en fases.

Ver: Corán en español-Artículos-Artículo XVII (El origen)