
Kylie Ora Lobell para Newsweek
Familias que se desmoronan. Altos índices de soledad y ansiedad. La drogadicción y los delitos violentos se disparan. Estados Unidos se enfrenta a una serie de problemas graves que lo están erosionando hasta lo más profundo y quebrantando el ánimo de los estadounidenses. Más que nunca, se oye a la gente decir que vivimos en «tiempos locos» y que no tienen esperanzas en el futuro.
¿Qué pasó?
Hay mucha evidencia que sugiere una simple explicación. Le dimos la espalda a una de las mayores fuentes de felicidad humana: Dios.
Según Gallup, la creencia en Dios entre los estadounidenses cayó al 81 por ciento en 2022, lo que supuso un nuevo mínimo. Esta tendencia es especialmente frecuente entre los jóvenes. El 18 por ciento de los miembros de la Generación Z se identifican como ateos o agnósticos, en comparación con sólo el 9 por ciento de los “baby boomers” y el 4 por ciento de la “generación silenciosa”. Los jóvenes también tienen menos probabilidades de unirse a una religión: el 34 por ciento dice que no está afiliado, en comparación con el 18 por ciento de los “baby boomers” y el 9 por ciento de la “generación silenciosa”.
Claramente, a medida que pasa el tiempo, nos estamos convirtiendo en una nación religiosa cada vez menos centrada en Dios.
Pero eso no significa que estemos viviendo sin adoración. La naturaleza humana dicta que necesitamos algo que adorar, por supuesto. Nuestros nuevos dioses falsos son las redes sociales, el dinero, la cultura pop, la política… y nosotros mismos.
¿Estamos más felices con nuestros nuevos ídolos?
No lo parece. El mismo año en que la creencia en Dios alcanzó un nuevo mínimo, también lo hizo la felicidad entre los estadounidenses.
¿Sabéis quién todavía muestra altos niveles de felicidad? Las personas religiosas, que también tienden a ser más cívicas, beben y fuman menos y viven más.
Si bien algunos pueden argumentar que la práctica religiosa no es un componente necesario de la creencia en Dios, creo que se necesita tanto la creencia como la práctica para encontrar la plenitud.
¿Cómo puedo saberlo?
Los estadounidenses están recurriendo a la comida basura, a TikTok, van a clubs o se emborrachan de televisión para tratar de ser felices. Si bien estas cosas pueden ser divertidas en el momento, no producen verdadera felicidad. Son un intento de llenar el vacío que la ausencia de práctica religiosa ha dejado en sus vidas. El desmoronamiento de Estados Unidos está directamente relacionado con el desmoronamiento de nuestra creencia en Dios y en nosotros mismos.
No tenemos que aceptar eso. No es demasiado tarde para darle la vuelta a este barco.
Los líderes religiosos deben adoptar un enfoque proactivo, hablando con la gente de manera reflexiva y sin prejuicios sobre los beneficios de la religión, animándolas a participar en actividades religiosas. Este es el enfoque: mostrar a las personas cómo las creencias pueden ayudarles con sus problemas cotidianos. La gente está ansiosa, sola y aislada. La religión puede ayudar con todo eso.
Si están ansiosos por un nuevo trabajo, pueden acudir a Dios y entregarle su estrés. Si necesitan alguien con quien hablar porque se sienten solos, pueden llamar a un líder religioso y saber que a alguien le importa. Si quieren hacer amigos, pueden asistir a eventos y, si quieren sentirse bien, pueden contribuir a su comunidad a través del voluntariado.
Depende de nosotros, los que creemos en Dios y practicamos la religión, mostrar a los que no lo hacen los beneficios de nuestro estilo de vida. Tenemos una comunidad a la que acudir en momentos de necesidad. Tenemos amigos que comparten nuestra visión. Creemos en el matrimonio, en la construcción de familias, lo que nos brinda la máxima alegría en la vida. Y cuando las cosas van mal, sabemos que Dios es bueno y podemos confiar en Él. Él está ahí para nosotros; sólo tenemos que invocarle. Debemos fortalecer nuestra relación con Él y nuestra fe.
Traer de regreso a Dios a Estados Unidos no resolverá todos nuestros problemas, pero dará esperanza a la gente, algo que nos hace mucha falta en este momento. Les proporcionará una moral, una comunidad y un consuelo. Y eso es lo que necesitamos ahora, más que nunca.
Rezo para que los estadounidenses abracen a Dios una vez más y encuentren toda la belleza que esa creencia tiene que ofrecer.

SONDAS: Leyendo su ficha de información personal resulta evidente que Lobell es una mujer de negocios, aunque en este artículo habla como una vendedora ambulante que ofrece artículos en desuso que ya nadie utiliza, y las voces que da como reclamo se pierden en los inmensos desiertos de la indiferencia; pero le han publicado en Newsweek y eso le da relevancia en su comunidad religiosa. Esa relevancia siempre nos da satisfacción, pues nos eleva por encima de las masas, nos da poder –que es el verdadero Dios de los norteamericanos.
