Halloween ya lo inventó Murcia (mucho antes de que llegara del extranjero)

Nada de ‘truco o trato’: la orillica del quijal.

Paula M. Gonzálvez para Huffpost

Ni truco o trato ni un puñado de caramelos a cambio. Mucho antes de que se adoptaran esas costumbres del extranjero para celebrar Halloween en España, en Murcia ya se llevaba a cabo la fiesta, aunque los niños decían algo muy diferente, con rima, y esperaban otra recompensa: “La orillica del quijal, si no me la das te rompo el portal”. Ese es “el antecedente remoto del actual Halloween americano”, practicado durante siglos, una historia que deja el folclore de la Región, según Antonio Botía, cronista oficial de Murcia.

Botía, Tomás García Martínez, documentalista murciano, y Juan García Serrano, expresidente de Peñas Huertanas y presidente de la peña La Crilla (Puente Tocinos), explican esta ancestral tradición murciana a El HuffPost.

Halloween, apuntan, es la traducción de víspera de Todos los Santos. No se trata de competir con la cultura anglosajona, celta o americana, ya que beben de fuentes similares, cada uno con su ritual. Los más pequeños, animados por sus mayores, utilizaban las calabazas que se criaban en la huerta, a las que quitaban lo que se llama “la carne”, se cortaban por la parte baja y les ponía dentro lo que en Murcia se conoce como las mariposas —una vela sobre agua y aceite—, en recuerdo a los difuntos. La mariposa también se colocaba, y se sigue haciendo a día de hoy, en la chimenea o en un rincón especial de la casa.

Las casas en la huerta no estaban tan juntas como los vecindarios actuales y, ya metidos en la noche, los más pequeños colocaban las calaveras (las calabazas preparadas, coincidiendo con la época del producto, que en Murcia se consume, por ejemplo, en el guiso de la olla gitana) en los cornijales, en los pasos de carriles, en los cruces… es decir, en los lugares más oscuros y tenebrosos.

Cuando los adultos pasaban por esos puntos se asustaban —a veces de manera ficticia para colaborar con el juego infantil—, momento al que los niños estaban pendientes como parte de la diversión, tras haber pasado todo el día entretenidos en dar forma a la calavera. ‘Calavera’ porque se simulaba con las calabazas la calavera de un difunto. Esa calabaza de Halloween redonda que vemos por todas partes en la actualidad, en Murcia tiene forma de avellana, y se adornan los ojos y la boca con palillos (antes con cañas), para simular los dientes.

No todo era la ornamentación ‘tenebrosa’. Una vez que se retiraba el sol, iban en pandilla de casa en casa, llamando a la puerta de vecinos y familiares, para pedir la orillica del quijal, ese truco o trato de la huerta. Pronunciar “dame la orillica del quijal o te rompo el portal” era sinónimo de recibir presentes o “algunas pesetillas”. Los ‘zagales’ —muchachos en palabras murcianas o panocho— se comían todo lo que recibían y repartían lo que les sobraba.

Obviamente, no rompían el portal de los menos generosos, pero sí que hacían alguna trastada infantil, fruto de la inocencia. “Si no te atendían y sabías que ese vecino tenía un capricho especial por una planta, no se la destrozabas, pero la mudabas al porche de algún otro vecino”.

Al ir de casa en casa con esa petición, recibían a cambio lo que se cultivaba en el quijal —los márgenes de las acequias o de los bancales—, es decir, frutos como granadas, dátiles, las coronas (los girasoles de pipas), níspolas o membrillos, o comidas elaboradas en base a ellos: castañas asadas, el membrillo cocinado (carne de membrillo, el fruto convertido en dulce que se ofrecía untado en una galleta o en una rebanada de pan con queso), las granadas elaboradas con azúcar, buñuelos de viento, gachas con arrope o tostones (palomitas cocinadas en olla con miel, azúcar, anís o sal)… Todo dependía del poder adquisitivo de la familia. Las abuelas, especialmente, que llevaban mucho vivido, los guardaban en el fondo de las arcas para la ocasión.

Sin disfraces, pero con la misma ilusión con la que salen a pedir el aguinaldo en Navidad, y siempre imitando a los adultos. Sí, los mayores también pedían la orillica del quijal como una forma de relacionarse con el vecino. De manera recíproca, se les daba otro presente o se esperaban a la matanza del cerdo en diciembre, para mantener el vínculo. Venía “muy bien” para las economías maltrechas de las familias.

Esto enlaza con una tradición más profunda, más mágica, muy rica desde el punto de vista antropológico en torno a los fallecidos. También existía el ritual, y hay gente que aún cree en ello, de que tal día como el de los difuntos —que en Murcia se denomina ‘tosantos’, por la economía del lenguaje propia de la Región—, los muertos volvían a casa a descansar. Se limpiaba una habitación a fondo con sábanas nuevas, se colocaba un tazón con la mariposa y se le decía a los niños que no gritaran, que el abuelo (fallecido) estaba descansando. Se tenía ese creencia, que los muertos volvían a casa a echarse la siesta el Día de las Ánimas, el 2 de noviembre.

