Este biólogo cree que no tienes la culpa de nada: «Entender que no existe el libre albedrío es algo muy liberador»

Robert Sapolsky, ganador de la «beca de los genios», cree que no tenemos responsabilidad en ser como somos ni en hacer lo que hacemos.

Entrevistado por Macarena Gutiérrez para La Razón (Extractos)

En la sección final de agradecimientos de su nuevo libro, Robert Sapolsky (Nueva York, 1957) admite que ha tenido mucha suerte en la vida, una fortuna que no se ha ganado a pulso. La teoría que plantea este científico disruptivo en «Decidido» («Determined: A Science of Life without Free Will», Capitán Swing) pasa por una realidad en la que no existe el libre albedrío, ya que «no somos ni más ni menos que la suma de aquello que no pudimos controlar». No se trata de un determinismo religioso sino científico en el que cada una de las decisiones que tomamos se explica por un rosario de eventos anteriores que nada tienen que ver con la voluntad y mucho con la actividad neuronal, la educación recibida y hasta el desayuno que hayamos tomado esa mañana.

Este científico ganador de la beca MacArthur (conocida como la «beca de los genios») pasó años estudiando el comportamiento de los babuinos y ahora enseña en la Universidad de Stanford (California). Criado en un hogar ultraortodoxo judío, Sapolsky admite que, al principio, su planteamiento puede dar miedo, pero que acaba siendo algo «muy liberador.

Usted creció en una familia judía ultraortodoxa. ¿De qué forma afectó a su pensamiento?

Es terriblemente confuso aceptar que dios nos ha dado el libre albedrío y que por ese motivo maravilloso no tenemos otra opción que adorarle. Este es el punto de partida de la irracionalidad. Mi experiencia personal cuando tenía 14 años fue una crisis religiosa enorme que se solapó con algo bastante feo que me ocurría y que podía ser interpretado como la voluntad divina. Fue muy difícil. De pronto, una noche me desperté y lo comprendí todo. Ni había dios ni había libre albedrío, vivimos en un universo vacío e indiferente. Todo cobró sentido.

Vaya, suena duro.

Sí. Es una verdad que no tiene por qué hacerme más feliz, pero al menos me ayuda a entender y a explicarme el mundo en que vivimos. La noción de que somos los capitanes de nuestro destino es una herramienta muy peligrosa que ha provocado que mucha gente fuera maltratada por causas que no estaban bajo su control.

Su teoría niega de alguna manera que exista un ser separado de todo ese resto de cosas. Vamos, que no hay nadie dirigiendo la orquesta.

Justo, esa es la palabra. Separado. Esto de que cada uno no es el director de su orquesta es muy difícil de digerir para mucha gente, pero es que el sistema es uno complejo en el que no hay un conductor. No existe nadie que trace un plan y lo aplique. Entiendo que es algo disruptivo.

También es liberador, ¿no?

Totalmente. En mi caso, con 14 años me di cuenta de que ya no iba a tener que reconciliar más la realidad del mundo con la noción de un dios. No hay más.

SONDAS: Al judío le duele Dios -como ya nos advirtiera Unamuno al hablar del judío Espinoza. El Corán confirma este hecho y aún añade dos características que explican ese dolor -son envidiosos y rebeldes. Y ello porque la envidia incita a la rebelión. El envidioso odia cualquier tipo de autoridad por encima de él. Y ¿quién si no Dios representa y ejerce el poder absoluto? ¿Cómo pues iba un judío a aceptar Su existencia y, para colmo de rabia, Su adoración? La envidia promueve el enfrentamiento con la autoridad y éste acaba siempre en revolución, que a su vez eleva al poder a los envidiosos. Mas ya sabemos que todas las revoluciones acaban convirtiéndose en sistemas tiránicos, dando lugar un tiempo después, a la situación anterior a la revolución.

El judío Sapolski se pía los dedos al enunciar tres supuestos filosóficos contradictorios. El primero le aconteció en su más tierna juventud, apenas tenía 14 años. En medio de una turbulenta crisis religiosa se despertó una noche, suponemos que sudoroso, y lo comprendió todo -no había Dios ni había libre albedrío. Lo racional, sin embargo, habría sido comprender justo lo contrario -si no había Dios, tendría que haber necesariamente libre albedrío. Y ello porque esta irracionalidad nos lleva al segundo supuesto filosófico inaceptable -el de una orquesta que nadie dirige; una orquesta que interpreta partituras que nadie ha compuesto. El propio concepto “orquesta” exige cuatro elementos imprescindibles: un compositor, músicos, instrumentos y un director. Sin estos elementos una orquesta no podrá funcionar como tal. Su interpretación será cacofónica, con numerosos errores, confusa… o simplemente no existirá.

Nos encontramos aquí con la misma dislocación de la que hacen alarde los astrofísicos. En su mayoría, al menos los más relevantes, desestiman que se pueda hablar de casualidad a la hora de explicar la existencia de este universo; y ello porque su complejidad es tal que es imposible que una sucesión de acontecimientos aleatorios lo haya generado. Y, sin embargo, cuando les dices: “Entonces hay un Diseñador, un Creador,” se apresuran a responder con un tajante y crispado “No”. Mas no existe una tercera posibilidad. Si una espada no se ha producido por la acción de numerosos y continuos fenómenos atmosféricos, entonces alguien ha tenido que fabricarla. De la misma forma: si no existe Dios, si no existe una entidad separada de todo lo demás, entonces tendremos que ser nosotros quienes dirijamos la orquesta.

Negar esta evidencia nos lleva al tercer supuesto del judío Sapolski, el supuesto de que ya no necesitamos “reconciliar la realidad de este mundo con la noción de un dios”. Muy al contrario, nunca podremos desde la perspectiva de un hombre consciente y, por lo tanto, reflexivo, reconciliarnos con la realidad de este mundo sin la noción de un Dios que lo haya creado con una finalidad especifica. ¿Cómo puedo dar sentido a mi vida si todo acaba con la muerte? ¿O con un fantasioso destino postmortem? ¿Cómo explicar el portentoso mecanismo de la existencia, su complejidad, su armonía afinada perfectamente con nuestra naturaleza para al cabo desaparecer enterrado por un universo indiferente? Si no hay finalidad en la creación, carecen de sentido los valores morales, éticos, de comportamiento. ¿Por qué ser bueno, si años después de haber nacido, seré devorado por unas cuantas lombrices? ¿Sería lógico utilizar de píspeles una sofisticada cámara fotográfica?

Lo racional, lo observable, lo transmitido por el Sistema Profético siglo tras siglo, milenio tras milenio, es que existe un Dios Diseñador y Creador de la existencia y que, por lo tanto, no existe el libre albedrío. Si tomamos la célula como el patrón fundamental de la existencia, entenderemos que de la misma forma que el ADN nuclear contiene toda la información y todos los procesos que deben seguir los organelos que flotan, y se mueven, por el citoplasma para formar la proteína que necesita esa célula y para realizar muchas otras funciones, asimismo hay un ADN cósmico que contiene toda la información necesaria para que este universo (y todo lo que contiene) desarrolle sus funciones, cada una de ellas, desde la más insignificante a la más transcendental.

Y esta comprensión sí es liberadora. La vida de este mundo es solo una de las muchas fases por las que hemos pasado y aún tendremos que pasar. Se trata de un viaje con diferentes destinos. Uno de ellos es el Fuego.