Mas se equivoca en cuanto a la oportunidad que pueda haber hoy de volver a adorar a Dios. Y se equivoca porque sí que es demasiado tarde, y lo es tanto para la sociedad norteamericana como para el resto de las sociedades, ya que las comunidades humanas siguen ineludiblemente la corriente de la historia –un flujo imparable que fluye hacia su final. Sin embargo, los que creen y actúan con rectitud están fuera de esa corriente. No los arrastra hacia la obnubilación que cerrará este episodio de la existencia.
Por otra parte, es interesante que hable de adoración como algo propio de la naturaleza humana. Mas ¿por qué adorar es la esencia misma de la substancia con la que se ha hecho el molde en el que hemos sido originados? ¿De dónde lo sabe? Quizás lee el Corán a falta de otro libro iluminador.
No he creado a los yin ni a los hombres –insan, sino para que Me adoren. (Corán, sura 51, aleya 56)
Mas ¿de dónde nos viene esa necesidad de adorar, incluso a los más acérrimos ateos?
Cuando tu Señor se dirigió a la descendencia de los Banu Adam e hizo que testimoniaran sobre ellos mismos: “¿Acaso no soy Yo vuestro Señor?” Respondieron: “Atestiguamos que lo eres.” Y ello para que el Día del Resurgimiento no dijerais: “En verdad que desconocíamos este asunto.” (Corán, sura 7, aleya 172)
Antes pues de venir a la existencia concretamos qué tipo de adoración es la correcta, la que concuerda con nuestro molde primigenio. Hubo un compromiso. Dijimos: “Atestiguamos que lo eres”, y ahora no podemos desentendernos de esta declaración. Hacerlo implica caer en la ruina en la que están cayendo todas las sociedades humanas. Se está haciendo realidad una vez más la maldición sobre aquellos que se burlan de ese compromiso: “Serán convertidos en monos y cerdos,” –y eso es lo que vemos hoy por doquier: saltimbanquis, enloquecidos, drogados y alcoholizados, comiendo como cerdos comida basura. En eso se han convertido las sociedades de hoy. Pensaban que podían eludir el grito de su propia naturaleza: “Atestiguamos que lo eres.”
Mas ahora el problema es dilucidar quién es ese Dios, ese Señor, al que debemos adorar y por qué. Como buena mujer de negocios Lobell intenta vender la adoración a cambio de la felicidad. Mas la felicidad no es propia de este mundo, sino del mundo del Más Allá. Podemos a través de esta adoración adquirir paz, conocimiento, consciencia; podemos mantenernos despiertos, pero todo ello no son, sino resultados. El objetivo es el Jardín en la Otra Vida.
Los protestantes, como los judíos, no tienen claro el asunto de la transcendencia. Buscan adquirir su ganancia en la vida de este mundo. Buscan el éxito, el poder, la fama. Muchos de los hombres y mujeres más ricos de Estados Unidos son pastores protestantes. Isa (Jesús) no tenía donde reposar la cabeza, pero ellos han construido catedrales de soberbia, mausoleos de poder. Y eso no lo hacen los que tienen fe en la Otra Vida, los que temen la Rendición de Cuentas. Para ellos se trata de un dios tribal, el dios del hombre blanco y anglo-sajón, del pueblo elegido, que puede oprimir y esclavizar a todos los demás.
Lo primero que debería hacer Lobell sería explicar quién es ese Dios al que los estadounidenses tienen que volver. ¿Se trata quizás de un bondadoso padre de familia que ha enviado a su hijo a morir en la cruz? Y todavía no sabemos con exactitud qué papel juega en esta “Sagrada Familia” el Espíritu Santo, que también es dios, tan dios como el padre y el hijo. ¿Será en ese zancocho ontológico en el que deben creer los jóvenes norteamericanos? ¿Acaso se ha preguntado alguna vez Lobell por qué no hay ni un solo cristiano ni un solo judío que haya leído todos y cada uno de los versículos que conforman el Antiguo y el Nuevo Testamento –la Biblia? Manipulación tras manipulación, la Torá y el Inyil se han desfigurado hasta ser en su gran mayoría palabras de los hombres, de los escribas y de los fariseos –generación de víboras.
¿Acaso no es justo y loable que los jóvenes de todo el mundo exijan a la religión coherencia? ¿Podemos alegar que sea coherente el hecho de que ningún cristiano ni judío tenga en sus manos los textos originales; y que aún si los tuviera, ninguno de ellos los podría leer ni mucho menos entender? ¿En qué pues deben basar estos jóvenes su creencia? ¿En textos inverificables, mil veces traducidos y “adaptados”? ¿Podemos decir que sea el asunto de volver a la religión el formar familias? ¿Realizar trabajos comunitarios? ¿No fumar ni beber mucho? ¿Es esa la enseñanza que extraemos de la vida de Musa y de Isa?
Estados Unidos lleva 400 años generando dolor y sufrimiento en el resto del mundo, activando guerras, fabricando conflictos, impidiendo que la paz y la hermandad entre los pueblos puedan ser una realidad, la realidad que todos, excepto Occidente, desean.
Ya es demasiado tarde. Camináis inexorablemente hacia la perdición.