Para representar el tránsito de la vida a la muerte siempre se han utilizado las flores, en Murcia especialmente los crisantemos, que aunque ahora ya las floristerías dominan ese campo, en la huerta de Murcia se plantaban y era lo más típico. En Murcia se aprovecha cualquier festividad para regalar cosas: en Semana Santa —habas o monas, por ejemplo— o en el Bando de la Huerta, con productos típicos de la tierra.

Qué se sigue conservando

Las mariposas —las velas—, una costumbre muy típica de la huerta, también para velar la memoria de los difuntos en la Noche de las Ánimas, en la que se siguen poniendo los mejores ajuares para que los que ya no están gocen de su lecho habitual.

Asimismo, las castañas asadas y los tostones se siguen haciendo en muchas casas —sobre todo los de panocha de color rojo, los más deliciosos— donde se reúne toda la familia, como las gachas con arrope, y los auroros siguen cantando por los diferentes cementerios, entre las tumbas, el rezo de la salve de difuntos, acompañados de una pequeña campana y un farol.

Hay quien dice que se tratan de canciones mozárabes, unas composiciones antiquísimas de un valor histórico muy destacado, que se estudian incluso en Oxford y Cambridge. Tampoco se olvidan de las calabazas, hasta el punto de que en el barrio de San Pedro se celebra un mercadillo en esta época, hasta el 7 de noviembre, donde también se venden los huesos de santo, el arrope o pan de tostones.

Tradiciones que no se quieren perder. Esta misma semana se han celebrado talleres con más de un centenar de niños de 4 a 12 años, para hacer las calaveras de calabazas. Murcia siempre ha tenido su Halloween particular.

SONDAS: Parece ser que Murcia pretende ser el primero en celebrar y mantener aberrantes tradiciones ontológicas. Todo va unido. La sinrazón conlleva el extravío lejano del que ya es imposible volver al camino de rectitud.

La muerte no es ningún misterio, excepto para aquellos, y para otros, que se dedican a fabricar calaveras luminosas con las calabazas.

La muerte es la puerta de salida de este mundo terrenal (dunia), que nos permite entrar en el ámbito post-mortem y, de esta forma, continuar el viaje existencial.

La muerte no se celebra de ningún modo, de la misma forma que no se celebra la vida. Son fases que contienen características, cuya realización de forma correcta o errónea determinará nuestra condición en las siguientes fases.

Esta geografía existencial está contenida en las revelaciones que determinados profetas han recibido a lo largo de la historia, y que han transmitido a sus seguidores y éstos a las siguientes generaciones.

Es la vida el periodo en el que debemos leer estos libros, tomando siempre como referencia el Corán, el texto último en el que se han eliminado las interpolaciones y falsificaciones que han sufrido los anteriores –la Torá (revelada a Musa), el Zabur (revelado a Daud) o el Inyil (revelado a Isa). Es la vida el periodo en el que debemos reflexionar sobre las enseñanzas de estos textos y aplicarlas a nuestra vida.

La muerte cierra esta etapa para siempre y nos catapulta a la siguiente fase, la fase post-mortem, en la que existiremos según hayamos vivido en la fase anterior, la fase de la vida terrenal.

Por lo tanto, cuando un individuo muere, se le lava, se le envuelve en la mortaja, se le entierra en el cementerio, y aquí termina la operación-difunto. Todo lo demás es ignorancia y encubrimiento.

Lo que yace en las tumbas, y ello por un periodo de tiempo relativamente corto, son cuerpos que una vez sirvieron de vehículo para que las nafs (ego, sí mismo, entidad viva independiente) pudieran manifestarse en la vida de este mundo. Ahora las nafs han abandonado estos vehículos y continúan su viaje adoptando otros vehículos, otros cuerpos, otros soportes, que les servirán para su nueva condición existencial.

Las flores que ponemos en las tumbas, nuestras oraciones a los difuntos… son acciones vanas, absurdas, propias de ignorantes que siguen las más abyectas y “folclóricas” supersticiones, en vez de seguir la verdad, en vez de comprender que es el tiempo vital que pasamos en este mundo nuestro único capital con el que poder comprar una posición ventajosa en las otras fases. No tenemos ni tendremos otra oportunidad. En las tumbas no hay nadie.

Sin embargo, es la muerte lo que más celebramos, lo que más ocupa nuestro tiempo, nuestra energía y nuestro dinero. Descuidamos a las nafs y nos ocupamos de su vehículo, de una carne en descomposición.

Botía, Tomás García Martínez, documentalista murciano, y Juan García Serrano se sienten orgullosos de que haya sido Murcia el primer lugar en el que se haya celebrado esta horripilante fiesta del Halloween. El primer lugar en el que se haya celebrado la muerte y a los muertos. Sin olvidar nunca preparar un cuarto y una cama para que se eche la siesta el difunto abuelo.

¿Debería acaso extrañarnos que la gente se vacune y compre miles de velas para cuando lleguen los apagones anunciados?